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Il palazzo delle sirene
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Cato M. Sanguinetti
Alexandro 'Leone' Borgia
Cain
Aradia della Mezzanotte
Francesco Foscari
9 participantes
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Re: Il palazzo delle sirene
La analizo con cuidado y precisión, no detecto mentira en sus palabras algo que realmente llamo su atención ya que a veces las stregas que venian buscando su historia acababan utilizandola para descargar otro tipo de fustraciones en ella.
No le iba a dar la historia con todos sus detalles, no tenía ganas de revivir a los fantasmas que quella noche no parecian tener ganas de acudir a su tortura.
-Alguien denuncio a mi clan, fuimos llevados todos ante la inquisición. A ellos les condenaron a la hoguera, a mi no.-le dice a la chica.-Ellos piensan que fue porque fui yo quien los denuncio, la verdad es que me salve de la quema para que el gran inquisidor me destinara un destino peor, ser su sirvienta.
En su mente aparecieron de nuevos los recuerdos de todo lo vivido en manos de aquel sadico que queria experimentar en ella hasta que punto su piel de hija del diablo era capaz de borrar marcas y cicatrices. Aun no se explica como no se volvio loca, o tal vez si lo hizo y ahora habia recuperado la razón.
No le iba a dar la historia con todos sus detalles, no tenía ganas de revivir a los fantasmas que quella noche no parecian tener ganas de acudir a su tortura.
-Alguien denuncio a mi clan, fuimos llevados todos ante la inquisición. A ellos les condenaron a la hoguera, a mi no.-le dice a la chica.-Ellos piensan que fue porque fui yo quien los denuncio, la verdad es que me salve de la quema para que el gran inquisidor me destinara un destino peor, ser su sirvienta.
En su mente aparecieron de nuevos los recuerdos de todo lo vivido en manos de aquel sadico que queria experimentar en ella hasta que punto su piel de hija del diablo era capaz de borrar marcas y cicatrices. Aun no se explica como no se volvio loca, o tal vez si lo hizo y ahora habia recuperado la razón.
Aradia della Mezzanotte- Brujo
- Cantidad de envíos : 234
Fecha de inscripción : 10/10/2009
Re: Il palazzo delle sirene
Asiente a el resumen de su historia, que era más que suficiente para poder decidir por ella misma si aquella mujer era un traidora, o en verdad su historia no contaba nada más y nada menos que lo ocurrido con ella. No puedo evitar apenarse por su perdida. Ella aún no había forjado verdaderos lazos de amistad con la orden, pero los demás se veían entre ellos como una familia, y ella esperaba encajar de la misma manera dentro de poco, o eso deseaba en un principio.
- Siento lo que os ocurrió, no era mi intención haceros recordar vivencias pasadas que pudieran haceros sufrir de nuevo, pero prefería tener mi propio juicio sobre vos... -dijo algo avergonzada por haberle hecho recordar. Sus mejillas empezaron a teñirse de un rubi intenso, que hacía juego con su cabello de fuego, como si alguien le hubiera prendido con una leve llama en aquel instante- ¿Y por qué no habéis defendido vuestra inocencia ante las hermanas? Quizás eso habría sido un punto a vuestro favor, ya que por lo que me habéis contado, no merecéis este trato.
Acarició la hierba con la palma de su mano, jugando a ponerla de un sentido o de otro, como una niña, solo que sin la sonrisa de la satisfación de divertirse en el rostro. Había apartado la miera de la Strega, temerosa de su juicio, pero conmás curiosidad latiendole por dentro, como una pequeña hoguera que se avivara con cada soplo de información que le estaba prohibida, o fuera de su alcance.
- Siento lo que os ocurrió, no era mi intención haceros recordar vivencias pasadas que pudieran haceros sufrir de nuevo, pero prefería tener mi propio juicio sobre vos... -dijo algo avergonzada por haberle hecho recordar. Sus mejillas empezaron a teñirse de un rubi intenso, que hacía juego con su cabello de fuego, como si alguien le hubiera prendido con una leve llama en aquel instante- ¿Y por qué no habéis defendido vuestra inocencia ante las hermanas? Quizás eso habría sido un punto a vuestro favor, ya que por lo que me habéis contado, no merecéis este trato.
Acarició la hierba con la palma de su mano, jugando a ponerla de un sentido o de otro, como una niña, solo que sin la sonrisa de la satisfación de divertirse en el rostro. Había apartado la miera de la Strega, temerosa de su juicio, pero conmás curiosidad latiendole por dentro, como una pequeña hoguera que se avivara con cada soplo de información que le estaba prohibida, o fuera de su alcance.
Nimue E. Nic Cárthaigh- Mundano
- Cantidad de envíos : 87
Fecha de inscripción : 07/10/2009
Edad : 32
Re: Il palazzo delle sirene
-¿Crees que no lo he hecho ya?-le contesto a la joven strega.-Pero cuando te acusa la suma sacerdotisa del clan mas cercano es imposible ser escuchada, su palabra siempre tendra mas credibilidad que la tuya, pero es algo a lo que ya me resignado.-Sus manos siguen enredadas en el pelaje del lobo que practicamente se habia dormido en el regazo de su compañera.
De hecho habia discutido hasta la saciedad con aquellas venerablas ancianas, pero nadie queria escuchar su voz en el consejo. Al final se habia resignado a aquel castigo, lo preferia a la expulsión. Aunque lo negara le daba demasiado miedo estar sola como para no aceptar aquel destino por cruel que fuera.
-A veces descubres que da igual cuanto luches hay cosas que no se pueden cambiar.-le dijo con una voz que sonaba demasido anciana para alguien como ella.-Es algo que aprenderas siendo cortesana, y aun asi considerate una privilegiada, no te mantiene nadie encerrada en un pallazzo mientras busca marido con el que volver a encerrarte.
Ella tuvo suerte y su padre nunca fue así con ella, pero tenía amigas cuyas familias las veian como un bien mas que intercambiar en aquel mercado, probres pajarillos atrapados en jaulas de oro.
De hecho habia discutido hasta la saciedad con aquellas venerablas ancianas, pero nadie queria escuchar su voz en el consejo. Al final se habia resignado a aquel castigo, lo preferia a la expulsión. Aunque lo negara le daba demasiado miedo estar sola como para no aceptar aquel destino por cruel que fuera.
-A veces descubres que da igual cuanto luches hay cosas que no se pueden cambiar.-le dijo con una voz que sonaba demasido anciana para alguien como ella.-Es algo que aprenderas siendo cortesana, y aun asi considerate una privilegiada, no te mantiene nadie encerrada en un pallazzo mientras busca marido con el que volver a encerrarte.
Ella tuvo suerte y su padre nunca fue así con ella, pero tenía amigas cuyas familias las veian como un bien mas que intercambiar en aquel mercado, probres pajarillos atrapados en jaulas de oro.
Aradia della Mezzanotte- Brujo
- Cantidad de envíos : 234
Fecha de inscripción : 10/10/2009
Re: Il palazzo delle sirene
Por lo visto aquella guerra que la joven Strega había librado estaba totalmente perdida, y ella misma parecía rendida ante las decisiones que la las ancianas y la sacerdotisa le habían impuesto. Suspiró largamente sin saber muy bien que más decir sobre aquel tema. No era algo que le pareciera justo, pero ella no podía hacer nada, y ni si quiera sabía si sería escuchada una mínima parte de su opinión.
- Si vos estáis rendida, los demás no pueden hacer nada al respecto, pero espero que llevéis vuestro calvario de la mejor manera posible -escuchó sus palabras, y no puedo sino asentir levemente con aire distraido dandole la razón. Ella también había tenido bastante suerte de no tener un padre que se considerara normal por aquellos lugares plagados de mercaderes de sus propias hijas.- Disculpad mi mala educación, mi nombre es Nimue -se presentó al fin a la muchacha, creyendolo necesario. Ella no hacía falta que se presentara, había oido hablar de ella dentro de la orden, y no necesitaba saber su nombre para saber quien era, pero le mordía la curiosidad cual serpiente venenosa por saber el nombre de aquella muchacha.
El viento de nuevo movió su pelo como lo hizo con las hojas de algunos árboles cercanos, meciendolas levemente y respondiendole éstas con una suave música. Cerró los ojos y se dedicó a escuchar que susurraba la naturaleza en esos intantes, que no era otra cosa que la aparición de alguien inesperado y que no parecía encajar para nada en el lugar.
- Si vos estáis rendida, los demás no pueden hacer nada al respecto, pero espero que llevéis vuestro calvario de la mejor manera posible -escuchó sus palabras, y no puedo sino asentir levemente con aire distraido dandole la razón. Ella también había tenido bastante suerte de no tener un padre que se considerara normal por aquellos lugares plagados de mercaderes de sus propias hijas.- Disculpad mi mala educación, mi nombre es Nimue -se presentó al fin a la muchacha, creyendolo necesario. Ella no hacía falta que se presentara, había oido hablar de ella dentro de la orden, y no necesitaba saber su nombre para saber quien era, pero le mordía la curiosidad cual serpiente venenosa por saber el nombre de aquella muchacha.
El viento de nuevo movió su pelo como lo hizo con las hojas de algunos árboles cercanos, meciendolas levemente y respondiendole éstas con una suave música. Cerró los ojos y se dedicó a escuchar que susurraba la naturaleza en esos intantes, que no era otra cosa que la aparición de alguien inesperado y que no parecía encajar para nada en el lugar.
Nimue E. Nic Cárthaigh- Mundano
- Cantidad de envíos : 87
Fecha de inscripción : 07/10/2009
Edad : 32
Re: Il palazzo delle sirene
Soltó un pequeño suspiro antes de abrir la palma en la que sostenía la pequeña florecilla blanca y soplar sobre ella haciendola volar y caer girando sobre si misma hasta tocar el suelo. Siguió con la mirada su recorrido absorto en su peculiar danza y en el aroma que desprendía, hasta que quedó inmóvil en el suelo rompiendo ese momento mágico.
Con la mirada triste miró a su alrededor con la esperanza vana de que la mujer a la que le recordaba ese aroma apareciese frente a él. En su lugar vio dos figuras femeninas a cierta distancia, a las que saludo con una leve inclinación de cabeza y una triste sonrisa a juego con sus ojos y su estado de ánimo, al percatarse que una de ellas se había dado cuenta de su presencia.
Con ellas allí, no podía ir hacia donde se dirigía, no quería que nadie más conociera aquel claro en el que podía olvidarse del resto del mundo y ser feliz, aunque solo fuera durante un corto periodo de tiempo. Se irguió en toda su envergadura adoptando su habitual pose de seguridad y ando en dirección contraria a la que iba en un principio, de todas formas dudaba que pudiese esperarla durante mucho tiempo en aquel lugar.
En su camino hacia la salida paso justo al lado de la muchacha que le observaba. Se detuvo un momento a su altura y la dedicó una pequeña reverencia acompañada de una media sonrisa - Bona notte bella ragazza - saludo con un toque de picardía ante la atenta mirada de la muchacha y se dispuso a continuar su camino.
Con la mirada triste miró a su alrededor con la esperanza vana de que la mujer a la que le recordaba ese aroma apareciese frente a él. En su lugar vio dos figuras femeninas a cierta distancia, a las que saludo con una leve inclinación de cabeza y una triste sonrisa a juego con sus ojos y su estado de ánimo, al percatarse que una de ellas se había dado cuenta de su presencia.
Con ellas allí, no podía ir hacia donde se dirigía, no quería que nadie más conociera aquel claro en el que podía olvidarse del resto del mundo y ser feliz, aunque solo fuera durante un corto periodo de tiempo. Se irguió en toda su envergadura adoptando su habitual pose de seguridad y ando en dirección contraria a la que iba en un principio, de todas formas dudaba que pudiese esperarla durante mucho tiempo en aquel lugar.
En su camino hacia la salida paso justo al lado de la muchacha que le observaba. Se detuvo un momento a su altura y la dedicó una pequeña reverencia acompañada de una media sonrisa - Bona notte bella ragazza - saludo con un toque de picardía ante la atenta mirada de la muchacha y se dispuso a continuar su camino.
Talon Nóbile- Gatto
- Cantidad de envíos : 34
Fecha de inscripción : 13/10/2009
Re: Il palazzo delle sirene
Simonetta atravesó las puertas del palacia del placer. Así le había apodado ella ya que era de las pocas mujeres que no trabajaban en el, que se atrevía a visitarlo. Ciertamente guardaba algunas precauciones, como ponerse una máscara cada vez que atravesaba las puertas. En el palacia del placer, a nadie se le miraba raro, pues entre las paredes de esa casa prácticamente se podía saciar cualquier necesidad. Por muy raras que fueran las peticiones de los clientes, si tenías dinero todo era posible. Incluso citarte con un amante ante los ojos de todo el mundo, sin ser vista por nadie.
Esa noche estaba allí para ver a Vespucio. Ante la falta de independencia de su jóven amante se veían obligados a realizar sus encuentros en este lugar. Si no fuera por lo complaciente que era, ya le habría alejado. Es más, no creía que fuera a tardar mucho en cansarse del, tan solo esperaba a encontrarle sustituto antes de despedirle.
Descaradamente, caminó entre los jóvenes y no tan jóvenes visitantes, observando si habría alguno que mereciera la pena. Le importaba bien poco lo que pudieran pensar las cortesanas que verdaderamente si trabajaban allí. Ella tenía un trato con la madamme y gracias a el, podía andar por el palazzo como quisiera y dicho sea de paso, espiar a quien quisiera. A lo lejos, vio a dos cortesanas charlando entre ellas. Parecía que esa noche no había demasiado trabajo si tenían tiempo de hablar, y si no estaba equivocada, una de ellas era su querida "amiga" Aradia, a la que tan solo por incordiar un poco, se acercó a saludar, sabiendo que su presencia la incomodaría.
-Buenas noches damas ¿Haciendo tiempo hasta que lleguen los clientes especiales?
Les dijo a Aradia y a la jóven pelirroja que la acompañaba.
Esa noche estaba allí para ver a Vespucio. Ante la falta de independencia de su jóven amante se veían obligados a realizar sus encuentros en este lugar. Si no fuera por lo complaciente que era, ya le habría alejado. Es más, no creía que fuera a tardar mucho en cansarse del, tan solo esperaba a encontrarle sustituto antes de despedirle.
Descaradamente, caminó entre los jóvenes y no tan jóvenes visitantes, observando si habría alguno que mereciera la pena. Le importaba bien poco lo que pudieran pensar las cortesanas que verdaderamente si trabajaban allí. Ella tenía un trato con la madamme y gracias a el, podía andar por el palazzo como quisiera y dicho sea de paso, espiar a quien quisiera. A lo lejos, vio a dos cortesanas charlando entre ellas. Parecía que esa noche no había demasiado trabajo si tenían tiempo de hablar, y si no estaba equivocada, una de ellas era su querida "amiga" Aradia, a la que tan solo por incordiar un poco, se acercó a saludar, sabiendo que su presencia la incomodaría.
-Buenas noches damas ¿Haciendo tiempo hasta que lleguen los clientes especiales?
Les dijo a Aradia y a la jóven pelirroja que la acompañaba.
M. Simonetta Fioranelli- Brujo
- Cantidad de envíos : 131
Fecha de inscripción : 27/10/2009
Re: Il palazzo delle sirene
Una vez más la noche ahbía caido sobre Venecia. la luz de los candiles e iluminaciones del barrio rico de la ciudad brillaban sobre las negras aguas de los canales que se agitaban silenciosas solo al paso de una góndola ocasional. No existía silencio pero si calam: el sondio de la fiesta eterna, de las máscaradas y las tabernas sonaba lejano, aletargado y ahogado en la noche lejana.
Era una imagen digna de una pintura.
Una sombra se separó del resto de sombras, deteniendose ante las puertas de Il palazzo delle Sirene, la casa del placer conocida por todos los nobles y visitada por un gran número de varones al caer la noche, al comenzar a reinar la luna blanca en el cielo oscuro nocturno.
La figura iba envuelta en una capa de color negro cuyo forro interno era de un intento solor escarlata. tenía un corte elegante y austero, sereno, y en mitad de la noche parecía sacado el individio de una obra de teatro o una novela. La mitad de su rostro iba cubierto por una máscara de marfil blanco y el cabello negro le caía por el cuello recogido a la moda italiana del siglo.
Se abrieron las puertas del palacio. En su inteiror hacía calor y las damas a medio vestir con elegantes vestidos de faldas y volantes iban de un lado a otro. Llevaban plumas en las cabelleras y reían, maquilladas y acompañadas de varones, con los labios pintados de carmin y ojos golosos.
El hombre pasó entre ellas y ellos hasta llegar a donde estaba la regente del local, una mujer de rostor agileño y ojos severos que seguramente diriguiría su negocio con mano de hierro. Sin decir nada colocó una bolsa llena de monedas ante ella en el mostrador. La mujer sopesó la bolsa y miró a los ojos al enmascarado. No era la primera vez que lo veía. Simplemente asintió y lo condujo escaleras arriba.
Él, como siempre, no dijo nada. No era muy dado a hablar. Pensó que quizá no debería estar allí, que había ya una mujer que parecía quererlo a su lado. La mujer más bella de Venecia según muchos... Leone dejó que su mirada se perdiera en la decoración del Palazzo un momento, parandose en las escaleras. La mujer ante él se detuvo,e xtrañada, mirándole, pero él no parecía darse cuenta de ello. Al final pareció recobrarse y volver a la realidad y, asintiendo, terminaron de ascender las escaleras.
Ojala pudiera creer de nuevo. Ojala. Pero no era así. Aradia debería haber buscado a otro de quien encapricharse pues no era más que eso: un encaprichamiento, ¿qué si no con su rostro?
-Que pase una buena noche, milord -le deseó la dueña del palazzo abriendo la puerta de la habitación.
Era una imagen digna de una pintura.
Una sombra se separó del resto de sombras, deteniendose ante las puertas de Il palazzo delle Sirene, la casa del placer conocida por todos los nobles y visitada por un gran número de varones al caer la noche, al comenzar a reinar la luna blanca en el cielo oscuro nocturno.
La figura iba envuelta en una capa de color negro cuyo forro interno era de un intento solor escarlata. tenía un corte elegante y austero, sereno, y en mitad de la noche parecía sacado el individio de una obra de teatro o una novela. La mitad de su rostro iba cubierto por una máscara de marfil blanco y el cabello negro le caía por el cuello recogido a la moda italiana del siglo.
Se abrieron las puertas del palacio. En su inteiror hacía calor y las damas a medio vestir con elegantes vestidos de faldas y volantes iban de un lado a otro. Llevaban plumas en las cabelleras y reían, maquilladas y acompañadas de varones, con los labios pintados de carmin y ojos golosos.
El hombre pasó entre ellas y ellos hasta llegar a donde estaba la regente del local, una mujer de rostor agileño y ojos severos que seguramente diriguiría su negocio con mano de hierro. Sin decir nada colocó una bolsa llena de monedas ante ella en el mostrador. La mujer sopesó la bolsa y miró a los ojos al enmascarado. No era la primera vez que lo veía. Simplemente asintió y lo condujo escaleras arriba.
Él, como siempre, no dijo nada. No era muy dado a hablar. Pensó que quizá no debería estar allí, que había ya una mujer que parecía quererlo a su lado. La mujer más bella de Venecia según muchos... Leone dejó que su mirada se perdiera en la decoración del Palazzo un momento, parandose en las escaleras. La mujer ante él se detuvo,e xtrañada, mirándole, pero él no parecía darse cuenta de ello. Al final pareció recobrarse y volver a la realidad y, asintiendo, terminaron de ascender las escaleras.
Ojala pudiera creer de nuevo. Ojala. Pero no era así. Aradia debería haber buscado a otro de quien encapricharse pues no era más que eso: un encaprichamiento, ¿qué si no con su rostro?
-Que pase una buena noche, milord -le deseó la dueña del palazzo abriendo la puerta de la habitación.
Alexandro 'Leone' Borgia- Mundano
- Cantidad de envíos : 122
Fecha de inscripción : 18/10/2009
Localización : En algún burdel.
Re: Il palazzo delle sirene
Su habitación era de las más grandes en el Palazzo, algo que gracias a la fama por la que la habían traído hasta esa ciudad podía permitirse. Y eso le gustaba, porque el balcón era enorme y le permitía, en el último piso, tener buenas vistas del cielo. A veces se encaramaba por los barrotes y subía al tejado, las noches que no tenía que trabajar... Es decir, las noches en las que nadie había pagado monedas suficientes. Una mujer exótica valía más que una italiana, o eso decía quien daba las órdenes.
Aquella noche la habían acicalado como siempre, perfumándola con aceites y peinando su largo cabello que le llegaba casi por las rodillas, y la habían vestido con las sedas típicas de su país. La falda, en diferentes tonos verdes y dorados, era vaporosa y transparente por algunas capas, y el brassier estaba hecho con miles de monedas de oro puro tintineantes, a juego con los brazaletes que adornaban sus brazos y tobillos, visibles gracias a que iba descalza. Un velo de seda cubría su rostro desde por encima de la nariz hasta el cuello, en el que su esbelto cuello quedaba visible, y, de este modo, de su cara ahora solo se veían sus hipnóticos ojos color jade, potenciando así su mirada.
Una de las ancianas da un par de golpes a la puerta antes de entrar, y ella se gira, de pie sobre la barandilla aguantando el equilibrio sorprendentemente, inclinando la cabeza a modo de saludo:
-Será mejor que dejes las danzas malabaristas para otro momento, niña -Dice en tono severo- Alguien ha pagado a la Señora una bolsa llena de monedas de oro y ya sabes lo que eso significa... -Añade dirigiéndose hacia la puerta- Y por cierto, tu cliente tiene fama de ser... Algo irascible, ya sabes -Sale de ahí, sin darle tiempo a responder.
Ella no se asusta ni intimida, en Persia tuvo que tratar con guerreros a los que consolar tras perder una batalla, y sabe lo que puede ser un hombre con nervios a flor de piel... Sin embargo, no encuentra motivo para bajar de la barandilla del balcón: total, así está hasta más visible todo, y duda que en el precio incluya esperar en un sitio concreto...
Aquella noche la habían acicalado como siempre, perfumándola con aceites y peinando su largo cabello que le llegaba casi por las rodillas, y la habían vestido con las sedas típicas de su país. La falda, en diferentes tonos verdes y dorados, era vaporosa y transparente por algunas capas, y el brassier estaba hecho con miles de monedas de oro puro tintineantes, a juego con los brazaletes que adornaban sus brazos y tobillos, visibles gracias a que iba descalza. Un velo de seda cubría su rostro desde por encima de la nariz hasta el cuello, en el que su esbelto cuello quedaba visible, y, de este modo, de su cara ahora solo se veían sus hipnóticos ojos color jade, potenciando así su mirada.
Una de las ancianas da un par de golpes a la puerta antes de entrar, y ella se gira, de pie sobre la barandilla aguantando el equilibrio sorprendentemente, inclinando la cabeza a modo de saludo:
-Será mejor que dejes las danzas malabaristas para otro momento, niña -Dice en tono severo- Alguien ha pagado a la Señora una bolsa llena de monedas de oro y ya sabes lo que eso significa... -Añade dirigiéndose hacia la puerta- Y por cierto, tu cliente tiene fama de ser... Algo irascible, ya sabes -Sale de ahí, sin darle tiempo a responder.
Ella no se asusta ni intimida, en Persia tuvo que tratar con guerreros a los que consolar tras perder una batalla, y sabe lo que puede ser un hombre con nervios a flor de piel... Sin embargo, no encuentra motivo para bajar de la barandilla del balcón: total, así está hasta más visible todo, y duda que en el precio incluya esperar en un sitio concreto...
Aicha 'Jade' Nazanin- Brujo
- Cantidad de envíos : 74
Fecha de inscripción : 29/11/2009
Re: Il palazzo delle sirene
No solo vivían doncellas y jovenes ninfas en aquel palacio de ensueño. También estaban las mujeres que ya habían dejado de resultar atrasctivas. Cuando la Señora del palacio estaba a punto de morir dejaba su legado a una de estas mientras que el resto se ocupaban de cosas como la cocina, la limpeiza, los vestuarios, el acicalar a las más jovenes y demás tareas necesarias para mantener el lujo del palacio.
Una de estas mujeres, de baja estatura, rostro sereno y algo arrugado, con el cabello comenzando a ser cano y un delicado y austero vestido, salió de la habiación, indicando que la ocupante estaba lista. Leone asintió y entró, cerrando la puerta tras de si.
En el interior su mirada recorrió la estancia ricamente adornada, hermosa, con cortinas de bellos colores, el olor a incienso, lejano y exótico como todo aquel cuarto. Mirase donde mirase había un detalle, por pequeño que fuera, que le llevaba lejos de Venecia, de sus canales y sus fiestas, al este... allí donde las mujeres bailaban para hombres entre las dunas del desierto bajo la mirada perlada de la luna en ostentosos palacios. No era una habitación corriente, por su lujo y por como era este lujo, lo cual prometía que su ocupante sería igual.
La buscó con la mirada y la encontró en el balcón. las cortinas bailaban con suavidad al son del viento y tras la balaustrada se veía la noche de terciopelo. Sobre la barandilla había una mujer joven ricamente vestida con telas de colores verdes, esmeraldas y dorados. Llevaba los brazos y tobillos al descubierto únicamente adornados con brazaletes y pulseras de oro que parecía puro.
Sus miradas se entrecurazon un instante a traves del velo de ella. Dos hermosos ojos del color del jade de China y dos ojos azules ferreos, no como el hielo, si no como algo diferente.
Parecía sostenerse con seguridad y ahbilidad sobre la barandilla, no parecía que nunca se hubiera caido.
-Será mejor que bajes de ahí -dijo él con voz seca, algo brusca incluso. Su interior no había hecho si no empeorar desde la última vez que había visitado el palazzo, antes de reencontrarse con la Piombi. No se podría decir si era enfado por haberla encontrado en una actitud tan extraña, como un exótico animal trepador, o por si creyera que podía caerse o por impaciencia.
Leone se quitó la capa oscura, dejándola sobre una de las sillas. Allí dentro era innecesaria, hacía suficiente calor. Bajo la capa llevaba una camisa de lino blanco y unos pantalones. No eran las ropas para ir a una fiesta en il Palazzo Ducale pero tampoco eran ni de lejos las ropas de un habitante de los suburbios. Se giró, dejando de dar la espalda a la joven y la miró examinandola un momento.
-¿Cuál es tu nombre? -prefería saberlo.
Una de estas mujeres, de baja estatura, rostro sereno y algo arrugado, con el cabello comenzando a ser cano y un delicado y austero vestido, salió de la habiación, indicando que la ocupante estaba lista. Leone asintió y entró, cerrando la puerta tras de si.
En el interior su mirada recorrió la estancia ricamente adornada, hermosa, con cortinas de bellos colores, el olor a incienso, lejano y exótico como todo aquel cuarto. Mirase donde mirase había un detalle, por pequeño que fuera, que le llevaba lejos de Venecia, de sus canales y sus fiestas, al este... allí donde las mujeres bailaban para hombres entre las dunas del desierto bajo la mirada perlada de la luna en ostentosos palacios. No era una habitación corriente, por su lujo y por como era este lujo, lo cual prometía que su ocupante sería igual.
La buscó con la mirada y la encontró en el balcón. las cortinas bailaban con suavidad al son del viento y tras la balaustrada se veía la noche de terciopelo. Sobre la barandilla había una mujer joven ricamente vestida con telas de colores verdes, esmeraldas y dorados. Llevaba los brazos y tobillos al descubierto únicamente adornados con brazaletes y pulseras de oro que parecía puro.
Sus miradas se entrecurazon un instante a traves del velo de ella. Dos hermosos ojos del color del jade de China y dos ojos azules ferreos, no como el hielo, si no como algo diferente.
Parecía sostenerse con seguridad y ahbilidad sobre la barandilla, no parecía que nunca se hubiera caido.
-Será mejor que bajes de ahí -dijo él con voz seca, algo brusca incluso. Su interior no había hecho si no empeorar desde la última vez que había visitado el palazzo, antes de reencontrarse con la Piombi. No se podría decir si era enfado por haberla encontrado en una actitud tan extraña, como un exótico animal trepador, o por si creyera que podía caerse o por impaciencia.
Leone se quitó la capa oscura, dejándola sobre una de las sillas. Allí dentro era innecesaria, hacía suficiente calor. Bajo la capa llevaba una camisa de lino blanco y unos pantalones. No eran las ropas para ir a una fiesta en il Palazzo Ducale pero tampoco eran ni de lejos las ropas de un habitante de los suburbios. Se giró, dejando de dar la espalda a la joven y la miró examinandola un momento.
-¿Cuál es tu nombre? -prefería saberlo.
Alexandro 'Leone' Borgia- Mundano
- Cantidad de envíos : 122
Fecha de inscripción : 18/10/2009
Localización : En algún burdel.
Re: Il palazzo delle sirene
Al escuchar la puerta abrirse, Aicha se gira despacio, dejando que el olor que arrastraba el hombre la invada antes de que lo haga su visión. Percibe su aura, dándose cuenta de que está ante un dotado, aunque no sepa determinar a donde pertenece... Pero las sensaciones no indican que sea alguien que provenga de la orden enemiga, y eso es un punto a favor, pese a que tampoco importe demasiado lo que ella opine. Nunca ha tenido derecho a elegir con quienes yacer, pero agradece que le hayan puesto un precio que impida que por lo general sean personas demasiado desagradables o peligrosas.
Sus irises esmeralda, completamente inexpresivos, como si se esforzasen por no dejar ver ninguna emoción más alla del magnetismo, se fijan en los suyos, azules, aparentemente fríos... Es capaz de notar que algo se oculta tras estos, pero no lo dice, y tampoco en su expresión delata curiosidad alguna cuando se fija en la máscara. Si le ha parecido extraña, le ha intimidado o siente algún tipo de interés en saber que hay debajo, se está ocupando en disimularlo a la perfección: no le pagan para indagar ni conocer, solo para complacer, y sabe que hay hombres a los que no les gustan las preguntas... Como el que tiene ahora delante.
Ante sus palabras bruscas tampoco parece alterarse, si le ha molestado su tono no lo demuestra, sencillamente asiente, mientras su larguísimo cabello flota hacia atrás, casi rozando las ramas de los árboles más cercanos a la gran terraza:
-Como ordeneis, signore -Contesta educadamente con un acento árabe muy disimulado, que tan solo se manifiesta como una nota exótica en su tono cortés.
Y con esas palabras, baja de un grácil salto, dando una ágil vuelta en el aire al hacerlo. Avanza aguantando los giros rápidos y estirando los brazos, como en una exótica danza, hasta que cuando se detiene ha pasado de estar en la terraza a encontrarse en el interior de la habitación, cara a cara con él, con algunos mechones largos cayéndole por encima de los hombros hasta el vientre desnudo y adornado con tatuajes orientales.
-Mi nombre... -Susurra, ladeando el semblante aún oculto- Os diré, mi señor, que podeis llamarme Jade -Se presenta, juntando ambas manos y llevándoselas al rostro inclinado, agachándose levemente en un saludo atípico allí pero al que ella está acostumbrada- ¿Puedo preguntaros como debo dirigirme a vos? -Pregunta en tono educado, sin alzar demasiado la voz.
Es obvio que el nombre que ha dado no es el suyo propio, pero no parece que ella lo considere importante... Al contrario, jamás lo revela. Incluso los de su orden se dirigen a ella por el apodo que se ha ganado gracias al color de sus ojos, y por la fama que tiene entre los que la describen como una gema digna de contemplar con admiración... Ha aprendido a tomar ese apodo como parte de la identidad que debe mantener, como parte del disfraz que usa para seguir con vida.
Así, se queda observando en silencio al hombre, mirándole a los ojos. En un determinado momento, en su rostro se dibuja una media sonrisa triste, como si acabase de percibir algo que antes no había notado, como si hubiese dado cuenta de repente de un pequeño detalle... Y por lo poco que deja entrever su mirada enigmática, no se trata del rostro escondido del hombre, es otra cosa la que llama su atención.
Sus irises esmeralda, completamente inexpresivos, como si se esforzasen por no dejar ver ninguna emoción más alla del magnetismo, se fijan en los suyos, azules, aparentemente fríos... Es capaz de notar que algo se oculta tras estos, pero no lo dice, y tampoco en su expresión delata curiosidad alguna cuando se fija en la máscara. Si le ha parecido extraña, le ha intimidado o siente algún tipo de interés en saber que hay debajo, se está ocupando en disimularlo a la perfección: no le pagan para indagar ni conocer, solo para complacer, y sabe que hay hombres a los que no les gustan las preguntas... Como el que tiene ahora delante.
Ante sus palabras bruscas tampoco parece alterarse, si le ha molestado su tono no lo demuestra, sencillamente asiente, mientras su larguísimo cabello flota hacia atrás, casi rozando las ramas de los árboles más cercanos a la gran terraza:
-Como ordeneis, signore -Contesta educadamente con un acento árabe muy disimulado, que tan solo se manifiesta como una nota exótica en su tono cortés.
Y con esas palabras, baja de un grácil salto, dando una ágil vuelta en el aire al hacerlo. Avanza aguantando los giros rápidos y estirando los brazos, como en una exótica danza, hasta que cuando se detiene ha pasado de estar en la terraza a encontrarse en el interior de la habitación, cara a cara con él, con algunos mechones largos cayéndole por encima de los hombros hasta el vientre desnudo y adornado con tatuajes orientales.
-Mi nombre... -Susurra, ladeando el semblante aún oculto- Os diré, mi señor, que podeis llamarme Jade -Se presenta, juntando ambas manos y llevándoselas al rostro inclinado, agachándose levemente en un saludo atípico allí pero al que ella está acostumbrada- ¿Puedo preguntaros como debo dirigirme a vos? -Pregunta en tono educado, sin alzar demasiado la voz.
Es obvio que el nombre que ha dado no es el suyo propio, pero no parece que ella lo considere importante... Al contrario, jamás lo revela. Incluso los de su orden se dirigen a ella por el apodo que se ha ganado gracias al color de sus ojos, y por la fama que tiene entre los que la describen como una gema digna de contemplar con admiración... Ha aprendido a tomar ese apodo como parte de la identidad que debe mantener, como parte del disfraz que usa para seguir con vida.
Así, se queda observando en silencio al hombre, mirándole a los ojos. En un determinado momento, en su rostro se dibuja una media sonrisa triste, como si acabase de percibir algo que antes no había notado, como si hubiese dado cuenta de repente de un pequeño detalle... Y por lo poco que deja entrever su mirada enigmática, no se trata del rostro escondido del hombre, es otra cosa la que llama su atención.
Aicha 'Jade' Nazanin- Brujo
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Re: Il palazzo delle sirene
Una de las habilidades instintivas de todo Dotado era la de saber reconocer a los que son como él. Esta habilidad era la que había permitido que se juntaran las primeras ordenes mágicas, siglos atrás. Por esto Leone fue capaz de adivinar, al igual que ella con él, estaba seguro, que la joven cortesana era una Dotada. No era extraño dado que muchas optaban por ser cortesanas, en especial stregas y asesinas, a modo de tapadera y protección. No tuvo miedo de ello, ni por no saber a qué orden pertenecía, si es que pertenecía a alguna, puesto que una regla de las cortesanas era precisamente la cortesía. Sabía que no le atacaría. Tampoco tenía motivos.
Contempla a Jade fijamente, con exquisita atención. Los ojos de la joven eran una tentación de color esmeralda que no decía nada más y ocultaba mucho. La pregunta era ¿qué? Y, ¿quería saberlo? En verdad, no. Hacía mucho que había perdido el interés por el resto de personas salvo sus enemigos, ni siquiera los dotados le interesaban. ¿Para qué? Él ya no tenía orden ni patria, nadie a quien sevir ni cuya fe defender. Era ajeno a la lucha de ordenes de Venecia.
Terminó de dejar la capa sobre la silla y se volvió hacia ella por completo, viéndola acercarse como una grácil gacela. No... como un exótico ave del desierto. El acento de la muchacha, aunque suave y melódico, era extranjero de modo que realmente era una extraña mujer traida de oriente. Tenía la piel de color tostado, como la aceituna casi, y el cabello negro como las plumas de un ave de mal agüero y sus ojos... Podría perderse en ellos y olvidarse de todo lo que le preocupaba.
Leone sonrió levemente, sin que esta sonrisa revelase nada quizá porque no había nada que revelar, al oir su contestación.
-Jade... -murmuró. Sus dedos tomaron uno de los mechones de cabello de la joven, negro, negro, negro-. Os es un nombre adecuado -dijo por fin tras unos segundos en los que guardó silencio mirándola-. Leone -aceptó a decir finalmente a su pregunta.
Jade era, sin duda, la viva imagen de lo que debía ser Il Palazzo delle Sirene: hermosa como una flor, tranquila y educada. Pocos hombres buscaban en un lugar como aquel leonas ni similares, aunque nunca se sabe... Quería besarla en aquel mismo momento, sin esperar, sentir su cuerpo contra el suyo. En los ojos azules brilló por un instante tal deseo antes de que lo contuviese. Se había fijado en su sonrisa. Leone frunció el ceño levemente, confuso.
-¿Por qué sonreís así? -quiso saber. Era una media sonrisa triste y melancólica, mientras le miraba a los ojos. ¿Qué había visto en él que la empujaba a tal expresión?
Contempla a Jade fijamente, con exquisita atención. Los ojos de la joven eran una tentación de color esmeralda que no decía nada más y ocultaba mucho. La pregunta era ¿qué? Y, ¿quería saberlo? En verdad, no. Hacía mucho que había perdido el interés por el resto de personas salvo sus enemigos, ni siquiera los dotados le interesaban. ¿Para qué? Él ya no tenía orden ni patria, nadie a quien sevir ni cuya fe defender. Era ajeno a la lucha de ordenes de Venecia.
Terminó de dejar la capa sobre la silla y se volvió hacia ella por completo, viéndola acercarse como una grácil gacela. No... como un exótico ave del desierto. El acento de la muchacha, aunque suave y melódico, era extranjero de modo que realmente era una extraña mujer traida de oriente. Tenía la piel de color tostado, como la aceituna casi, y el cabello negro como las plumas de un ave de mal agüero y sus ojos... Podría perderse en ellos y olvidarse de todo lo que le preocupaba.
Leone sonrió levemente, sin que esta sonrisa revelase nada quizá porque no había nada que revelar, al oir su contestación.
-Jade... -murmuró. Sus dedos tomaron uno de los mechones de cabello de la joven, negro, negro, negro-. Os es un nombre adecuado -dijo por fin tras unos segundos en los que guardó silencio mirándola-. Leone -aceptó a decir finalmente a su pregunta.
Jade era, sin duda, la viva imagen de lo que debía ser Il Palazzo delle Sirene: hermosa como una flor, tranquila y educada. Pocos hombres buscaban en un lugar como aquel leonas ni similares, aunque nunca se sabe... Quería besarla en aquel mismo momento, sin esperar, sentir su cuerpo contra el suyo. En los ojos azules brilló por un instante tal deseo antes de que lo contuviese. Se había fijado en su sonrisa. Leone frunció el ceño levemente, confuso.
-¿Por qué sonreís así? -quiso saber. Era una media sonrisa triste y melancólica, mientras le miraba a los ojos. ¿Qué había visto en él que la empujaba a tal expresión?
Alexandro 'Leone' Borgia- Mundano
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Re: Il palazzo delle sirene
Entrecierra levemente los ojos, por instinto e inercia, cuando él acaricia su cabello. La verdad es que era incómodo llevarlo tan sumamente largo, casi por las rodillas; necesitaba muchas veces de una o dos ancianas para cepillárselo y aseárselo, y muchas aceites para mantenerlo liso y sedoso. Le molestaba y daba calor cuando el clima era caliente, y a veces incluso le suponía un peso. Pero sabía que era uno de sus mayores atractivos, cortárselo podría suponer desacato... Ninguna de esas cosas se refleja en su mirada cuando abre de nuevo los ojos al escucharle:
-Supongo que por eso me apodaron así, mi señor, no fue mi propio ingenio, os lo aseguro -Responde, sin entusiasmo en la voz, solo cortesía superficial y obligatoria- A vos también os encaja el vuestro, Leone... Mucho, incluso más que a mí el mío... -No dice porque piensa que es así, simplemente que lo piensa. Los motivos se los queda, no cree que puedan interesarles: a nadie le suele interesar la opinión de una cortesana, es solo el cuerpo lo que vende.
Siente que con aquel hombre debe ser cautelosa. No le teme, pues el miedo no mana de su aura cuando le mira fijamente, pero sí está guardando las distancias que traspasan de lo físico. Y es porque tiene la sensación de que cualquier paso en falso, cualquier palabra inconveniente o cualquier gesto mal recibido, podría ofenderle con suma facilidad e incluso ponerle nervioso, y eso es algo que no quiere. No solo por las consecuencias que pagaría ella, sino porque sabe que tras la ira las personas suelen sucumbir al dolor de la culpa, un dolor que prefiere ahorrarle a un hombre que parece arrastarlo a toneladas allá donde va. Quizá por eso permanece quieta cuando ve brillar fugazmente el deseo en sus ojos, a la espera de que, como depredador, de a ella, la presa, una señal de lo que espera que haga...
Ante su pregunta, borra rápido la sonrisa, se muerde el labio inferior, cuyo color rojizo se acrecenta, y entrelaza los dedos de sus finas manos, casi con nerviosismo. Un gesto que, paradojicamente, hace que parezca repentinamente inocente y pura, cosa que no es, o al menos no en el sentido personal, si bien quizá si lo sea en cuanto a la magia que reside en su interior. Baja la mirada unos segundos antes de volver a enfrentarle, sin dejar, una vez más, que nada de lo que se le pasa por la cabeza sea legible en sus irises jade, que se fijan en los azules de hielo de Leone:
-Disculpadme si os ofendo, mi señor, pero dudo que sea una respuesta que agrade a vuestros oídos, ya que, si os contestase de forma sincera, no sería con una adulación -Su tono es exquisitamente educado, disimulando el nerviosismo a la perfección- Al fin y al cabo a una cortesana no le pagan por decir lo que piensa, es lo que reside entre sus muslos lo que trae a los hombres hasta aquí, y creedme si os digo que he tenido más de un problema por olvidar esa regla en el pasado -Y su señora muchas veces le ha recordado que ahí no se le permitirá cometer un olvido similar. Por eso la respuesta que ha dado es escueta, sin dar detalles que puedan aburrirle, y educada, sin utilizar un tono impertinente... Y aún así teme haber dicho algo malinterpretable.
"No uses tu lengua para hablar, niña, si no quieres que te la corte y solo te queden dos agujeros que poder vender, cosa que haría que esta vida te pareciera un paraíso comparado con el infierno que te regalaría yo". Las palabras resuenan en su mente, aunque no alteran su semblante ni mirada, sencillamente le recuerdan a su sentido común porque no ha respondido a la pregunta de aquel hombre.
-Supongo que por eso me apodaron así, mi señor, no fue mi propio ingenio, os lo aseguro -Responde, sin entusiasmo en la voz, solo cortesía superficial y obligatoria- A vos también os encaja el vuestro, Leone... Mucho, incluso más que a mí el mío... -No dice porque piensa que es así, simplemente que lo piensa. Los motivos se los queda, no cree que puedan interesarles: a nadie le suele interesar la opinión de una cortesana, es solo el cuerpo lo que vende.
Siente que con aquel hombre debe ser cautelosa. No le teme, pues el miedo no mana de su aura cuando le mira fijamente, pero sí está guardando las distancias que traspasan de lo físico. Y es porque tiene la sensación de que cualquier paso en falso, cualquier palabra inconveniente o cualquier gesto mal recibido, podría ofenderle con suma facilidad e incluso ponerle nervioso, y eso es algo que no quiere. No solo por las consecuencias que pagaría ella, sino porque sabe que tras la ira las personas suelen sucumbir al dolor de la culpa, un dolor que prefiere ahorrarle a un hombre que parece arrastarlo a toneladas allá donde va. Quizá por eso permanece quieta cuando ve brillar fugazmente el deseo en sus ojos, a la espera de que, como depredador, de a ella, la presa, una señal de lo que espera que haga...
Ante su pregunta, borra rápido la sonrisa, se muerde el labio inferior, cuyo color rojizo se acrecenta, y entrelaza los dedos de sus finas manos, casi con nerviosismo. Un gesto que, paradojicamente, hace que parezca repentinamente inocente y pura, cosa que no es, o al menos no en el sentido personal, si bien quizá si lo sea en cuanto a la magia que reside en su interior. Baja la mirada unos segundos antes de volver a enfrentarle, sin dejar, una vez más, que nada de lo que se le pasa por la cabeza sea legible en sus irises jade, que se fijan en los azules de hielo de Leone:
-Disculpadme si os ofendo, mi señor, pero dudo que sea una respuesta que agrade a vuestros oídos, ya que, si os contestase de forma sincera, no sería con una adulación -Su tono es exquisitamente educado, disimulando el nerviosismo a la perfección- Al fin y al cabo a una cortesana no le pagan por decir lo que piensa, es lo que reside entre sus muslos lo que trae a los hombres hasta aquí, y creedme si os digo que he tenido más de un problema por olvidar esa regla en el pasado -Y su señora muchas veces le ha recordado que ahí no se le permitirá cometer un olvido similar. Por eso la respuesta que ha dado es escueta, sin dar detalles que puedan aburrirle, y educada, sin utilizar un tono impertinente... Y aún así teme haber dicho algo malinterpretable.
"No uses tu lengua para hablar, niña, si no quieres que te la corte y solo te queden dos agujeros que poder vender, cosa que haría que esta vida te pareciera un paraíso comparado con el infierno que te regalaría yo". Las palabras resuenan en su mente, aunque no alteran su semblante ni mirada, sencillamente le recuerdan a su sentido común porque no ha respondido a la pregunta de aquel hombre.
Aicha 'Jade' Nazanin- Brujo
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Re: Il palazzo delle sirene
Era un cabello hermoso, pensó mientras bajaba los dedos por aquel mar negro. Nunca había visto a una mujer con una melena tan larga, llegándole hasta las rodillas incluso. Y perfectamente liso, sin un solo nudo... se preguntó cuántas horas se pasaría peinandose y arreglandose aunque... ¿no era esa la vida de una cortesana? Apoyó la mano sobre su cuello, delgado, de cisne. La piel de ella era suave e inmaculada, toda ella era así. Tan diferentes.
-Pues quienes así os llamaron tuvieron un buen acierto -asintió Leone con calma. Pasó el pulgar por la barbilla de Jade, levantándosela. Era una suave caricia, aunque sus manos eran más ásperas, acostumbradas al tacto de la espada, y sus movimientos no poseían la gracia del cisne que tenía ante él.
La miró con curiosidad. No... su nombre no encajaba. Antaño si, antaño cuando aúne ra Alexandro y sus hombres y superiores le llamaban así, Leone, el León, tanto que llegó a tatuarse a tal animal en la espalda. Entonces sí encajaba con él. Ya no. Ahora no era un león, su espalda estaba destrozada por el mordisco del látigo y del león no quedaba más que un perro apaleado. Los dedos en el cuello de Jade se crisparon al pensar tal cosa, oprimiéndoselo. Se dió cuenta al cabo de unos segundos de que podía estar apretándole demasiado y la soltó, separándos de ella un instante.
Puede sentir en el aire la cautela. No era recelo, tampoco miedo. Era puramente el saber que era mejor no actuar de malas maneras, la actitud de una joven que es capaz de ser sumisa sin perder sus ideales, sus pensamientos, porque nunca los revelaba. Volvió a mirar el rostro de Jade, que no dejaba entrever nada de lo que pensaba. Sabía reconocer a las cortesanas como aquella: eran las que desconectaban, capaces de separar lo que eran, su esencia, del trabajo que llevaban a cabo y a las que nada parecía afectar.
Leone sonrió con amargura.
Y en aquel momento mudó la expresión de Jade. Se mordió el labio nferior y apartó la mirada, hablando modosamente, con exquisita educación cortesana. Sin querer ofenderle. Parecía tan delicada e inocente... casi temerosa de haberse equivocado y molestarle.
-Niña, si te he preguntado es porque quiero oir la respuesta -contestó el hombre. Se había acercado a ella, tomándola por la cara para que le mirase a los ojos. El aroma de la mujer era turbador, extraño, lejano, queriendo hacerle olvidarse de lo que decía para centrarse en otras cosas. Pero aún asi su voz era serena, férrea. Recordaba a la voz que empleaba con sus subordinados años atrás, cuando tenía soldados a su cargo, cuando tenía una vida-. Si temiera vuestra respuesta no me interesqaría por ella -añadió con perfecta lógica. No le gustaba que la gente intentase adivinar si algo le agradaría o no. Aunque las palabras de Jade eran duras consigo mismas y muy ciertas. No eran palabras lo que los hombres buscaban en aquel palazzo, y él tampoco.
-Pues quienes así os llamaron tuvieron un buen acierto -asintió Leone con calma. Pasó el pulgar por la barbilla de Jade, levantándosela. Era una suave caricia, aunque sus manos eran más ásperas, acostumbradas al tacto de la espada, y sus movimientos no poseían la gracia del cisne que tenía ante él.
La miró con curiosidad. No... su nombre no encajaba. Antaño si, antaño cuando aúne ra Alexandro y sus hombres y superiores le llamaban así, Leone, el León, tanto que llegó a tatuarse a tal animal en la espalda. Entonces sí encajaba con él. Ya no. Ahora no era un león, su espalda estaba destrozada por el mordisco del látigo y del león no quedaba más que un perro apaleado. Los dedos en el cuello de Jade se crisparon al pensar tal cosa, oprimiéndoselo. Se dió cuenta al cabo de unos segundos de que podía estar apretándole demasiado y la soltó, separándos de ella un instante.
Puede sentir en el aire la cautela. No era recelo, tampoco miedo. Era puramente el saber que era mejor no actuar de malas maneras, la actitud de una joven que es capaz de ser sumisa sin perder sus ideales, sus pensamientos, porque nunca los revelaba. Volvió a mirar el rostro de Jade, que no dejaba entrever nada de lo que pensaba. Sabía reconocer a las cortesanas como aquella: eran las que desconectaban, capaces de separar lo que eran, su esencia, del trabajo que llevaban a cabo y a las que nada parecía afectar.
Leone sonrió con amargura.
Y en aquel momento mudó la expresión de Jade. Se mordió el labio nferior y apartó la mirada, hablando modosamente, con exquisita educación cortesana. Sin querer ofenderle. Parecía tan delicada e inocente... casi temerosa de haberse equivocado y molestarle.
-Niña, si te he preguntado es porque quiero oir la respuesta -contestó el hombre. Se había acercado a ella, tomándola por la cara para que le mirase a los ojos. El aroma de la mujer era turbador, extraño, lejano, queriendo hacerle olvidarse de lo que decía para centrarse en otras cosas. Pero aún asi su voz era serena, férrea. Recordaba a la voz que empleaba con sus subordinados años atrás, cuando tenía soldados a su cargo, cuando tenía una vida-. Si temiera vuestra respuesta no me interesqaría por ella -añadió con perfecta lógica. No le gustaba que la gente intentase adivinar si algo le agradaría o no. Aunque las palabras de Jade eran duras consigo mismas y muy ciertas. No eran palabras lo que los hombres buscaban en aquel palazzo, y él tampoco.
Alexandro 'Leone' Borgia- Mundano
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Re: Il palazzo delle sirene
Estira el cuello para permitirle un mayor acceso a la piel de esa zona cuando él acaricia ahí. No era un hombre de manos suaves, pese a que sus gestos sí lo fuesen. Sin embargo su tacto le agradaba, era el tacto de un guerrero, de un hombre valiente... Siempre prefería complacer a hombres valerosos y luchadores que a aquellos que vivían rodeados de lujos no merecidos y cuyas manos grasientas eran producto de la crueldad y la ambición desmedida. Leone era sin duda del primer grupo, nada que ver con el segundo... Dijera lo que dijera la anciana, ella pensaba que esa noche había tenido suerte, muchísima suerte:
-Son muchos los que me lo dicen... -Acerca el rostro a él cuando alza su barbilla- ...para mí realmente no tiene importancia... -Solo es una identificación, Jade, la etiqueta de su caro disfraz, uno que ella no escogió pero que lleva con toda la dignidad que su mente le permite, aislándola.
Por un momento algo de aire se le va cuando él aprieta, y teme haberle ofendido. Luego se da cuenta de que Leone sencillamente se ha perdido en sus dolorosos recuerdos cuya estela, por más que intente ocultar, desprende por cada poro de su piel. Y por eso, cuando él la suelta, ella no se echa atrás ni se lleva la mano a la zona presionada, sencillamente permanece inmóvil, tras tomar una larga bocanada de aire, sin reflejar molestia en sus ojos ni decir nada al respecto.
Ante sus palabras sonríe, ladeando levemente el rostro. No debe desobedecerle, luego está entre la espada y la pared: o dice algo que quizá se tome a mal, o desobedece la orden de que hable. Mentir, tras su sonrisa, no es algo factible. Ahora se maldice por haber dejado que, por tan solo un fugaz instante, su máscara invisible de inexpresión haya caído... Pero es tarde para lamentarse:
-Sencillamente... He conocido a muchos hombres, y casi todos cumplen uno u otro patrón: vienen aquí porque no se encuentran enamorados y se hayan solos, o bien porque valoran tan poco ese sentimiento que prefieren el del calor insustancial y meramente físico, o por curiosidad... -Enumera esas razones y deja claro que sabe que hay más- Sin embargo vos... En vuestros ojos se aprecia que amais a alguien, ¿por qué entonces acudís aquí? -Sabe que no debería haberlo dicho pero él se lo ha pedido- No entiendo como alguien que posee el amor, que tiene derecho a sentirlo, prefiere esto... Es triste, si yo tuviese permitido amar a alguien jamás preferiría el pecado carnal a lo que podría alcanzar si todo lo diese y recibiese desde ese profundo sentimiento... -Pero no le está permitido, las cortesanas no deben enamorarse jamás y, de todas formas... ¿Quién se enamoraría de una de ellas?- Lo siento mucho, mi señor, sé que no es de mi incumbencia y por eso mismo no os lo he dicho en un principio... -Se disculpa, con su exquisita cortesía, y nuevamente con un semblante y una mirada en la que toda reacción o sentimiento queda oculto, mostrándose como un lienzo vacío.
-Son muchos los que me lo dicen... -Acerca el rostro a él cuando alza su barbilla- ...para mí realmente no tiene importancia... -Solo es una identificación, Jade, la etiqueta de su caro disfraz, uno que ella no escogió pero que lleva con toda la dignidad que su mente le permite, aislándola.
Por un momento algo de aire se le va cuando él aprieta, y teme haberle ofendido. Luego se da cuenta de que Leone sencillamente se ha perdido en sus dolorosos recuerdos cuya estela, por más que intente ocultar, desprende por cada poro de su piel. Y por eso, cuando él la suelta, ella no se echa atrás ni se lleva la mano a la zona presionada, sencillamente permanece inmóvil, tras tomar una larga bocanada de aire, sin reflejar molestia en sus ojos ni decir nada al respecto.
Ante sus palabras sonríe, ladeando levemente el rostro. No debe desobedecerle, luego está entre la espada y la pared: o dice algo que quizá se tome a mal, o desobedece la orden de que hable. Mentir, tras su sonrisa, no es algo factible. Ahora se maldice por haber dejado que, por tan solo un fugaz instante, su máscara invisible de inexpresión haya caído... Pero es tarde para lamentarse:
-Sencillamente... He conocido a muchos hombres, y casi todos cumplen uno u otro patrón: vienen aquí porque no se encuentran enamorados y se hayan solos, o bien porque valoran tan poco ese sentimiento que prefieren el del calor insustancial y meramente físico, o por curiosidad... -Enumera esas razones y deja claro que sabe que hay más- Sin embargo vos... En vuestros ojos se aprecia que amais a alguien, ¿por qué entonces acudís aquí? -Sabe que no debería haberlo dicho pero él se lo ha pedido- No entiendo como alguien que posee el amor, que tiene derecho a sentirlo, prefiere esto... Es triste, si yo tuviese permitido amar a alguien jamás preferiría el pecado carnal a lo que podría alcanzar si todo lo diese y recibiese desde ese profundo sentimiento... -Pero no le está permitido, las cortesanas no deben enamorarse jamás y, de todas formas... ¿Quién se enamoraría de una de ellas?- Lo siento mucho, mi señor, sé que no es de mi incumbencia y por eso mismo no os lo he dicho en un principio... -Se disculpa, con su exquisita cortesía, y nuevamente con un semblante y una mirada en la que toda reacción o sentimiento queda oculto, mostrándose como un lienzo vacío.
Aicha 'Jade' Nazanin- Brujo
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Re: Il palazzo delle sirene
Era tan solo una muchacha. Era menor que él en estatura, y aunque gracil esto solo era la confesión de que físicamente era más débil, por poderosa que pudiera ser su magia. No la vestía acero ni armadura sino sedas y telas delicadas, oro y joyas. Era inofensiva para él, o lo parecía al menos, y sin embargo lo confundía. Sus gestos no delataban miedo ante su presencia, ni sus palabras bruscas o gestos irascibles parecían asustarla ni un ápice.
No quería admitirlo pero Jade comenazaba a despertar su curiosidad, su interés. No había esperado aquella noche encontrar una conversación y en cierto sentido casi le costaba mantenerla pues las telas eran etéreas y marcaban e insinuaban su cuerpo juvenil y hermoso.
Y sin embargo resultaba tan extraña... los nombres no parecían importarla, ni el que su mano se cerrase sobre su cuello. Podía ahogarla, podía matarla con una sola mano... tan etérea, tan delicada, tan perfecta... como una flor. Pero las flores eran inútiles, solo adornaban, podían aplastarse, arrancarse o marchitarse. Adornar no significaba nada, solo daba un placer banal e innecesario y eso era precisamente a lo que se dedicaba Jade. Intuía que bajo esas telas era una mujer fuerte, que podría no estar allí si no quisiera, ¿Por qué entonces?
¿Por qué le interesaba? Ella misma lo había dicho: él, y los que eran como él, solo buscaban en ella lo que había entre sus piernas.
Escucha su respuesta con calma, sintiendo su mandíbula moverse entre sus manos, el cálido aliento de Jade sobre su muñeca, como una sensual caricia. La miraba a los ojos, casi hechizado como tantos otros hombres al verla. La deja terminar de hablar pero cuando lo hace Leone soltó un bufido burlón. No exactamente molesto pero si dejando claro que no compartía su punto de vista.
Jade no podía estar más equivocada. No amaba a Aradia. La tenía en su cama si quería y ella se había encaprichado de él por un motivo que escapaba a su comprensión pero nada más. Ella se iría. No podía ver su rostro pero al cabo del tiempo vería su alma y sabría que se había equivocado al querer permanecer con él. Aradia le turbaba más que Jade, esa era la verdad. Y por ello la quería cuanto más lejos mejor, para evitar lo que sabría que llegaría. No se iba a permitir tenerla cerca.
-Sois observadora, Jade, pero estáis equivocada -contestó él con voz amargada, dejando ver aquel interior desolado como un desierto de piedras, en carne viva, que jamás cicatrizaba y cuyas postillas se arrancaban en cuanto surgían-. No estoy enamorado. Es normal que os confundáis, al fin y al cabo no sabéis nada sobre mí y aún sois joven, tenéis una imagen del amor distorsionada... pero no os equivoquéis. No es amor, nunca lo fue, nunca lo será-alguien como él no podía enamorarse. Vivía para la venganza y el hedonismo, no para el amor- El amor no existe, Jade. - respondió con seguridad y calma, casi con dulzura como para no querer hacerla daño con la verdad-. Pero admito que vuestros errores aún os hacen más hermosa.
Besó sus labios, un gesto ávido. En parte para apartar el fantasma de Aradia que le rondaba, en parte para demostrar sus propias palabras contra las de ella, pero sobre todo porque lo deseaba.
No quería admitirlo pero Jade comenazaba a despertar su curiosidad, su interés. No había esperado aquella noche encontrar una conversación y en cierto sentido casi le costaba mantenerla pues las telas eran etéreas y marcaban e insinuaban su cuerpo juvenil y hermoso.
Y sin embargo resultaba tan extraña... los nombres no parecían importarla, ni el que su mano se cerrase sobre su cuello. Podía ahogarla, podía matarla con una sola mano... tan etérea, tan delicada, tan perfecta... como una flor. Pero las flores eran inútiles, solo adornaban, podían aplastarse, arrancarse o marchitarse. Adornar no significaba nada, solo daba un placer banal e innecesario y eso era precisamente a lo que se dedicaba Jade. Intuía que bajo esas telas era una mujer fuerte, que podría no estar allí si no quisiera, ¿Por qué entonces?
¿Por qué le interesaba? Ella misma lo había dicho: él, y los que eran como él, solo buscaban en ella lo que había entre sus piernas.
Escucha su respuesta con calma, sintiendo su mandíbula moverse entre sus manos, el cálido aliento de Jade sobre su muñeca, como una sensual caricia. La miraba a los ojos, casi hechizado como tantos otros hombres al verla. La deja terminar de hablar pero cuando lo hace Leone soltó un bufido burlón. No exactamente molesto pero si dejando claro que no compartía su punto de vista.
Jade no podía estar más equivocada. No amaba a Aradia. La tenía en su cama si quería y ella se había encaprichado de él por un motivo que escapaba a su comprensión pero nada más. Ella se iría. No podía ver su rostro pero al cabo del tiempo vería su alma y sabría que se había equivocado al querer permanecer con él. Aradia le turbaba más que Jade, esa era la verdad. Y por ello la quería cuanto más lejos mejor, para evitar lo que sabría que llegaría. No se iba a permitir tenerla cerca.
-Sois observadora, Jade, pero estáis equivocada -contestó él con voz amargada, dejando ver aquel interior desolado como un desierto de piedras, en carne viva, que jamás cicatrizaba y cuyas postillas se arrancaban en cuanto surgían-. No estoy enamorado. Es normal que os confundáis, al fin y al cabo no sabéis nada sobre mí y aún sois joven, tenéis una imagen del amor distorsionada... pero no os equivoquéis. No es amor, nunca lo fue, nunca lo será-alguien como él no podía enamorarse. Vivía para la venganza y el hedonismo, no para el amor- El amor no existe, Jade. - respondió con seguridad y calma, casi con dulzura como para no querer hacerla daño con la verdad-. Pero admito que vuestros errores aún os hacen más hermosa.
Besó sus labios, un gesto ávido. En parte para apartar el fantasma de Aradia que le rondaba, en parte para demostrar sus propias palabras contra las de ella, pero sobre todo porque lo deseaba.
Alexandro 'Leone' Borgia- Mundano
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Re: Il palazzo delle sirene
Ante sus palabras niega con la cabeza sutilmente, en desacuerdo. No demuestra sin embargo molestia alguna por ser contradecida, sigue manteniéndose igual de tranquila, sin temerle, sin intimidarse... Como si bajo toda su fachada, más allá de las bellas telas y la oscura piel, escondiese algo que solo ella comprende y que nadie más podría entender, por lo que prefiere guardarlo como un tesoro custodiado bajo candado. Secretos, eso es lo que la inexpresividad que muestra oculta...
-Vos sois el equivocado, signore, por impertinente que suene -No suena impertinente gracias a su modulado tono de voz- Quizá no queráis admitirlo, por orgullo, por miedo, por terquedad... Qué se yo, pero sé que lo que arrastraban vuestros ojos antes de entrar a esta habitación eran las dudas que cuando se ama se tienen, dudas por las que se comete el error de venir aquí -Afirma, muy segura- Claro que existe, mi señor... Pero para quienes tienen derecho a él y valoran ese derecho. No para los que lo niegan y se autoconvencen, ni para los que, como yo, lo tienen prohibido y vetado... -Susurra casi con pesar- Vos sin embargo pertenecéis al primer grupo, al que no valora el derecho que la vida le ha dado... No sabéis cuanto daría por ser yo quien estuviese en vuestro lugar, milord -Se cambiaría por él, máscara y dolor incluídos, sin lugar a dudas.
Cuando dice que sus errores la hacen hermosa, entreabre los labios para responderle, pero entonces él la besa, y ella sabe que la conversación ha llegado a su fin y que, efectivamente, no la pagan para que hable. Le responde con la misma avidez, entrelazando su hábil lengua con la de él en expertas caricias húmedas de los labios. Una de sus manos toma la que Leone tiene libre y la posiciona sobre su propia cintura, invitándole a que haga lo que desee con ella. La otra viaja por la espalda de él, siempre por encima de la tela, y llega hasta su costado, delineando por los pliegues de la tela toda la parte izquierda de su torso.
Es como si supiera que no debe palpar la derecha ni desabrochar los botones de esa prenda, igual que la máscara le está vetada. No hay que ser muy observadora para ello, aunque interiormente lamente que sea así, quizá por eso, de forma perfectamente disimulada, sus dedos reptan por encima de la camisa sobre el lado izquierdo, fugazmente, como una muestra anhelante de poder acariciar algún día las cicatrices que esconda, sean las que sean, pero de forma tan sutil que no parece adrede. Y antes de que pueda haber reproches, los mismos dedos han continuado su descenso más allá del vientre, mientras sus labios siguen fundidos en los de él...
-Vos sois el equivocado, signore, por impertinente que suene -No suena impertinente gracias a su modulado tono de voz- Quizá no queráis admitirlo, por orgullo, por miedo, por terquedad... Qué se yo, pero sé que lo que arrastraban vuestros ojos antes de entrar a esta habitación eran las dudas que cuando se ama se tienen, dudas por las que se comete el error de venir aquí -Afirma, muy segura- Claro que existe, mi señor... Pero para quienes tienen derecho a él y valoran ese derecho. No para los que lo niegan y se autoconvencen, ni para los que, como yo, lo tienen prohibido y vetado... -Susurra casi con pesar- Vos sin embargo pertenecéis al primer grupo, al que no valora el derecho que la vida le ha dado... No sabéis cuanto daría por ser yo quien estuviese en vuestro lugar, milord -Se cambiaría por él, máscara y dolor incluídos, sin lugar a dudas.
Cuando dice que sus errores la hacen hermosa, entreabre los labios para responderle, pero entonces él la besa, y ella sabe que la conversación ha llegado a su fin y que, efectivamente, no la pagan para que hable. Le responde con la misma avidez, entrelazando su hábil lengua con la de él en expertas caricias húmedas de los labios. Una de sus manos toma la que Leone tiene libre y la posiciona sobre su propia cintura, invitándole a que haga lo que desee con ella. La otra viaja por la espalda de él, siempre por encima de la tela, y llega hasta su costado, delineando por los pliegues de la tela toda la parte izquierda de su torso.
Es como si supiera que no debe palpar la derecha ni desabrochar los botones de esa prenda, igual que la máscara le está vetada. No hay que ser muy observadora para ello, aunque interiormente lamente que sea así, quizá por eso, de forma perfectamente disimulada, sus dedos reptan por encima de la camisa sobre el lado izquierdo, fugazmente, como una muestra anhelante de poder acariciar algún día las cicatrices que esconda, sean las que sean, pero de forma tan sutil que no parece adrede. Y antes de que pueda haber reproches, los mismos dedos han continuado su descenso más allá del vientre, mientras sus labios siguen fundidos en los de él...
Aicha 'Jade' Nazanin- Brujo
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Re: Il palazzo delle sirene
Y de nuevo sus palabras chocan contra un muro perfectamente tejido con amabilidad y condescendencia. Nunca le había gustado que le tratasen así pero se lo concede: era la tarea de la cortesana que si quería ser sincera como él le había pedido, actuar así para no ofenderle. Por lo que refrena su lengua a la hora de la respuesta y contiene su mano.
-Pensad como queráis, Jade -le concedió con amabilidad finguida. No creía que ella tuviera razón. Si así era él aún no lo había comprendido, aunque hubiera verdad en sus palabras y en los ojos de él se demostrasen aquellas dudas, aún tenía que descubrirlo y aceptarlo para luego aceptar por fin los labios de Aradia. Pero aún no. Debía ser doloroso saber aquello y estar obligada como estaba Jade por su oficio-. Pero estáis equivocada -repitió de nuevo, bajando los dedos por su cuello, bajo la tela de las extrañas ropas de Jade.
Se apoderó de los labios de la cortesana como un fuego, y pronto ella correspondió a su beso con igual hambre, ya fuera porque de verdad lo desease o porque conocía su trabajo. Encontró de pronto su propia mano guiada hasta la cintura de la muchacha, pudiendo notar las curvas de su cuerpo bajo sus dedos.
La tomó de la cintura, levantándola en el aire y la echó sobre la cama, cuya decoración era como la de la propia joven: sacada de las Mil y Unas Noches, con la diferencia de que Jade no era una Sherezade que fuera a contarle un cuento cada noche para evitar su muerte. Aquello era ficción como sus cuentos, como el amor que a veces narraban, como todo salvo aquel dolor que le quemaba el pecho y se le retorcía en las entrañas. Y sus labios al acariciar la piel de la cortesana así lo delataban.
Su cuerpo se tensó como un arco al sentir de pronto las manos de Jade sobre su espalda. El hombre se detuvo por completo, sentado sobre ella a horcajadas, pero la joven no fue más allá. La miró a os ojos y supo que entendía que era territorio vedado por mucho que sus dedos le suplicaran permiso entre caricias. No... No. Las heridas, tanto físicas como mentales y anímicas, estaban aún muy recientes. Su respiración se entrecortó ante su contacto pero al ver que no iba a ir más allá en ese sentido volvió a tumbarse sobre ella, bajando las manos por su cuerpo, quitando una a una cada una de las telas que lo cubrían para revelar a la joven que se escondía debajo.
-Pensad como queráis, Jade -le concedió con amabilidad finguida. No creía que ella tuviera razón. Si así era él aún no lo había comprendido, aunque hubiera verdad en sus palabras y en los ojos de él se demostrasen aquellas dudas, aún tenía que descubrirlo y aceptarlo para luego aceptar por fin los labios de Aradia. Pero aún no. Debía ser doloroso saber aquello y estar obligada como estaba Jade por su oficio-. Pero estáis equivocada -repitió de nuevo, bajando los dedos por su cuello, bajo la tela de las extrañas ropas de Jade.
Se apoderó de los labios de la cortesana como un fuego, y pronto ella correspondió a su beso con igual hambre, ya fuera porque de verdad lo desease o porque conocía su trabajo. Encontró de pronto su propia mano guiada hasta la cintura de la muchacha, pudiendo notar las curvas de su cuerpo bajo sus dedos.
La tomó de la cintura, levantándola en el aire y la echó sobre la cama, cuya decoración era como la de la propia joven: sacada de las Mil y Unas Noches, con la diferencia de que Jade no era una Sherezade que fuera a contarle un cuento cada noche para evitar su muerte. Aquello era ficción como sus cuentos, como el amor que a veces narraban, como todo salvo aquel dolor que le quemaba el pecho y se le retorcía en las entrañas. Y sus labios al acariciar la piel de la cortesana así lo delataban.
Su cuerpo se tensó como un arco al sentir de pronto las manos de Jade sobre su espalda. El hombre se detuvo por completo, sentado sobre ella a horcajadas, pero la joven no fue más allá. La miró a os ojos y supo que entendía que era territorio vedado por mucho que sus dedos le suplicaran permiso entre caricias. No... No. Las heridas, tanto físicas como mentales y anímicas, estaban aún muy recientes. Su respiración se entrecortó ante su contacto pero al ver que no iba a ir más allá en ese sentido volvió a tumbarse sobre ella, bajando las manos por su cuerpo, quitando una a una cada una de las telas que lo cubrían para revelar a la joven que se escondía debajo.
Alexandro 'Leone' Borgia- Mundano
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Re: Il palazzo delle sirene
Sabe que su amabilidad es fingida, sabe que no cree en las palabaras que ella le dice, pero se autoconvence de que no es asunto suyo que el hombre decida yacer con ella que con quien quiera que fuese la mujer cuyo amor no quería reconocer. Al fin y al cabo era él quien salía perdiendo, ella iba a seguir igual, este encuentro de trabajo iba a ser uno de los muchos que había tenido y tendría durante el resto de su juventud, no iba a significar nada más que el cumplimiento de su deber, era él quien probablemente después sufriría el dolor de la culpa y las dudas... Ella había intentado evitarle ese dolor, le habría incluso devuelto el dinero que había pagado a la señora, aunque a ella le supusiese un sacrificio reunirlo, pero Leone había escogido el camino del despecho y Jade, como era su obligación, le guiaría por él lo mejor que pudiera.
Se deja alzar, sabiendo que acabaran en la cama, y, sumisa, deja que se coloque sobre ella, aunque ante cada caricia de los labios del enmascarado le supiese a dolor contenido hasta el punto de casi poder sentirlo, pero para eso estaba hecha una cortesana, para saber callar y aguantar, para sentir lo que el diferente dueño de cada diferente noche decidiese expulsar de su cuerpo y enterrarlo en el de ella.
Cuando él se tensa ella sonríe, casi tranquilizadora, aunque en sus ojos fugazmente brilla una sensación: el pesar. Pero enseguida regresan a su verde opacidad que nada deja ver, mientras, dirigiendo sus labios al cuello de Leone, repta con su lengua hasta su oído, para responder a su muda advertencia
-No os preocupéis, mi señor... -Susurra, atrapándole el lóbulo entre los dientes y ejerciendo una suave succión- ...si vos no queréis mostrar lo que más hermoso os hace, yo no soy quien para exigíroslo... Sois vos quien dais las órdenes y yo la que obedecerá todas y cada una de ellas como vuestra humilde sierva... -Exhala el aliento en la piel de detrás de la oreja antes de iniciar el desceneso de su lengua por el cuello de él, tironeando con los dientes en algunos puntos- ...y, aunque mostrándoos lo seríais más todavía, oculto sois igualmente bello...
Por primera vez suena sincera más allá del velo de cortesía, al fin y al cabo no le pagan para mentir sobre ese tipo de aspectos, que supuestamente tendría incluso que omitir. Sin embargo, Aicha ni parece haberse dado cuenta de lo paradójico y extraño que pueden haber resultado sus palabras al decirle a ese hombre que considera que esas cicatrices que oculta con tanto recelo le podrían hacer más atractivo de lo que ya es, ni que pueda ser tomada por loca por aquello, no, ni tan siquiera se plantea que exista la posibilidad de que no pueda considerarse atractivo a un hombre como él... Nada de eso parece surcar su mente cuando, dócil, se deja desnudar mientras que una de sus manos desanuda con facilidad los cierres del pantalón de Leone.
Se deja alzar, sabiendo que acabaran en la cama, y, sumisa, deja que se coloque sobre ella, aunque ante cada caricia de los labios del enmascarado le supiese a dolor contenido hasta el punto de casi poder sentirlo, pero para eso estaba hecha una cortesana, para saber callar y aguantar, para sentir lo que el diferente dueño de cada diferente noche decidiese expulsar de su cuerpo y enterrarlo en el de ella.
Cuando él se tensa ella sonríe, casi tranquilizadora, aunque en sus ojos fugazmente brilla una sensación: el pesar. Pero enseguida regresan a su verde opacidad que nada deja ver, mientras, dirigiendo sus labios al cuello de Leone, repta con su lengua hasta su oído, para responder a su muda advertencia
-No os preocupéis, mi señor... -Susurra, atrapándole el lóbulo entre los dientes y ejerciendo una suave succión- ...si vos no queréis mostrar lo que más hermoso os hace, yo no soy quien para exigíroslo... Sois vos quien dais las órdenes y yo la que obedecerá todas y cada una de ellas como vuestra humilde sierva... -Exhala el aliento en la piel de detrás de la oreja antes de iniciar el desceneso de su lengua por el cuello de él, tironeando con los dientes en algunos puntos- ...y, aunque mostrándoos lo seríais más todavía, oculto sois igualmente bello...
Por primera vez suena sincera más allá del velo de cortesía, al fin y al cabo no le pagan para mentir sobre ese tipo de aspectos, que supuestamente tendría incluso que omitir. Sin embargo, Aicha ni parece haberse dado cuenta de lo paradójico y extraño que pueden haber resultado sus palabras al decirle a ese hombre que considera que esas cicatrices que oculta con tanto recelo le podrían hacer más atractivo de lo que ya es, ni que pueda ser tomada por loca por aquello, no, ni tan siquiera se plantea que exista la posibilidad de que no pueda considerarse atractivo a un hombre como él... Nada de eso parece surcar su mente cuando, dócil, se deja desnudar mientras que una de sus manos desanuda con facilidad los cierres del pantalón de Leone.
Aicha 'Jade' Nazanin- Brujo
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Re: Il palazzo delle sirene
Aunque ella no quiera él se da cuenta de por donde van sus pensamientos. Una especie de intuición. Los labios de Jade estaban sellados, sin decir nada al respecto, respetándole, pero había puesto en marcha los engranajes de su mente, y sus palabras resonaban en su corazón. Pero eran mentiras, mentiras. Aradia estaba equivocada. Había ido allí precisamente para olvidarse de ella, para regresar a los días antes de conocerla donde solo le preocupaba su venganza y cuánto hondo pudiera llegar a caer.
En respuesta a estos pensamientos las uñas del hombre se hunden ten los hombros de Jade, terminando de quitar las telas que la cubrían. Estas cayeron sobre el suelo como un manto extraño, olvidadas y los dedos de Leone bajaron por sus curvas, acariciandolas, bebiendo de su imagen con los ojos. ¿Cuántos años tendría aquella joven? Aparentaba menos de los que tenía seguramente con aquella mirada tan limpia de color esmeralda y esos labios dulces.
No se percata del leve brillo de tristeza en aquellos hermosos ojos, sintiendo un estremecimiento de placer al sentir sus dientes sobre su oreja, con la lengua acariciandole la piel y aquella voz de miel derramando palabras a su oido, susurrantes y deliciosas. Aunque pronto se tornan oscuras y tenebrosas para su alma. Lo que para Jade podía ser un hermoso cumplido para él no es si no una burla, una risotada en plena cara. La separa de él, empujándola contra la cama, con un brazo sobre su pecho impidiéndola levantars y la mano libre atrapando una de sus muñecas.
-No volváis a decir eso -siseó en voz baja, casi peligrosa. Más la voz que se espera en el campo de batalla que en el lecho, aunque para muchos fuera lo mismo vestido de diferente forma-. ¿Me habéis entendido? Obedecéis mis ordenes, decis, entonces no volváis a decir eso -repitió. Los ojos brillaban con ira, un destello azul feroz.
¿Creía que podía insultarle así? Bien que fuera su trabajo si así se lo ordenaban sus mayores en el palazzo pero él no pagaba por palabras bonitas y menos si se atrevían a insinuar que bajo la ropa era más hermoso. ¿Qué tontería era aquella? Aún con la máscara y la camisa era una abobinación. Sonaba tan sincera Jade... Pero no eran más que mentiras. Bueno, había pagado por una mentira, ¿no? Por una ilusión de amor cuando nadie en su sano juicio abrazaría su cuerpo o besaría sus labios por voluntad propia. Antaño si, ahora jamás.
Sentía que le faltaba el aire y se apartó un poco de Jade, con la respiración visiblemente agitado. De reojo volvió a mirar el hermoso cuerpo desnudo de la muchacha de ojos verdes bajo él y deslizó una mano bajo su ombligo, buscando recuperar el fuego que la realidad le arrebataba. ¿Por qué no lo habían matado en la Piombi y ahorrado todo aquello? Aún tenía que vengarse, se recordó pero... ¿qué más daba aquello? No le devolvería su rostro, su cuerpo, su alma... nada. Aunque debía engañlarse conque sí o nada le impediría morir.
En respuesta a estos pensamientos las uñas del hombre se hunden ten los hombros de Jade, terminando de quitar las telas que la cubrían. Estas cayeron sobre el suelo como un manto extraño, olvidadas y los dedos de Leone bajaron por sus curvas, acariciandolas, bebiendo de su imagen con los ojos. ¿Cuántos años tendría aquella joven? Aparentaba menos de los que tenía seguramente con aquella mirada tan limpia de color esmeralda y esos labios dulces.
No se percata del leve brillo de tristeza en aquellos hermosos ojos, sintiendo un estremecimiento de placer al sentir sus dientes sobre su oreja, con la lengua acariciandole la piel y aquella voz de miel derramando palabras a su oido, susurrantes y deliciosas. Aunque pronto se tornan oscuras y tenebrosas para su alma. Lo que para Jade podía ser un hermoso cumplido para él no es si no una burla, una risotada en plena cara. La separa de él, empujándola contra la cama, con un brazo sobre su pecho impidiéndola levantars y la mano libre atrapando una de sus muñecas.
-No volváis a decir eso -siseó en voz baja, casi peligrosa. Más la voz que se espera en el campo de batalla que en el lecho, aunque para muchos fuera lo mismo vestido de diferente forma-. ¿Me habéis entendido? Obedecéis mis ordenes, decis, entonces no volváis a decir eso -repitió. Los ojos brillaban con ira, un destello azul feroz.
¿Creía que podía insultarle así? Bien que fuera su trabajo si así se lo ordenaban sus mayores en el palazzo pero él no pagaba por palabras bonitas y menos si se atrevían a insinuar que bajo la ropa era más hermoso. ¿Qué tontería era aquella? Aún con la máscara y la camisa era una abobinación. Sonaba tan sincera Jade... Pero no eran más que mentiras. Bueno, había pagado por una mentira, ¿no? Por una ilusión de amor cuando nadie en su sano juicio abrazaría su cuerpo o besaría sus labios por voluntad propia. Antaño si, ahora jamás.
Sentía que le faltaba el aire y se apartó un poco de Jade, con la respiración visiblemente agitado. De reojo volvió a mirar el hermoso cuerpo desnudo de la muchacha de ojos verdes bajo él y deslizó una mano bajo su ombligo, buscando recuperar el fuego que la realidad le arrebataba. ¿Por qué no lo habían matado en la Piombi y ahorrado todo aquello? Aún tenía que vengarse, se recordó pero... ¿qué más daba aquello? No le devolvería su rostro, su cuerpo, su alma... nada. Aunque debía engañlarse conque sí o nada le impediría morir.
Alexandro 'Leone' Borgia- Mundano
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Re: Il palazzo delle sirene
Siente las uñas de Leone clavarse sobre sus hombros como las garras de una gárgola aferrándose a su presa. Sabe que es puro despecho, una forma de evitarse pensar en esa otra mujer, quien quiera que fuera, en cuyo amor no creía... Una lástima, pero ella no iba a insisitirle. Todo caería bajo su propio peso, como sus ropas habían caído ante las manos de él... Sí, Leone se acabaría dando cuenta de su error y ella, interiormente, solo deseaba que no lo hiciera demasiado tarde.
Nota su estremecimiento en lo que continúa desatando el cierre de su pantalón cuando, de repente, todo se torna brusco, peligroso, violento. Se ve aprisionada por Leone, cuando, separándose de ella, le oprime el pecho desnudo, casi impidiéndole que el aire ascienda por este, y oprime su muñeca, produciéndole un agudo dolor.
Y, sin embargo, en su semblante no muestra que la esté haciendo daño, salvo quizá porque se tense ligeramente como una reacción física natural. Si siente miedo, debe ser una gran actriz porque lo disimula a la perfección cuando, sin decir nada, le mantiene la mirada, tan sincera como han sido sus palabras, con sus hermosos ojos jade fijos en los azules del hombre, sin amedentrarse ante la ira que destilan esos dos cuchillos de hielo.
Cuando él se aparta tose, disimulándolo con la mano que no estaba sujeta, puesto que la otra se preocupa de estirarla sutilmente para aliviar el dolor que reprime. Se incorpora sobre la cama, quedando casi sentada, y, finalmente, asiente muy despacio, con desesperante lentitud:
-Como mi señor ordene... -Susurra, casi herida... Aunque enseguida logra disimularlo y volver a su gélida cortesía- Simplemente pensaba que habíais dicho que queríais que fuese sincera con vos, no pensé, por tanto, que os ofendería que os dijese lo que para mí es verdad... -Añade en voz más baja, ahora sonando tan educada como siempre- Es culpa mía haber sido tan necia de creer que realmente a algun hombre pudieran interesarle los pensamientos de una simple cortesana y por ello os pido disculpas -Sus ojos consiguen regresar a la inexpresividad- Os aseguro que de ahora en adelante solo utilizaré mi lengua para lo único para lo que vale... -Para dar placer al cuerpo de los hombres- Os lo ruego, pedonad mi osadía... Si deseais castigarme por ello, estáis en vuestro derecho -Más de una vez había sufrido la violencia de un hombre que decidía desahogarse con su cuerpo, desatando su rabia sobre ella... No le importaba, sabía evadirse hasta que todo terminaba: para eso la habían educado, para eso estaba hecha, la sumisión era una asignatura que había aprendido como cualquier otra, y ahora hacía gala de ello con sus dóciles palabras.
Se arrodilla, inclinando la cabeza, y hace a su mano regresar con la misma habilidad a los pantalones de Leone, buscando despojarle de estos para apaciguar a su bestia con las caricias que él ha comprado. Acerca su rostro al de él, invitándole a probar sus labios de nuevo, en un juramento de que no volverá a salir su voz por estos, pero sin atreverse a hacerlo ella, no por miedo, sino por cautela... Es él quien debe decidir.
Nota su estremecimiento en lo que continúa desatando el cierre de su pantalón cuando, de repente, todo se torna brusco, peligroso, violento. Se ve aprisionada por Leone, cuando, separándose de ella, le oprime el pecho desnudo, casi impidiéndole que el aire ascienda por este, y oprime su muñeca, produciéndole un agudo dolor.
Y, sin embargo, en su semblante no muestra que la esté haciendo daño, salvo quizá porque se tense ligeramente como una reacción física natural. Si siente miedo, debe ser una gran actriz porque lo disimula a la perfección cuando, sin decir nada, le mantiene la mirada, tan sincera como han sido sus palabras, con sus hermosos ojos jade fijos en los azules del hombre, sin amedentrarse ante la ira que destilan esos dos cuchillos de hielo.
Cuando él se aparta tose, disimulándolo con la mano que no estaba sujeta, puesto que la otra se preocupa de estirarla sutilmente para aliviar el dolor que reprime. Se incorpora sobre la cama, quedando casi sentada, y, finalmente, asiente muy despacio, con desesperante lentitud:
-Como mi señor ordene... -Susurra, casi herida... Aunque enseguida logra disimularlo y volver a su gélida cortesía- Simplemente pensaba que habíais dicho que queríais que fuese sincera con vos, no pensé, por tanto, que os ofendería que os dijese lo que para mí es verdad... -Añade en voz más baja, ahora sonando tan educada como siempre- Es culpa mía haber sido tan necia de creer que realmente a algun hombre pudieran interesarle los pensamientos de una simple cortesana y por ello os pido disculpas -Sus ojos consiguen regresar a la inexpresividad- Os aseguro que de ahora en adelante solo utilizaré mi lengua para lo único para lo que vale... -Para dar placer al cuerpo de los hombres- Os lo ruego, pedonad mi osadía... Si deseais castigarme por ello, estáis en vuestro derecho -Más de una vez había sufrido la violencia de un hombre que decidía desahogarse con su cuerpo, desatando su rabia sobre ella... No le importaba, sabía evadirse hasta que todo terminaba: para eso la habían educado, para eso estaba hecha, la sumisión era una asignatura que había aprendido como cualquier otra, y ahora hacía gala de ello con sus dóciles palabras.
Se arrodilla, inclinando la cabeza, y hace a su mano regresar con la misma habilidad a los pantalones de Leone, buscando despojarle de estos para apaciguar a su bestia con las caricias que él ha comprado. Acerca su rostro al de él, invitándole a probar sus labios de nuevo, en un juramento de que no volverá a salir su voz por estos, pero sin atreverse a hacerlo ella, no por miedo, sino por cautela... Es él quien debe decidir.
Aicha 'Jade' Nazanin- Brujo
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Re: Il palazzo delle sirene
Ni siquiera vió miedo en sus ojos. Como antes el rostro de Jade permaneció imperturbable aún a sabiendas de que posiblemente le costase respirar bajo su brazo, que le oprimía el torso por encima de los pechos. Notaba su presión bajo el antebrazo al respirar la muchacha pero esta solo le miraba fijamente. Ni siquiera había osadía o desafió en sus pupilas, tan solo calma.
Maldijo por lo bajo. No debería sorprenderle: las cortesanas eran ante todo actrices, finguiendo sentimientos que no sentían, susurrando palabras aprendidas antes. La muchacha podía estar muerta de miedo y él no lo sabría... o podría no estar asustada en absoluto como revelaba su expresión. Quizá se considerase demasiado valiosa para que él la rompiera. La presión sobre su pecho se acrecentó al inclinarse un poco más él, clavando en ella su mirada.
Nuevamente ella le regaló más de sus palabras: suaves y perfectamente medidas. Solo en el susurro inicial podía adivinarse que quizá estuviera ofendidao algo similar, el resto de su discurso es dicho con voz fría y pálida, ni siquiera mostrando ofensa o amargura por las palabras que ella misma decía. Leone no dejó de aprisionarla mientras la escuchaba. Jade dominaba a la perfección el arte de la cortesía pero él no era un paleto de los arrabales: antaño había visitado los grandes salones de Venecia y las altas fiestas de Roma: sabía lo que era la cortesía y cómo usarla, al igual que podía distinguir lo que la gente decía sin decir con ella.
Esperó a que terminase y ese final, ese "si deseáis castigarme por ello, estáis en vuestro derecho" enfureció su interior.¿Creía que por decirle aquello iba a librarse de sus palabras? La humildad era una buena virtud pero no borraba sus palabras. Más allá de que su tono fuera amable y cortes, inexpresivo sobre todo, él podía ver, o creía ver, por debajo algo muy diferente.
Le soltó un segundo el pecho pero antes de que pudiera siquiera terminar de dar una bocanada de aire, el dorso de la mano cruzó la cara de Jade, volviéndosela de la fuerza de la bofetada. Inmediatamente sus dedos atraparon el fino cuello de cisne de la cortesana.
-Sois una insolente -masculló en voz baja, acerada, peligrosa, muy acorde al brillo que en aquel momento tenían sus ojos-. Os han enseñado bien pero eso os ha dado alas. Sí, eres una necia, Jade -las palabras amargas de Jade no iban a refrenar su lengua. Si, le había pedido sinceridad pero que no creyera que iba a poder camuflar aquellas mentiras viperinas como verdades-. Una insolente, una necia y una estúpida -escupió con voz envenenada.
Ella le sostenía la mirada, aún sin mostrarse otra cosa que no fuera una cortesana de corazón de hielo. Cuando la mano de la mujer baja hacia sus pantalones él la atrapa, soltándole la otra mano. Podía ser hermosa como una noche hechizante de oriente, pero no por ello iba a salirse con la suya.
Aún sujetándola del cuello, sin rozar siquiera sus labios, rechazándola, llevó la mano que tenía atrapada de la joven bajo la camisa, sobre el pecho, junto al hombro. La obligó a apoyar la mano sobre las cicatrices. En su cuerpo había marcas de espadas e incluso de hechizos, las marcas que se va ganando un guerrero a lo largo de su vida, pero estas marcas de valor estaban ahogadas por las del látigo que le cruzaban toda la espalda y parte del pecho. La obligó a mirarle a los ojos.
-Y te atreves a intentar mentirme -dijo de nuevo-. Insolente, necia y estúpida, sobre todo estúpida -repitió-. ¿Y te atrevés a decrme que esto es algo hermoso?
Maldijo por lo bajo. No debería sorprenderle: las cortesanas eran ante todo actrices, finguiendo sentimientos que no sentían, susurrando palabras aprendidas antes. La muchacha podía estar muerta de miedo y él no lo sabría... o podría no estar asustada en absoluto como revelaba su expresión. Quizá se considerase demasiado valiosa para que él la rompiera. La presión sobre su pecho se acrecentó al inclinarse un poco más él, clavando en ella su mirada.
Nuevamente ella le regaló más de sus palabras: suaves y perfectamente medidas. Solo en el susurro inicial podía adivinarse que quizá estuviera ofendidao algo similar, el resto de su discurso es dicho con voz fría y pálida, ni siquiera mostrando ofensa o amargura por las palabras que ella misma decía. Leone no dejó de aprisionarla mientras la escuchaba. Jade dominaba a la perfección el arte de la cortesía pero él no era un paleto de los arrabales: antaño había visitado los grandes salones de Venecia y las altas fiestas de Roma: sabía lo que era la cortesía y cómo usarla, al igual que podía distinguir lo que la gente decía sin decir con ella.
Esperó a que terminase y ese final, ese "si deseáis castigarme por ello, estáis en vuestro derecho" enfureció su interior.¿Creía que por decirle aquello iba a librarse de sus palabras? La humildad era una buena virtud pero no borraba sus palabras. Más allá de que su tono fuera amable y cortes, inexpresivo sobre todo, él podía ver, o creía ver, por debajo algo muy diferente.
Le soltó un segundo el pecho pero antes de que pudiera siquiera terminar de dar una bocanada de aire, el dorso de la mano cruzó la cara de Jade, volviéndosela de la fuerza de la bofetada. Inmediatamente sus dedos atraparon el fino cuello de cisne de la cortesana.
-Sois una insolente -masculló en voz baja, acerada, peligrosa, muy acorde al brillo que en aquel momento tenían sus ojos-. Os han enseñado bien pero eso os ha dado alas. Sí, eres una necia, Jade -las palabras amargas de Jade no iban a refrenar su lengua. Si, le había pedido sinceridad pero que no creyera que iba a poder camuflar aquellas mentiras viperinas como verdades-. Una insolente, una necia y una estúpida -escupió con voz envenenada.
Ella le sostenía la mirada, aún sin mostrarse otra cosa que no fuera una cortesana de corazón de hielo. Cuando la mano de la mujer baja hacia sus pantalones él la atrapa, soltándole la otra mano. Podía ser hermosa como una noche hechizante de oriente, pero no por ello iba a salirse con la suya.
Aún sujetándola del cuello, sin rozar siquiera sus labios, rechazándola, llevó la mano que tenía atrapada de la joven bajo la camisa, sobre el pecho, junto al hombro. La obligó a apoyar la mano sobre las cicatrices. En su cuerpo había marcas de espadas e incluso de hechizos, las marcas que se va ganando un guerrero a lo largo de su vida, pero estas marcas de valor estaban ahogadas por las del látigo que le cruzaban toda la espalda y parte del pecho. La obligó a mirarle a los ojos.
-Y te atreves a intentar mentirme -dijo de nuevo-. Insolente, necia y estúpida, sobre todo estúpida -repitió-. ¿Y te atrevés a decrme que esto es algo hermoso?
Alexandro 'Leone' Borgia- Mundano
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Re: Il palazzo delle sirene
Permanece inmóvil, a la espera de lo que él desee hacer. Esa es su tarea, esperar y recibir lo que quien paga crea que se merece. Se incrementa la opresión en su pecho, y un pinchazo fuerte en el lado izquierdo al estar taponándole levemente el bombeo de sangre de su corazón. Y, ante una situación en la que cualquier mujer, cortesana o no, habría derramado lágrimas de dolor y habría pedido clemencia por su vida, ella permanece inexpresiva y serena, solo el leve enrojecimiento de su rostro demuestra que quizá la esté asfixiando.
Cuando cree que por fin va a poder tomar aire, un golpe cruza su rostro hacia un lado. Nuevamente, ante ese dolor inesperado, la reacción lógica, sea quien sea la mujer que recibe el golpe, es un sonido de queja como acto reflejo, o el brillo en los ojos de unas lágrimas bien contenidas que una cortesana podría no derramar en ese momento pero si se vislumbrarían en sus irises. Sin embargo, en las esmeraldas engarzadas en el rostro de Jade, sigue sin haber nada. Probablemente porque cuando se reciben golpes desde que se tiene uso de razón, una se inmuniza, claro que eso Leone no puede saberlo.
-¿Alas? -Suelta una amarga carcajada, sesgada por la falta de aire- Si las tuve, me las cortaron cuando sin tener apenas uso de razón, siendo tan solo una niña que recién había aprendido a leer y escribir, me tatuaron un número y ese nombre que vos considerastéis tan acertado en la nuca -Era cierto, bajo su mata de pelo, letras del alifato persa rezaban el mote de Jade, y un número que ya ni recordaba pero que la asociaba con lo que era, una más en una larga lista de niñas que no pudieron elegir su destino y para las que ni su nombre tenía valor- Podéis insultarme, pero vos habéis pagado por mi cuerpo, no por mi alma ni por mi mente, luego vuestras palabras serán para mí como gotas de lluvia sobre un cristal: mojan, pero no traspasan. -Le cuesta hablar por la falta de oxígeno, al tener el cuello apretado por los fuertes dedos de él, pero logra mantener el tono tranquilo y educado, aunque ahogado, solo que ahora además es sincero- No vais a modificar mis pensamientos ni mis creencias por más que me neguéis el poder decirlos, seguirán dentro de mí. Podéis castigarme, mi señor, tenéis ese derecho... Pero solo dañaréis un cuerpo que a veces maldigo, ¿creéis acaso que con eso vais a lograr que si no pienso algo, lo diga como si así fuera? -Cada vez entrecorta más las palabras- Nunca ha sido mi intención ofenderos, y os pido disculpas, porque sí, soy una necia... Pero por pensar que, cuando me preguntasteis qué era lo que pensaba, estaba ante un hombre diferente a muchos de los que vienen aquí, alguien que no infravaloraba a las mujeres por su sexo o la profesión que ejercían y que era capaz de considerar mínimamente valiosa la opinión de estas... -Su mirada sigue siendo fría, aunque parezca algo más perdida de lo habitual- Por eso y no por haber sido sincera soy estúpida, por creer que lo que a una puta se le pase por la cabeza le pueda interesar a los que han pagado por sus agujeros -Por primera vez ha dicho algo fuera de la cortesía, y ahora ya no parece importarle.
Cuando él la obliga a introducir la mano bajo la camisa y la apoya sobre sus deformes cicatrices, lejos de intentar retirarla como cualquier persona haría, de apartarle a él la mirada para que no se leyese la repulsión que algo así causaría en muchas mujeres y en más de un hombre, ella permanece con sus ojos jade tranquilos y fijos en esas dos dagas de hielo azul. Es más, al no poder mover la mano y acariciarle, lo hace con las yemas de sus dedos, presionando con suavidad y delicadeza, moviéndolos todo lo que su agarre le permite en caricias suaves cargadas de algo, una sensación que esta vez no oculta como hace siempre: admiración. Hace un esfuerzo enorme por asentir pese a la falta de movilidad de su cuello:
-Sí -Responde, tajante- Me atrevo a decirlo pero no os estoy mintiendo. -Se reafirma- Para mi eso os hace hermoso, digno de admirar, puesto que esas marcas son cada una el símbolo de una historia. A más cicatrices, más historias que contar... Y las cicatrices que veo con las yemas de mis dedos son las que narran historias cuyo desenlace solo podría haber superado con vida un hombre lleno de fortaleza, de valor, de voluntad... No muchos podrían haber sobrevivido a marcas como estas, plagadas de magia ofensiva, de un dolor inhumano, de un látigo mortífero. La mayoría hubieran muerto por una de esas heridas, y los que no se habrían quitado la vida... Vos no. -Susurra, al no poder hablar en voz más alta si no quiere ahogarse- ¿Qué es lo que tiene de hermoso un hombre que toda la vida ha crecido entre algodones, sin conocer el dolor y, pese a haberlo tenido todo, libertad, educación, dinero... Se hubiera dedicado a manchar sus manos de sangre inocente, a sucumbir a la ambición cuando le sobran las posesiones y a dejar que sean otros los que sufran las héridas por él? -Pregunta, retórica- Nada. Podría tener un rostro angelical, un cuerpo escultural... Pero para mí sería el más horrendo de los hombres y al mirarle solo vería fealdad... -Cierra los ojos, intentando tomar algo de aire, consiguiendo una bocanada forzosa, y vuelve a mirarle fijamente- En cambio os miro a vos, acaricio vuestro torso, y veo a un hombre hermoso, por todos los valores virtuosos que narran sus marcas, pero engañado por las concepciones de la gente vacía de mente... -Sus ojos, por primera vez, abandonan su opacidad y permanecen como un libro abierto, permitiéndole leer la sinceridad de sus palabras en ellos- ¿Qué es la belleza, mi señor? ¿Armonía, proporción... Cuál es la ley que la decide? ¿Quién tiene más derecho que otro a calificarla universalmente? -Sus dedos siguen acariciando mientras habla- Los griegos tenían sus cánones, yo tengo los míos... Y ni vos ni nadie va a lograr que los cambie, por mucho que se me acuse de loca, de necia o de osada, yo solo estoy siendo sincera.
Permanece en silencio tras haberle respondido, intentando nuevamente recuperar algo de aire, pues su rostro sigue enrojeciéndose, pero aguanta, como si una fortaleza interior impidiera que se derrumbara, como si hubiera algo más rodeándoles que le diera las fuerzas para resistir sin comenzar a toser... Aunque estaba cerca. Y, pese a estar rozando el límite, se permite hacer el esfuerzo de volver a hablar, de nuevo recuperando la inexpresividad en su semblante congestionado y la frialdad de su mirada, que vuelve a ser vacía:
-Podéis hacer lo que más os plazca, signore: golpearme, herirme, insultarme...; podéis tomarme con toda la violencia que deseéis; podéis matarme aquí mismo...; o podéis marcharos y decirle a mi señora lo insolente que he sido para que ella decida que castigo darme. -Las posibilidades eran muchas- Quizá así mi destino de un giro, me expulsen de aquí y de mi orden y, por consecuente, reciba la muerte... ¿Creéis acaso que me importa? -No da tiempo a que responda- Si me importase, ya estaríais muerto, en Persia, no solo se nos enseña a ser objetos de placer, que es lo principal, sino a ser armas... -Y ella era mortífera- Pero no me importa: Siempre otros han decidido sobre mi destino, no sería nada nuevo que vos lo hicierais... Solo seríais un jugador más sobre el tablón de mi vida... -Tose, finalmente, sin poder respirar más, sintiendo que si él no la suelta pronto ese lecho será su tumba- Quién sabe... Igual, si los locos de la iglesia tuvieran razón y no yo... Quizá... Quizá encuentre por fin calor... En los brazos del averno... -Sonríe, cerrando los ojos, como si la posibilidad de morir se le tornase repentinamente apacible- Sea como sea... Prefiero morir en manos de alguien como vos... Así será hermoso el dueño de los últimos ojos que he visto.
Cuando cree que por fin va a poder tomar aire, un golpe cruza su rostro hacia un lado. Nuevamente, ante ese dolor inesperado, la reacción lógica, sea quien sea la mujer que recibe el golpe, es un sonido de queja como acto reflejo, o el brillo en los ojos de unas lágrimas bien contenidas que una cortesana podría no derramar en ese momento pero si se vislumbrarían en sus irises. Sin embargo, en las esmeraldas engarzadas en el rostro de Jade, sigue sin haber nada. Probablemente porque cuando se reciben golpes desde que se tiene uso de razón, una se inmuniza, claro que eso Leone no puede saberlo.
-¿Alas? -Suelta una amarga carcajada, sesgada por la falta de aire- Si las tuve, me las cortaron cuando sin tener apenas uso de razón, siendo tan solo una niña que recién había aprendido a leer y escribir, me tatuaron un número y ese nombre que vos considerastéis tan acertado en la nuca -Era cierto, bajo su mata de pelo, letras del alifato persa rezaban el mote de Jade, y un número que ya ni recordaba pero que la asociaba con lo que era, una más en una larga lista de niñas que no pudieron elegir su destino y para las que ni su nombre tenía valor- Podéis insultarme, pero vos habéis pagado por mi cuerpo, no por mi alma ni por mi mente, luego vuestras palabras serán para mí como gotas de lluvia sobre un cristal: mojan, pero no traspasan. -Le cuesta hablar por la falta de oxígeno, al tener el cuello apretado por los fuertes dedos de él, pero logra mantener el tono tranquilo y educado, aunque ahogado, solo que ahora además es sincero- No vais a modificar mis pensamientos ni mis creencias por más que me neguéis el poder decirlos, seguirán dentro de mí. Podéis castigarme, mi señor, tenéis ese derecho... Pero solo dañaréis un cuerpo que a veces maldigo, ¿creéis acaso que con eso vais a lograr que si no pienso algo, lo diga como si así fuera? -Cada vez entrecorta más las palabras- Nunca ha sido mi intención ofenderos, y os pido disculpas, porque sí, soy una necia... Pero por pensar que, cuando me preguntasteis qué era lo que pensaba, estaba ante un hombre diferente a muchos de los que vienen aquí, alguien que no infravaloraba a las mujeres por su sexo o la profesión que ejercían y que era capaz de considerar mínimamente valiosa la opinión de estas... -Su mirada sigue siendo fría, aunque parezca algo más perdida de lo habitual- Por eso y no por haber sido sincera soy estúpida, por creer que lo que a una puta se le pase por la cabeza le pueda interesar a los que han pagado por sus agujeros -Por primera vez ha dicho algo fuera de la cortesía, y ahora ya no parece importarle.
Cuando él la obliga a introducir la mano bajo la camisa y la apoya sobre sus deformes cicatrices, lejos de intentar retirarla como cualquier persona haría, de apartarle a él la mirada para que no se leyese la repulsión que algo así causaría en muchas mujeres y en más de un hombre, ella permanece con sus ojos jade tranquilos y fijos en esas dos dagas de hielo azul. Es más, al no poder mover la mano y acariciarle, lo hace con las yemas de sus dedos, presionando con suavidad y delicadeza, moviéndolos todo lo que su agarre le permite en caricias suaves cargadas de algo, una sensación que esta vez no oculta como hace siempre: admiración. Hace un esfuerzo enorme por asentir pese a la falta de movilidad de su cuello:
-Sí -Responde, tajante- Me atrevo a decirlo pero no os estoy mintiendo. -Se reafirma- Para mi eso os hace hermoso, digno de admirar, puesto que esas marcas son cada una el símbolo de una historia. A más cicatrices, más historias que contar... Y las cicatrices que veo con las yemas de mis dedos son las que narran historias cuyo desenlace solo podría haber superado con vida un hombre lleno de fortaleza, de valor, de voluntad... No muchos podrían haber sobrevivido a marcas como estas, plagadas de magia ofensiva, de un dolor inhumano, de un látigo mortífero. La mayoría hubieran muerto por una de esas heridas, y los que no se habrían quitado la vida... Vos no. -Susurra, al no poder hablar en voz más alta si no quiere ahogarse- ¿Qué es lo que tiene de hermoso un hombre que toda la vida ha crecido entre algodones, sin conocer el dolor y, pese a haberlo tenido todo, libertad, educación, dinero... Se hubiera dedicado a manchar sus manos de sangre inocente, a sucumbir a la ambición cuando le sobran las posesiones y a dejar que sean otros los que sufran las héridas por él? -Pregunta, retórica- Nada. Podría tener un rostro angelical, un cuerpo escultural... Pero para mí sería el más horrendo de los hombres y al mirarle solo vería fealdad... -Cierra los ojos, intentando tomar algo de aire, consiguiendo una bocanada forzosa, y vuelve a mirarle fijamente- En cambio os miro a vos, acaricio vuestro torso, y veo a un hombre hermoso, por todos los valores virtuosos que narran sus marcas, pero engañado por las concepciones de la gente vacía de mente... -Sus ojos, por primera vez, abandonan su opacidad y permanecen como un libro abierto, permitiéndole leer la sinceridad de sus palabras en ellos- ¿Qué es la belleza, mi señor? ¿Armonía, proporción... Cuál es la ley que la decide? ¿Quién tiene más derecho que otro a calificarla universalmente? -Sus dedos siguen acariciando mientras habla- Los griegos tenían sus cánones, yo tengo los míos... Y ni vos ni nadie va a lograr que los cambie, por mucho que se me acuse de loca, de necia o de osada, yo solo estoy siendo sincera.
Permanece en silencio tras haberle respondido, intentando nuevamente recuperar algo de aire, pues su rostro sigue enrojeciéndose, pero aguanta, como si una fortaleza interior impidiera que se derrumbara, como si hubiera algo más rodeándoles que le diera las fuerzas para resistir sin comenzar a toser... Aunque estaba cerca. Y, pese a estar rozando el límite, se permite hacer el esfuerzo de volver a hablar, de nuevo recuperando la inexpresividad en su semblante congestionado y la frialdad de su mirada, que vuelve a ser vacía:
-Podéis hacer lo que más os plazca, signore: golpearme, herirme, insultarme...; podéis tomarme con toda la violencia que deseéis; podéis matarme aquí mismo...; o podéis marcharos y decirle a mi señora lo insolente que he sido para que ella decida que castigo darme. -Las posibilidades eran muchas- Quizá así mi destino de un giro, me expulsen de aquí y de mi orden y, por consecuente, reciba la muerte... ¿Creéis acaso que me importa? -No da tiempo a que responda- Si me importase, ya estaríais muerto, en Persia, no solo se nos enseña a ser objetos de placer, que es lo principal, sino a ser armas... -Y ella era mortífera- Pero no me importa: Siempre otros han decidido sobre mi destino, no sería nada nuevo que vos lo hicierais... Solo seríais un jugador más sobre el tablón de mi vida... -Tose, finalmente, sin poder respirar más, sintiendo que si él no la suelta pronto ese lecho será su tumba- Quién sabe... Igual, si los locos de la iglesia tuvieran razón y no yo... Quizá... Quizá encuentre por fin calor... En los brazos del averno... -Sonríe, cerrando los ojos, como si la posibilidad de morir se le tornase repentinamente apacible- Sea como sea... Prefiero morir en manos de alguien como vos... Así será hermoso el dueño de los últimos ojos que he visto.
Aicha 'Jade' Nazanin- Brujo
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