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La noche de Samhain [Terminada] Empty La noche de Samhain [Terminada]

Mensaje por Cain Lun Oct 12, 2009 12:11 am

¿A alguien le suena de algo?
Podría decir que es una parida de historia basada en una parida de rol pero... es que está quedando bien '3'


La noche de Samhain


Dedicada a Esther, Oriana, Héctor y Nerea
por las palomitas, el te y el rol ^^
Y de estrangis a Celia, Sergio y todos los demás
por la quedada (y limpiar la cocina).
Y por último a las llamadas de Laura.
¡¡URRARUM!!



    Capítulo I


Cuando los vió aparecer se mantuvo al margen. Levantó la mirada levemente, sin llamar la atención. El alcalde, más allá, ya había sido avisado de la llegada de los aventureros y estaba preparado: en el mismo instante en que la puerta se abrió, se levantó, apartando la silla, y se adelantó. Junto a él, el grupo de hombres a cargo del pueblo se mantuvo atento también.
El primero en entrar fue un hombre de buena estatura, debía rondar los veintialgo, hacia los treinta pero sin llegar aún. Tenía el cabello negro, largo y liso, con la frente despejada. Los ojos, de un azul intenso y gélido, recorrieron la estancia con rapidez y desdén. Apenas se detuvieron en ella un segundo antes de pasar a la parte interesante de la congregación: el alcalde y su séquito. Sus vestimentas, de color oscuro, detonaban posición de nobleza, con el abrigo largo casi hasta los tobillos y abierto. Ella apartó la mirada, sin querer llamar su atención.
Tras él, casi invisible, apareció un joven de aspecto desgarbado y complexión atlética, con el cabello revuelto de color oscuro y unos curiosos y brillantes ojos ambarinos. Vestía como un sirviente, y del grupo era el que menos destacaba. Alrededor del cuello llevaba un collar de cuero, sencillo y desnudo.
A continuación entró una joven de unos veinte años, de cabellos dorados. Parecía rodeada de una especie de aura blanquecina y luminosa. Sus ojos, azules también, mostraban un tinte cálido y agradable, mientras sus ropas la colocaban como miembro del clero. Llevaba una pequeña bandolera donde debía guardar los objetos de su cargo: pergaminos, colgantes y demás.
Por último, de forma oscura y sibilina, entró en la estancia un último hombre. El más alto de todo el grupo, y el más musculoso con diferencia, vestía de forma más bien austera, con cueros y ropas de viaje, con múltiples bolsillos y más de un arma a la vista: sin ir más lejos el hombre lucía un cuchillo de caza colgado del cinturón, a fácil distancia de la mano. Sus ojos desprendían un brillo acerado y vigilante, silencioso como una sombra y astuto como una serpiente, parecía emitir una señal de peligro, el aura propia de un cazador errante. Y no un cazador normal.
No obstante la joven, lejos de ver todos aquellos detalles, los intuyó. Sus dedos tantearon la baraja para extraer una nueva carta y colocarla frente a las otras. No necesitaba ojos para saber qué mostraba la tirada y al sentirlo frunció el ceño levemente.
El primero de los visitantes, de aspecto noble, se aproximó al alcalde.
-Buenas tardes.
-Buenas tardes –fue la respetuosa respuesta de este, con un gesto de cabeza. A su alrededor la curiosa corte guardaba silencio-. Me alegro de que ya hayan llegado. ¿Han encontrado agradable el viaje?
-Mucho –respondió el hombre, cortante. Tras él, el cazador tan solo hizo un gesto para demostrar su conformidad. Mientras la joven religiosa miraba a su alrededor, representación física de la curiosidad-. Pero me gustaría hablar de algo diferente –el alcalde no necesitaba palabras para saber a qué se refería, y asintió-. ¿Cómo sucedió la muerte?
-Fue destripada… pero no tenemos claro quién, ni qué, lo hizo –consiguió responder el hombre, cerrando los ojos. Llevaba los últimos minutos pensando cómo expresar aquello en voz alta y la indiferencia del noble no invitaba demasiad a rememorar los detalles del asesinato de su mujer.
El moreno pareció meditar la respuesta unos instantes y, tras un asentimiento, lanzó una segunda pregunta perfectamente planeada:
-¿Fue algo humano o sobrenatural?
Nuevamente el alcalde negó con impotencia, incapaz de aportar ningún dato de utilidad.
-No lo sabemos.
-Nos gustaría ver donde murió.
-Ahora mismo… les guiará Sir William –accedió al momento el alcalde, agradeciendo librarse de la mirada del hombre y de poder eludir el tema del asesinato.
Sir William dio un paso al frente y sacó al grupo de la habitación principal del edificio. Nadie pareció fijarse en el joven de ojos ambarinos que no dejaba de contemplar a la joven que, sola en una esquina, contemplaba las cartas distribuidas en un extraño solitario.
El alcalde y los demás volvió a su anterior conversación, insulsa, de banales temáticas del pueblo y su dirección. Mientras él se aproximó a la joven.
-Hola.
Ella alzó la mirada.
Una mirada blanca, como la niebla, impoluta, sin iris ni pupila de nacimiento, incapaz de ver el mundo mortal con ojos mortales. Los cabellos pelirrojos le caían sobre los hombros, enmarcándole un rostro pálido y lleno de pecas, típicamente irlandés.
-Hola.
-¿Qué haces?
-Consulto los hados –respondió la joven con voz suave, mística. El joven asintió, contemplando las cartas que, vistas de cercan, distaban mucho de un solitario.
Había tan solo tres cartas sobre la mesa, una junto a otra, elaboradas con delicadas ilustraciones y nombres escritos en el bajo. Primero el sol, al final el dibujo de un diablo y entre medias la llamada Rueda de la Fortuna. Si algo se aprendía de criarse entre brujas era la estructura del tarot.
-No parece augurar nada bueno –comentó el joven, sentándose frente a ella.
-Depende de cómo se interpreten los signos –respondió ella con calma. Un duelo, eso representaban aquellas tres sencillas y hermosas cartas tan delicadamente dispuestas entre ambos en la mesa.
Ella alzó la mirada de nuevo, fijando sus ojos inútiles en el joven.
-No puedo hacer nada –dijo de pronto y el joven de ojos dorados apartó la mirada. Ella, con cuidado, acarició su cuello con los dedos, pasándolos por el collar de cuero. En su voz había tristeza real, profunda y basta. Era la primera vez que se veían y, sin embargo, era tan sincera…
Will negó con la cabeza, con una sonrisa.
-No pasa nada –contestó, pero a ella no podía engañarla. Lo sabía, podía verlo en su aura, brillante, pulsante, hermosa y atrayente como la de una estrella que hacía empalidecer a todas las demás almas de la estancia.
-Mi madre sí habría podido –la tristeza se hizo aún más honda en la voz de la chica que apartó la mirada.
-Pero parece que está muerta –intentó suavizar la expresión, expresarla con delicadeza, sin querer herirla. Podía sentir la sincera preocupación de ella por él, algo no muy frecuente.
Ella no respondió, se limitó a asentir y confirmar lo evidente.
-¿Sabes algo de lo que ocurrió?
-Poco. Sé que fueron sabuesos, pero nada más.
-¿Visitó alguien a tu madre antes de su muerte? –aquello debía ser doloroso pero la joven pareció sobreponerse a ello con envidiable heroicidad.
-No, nadie.

Sir William abrió la puerta del cuarto y los tres extranjeros entraron en la sala. Se trataba de un cuarto típico, elegante, nada comparado con las habitaciones de nobles de Londres o Edimburgo, pero con detalles que ponían en relevancia su condición: una cómoda con varios peines y similares instrumentos femeninos de acicalamiento, pequeños frascos de perfumes y demás.
Nuevamente el de negro fue el primero en entrar en el cuarto. Todo estaba demasiado callado, silencioso y vacío. Algo fallaba. ¿Dónde estaba el alma de la difunta? ¿Quién se la había llevado? Pues no había otra solución posible dado que el alma no desaparecía ella sola. Salvo aquello poco más podía sacarse en claro del cuarto: las sábanas estaban manchadas de sangre y se intuían sombras sobrenaturales en los rincones pero apenas nada más.
El cazador investigó cada rincón de la habitación pero tanto él como la chica sabían que allí no encontrarían nada. Intercambiaron un par de palabras con Sir William y decidieron regresar a la sala principal del edificio.

La joven le había llamado la atención desde el principio: su aura era demasiado especial, similar a la de un vidente. De los que había allí era la única que parecía que pudiera decirles algo de utilidad. Así que nada más regresar a la sala principal, el moreno de ropas negras se dirigió al alcalde y sus hombres. Algo debió decirles que abandonaron la sala sin oponer resistencia ni percatarse de la chica. Ninguno de ellos parecía tener conexión con lo sobrenatural como para ver su aura.
Will se puso en pie, separándose de ella un poco cuando el extravagante trío se aproximó a ellos. Ninguno pareció fijarse en él pero aún así explicó:
-Sabuesos –no añadió nada más, ellos podían sacar sus conclusiones.
El de pelo negro y ropa a juego lo miró un instante y luego volvió sus ojos azules, penetrantes, hacia la chica.
-¿Se lo has dicho tú?
-Lo que a él se le ha dicho quizá no deba ser oído por otros –respondió ella con voz gélida, alzando la cabeza, orgullosa a pesar de su escasa estatura y su infantil aspecto. No debía tener más de quince o dieciséis años.
El hombre frunció el ceño, visiblemente irritado por tal contestación, poco acostumbrado a las disidencias y más de una mujer tan joven.
-Hemos venido a investigar la muerte de tu madre, chiquilla, creo que sería más lógico que nos ayudarás.
Los ojos de la chica seguían velados, pero se pudo ver una leve honda de turbación que recorrió su rostro unos instantes, recordando los sucesos.
-¿Qué es lo que sabes? –preguntó el guerrero, avanzando, para evitar que el otro hombre dijera nada más, a la vista de que no era del agrado de la chica.
Ella se volvió hacia él y aunque aparentaba estar más tranquila, aún se la veía entristecida y asustada.
-No vi nada, ella me dijo que me fuera.
-¿Entonces ella sabía lo que iba a ocurrir? –preguntó confusa la mujer de hábito, Cassandra.
La joven negó con la cabeza.
-Pero lo intuía.
-¿Oíste algo? –intervino de nuevo el primer hombre de negro, con voz fría y cortante.
-Solo a los sabuesos…
Casandra, a la vista de que el tema no era del agrado de la joven, se agachó junto a ella.
-¿Cómo te llamas?
-Grainne –respondió ella levantando un poco la cabeza de nuevo.
-¿Sabes si hay algún mago más en el pueblo a parte de tu madre?
-Una mujer, una curandera… -asintió ella.
-¿Nos llevarías?
Un nuevo asentimiento por parte de la joven. El sirviente la miró y sonrió, para darle ánimos a pesar de su silencio. El guerrero se limitó a demostrar con un gesto su conformidad y dirigirse hacia la puerta, seguido del otro hombre cuya capa hondeo al aire al girarse. Grainne recogió su baraja de cartas y de un saltito bajó de la silla, yendo hacia la salida del salón.


Última edición por Cain el Dom Nov 01, 2009 3:31 am, editado 1 vez
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Mensaje por Fahd 'Umbra' Hasshîm Lun Oct 12, 2009 2:45 am

¡OMG! *____*

Para no sonarme. Sigue, sigue Shocked
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Mensaje por Cain Lun Oct 12, 2009 7:02 am

Por cierto, si alguien tiene un titulo mejor... se acepta.

Lo malo es qe Cassandra hasta el final y Samael en general tienen poco protagonismo, pero intentaré que en la historia participen un poquito más ¬¬

Quizá tarde en actualizar proque voy a ir subiendo capítulos enteros.
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Mensaje por Alanna D'Ventri Mar Oct 13, 2009 11:25 am

Oh, sí... recuerdo bien esa partida porque me estaba sobando viva xD (y pensar que luego no dormimos NADA... e_e). ¿Era Samael, mi hombre? No me acuerdo. xDD

Buen comienzo. Síguela. *-* Y el título me encanta, no lo toques. xD
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Mensaje por Sherezade Sabaraiä Jue Oct 15, 2009 8:35 am

Esa partida fue la priemra que hicimos o la segunda?? :S Es que no me acuerdo.. Sad
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Mensaje por Cain Jue Oct 15, 2009 8:36 am

Es en la que no estuviste, la del día antes de ir a la quedada grande. Noche del 3 al 4.

No iba a ponerme a escribir uan historia de gusiluces xDDDDDDDD
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Mensaje por Cain Vie Oct 16, 2009 3:42 am

Dado que esto ha pasado de rol a histoia hay cosas que me he tomado la liebrtad de añadir para que se comprenda mejor y que todos los P.js hagan algo xDDD. Y dialogos que están un poco cambiados par añadir información... aunque también es cupa de que em acuerdo poco xD. Cualquier fallo notable, decidmelo.
A papel tengoe scritos hasta el capítulo 5 incluidos, aquí os dejo el segundo que acabo de pasar a ordenador:




    Capítulo II


Si en el interior del edificio principal los responsables del pueblo se mostraban preocupados y encerrados en si mismos, no era diferente en el exterior del pueblo. Las calles estaban casi desiertas y la poca gente que había vestía de tonos oscuros y mostraba rostros serios y asustadizos. Apenas había niños y los pocos que había iban de la mano de sus madres, sin entretenerse con juegos o amigos. La gente se concentraba en especial en la plaza del pueblo, amplia y bella con un pequeño pozo en una esquina, junto a los puestos de mercados.
No era día de alegrías.
Grainne, pese a sus ojos muertos, los guiaba a través de las calles con gran habilidad. Will miró a su alrededor, sintiendo un escalofrío ante el ambiente sombrío y oscuro del pueblo. Daba escalofríos. Echó un vistazo al resto del grupo: el de la capa negra no parecía ni percatarse de ello; el cazador miraba a su alrededor alerta; y la mujer rubia se había aproximado a la niña con la que conversaba en voz baja. Por sus expresiones parecía intentar animarla.
Dado que ninguno de sus compañeros parecía fijarse en él, se separó del resto, con intención de quedarse en la plaza. De entre las ropas extrajo una delicada flauta de pan atada con un cordel, regalo de una vieja amiga wiccana, largo tiempo atrás, en los bosques. Cuando su vida era otra.
Se llevó el objeto a los labios y sus dedos pulsaron el instrumento, haciendo que una melodía acudiera y se materializara a través de él. Era una tonada de comienzo lento que atraía la atención de las tristes gentes de aquel pueblo. Más de uno alzó la cabeza de sus quehaceres y se giró hacia el joven, atraído por la música que tenía un tono sanador.
Quizá tras la música le contasen algo de lo que ocurría, esa era la idea del joven.
Pero la música terminó de forma abrupta cuando oyó una voz siseante y gélida tras él:
-¿Qué se supone que haces?
Se giró con un salto sobresaltado para toparse de bruces con la pálida cara del hombre de la capa negra, cuyos ojos brillaron con rabia.
-Toco –respondió, con la cabeza bien alta, el músico-. Quizá así luego quieran hablar conmigo. Más que contigo sin duda, Cain.
Insolente. Y muy consciente de lo que su insolencia le costaría cara, muy cara.
Como el joven ya suponía el dolor llegó, bastó y agudo, pero por fortuna durante poco tiempo. En un lugar tan público no podía permitirse torturarlo más de unos segundos, haciendo que su rostro se contorsionase de dolor. Un castigo que nadie más que ellos dos podía saber, pues no era un golpe físico si no mágico, canalizado a través del collar que llevaba al cuello.
Una vez acabada la música los aldeanos se habían olvidado del músico y el resto del grupo no parecía haberse dado cuenta ni de su ausencia y seguía caminando calle arriba.
- Maldito seas –escupió Will con el odio brillando en sus ojos de ámbar. Como respuesta obtuvo una sonrisa oscura.
Aquel gesto avivó la rabia que sentía en su interior, el odio acumulado contra aquel hombre y, sin parar a pensárselo, a sabiendas de que era una locura, asestó un puñetazo a aquel rostro blanco.
La expresión, primero de sorpresa desconcertada ante tal atrevimiento, y luego de rabia, que surcó la cara de Cain no pudo ocasionarle mayor placer. Cuando fue golpeado de nuevo por aquella magia mental aún sonreía.
-Estúpido –masculló Cain, apretando más aquella magia alrededor de su cuello, obligándolo a postrarse de rodillas-. No olvides tu sitio –le recomendó con voz envenenada. Si no fuera porque la magia innata de aquel joven le era útil, ya lo habría matado.
Al parecer el cazador ya se había dado cuenta de que se habían quedado atrás ya que se había girado y conducido al grupo de vuelta a la plaza.
-¿Qué ha pasado? –preguntó angustiada la rubia sacerdotisa, Cassandra, mirando a Will de rodillas y el rostro aburrido de Cain.
-Un tropiezo nada más –respondió el hombre de negro y el encantamiento de niebla del collar del otro corroboró su versión. No obstante cuando su mirada se cruzó con la de Grainne supo que engañarla a ella no sería tan fácil.
Ignoró su mirada y echó a andar de nuevo.
-¿No íbamos a ver a la curandera? –preguntó con calma al tiempo que Will, sumiso, se levantaba del suelo.
-Grainne me ha dicho que se llama Helena –comentó Cassandra, tratando de dejar atrás el extraño episodio, con su voz tímida y serena-. También me ha dicho que el de su madre no ha sido el primer asesinato: algo malo está rondando este pueblo.
El silencioso cazador hizo un gesto afirmativo.
-Será mejor que nos demos prisa pues.
Todos se mostraron de acuerdo con la sugerencia y Grainne se colocó de nuevo a la cabeza de la comitiva, guiándolos hasta el final del pueblo donde este estaba a punto de ser bosque y no pueblo. La casa era digna de una curandera: hecha en madera y con plantas trepadoras enroscadas en la entrada, había flores y una ardilla que les miró desde el jardín y se escabulló hacia el bosque cuando se acercaron. Aún así, a pesar de la vida que desprendía la casa, el mismo halo de oscuridad del pueblo parecía pender sobre ella.
Grainne ignoró aquello y llamó a la puerta, aguardaron unos minutos y ya estaban Cain a punto de volver a golpear la madera cuando la puerta se abrió. Entonces pudieron ver a una mujer de más de cincuenta años en el umbral, con el rostro surcado de arrugas pero sonriente y los ojos vivaces a pesar de la edad, con los cabellos rubios ya encanecidos recogidos en un moño.
-Oh, Grainne… sabía que vendríais. Pasad, pasad. Tengo galletas -anunció, haciéndose a un lado para que pasaran al interior de la casa. Ante aquel comentario el rostro de la muchacha pareció iluminarse.
Los cinco aceptaron y entraron. No era gran cosa el sitio, muy acorde a una anciana en un pueblo perdido en los confines de Escocia sin duda. En la chimenea ardía un tímido fuego al que Helena añadió un leño más tras acomodar a sus invitados frente al calor, el cual se agradecía pues el tiempo se tornaba más y más frío conforme se pasaban los últimos reductos del verano.
La mujer trasteó unos instantes en la zona dedicada a la cocina, apenas unos estantes y regresó al cabo de poco con unos trozos de bizcocho y galletas. Sus ojos se posaron un instante de más en Will, que miraba el lugar con curiosidad felina, y, luego, pasaron interrogantes hacia Grainne, que suspiró al sentir la mirada sobre si.
Helena le tendió un trozo de bizcocho a Will con una sonrisa y al resto también, dejando misteriosamente al hombre de negro para el final. Cain frunció los labios pero no dijo nada al respecto.
-Gracias –dijo mientras con educación el cazador, probando un bocado del bizcocho. Realmente estaba belicoso: sabía a bayas del bosque.
Una vez se sentó, la mujer los miró a todos.
-Grainne, Will, Cassandra, Samael y Cain… al parecer los hados os han unido para investigar lo que ocurre aquí –musitó finalmente. Ellos se miraron entre sí, sin saber qué decir al respecto. Solo Grainne se mantuvo inmóvil, tranquila, mordisqueando con lentitud una de las galletas-. ¿Qué es lo que queréis saber de mí?
-Primero si ha habido más sucesos extraños últimamente –dijo la chica rubia-. Nos ayudaría.
Helena pareció pensarlo un momento, mientras el único sonido que llenaba la casa era el del crepitar del fuego en una esquina, agradable y monótono.
-Grainne ya os habrá contado, seguro, que en los últimos meses ha muerto más gente por culpa de esos sabuesos, y cabezas de ganado también. Más de uno está preocupado y han empezado a acusar a los que antes recurrían cuando un animal caía enfermo o su mujer estaba de parto –había pena y tristeza en su voz.
-¿A quienes se refiere?
-A los wiccanos, naturalmente. Somos curanderos pero en situaciones como esta los mundanos tienen miedo. Es natural pero terrible… pues el miedo puede impulsar a la gente a cometer los actos más atroces.
Grainne asintió, sabiendo a qué se refería la mujer.
El silencio pareció caer en la casa tras aquel profundo comentario, hasta que Cain se aclaró la garganta, en absoluto afectado por el ambiente.
-¿A llegado alguien nuevo al pueblo?
-Tan solo ustedes.
-¿Y no ha ocurrido nada más?
-En realidad si… -musitó Grainne interviniendo. Sus ojos blancos miraron a Helena como pidiendo permiso, la cual hizo un gesto afirmativo. Todas las miradas estaban puestas en ellas, pero fue la anciana quien respondió de nuevo.
-Una profanación. Algo en la noche profanó el santuario donde nos reuníamos.
-¿El santuario?
-Una cueva en los bosques –asintió Helena, con solemnidad.
-¿Podríais decirnos donde es?
-Claro… ya no queda ningún secreto por guardar y, con la muerte de su madre, solo quedamos Grainne y yo –respondió la anciana-. Ella puede llevaros.
La conversación continuó unos minutos más, mientras seguían comiendo de las galletas, pero llegó un punto en el cual tanto el cazador como el de negro concluyeron que nos sacarían nada más en claro de allí y se pusieron en pie, despidiéndose con un par de fórmulas elegantes prefabricadas. Cassandra y Will fueron más efusivos, dándole las gracias a la anciana y sonriendo.
Pero antes de que todos salieran de la vivienda, Helena hizo un gesto a Grainne que ella debió percibir de alguna forma insospechada, pues lo reconoció y aguardó mientras el resto salían, preguntándose qué ocurriría.
Helena tardó en tomar la palabra, pensativa, pero la niña no tenía prisa y aguardó: su madre le había acostumbrado a la paciencia y la calma… Y ahora no estaba. Se había ido. Para siempre. Podía sentir su espíritu en el bosque pero no era lo mismo… Alejó las lágrimas con un parpadeo. Debía ser fuerte. Por mucho que doliera. Sabía que había una importante carga sobre sus hombros.
-Te has dado cuenta, ¿verdad?
La muchacha asintió.
-Hay que quitarle ese collar –dijo luego-. Pero me temo que no soy rival para su dueño y nadie más parece haberse dado cuenta de ello.
-Ellos ven a través del tapiz –intervino Helena. Su expresión era más seria que antes-, pero un hechizo les mantienen ciegos a lo que esos dos respecta –explicó.
Ambas se quedaron en silencio, Grainne dejó de comer un segundo.
-Me apena ver a uno de los suyos encadenado –susurró finalmente la muchacha.
-No todos tratan a su raza como nosotros –le recordó Helena-. Pero es igualmente atroz –miró un momento a Grainne y su voz se tornó severa-. No hagas nada aún- piensa que su dueño es poderoso y que, de alguna forma, los dioses han querido que os acompañara.
-Quizá para que lo liberemos.
Era un buen argumento y ambas lo sabían. Se miraron, no tanto física como mágicamente.
-Prudencia, Grainne. Prudencia –le aconsejó la anciana por fin-. Ahora deberías regresar con ellos…
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Mensaje por Cain Vie Oct 23, 2009 2:46 am

Capítulo III

El bosque que rodeaba el pueblo en su cara norte, trepando por la montaña, era escarpado y muy oscuro. En el conocimiento de haber estado en lugares similares, y en los labios fruncidos de Grainne, Samael podía saber que habitualmente aquel bosque estaba lleno de vida, con conejos correteando entre los matorrales, pájaros cantando escondidos en las copas de los árboles, y otras criaturas. En cambio ahora esta vida brillaba por su ausencia y percibir tal anomalía no hacía si no poner en más alerta, si cabe, sus sentidos.
La caminata fue larga y transcurrió en silencio en su mayor parte. En ocasiones Will Y Cassandra se acercaron a Grainne e intercambiaron algunas palabras, pero pronto volvieron a estar todos callados.
Cuando alcanzaron la cueva ya debían ser las cuatro y media de la tarde, pensó el cazador, observando el sol; y fue la muchacha quien encontró la entrada, desconocida para el resto.
-Por aquí –les indicó apartando unas ramas y arbustos para revelar una boca rocosa en el bosque, en el cual se alternaban árboles y formaciones de piedra.
Grainne entró la primera y tomó una tea que había guardada junto a la entrada. A pesar de que su magia no estaba aún muy desarrollada, logró encender una luz con facilidad y la usó para guiarlos hacia el interior de la cueva. Samael miró un segundo atrás. Tenía un mal presentimiento. No obstante siguió caminando, tras la luz de la muchacha, y al cabo de unos largos minutos, se encontró entrando a una caverna bastante amplia y seca. Había una mesa de piedra y el lugar parecía cómodo, un sitio de reuniones. Mas ahora se veía todo desordenado, con mantas rasgadas y tiradas, hiervas tiradas por el suelo sin cuidado… Especialmente consciente de ello era Grainne que veía la zona del altar profanado, partida la piedra, las velas, los inciensos y las dagas rituales rotas o desperdigadas. Incluso algunas cosas robadas.
-¿Falta algo? –inquirió Cassandra, conmocionada por el aspecto que ofrecía el lugar sagrado.
-Nada de especial valor salvo… -la muchacha se detuvo. No debería hablar de ello pero… ya solo quedaban ella y Helena. ¿Qué secretos iba a guardar?-, el libro.
Lo más sagrado, donde estaban escritos los ritos y magias, las palabras de los miembros del grupo.
Un mudo silencio cayó sobre los cinco, dejando que la sensación de oscuridad y mal calara aún más en ellos. Cassandra tembló, cerrando los ojos un instante.
-¿Podemos irnos? –pidió antes de darse cuenta de que lo estaba diciendo en voz alta. Trató de arreglarlo-. Es obvio que no vamos a encontrar mucho más…
El resto asintió sombríamente ante el comentario.
-Es cierto –dijo Samael con voz indiferente y se dirigió hacia la salida.
Afuera la noche ya debía haber caído con su manto negro. Tan al norte y tan próximo el invierno, la noche iba cobrando fuerza y robando cada vez más horas al día.
-¿Qué ha sido eso? –preguntó de pronto la muchacha rubia, sobresaltada. Se giró. No había terminado de decir esto cuando de sus labios afloró un pequeño grito al ver a Will, a su lado, convertir sus uñas en verdaderas garras y lanzarse contra la oscuridad.
No… contra la oscuridad, no. Contra dos ojos rojos y relucientes que brillaban entre las tinieblas que los rodeaban en la boca de la cueva.
-¿Qué es eso? –repitió angustiada Cassandra. Podía sentir con total claridad el aura de maldad que emanaba de aquella criatura que salía de las sombras. No obstante su pregunta iba tanto por la bestia como por Will, que, con unas uñas de varios centímetros y mortalmente afiladas, se había interpuesto entre el grupo y la criatura. Sus ojos relucían como los de un gato mientras le joven gruñía y mostraba los dientes.
-Sabuesos –musitó Samael, con un bufido, sacando una ballesta de su bolsa, para cargarla con un rápido gesto que revelaba años de práctica, y apuntar con ella a la bestia.
Entre las sombras se iba perfilando el pelaje erizado del sabueso, del mismo color de la penumbra, con el hocico dejando ver los letales colmillos y la boca babeante ante el olor de carne humana. Y, tras el primero empezaban a distinguirse dos pares de ojos más.
Junto a ellos una voz llamó la atención de Cassandra pues Grainne se había agachado y empezaba a esparcir hierbas alrededor de ellos. La sacerdotisa se apresuró a imitarla, cediendo de su propia magia para fortalecer el círculo de protección, dejando que la magia sacra y la magia natural se entremezclaran.
Mientras el cazador había terminado de cargar la ballesta y disparó contra la segunda bestia. La primera se acababa de lanzar contra Will y ambos cayeron al suelo sobre la hojarasca, enzarzándose en una lucha cuerpo a cuerpo llena de gruñidos donde el sabueso intentaba por todos los medios alcanzar el cuello del joven.
Samael miró a su alrededor.
-¿Y él otro donde está? –gruñó. Recordaba que se había quedado algo rezagado al salir de la caverna pero ahora no se veía nada de él, ni siquiera un pliegue de la capa.
Samael disparó otra saeta.
No era precisamente el mejor momento para desaparecer.

Cain había intuido lo que iba a pasar.
Justo cuando iba a salir de la cueva, al oír el sonido de la refriega, un gruñido a sus espaldas le detuvo. El hombre se volvió y pudo distinguir dos sombras que se separaban de las naturales de la cueva.
Sabuesos. No le eran desconocidos.
Al momento comenzó a invocar sus habilidades mágicas. No tenía tiempo para un círculo de protección contra dos bestias, ni capacidad de luchar contra ellas. Si fuera una no habría sido complicado, pero dos a la vez…
De modo que se decantó por la tercera opción.

El rayo de luz fallí y destrozó el tronco de un árbol, derribándolo contra el suelo. Por fortuna no causó daño a nadie. Cassandra maldijo. Aquellas criaturas infernales eran muy rápidas.
Una vez terminado el círculo la sacerdotisa se había vuelto a poner en pie para ayudar a los chicos en tanto que la jovencita se concentraba en mantener las protecciones. Samuel y la rubia luchaban desde dentro del círculo, vigilando por el rabillo del ojo la pelea personal entre el sabueso y el hombre-gato. Pues ya ningún hechizo podía ocultar la naturaleza del joven que bufaba y se revolvía contra el sabueso.
El segundo perro, con dos saetas clavadas en el lomo, trató de quebrantar el círculo y penetrar en su interior, mas Samael desenvainó una daga y, aventurando la mano fuera de la protección, la clavó en el morro que intentaba morderle, atravesándolo. La bestia soltó un gañido de dolor, agitándose, cuando el cazador extrajo el arma y volvió a clavarla, esta vez en el flanco del animal. Una y otra vez hasta que este cayó al suelo, derribado, y se desvaneció, muerta la bestia, rota la invocación.
Apenas quedó un leve olor a azufre en el ambiente.
-Uno menos.

El mago finalizó la salmodia y una breve luz negra brilló sobre los canes, sus ojos rojos brillaron vedados un instante antes de detenerse, sin gruñir ni babear, cesados sus instintos. Solo miraban al mago que era ahora su dueño, inmóviles como estatuas.
Perfecto. Ya estaban bajo su control, ahora…

Will cayó al suelo con la criatura sobre él, que intentaba constantemente alcanzar la yugular del joven. Vaya, empezaba a torcerse el asunto. El hombre-gato le agarró del cuello, intentando ahogarle, pero lo veía difícil.
Cassandra cayó al suelo, jadeando. Por fortuna esta vez el rayo mágico impactó contra el tercer sabueso que, entre una luz blanca, desapareció al momento, quemado por la magia divina. Ya libres,
Samael y ella se volvieron hacia Will. Se le veía en un aprieto pero intentar intervenir podía acabar haciendo daño a su compañero. Cassandra se mordió el labio inferior, mirando de reojo a Samael sin saber qué hacer, pero el rostro del cazador no le ofreció solución ni consuelo alguno, completamente serio.

Cain finalizó el segundo hechizo. Sacó un anillo de plata, con una obsidiana de engastada, y lo tiró de un gesto al suelo entre él y los sabuesos que permanecían sin mover un solo músculo. Una corriente de magia salió del anillo, agitando el pelaje de las bestias…
Pero algo falló.
La magia se tornó una ráfaga de aire que lanzó al hombre por los aires, golpeándole contra la pared de roca. Cain intentó ponerse en pie con dificultad.
-¿Qué…? –musitó confuso. ¿Qué había sido eso? ¡Si tan solo era un hechizo de retención! Y los sabuesos ya estaban controlados. ¿Cómo había podido fallar?
Miró hacia las criaturas y vio que el hechizo fallido las había hecho desaparecer, rompiendo los lazos que las mantenían en la Tierra.
Cain se quedó mirando el lugar donde antes estaban unos segundos, antes de soltar un suspiró de resignación.
Fallido pero, al menos, no tendría que preocuparse más por los sabuesos.
Recogió el anillo del suelo y se dirigió a la salida preguntándose cómo les iba a los demás.

Will estaba en apuros. Era algo visible. Por más que intentaba reducir al sabueso, que estaba sobre él, la pelea seguía siendo demasiado igualada .
Con un gruñido, harto, Samael se adelantó, ballesta en mano. Tras él Grainne soltó un grito de angustia al oír el silbido de la saeta surcar el aire y la sangre marchar el suelo.
Pero los dioses de todos ellos parecían estar de su lado, pues la flecha atravesó la cabeza de la criatura de lado a lado haciendo que, sin siquiera proferir un solo ruido, desapareciera como si nunca hubiera existido, liberando a Will.
-¿Estás bien? –preguntó Samael al tiempo que le tendía la mano al hombre-gato.
Este le miró desde el suelo y, con lentitud, asintió.
-Gracias.
Casandra oyó pasos a su espalda y vio salir una sombra del interior de la cueva. Samael alzó de nuevo la ballesta, apuntando hacia el interior de la caverna, pero en vez de sabuesos vio salir de esta a Cain. No bajó el arma.
-¿Dónde estabas? –gruñó. No solía precipitarse en sus juicios y solo esto fue lo que impidió que una flecha atravesara el pecho del hombre.
Cain alzó la mirada helada de sus ojos azules hacia el cazador.
-Salvándoos de dos de esos sabuesos que estaban dentro.
Samuel entornó los ojos un momento, pensativo, pero tras unos segundos decidió bajar la ballesta, con un asentimiento, dándole un voto de confianza.
Grainne volvió sus ojos ciegos hacia los demás, que parecían creerle. No le pasó desapercibido que Will evitaba mirar a Cain lo más posible.
-¿Qué hora debe ser? –preguntó Cassandra alzando los ojos hacia el cielo de color oscuro que se alcanzaba a vislumbrar entre las copas de los árboles del bosque.
-No lo sé, las siete lo menos –dijo Will.
-Mejor nos quedamos aquí. Adentro hay comida y mantas –les ofreció Grainne.
La sacerdotisa rubia se volvió hacia los demás. No quería volver a toparse con un sabueso, pero todos se mostraron de acuerdo, así que entraron de nuevo.
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La noche de Samhain [Terminada] Empty Re: La noche de Samhain [Terminada]

Mensaje por Cain Dom Oct 25, 2009 6:38 am

Capitulo IV

Los cinco entraron de nuevo en la cueva, llegando de nuevo al fondo donde, tras despejar un poco el suelo, se sentaron cada uno en un lado. Will se apoyó contra la pared, lamiéndose la herida que tenía en el dorso de la mano, un gesto que ahora no resultaba tan extraño. Casandra con gestos tímido se sentó a su lado cogiendole la mano.
-¿Estás bien?
Él asintió.
-No es grave –aseguró para tranquilizarle y sonrió a Grainne que le observaba con preocupación. Sus ojos no decían nada pero Will supo que así era, al igual que supo que notaría su sonrisa. Casandra apartó la mirada, tratando de ocultar el rubor tras la cabellera rubia que le escondía el rostro delicadamente.
El cazador no hizo comentario alguno tras sentarse al lado de las brasas secas, restos antiguos de fuegos. Miró un momento a su alrededor, rastreando con esos ojos duros, hasta que encontró un montón de ramas secas apiladas en una esquina. Tomó un puñado y lo echó en la zona del fuego. Con un par de gestos, arrojando unos polvos oscuros sobre la madera, una llama surgió en la oscuridad, lamiendo la madera con avidez. No era un gran mago como el resto de sus compañeros y la mitad de sus trucos eran eso, trucos aprendidos en la naturaleza para sobrevivir, pero resultaba útil.
La oscuridad se derramó por la cueva y todos se sintieron reconfortados, tras el combate con los sabuesos lo que menos deseaban era más oscuridad a su alrededor.
Cain se acomodó en el suelo, envolviéndose en la capa negra con rostro impertérrito y la mirada perdida en el fuego.
Por último, Grainne, apartando su atención del hombre-gato, rebuscó entre los recovecos de la cueva hasta regresar con un puchero de metal oscuro, carne conservada con sal y hierbas. Colocó la olla sobre el fuego y echó los trozos de carne con las especias para empezar a cocinar algo.
-Me pregunto de dónde habrán salido esos bichos –dijo de pronto Cassandra para cortar el silencio. El resto le miró, como obnubilados.
-Su invocador tenía que estar cerca –afirmó Samael. Saber y comprender de magia era algo necesario para un hombre como él.
Cain negó la cabeza.
-Yo diría más bien que son los mismos que mataron a la mujer. Su invocador debió dejarlos aquí para que siguieran causando problemas –sino no habría podido controlar a las criaturas tan fácilmente ni habría fallado su segundo hechizo. Pero guardó silencio respecto a aquella parte. Implicaba una magia muy diferente a la de ellos.
Los demás parecieron sopesar su hipótesis unos instantes, durante los que solo se oía el crepitar del fuego, lento y arrullante como el canto de una madre a su hijo.
-Es posible, sí –concedió finalmente Samael. Tenía sentido ciertamente.
-Esto ya está –intervino Grainne, acercándose de nuevo a la olla. Durante la espera había añadido hierbas a la comida y un delicioso olor parecía llenar toda la cueva. Casandra sintió que le rugía el estómago.
La muchacha volvió a investigar en uno de os huecos que había en la pared hasta conseguir cinco cuencos y cucharas. Sirviéndose de un gran cucharon de madera empezó a rellenar las raciones. El primero se lo tendió respetuosamente a Will, inclinando la cabeza a modo de agradecimiento por su valor antes. El segundo cuenco fue para la sacerdotisa, que sonrió y tomó la cuchara de inmediato, y el tercero para el cazador que hico un gesto de respeto a la cocinera. La mirada muerta de Grainne se volvió oscura y acerada cuando tendió el cuarto cuenco a Cain. Finalmente, se sirvió a ella como dictaban las costumbres.
Aquel gesto no le pasó desapercibido al hombre, cuyos ojos centellearon con rabia. ¿Qué pretendía aquella cría? Dejando a un lado aquella mirada, ¿cómo s atrevía a servirle a él el último? ¡Por detrás del hombre-gato que era su sirviente y ella lo sabía! Porque lo había sabido desde el principio, lo que significaba aquel collar, los lazos que los unían y no le habían gustado. Cain sintió la rabia contenida crecer en su interior y antes de darse cuenta la canalizó a través del collar de Will. Grainne había cometido un error: él también sabía.
El rostro del joven frente a él se contorsionó de dolor, jadeando y clavando las uñas en el suelo, maldiciendo silenciosamente a su torturador. Grainne se dio cuenta de ello.
-¡Sueltale! –chilló la muchacha de inmediato, levantándose contra Cain, con los ojos blancos reluciendo. Espejos del alma.
El hechizo que rodeaba las figuras del hombre-gato y su dueño estaba ya deshecho por completo, incapaz de ocultar ya tan obvia verdad a Cassandra y Samael.
.Es una criatura de la naturaleza, ¡no tienes derecho a hacer lo que haces!
-Ah… ¿no? –Cain la miró con dureza, manteniendo aún su doloroso control sobre Will-. Él es mi sirviente –dijo con total calma. Pero en sus ojos aún se notaba la rabia de la ofensa.
-Es un ser vivo, tiene derecho a ser libre –insistió Grainne.
-Así que a vosotros también os ha engañado –musitó Cain, entornando los ojos, más tranquilo-. No me extraña, admito que para no ser humano es encantador.
Aquella respuesta pareció confundir a la muchacha, que le contempló confusa.
-¿Qué quieres decir? –preguntó Cassandra.
Will seguía en el suelo. Por fin el yugo mágico de Cain le había soltado, pero aún le costaba respirar. Los dedos de Grainne le acariciaron el pelo, compasivos.
Cain le dirigió a Will una mirada cargada de desprecio.
-A nosotros también nos engañó –dijo por fin, con voz gélida-. Vino a nosotros pidiendo alojamiento y le dimos techo y comida. Confiamos en él y lo tratamos como a un igual… ¡y él nos lo pagó con traición! Él fue quien asesinó a sangre fría, sin motivo, a la persona más importante para mí, mi maestro, mi mentor, mi segundo padre. Pero no se salió con la suya –la voz, que destilaba amargura, tomó un aire de triunfo en aquella parte-, fue capturado y juzgado y ahora cumple su condena, tratando de compensar un daño que nunca arreglará.
-¡Mentira! –masculló entre dientes el joven desde el suelo.
-¡Cállate! –ordenó con un grito Cain, cerrando el puño fuera de si. Una corriente de magia oscura recorrió su cuerpo de nuevo.
Tanto Cassandra como Grainne contemplaron la escena, observando al hombre-gato, pero las palabras del hombre habían plantado la duda en ellas. El cazador se limitaba a contemplar todo con atención, sin perder ni un gesto ni una palabra, y sus ojos vigilaban más al señor que al siervo.
Will se giró hacia ellos pero Casandra apartó la mirada, dudosa. Grainne quería creerle, deseaba hacerlo, mas… ¿cómo iban a ser mentira las palabras de Cain dichas como lo habían sido? Tan afectadas, tan dolidas, tan… reales. Así que se volvió cerrando los ojos un momento, y sirvió otro cuenco de estofado, tendiéndose a Cain que lo aceptó con un gesto, aún tratando de calmarse visiblemente.
Nadie dijo apenas nada hasta que todos acabaron por dormirse, envueltos en las mantas de los wiccanos alrededor del fuego. Todos menos Cain, que se puso en pie y rodeo el pequeño fuego que alumbraba la cueva, hasta llegar a Will.

La oscuridad rodeaba a las dos figuras y a su alrededor apenas se oía el sonido del viento, susurrante entre los árboles, acariciando sus rostros. Las sombras del bosque parecían arrastrarse y tras la escena ocurrida horas antes a ninguno de los dos les extrañaría verlas formar las figuras de más sabuesos. Sin embargo permanecieron siendo lo que eran, tan solo sombras.
Will observaba a Cain entrecerrando los ojos. Sus sentidos estaban alerta, su cuerpo estaba tenso como la cuerda de un violín. Intuía lo que iba a ocurrir, tenía experiencia con aquel hombre, sabía que toda resistencia era inútil pero igualmente su cuerpo reaccionaba contra él al igual que su magia reaccionaba contra aquel aura oscura, tratando de impedir que la engullera, la corrompiera por completo.
Tras varios minutos en silencio, Cain se adelantó. Aún no dijo nada, observando con atención al joven que tenía frente a él. Le rodeó, trazando un circulo a su alrededor. Esta demasiado calmado, comprendió Will.
Hasta que, por fin, él se detuvo cara a cara frente al hombre-gato.
El golpe fue veloz y, por una vez, físico. El bofetón casi tiró al suelo a Will a pesar de haber estado alerta. El joven no dijo nada, manteniéndose estoico, tan solo el lanzó una mirada penetrante. Una declaración de intenciones.
-Eres un estúpido –comentó Cain.
Sus pies habían vuelto a ponerle en marcha, rodeándolo de nuevo. Le tocó un segundo el cabello oscuro, pasando los dedos helados por su nuca. Will notó como un escalofrío ascendía a través de su espalda. Intentó quedarse quieto, no mover un músculo.
-No te saldrás con la tuya –afirmó. Su voz sonó tomada, ronca. Maldijo mentalmente.
Una sonrisa felina, oscura, se extendió por los labios del mago. Sus dedos se cerraron entre el pelo de Will.
-¿Eso crees? –preguntó con voz aterciopelada, tirando de su pelo, obligándole a echar la cabeza hacia atrás. Will apretó la mandíbula-. Tú tampoco. ¿Crees que no sé qué pretendes hacer? –poco a poco iba tirando más de su cabello, obligándolo a postrarse de rodillas a sus pies, viendo como el rostro de Will se contorsionaba de dolor-. Pero, tranquilo, ya está solucionado.
Le soltó, airándolo al suelo de un golpe. Will cayó con un jadeo involuntario. Intentó ponerse en pie pero Cain no le dio tiempo. Sintió como una corriente de magia oscura, pervertida, le recorría, canalizándose a través de su collar del mago a él. Su rostro se convirtió en una mueca de dolor. Era basto, agudo, como un fuego que lo arrasaba por dentro, desolador. Capaz de matarlo.
Cuando aquella magia lo soltó el hombre-gato gruñó por lo bajo, sacando fuerzas de donde no había, lanzándose contra el mago. Pero la magia del hombre se lo impidió, deteniéndolo a unos centímetros de él. Cain lo agarró por el cuello, clavando las uñas en la carne, dejando que la magia fluyera directamente de él a Will, sin collar como catalizador.
Will gritó, intentó arañar a Cain, arrancarle la piel, lo que fuera por que terminara aquel dolor. Varias imágenes surcaron su mente, a cada cual más sangrienta y se imaginó sus manos manchadas de la sangre de aquel hombre, como sus garras de gato destrozaban su cuerpo, sin importarle el dolor que le causara, solo queriendo sentir su sangre que debía ser tan fría como él, solo queriendo oír sus gritos en la noche. Que gritase tanto como él gritaba en aquellos instantes.
Aquellas imágenes llegaron a la mente del mago a través de la conexión y sonrió, aumentando el dolor de aquella tortura.
-Me temo que eso no ocurrirá –musitó.
El dolor se mantuvo, terriblemente presente, durante varios minutos más, acrecentándose poco a poco, corroyéndolo por dentro como un ácido hasta llegar al punto álgido, para después… desaparecer.
No había heridas físicas y, sin embargo, Will se sentía agonizar. Levantó la cabeza con dificultad, todo le daba vueltas. Intentó mirar con el mayor oído y desprecio posible a Cain. Tuvo que reunir todas sus fuerzas para escupir a sus pies.
-Púdrete en el infierno –masculló con la boca pastosa. Incluso hablar le dolía.
Cain sonrió con indulgencia ante tal frase.
-Creo que no te ha quedado clara la situación… Dejemos entonces las cosas claras.
Un aura de oscuridad pareció rodear al mago mientras murmuraba un hechizo en voz baja. Las palabras arcanas parecían entremezclarse, como si tuvieran vida propia y los ojos del hombre se volvieron dorados ante la vibración de la magia.
Algo apareció en la oscuridad junto a Will. Algo le cogió del cuello. Algo de dedos fríos, aún más que los de su torturador. Su corazón se desbocó sin su permiso y sus ojos buscaron a Cain. Solo alcanzaron a ver su sonrisa antes de sentir como los dedos muertos le atraían hacia el cuerpo que se había materializado tras él. Unos labios gélidos se apoyaron en su cuello en un gesto que, de no haber estado tan fríos, habría podido resultar placenteros. Si no fueran tan fríos y si las zarpas de la criatura no se hubieran clavado en su espalda, rasgándole la ropa y dibujándole unos surcos rojos en la piel.
Ni siquiera pudo gritar, sintiendo como un nudo oprimía su garganta. Descubrió que no podía moverse, perdido por completo a merced de la marioneta de Cain. No miró hacia atrás, sabiendo que vería dos ojos muertos y un rostro pálido.
El rostro de un muerto.

Su cuerpo era como un fardo, tirado sobre la hierba, cuando el mago se fue. Ya no había nada a su alrededor, solo silencio y por fin se había acabado. Pero aún así Will era incapaz de moverse, quieto sobre la hierba. Tan solo le delataba el temblor de su cuerpo, inconsciente.
¿Cuánto tiempo permaneció así? Habría sido incapaz de decirlo, tal vez una hora, dos a lo sumo, antes de por fin levantarse, temblando aún.
Sus ojos eran dos pozos donde solo se mostraba el dolor y la humillación sentidas. Su cuerpo se transformó, convirtiéndose en un felino de pelaje pardo y dorado, pero ni este aspecto noble era capaz de borrar la evidencia que se veía en él. El felino desapareció entre los árboles, ascendiendo a lo largo de la montaña, olvidándose de la cueva, del pueblo, de la gente, de la vida que no era animal.
Era capaz de escuchar todos los sonidos del bosque con mayor nitidez que un humano, al igual que podía ver las sombras y todo lo que le rodeaba como si fuera de día. Sus ojos ambarinos brillaban en la oscuridad como luciérnagas de pupilas afiladas. Sentía la tierra bajo sus zarpas al apoyar las patas sobre un tronco o la hierba. Libertad.
Pero el collar seguía en su sitio, adaptándose al cuello ahora animal en vez de humano.
Se olvido de él. Se obligó a olvidarse de él. Justo en aquel instante captó un olor conocido, el olor de los lobos. Estaban más al norte. Las poderosas patas le impulsaron a mayor velocidad a través de los troncos y helechos hasta alcanzar un claro donde cinco lobos de buen tamaño, de colores negros y grises, se alimentaban de un ciervo abatido, muerto. La sangre había empapado la hierba.
Una de las criaturas sacó el hocico de la herida que tenía la presa en el vientre y sus ojos miraron hacia Will. Intuía su rabia animal, eso era algo que podía captar en el aire que le rodeaba. Instintivamente el lobo se tensó.
La batalla fue larga y llena de mordiscos, arañazazos, gañidos y gruñidos. El lobo blanco más pequeño fue el primer en caer agónico en el suelo, retorciéndose de dolor ante los letales arañazos de Will.
Uno de los lobos le mordió por el cuello, bajo el collar, y Will gruñó de satisfacción. El dolor le recorría el lomo, ya de por si herido, pero era un dolor diferente.
Poco antes del amanecer la pelea terminó y Will se alejó, huyendo entre los árboles en dirección sur, hacia el pueblo, descendiendo la colina.
El sol comenzaba a asomar en el horizonte y las sombras morían bajo su luz dorada.
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Mensaje por Grazia Manfredi Dom Oct 25, 2009 6:46 am

Es que me acuerdo de esa noche y me entra la risa xD
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Mensaje por Cain Lun Oct 26, 2009 11:16 am

Capítulo V

Will adoptó de nuevo su aspecto humano al llegar a la boca de la cueva, cuando empezaban a perderse las luces del alba. Pocas cosas le apetecían menos que volver junto a su amo pero mientras tuviera aquel collar al cuello poco podía hacer contra él sin recibir un castigo. Y ya no podía contar con la ayuda de las chicas: aquel mentiroso las había engañado por completo. Con los dientes apretados de rabia entró en la cueva para ver que el grupo ya estaba despierto y recogiendo sus cosas.
-¡Ahhh! –gritó una voz a su derecha, aguda-. ¡Tápate! –pidió Cassandra, apartando la mirada con las mejillas ruborizadas por completo.
Grainne alzó la cabeza. ¿Estaba desnudo? No pudo dejar de preguntarse por el aspecto que presentaría Will. Podía ver el aura, el interior, de las personas, pero a veces le gustaría poder ver también su exterior.
Will se rió por lo bajo ante la reacción, y fue hasta su atillo para coger unos pantalones. Sobre su pecho y su espalda podían verse las heridas recientes fruto de la tortura de la noche anterior y de su combate con los lobos. Su mirada recayó en Cain, quien le ignoró. Poco le importaba que estuviera a punto de matarse por una tontería. Tan él como siempre.
-¿Vamos a volver al pueblo?
-Si, podemos ir a preguntar a los familiares de las otras victimas –contestó Samael, aunque todos dudaban que aquello fuera a ayudar: estaba claro que estaban sin pistas pues era imposible determinar quién había saqueado aquel santuario natural por mucho que Grainne y Cassandra habían intentado averiguarlo.
Apenas había ascendido un tercio de su recorrido el sol cuando el grupo ya estaba en camino tras haber desayunado unas gachas frías. Nuevamente fue Grainne quien condujo a la perdida comitiva hasta la aldea y, a diferencia de la ascensión, nadie prestó atención al hombre-gato, dejándolo atrás. Aunque el dueño tampoco fuera santo de su devoción.
-¿Qué es ese olor? –preguntó de pronto Cassandra.
-Fuego –respondió Samael, haciéndoles un gesto para que guardaran silencio. Estaban cerca ya del pueblo y olía a quemado. Siguieron avanzando pero a cada paso que daban más intuían lo que se iban a encontrar y la angustia se hacía más patente. Grainne se aproximó a Cassandra, tomándola de la mano. Sin un apoyo sentía que era incapaz de seguir y Will… Will al parecer era un mentiroso, un traidor y un asesino.
Aferró aún más fuerte la mano de la sacerdotisa cuando salieron del bosque al pueblo. No podía ver pero intuía la visión que se extendía frente a ellos. Cassandra ahogó un rito, tapándose la boca.
Varias de las casas del pueblo se habían derrumbado y todo estaba ennegrecido por el fuego que había azotado aquella noche la aldea. El olor a quemado permanecía en el aire y se oían los graznidos de los cuervos que sobrevolaban las casas en busca de cadáveres y carroña. Porque había cadáveres. Ni siquiera Grainne, joven como era, podía engañarse respecto a ello.
Avanzaron con lentitud por las calles desiertas, Cassandra abrazando a Grainne, consolándola como podía pues la wiccana había empezado a llorar en silencio, pudiendo sentir la oscuridad y el dolor que allí había, recuerdo de la fatal noche que los hados habían querido que evitase. Primero su madre, ahora la aldea. ¿Iba a sobrevivirlos a todos?
Por fin llegaron a la plaza y esta resultó ser la peor imagen de todas. Los cuervos acudían allí y, ni al ver a los vivos, se apartaron de los muertos. Todo el pueblo. Quien fuera que hubiera hecho aquello había apilado los cuerpos sin vida en el centro de la plaza, sin ceremonias: unos tirados sobre otros. Los cuerpos estaban destrozados.
Grainne ahogó un gemido en el pecho de Cassandra y todos se detuvieron, hechizados por lo macabro de la imagen. Cuando por fin pudieran reaccionar, los tres varones se aproximaron a los cadáveres. El olor comenzaba a ser molesto pero ninguno dijo nada, analizando lo ocurrido.
Los dedos de Cain apartaron la ropa de uno de los muertos y frunció el ceño al ver las heridas en el pecho abierto. Las conocía. Demasiado bien de hecho.
-Han sido sabuesos –dijo en voz alta, serena. El resto, menos Will, le miraron.
-Han sido nigromantes –rebatió el hombre-gato que se había acercado a otro cuerpo. Sabía que necesitaba una prueba para demostrarlo y más ahora que Cain había puesto a todos en su contra. Su olfato le dejaba claro quienes eran los autores de aquel horrible crimen pero necesitaba algo más. Siguió buscando-. Venid aquí –les llamó de pronto.
El grupo se aproximó, Cain incluso que le vigilaba atentamente, y todos pudieron ver un círculo trazado en un cuerpo. Era impreciso pero se intuía una calavera inscrita en él.
Will se volvió hacia Cain, acusador. El hombre mantuvo la compostura, alzando la cabeza.
-Hay nigromantes y nigromantes. Si te fijas es una calavera en un círculo, es la Orden delle Morte. Bien sabes, traidor, que nuestro símbolo es la flor de loto –se defendió de la implícita acusación.
Tanto Samael como Grainne y Cassandra miraron al dueto. ¿Estaba…?
-¿Eres un nigromante? –Cassandra lo miró con expresión horrorizada.
-Y por supuesto eres de los buenos –bufó burlón Will ganándose otro pinchazo mágico. Nunca aprendería a estar callado.
-Sí –admitió Cain, con tono de orgullo-. Yo y los de mi orden nos dedicamos a estudio. De la muerte ciertamente, pero es una materia como tantas otras. ¿No se dedica a la Dama ciertos estudios de la Iglesia por ejemplo, sobre el Más Allá, o de los wiccanos? A nosotros no nos interesa hacer… esto –añadió con una mueca señalando la pila de cuerpos.
-¡Mientes otra vez! –gritó Will frustrado. Y sabía que le creerían. Cain tenía ese don.
El hombre le fulminó con la mirada y, como respuesta, recurrió a una de las habilidades que había ido perfeccionando con los años desde que de pequeño ingresara en la Hermandad del Loto Negro. Cerró los ojos y…

… Era una noche de tormenta y un Will visiblemente joven, de cabellos largos y apenas ropa rasgada, llamaba a las puertas de un castillo alto y de paredes oscuros, cuya entrada era custodiada por dos esfinges de piedra. Dos hombres con capas negras abrieron las puertas, permitiéndole entrar al cálido interior del castillo.
En todo el lugar brillaba un aura oscura…

…De nuevo el hombre-gato con mejores ropas sentado a una mesa larga de madera y llena de gente. Junto a él, un hombre rubio con barba hablaba le hablaba. Debía rondar los cuarenta. Y al otro lado del hombre un Cain más joven todavía que charlaba con el resto de acólitos mientras comían un plato de cordero…

…Una habitación oscura, fría y dentro un cadáver de cabellos rubios y cortos. El hombre de antes. Sobre él estaba Will agazapado, con una daga manchada de sangre roja y los ojos teñidos de locura, brillando amarillos en la noche.
Un grito. El del aprendiz al ver al maestro muerto…

…El aura permanecía pero no solo era oscura, si no intelectual…

…Un juicio. Un grupo de ancianos con capas oscuras, el consejo de la orden.
Las puertas se abren y dos nigromantes introducen en la sala a un Will encadenado. Todas las miradas le contemplaron con odio mientras se exponía el caso y era condenado a servir al aprendiz, ascendido tras la muerte del maestro…

El mundo volvió a ser el que era y la visión terminó.
-Tú eres el mentiroso. ¡Siempre lo has sido! Deberían haberte condenado a muerte –escupió el firmante-. Y te atreves a calumniar a mi orden…
Grainne le miró de reojo sin saber qué pensar. Por naturaleza debía confiar en Will y desconfiar de Cain, pero no estaba segura de nada. No notó como el nigromante pulsaba su mente, inclinando sutilmente la balanza .
Will le ayudó sin saberlo al lanzarse contra él. Lo tomó por sorpresa y ambos cayeron al suelo. Las garras felinas rasgaron la capa e hicieron sangrar el pecho del hombre. El nigromante soltó una exclamación al sentir el dolor y el escozor, e hizo una mueca convocando de nuevo los poderes de su magia para hacer caer a Will de nuevo, sacándose de lo encima. Esta vez la corriente de magia adversa fue tan intensa que Will cayó inconsciente .
Cain se puso en pie, jadeando, con dificultad. Se apoyó en Cassandra, que había seguido el curso de acción sin reaccionar aún.
-Arg… -Cain tomó aire-. Lo que hace un alma desesperada al no ser creídas sus mentiras –masculló.
Arrastrando a Will y con Cain apoyándose en la mujer rubia se alejaron de la plaza. La visión y el olor de los cadáveres en descomposición y el sonido de los cuervos no resultaban agradables. Caminaron hasta llegar a una calle menos tenebrosa donde se sentaron en el suelo.
Una vez medio acomodados Samael carraspeó, atrayendo hacia su silenciosa figura la atención de los demás.
-¿Y ahora qué hacemos’ No creo que aquí vayamos a encontrar mucha más ayuda y Cain necesita que le curen –al decir esto miró a las mujeres, interrogante.
-No podemos –explicó Grainne negando con la cabeza-. Nuestra magia le dañaría aún más: debe ser sanado por los suyos.
Samuel bufó, desagradado ante tal inconveniente.
-Ponte ahora a buscar a uno de la orden de este… -farfulló.
Cain se incorporó con dificultad.
-Quizá no sea tan difícil. Puedo avisarles, es un hechizo sencillo. Y vosotros seríais recibidos como huéspedes en nuestro hogar. Os doy mi palabra. Allí podemos reorganizarnos y consultar la biblioteca acerca de esos sabuesos –propuso. Se detuvo para tomar aire. La herida del pecho no era excesivamente grave pero dolía.
Ninguno dudó de ello, así que asintieron conformes.
Cain se movió con dificultad y cogió uno de los cuencos que había en el suelo de una casa. Estaba requemado pero amantaría. Le pidió a Cassandra que lo llenase de agua en la fuente que había junto a la plaza y susurró el hechizo.
Aguardaron varios minutos hasta que el sol estuvo a punto de besar Poniente, cuando entre los árboles apareció un amplio carruaje de la nada, convocado. Iba tirado por dos caballos negros y dos encapuchados que, sin decir nada, detuvieron el vehículo y les invitaron a subir.
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Mensaje por Cain Miér Oct 28, 2009 5:11 am

Capítulo VI

El viaje fue corto. Ante la pregunta de Cassandra, Grainne explicó que el carruaje no podía desaparecer de forma similar a cómo había aparecido por llevarlos a ellos dentro, dado que sus magias eran diferentes e incompatibles. Era lo mismo que impedía que curase a Cain alguien que no compartiera su magia.
El interior del carruaje era cómodo y asombrosamente amplio. Grainne se sentó en una esquina, colocando al inconsciente Will de forma que apoyara la cabeza en su regazo. Captó la mirada que Cain le dirigió y no dijo nada. Sabía que Will era un traidor y había acarreado mucho dolor a aquel hombre, sin amargo, era un hombre-gato, un ser de la naturaleza que también merecía cuidado.
En cierto momento uno de los que conducían el vehículo entró. Tenía una altura desmesurada, superando los dos metros, y la capa negra le cubría por completo, con la capucha ocultandole el rostro. No dijo nada, como tampoco antes lo habían hecho, ni siquiera para ordenar a los caballos que se pusieran en marcha. Solo se aproximó a Cain y comenzó a sanar las heridas de pecho. El rostro del hombre se contorsionó en una mueca pero guardó silencio. Cassandra tuvo la impresión de que, de alguna forma, ambos se estaban comunicando.
Llegaron a media tarde.
Los caballos se detuvieron. Uno sacudió la cabeza y las bridas entrechocaron con un tintineo. Las puertas del carruaje se abrieron y los cinco se apearon. Will ya había recuperado la consciencia y contempló el siniestro lugar con expresión muda, indescifrable. El castillo era enorme, coronado por retorcidas torres. Cassandra se estremeció al alzar la mirada hacia el edificio. Cada piedra parecía emitir un aura de oscuridad. Percibía un gran mal durmiendo en las criptas del castillo, aguardando ser despertado. Miró al resto del grupo pero nadie parecía haberlo percibido, al menos no con tanta intensidad como ella. Se mordió el labio inferior, pero sus compañeros se encontraban tranquilos.
Los encapuchados subieron la escalinata hasta las puertas, custodiadas por dos estatuas de basalto negro, dos esfinges de ojos fijos y atrayentes, que custodiaban la entrada.
En el interior un hombre joven, de aproximadamente unos veinte años y cabellos rubios y rizados se aproximó a ellos. Sus pasos apenas causaban ruido contra el suelo y la túnica hondeaba a su alrededor, silenciosa.
-Cain, bienvenido –le saludó con una leve inclinación de cabeza.
-Bien hallado, Thomas –respondió el aludido con igual gesto.
-Veo que traes compañía… -comentó Thomas observando con atención curiosa al pintoresco grupo.
-Así es. Son amigos… necesitan agua, comida y descanso –informó Cain. Realmente, con las ropas sucias, algo rotas y manchadas de sangr, no ofrecía buen aspecto ninguno de ellos.
El otro asintió.
-Así será. Pero antes… el Gran Maestre dijo que quería verte en cuanto regresaras.
Cain le miró con sorpresa pero asintió y el grupo se separó. Mientras Will, Cassandra, Grainne y Samael eran guiados por Thomas a través de una de las puertas laterales del vestíbulo, Cain subió las escaleras hasta el segundo piso del castillo donde se hallaban las habitaciones de los miembros de la orden. Antes de ver al Maestre sería mejor arreglarse.
Nada más dejar las cosas que cargaba en su cuarto pasó al baño adyacente y pronunció en voz baja los hechizos necesarios para conseguir agua y calentarla. Aquello en una casa noble mundana habría costado esfuerzo y tiempo, allí gracias a la magia el baño estaría listo en cuestión de minutos. Ni que decir tiene que en casa de un campesino ni podían soñar con aquello. Se quitó la ropa, pasando los dedos por las marcas del pecho, fruto de las garras de Will. Se notaban poco pero ahí estaban. Cain apretó los dedos, conteniéndose, y en lugar de lo que pensaba optó por meterse en el agua. Su caricia, cálida y agradable, relajó sus músculos de inmediato y el hombre apoyó la nuca en el borde de la bañera, exhalando un suspiro. Hacía mucho, o esa impresión le causaba, que no disfrutaba de unos minutos de paz.
Pero tenía cosas que hacer, de modo que se obligó a si mismo a regresar a la realidad y salir del baño. Se secó el cuerpo y el pelo, largo, antes de vestirse con ropas nuevas y limpias. Se colocó al cinto la daga de palta ritualista y, ya preparado, salió de la habitación.
Aunque no fueran llamados a menudo, todos sabían donde se hallaban los aposentos del Gran Maestre de la Orden, así que Cain no tardó en llegar y golpear con suavidad la puerta con los nudillos. Aguardó hasta oír la voz de su superior dándole permiso y entró.
-Buen hallado seas, Cain –dijo el Maestre al verle pasar.
-Bien hallado –respondió él alzando la mirada hacia el hombre. Frente a él, sentado con un grueso libro de páginas amarillentas entre las manos, se hallaba el líder de la hermandad del Loto Negro, un hombre de cabello gris ceniza largo y ojos castaños, sabios e inteligentes. Las arrugas le surcaban el rostro, aunque podía adivinarse que en su juventud debió ser un hombre agraciado-. ¿Me mandasteis llamar?
El Maestre dejó a un lado el grimorio y miró a Cain con fijeza. Parecía perdido en sus pensamientos.
-Así es. Siéntate, por favor –le pidió. Él obedeció, tomando asiento frente a él, a la espera. Sus ojos cayeron sobre el libro una vez más.
-¿Es…?
El Maestre asintió con una sonrisa de satisfacción.
-¿Te gusta? –preguntó mostrándole el tomo de delicada y apretada caligrafía negra. Se notaba el poder vibrando en sus páginas.
Cain tragó saliva.
-Entonces… ¿está todo preparado ya? –casi no podía creer que, por fin, estuviera pronunciando aquellas palabras.
-Mañana será el momento adecuado –asintió el viejo. Sus ojos de color caoba brillaban con orgullo-. Solo falta la persona adecuada.
-¿No lo haréis vos? –Cain miró al Maestre confuso.
Este se rió ante la idea.
-Me gustaría. Mucho, créeme. Pero soy viejo, Cain, y no creo que sobreviviera. Necesitamos un recipiente sano, fuerte, lleno de magia.
-¿En quién habéis pensado? –preguntó el más joven, sin contener la curiosidad. Nuevamente el Gran Maestre le dirigió una sonrisa de diversión.
-En ti.
-¿En mí? –repitió inseguro, sin saber si había dicho lo que él había creido.
-Eres el adecuado –no respondió a su pregunta-. La magia es fuerte en ti, lo has demostrado desde que llegaste aquí… Eras tan joven y tenías tanto potencial.
-M-muchas gracias… -musitó Cain aún sorprendido. Las palabras le sonaron excesivamente banales en tal situación.
-Puedes irte, Cain, querrás prepararte… pero no faltes esta noche –su superior le guiñó un ojo-. La cena de hoy te gustará. Y mañana…
-Samhain.
-Samhain.
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Mensaje por Cain Vie Oct 30, 2009 5:08 am

Capítulo VII

A su alrededor todo estaba oscuro. Apoyó las manos en la pared, insegura. Sus ojos podían distinguir vagamente las formas de la habitación gracias a la escasa luz que se colaba por el ventanuco de la puerta, gruesa e inviolable, pero apenas le era útil.
Se sentó en el suelo con un suspiro de resignación. Al final ella había tenido razón pero no había servido de mucho. Apoyó la espalda contra la pared. Estaba fría como si estuviera hecha en hielo. En el exterior debía de ser ya de noche.
Los habían separado poco después de que Cain se fuera y desde entonces no había vuelto a ver a ninguno de sus compañeros. ¿Dónde estarían? Seguramente en una celda como la suya. Intentó sacar una mano, librearla del grillete, pero solo logro herirse la muñeca. Eso no le había pasado de pequeña cuando en las ferias que pasaban por su pueblo lograba escaparse de cualquier atadura. Era su pasatiempo favorito, ese y esconderse de su madre cuando le llamaba.
Dejó de moverse nerviosa. Sería mejor tranquilizarse pero, sola y en la oscuridad le costaba. Siempre le había costado. Sobre todo por lo que había afuera. No lo veía pero su percepción los sentía: criaturas, bestias extrañas, no nacidas de Dios. Allí se acumulaba una gran oscuridad, un gran mal.
La puerta se abrió y Casandra se agazapó contra la pared. Una sombra arrojó una figura al suelo de la celda y la puerta volvió a cerrarse. Con ese sonido con el que se cierran siempre las puertas de una prisión, como recreándose en su función. Solo entonces la muchacha se atrevió a separarse de la pared y acercarse para comprobar quién era. Y si estaba vivo.
Le apartó el pelo de la cara…
-¡Will! –exclamó al reconocerle.
Le dio la vuelta para ponerle bocarriba y apoyó el oído contra su pecho. Apenas se movía pero aún respiraba. Cassandra cerró los ojos con alivio. Aunque eso no libraba al hombre-gato del peligro: todo su cuerpo estaba surcado de heridas, en su mayoría hechas por látigo. La sangre le mojaba la camisa hecha trizas y se le había coagulado alrededor de algunas heridas. En la base de la nuca Cassandra descubrió una marca hecha a fuego blanco, con un hierro, ya vieja. Era una flor de loto con una calavera… inscrita en un círculo. Pasó los dedos por la marca. Le recordaba a cómo los ganaderos marcaban a sus reses.
Empezó a reunir fuerzas mágicas, imponiendo las manos sobre las heridas del joven, susurrando. Una suave luz iluminó la espalda de Will. Tardó, pero por fin empezaron a cerrarse. Quedarían marcas, pero al menos el dolor habría remitido.
-Hmmmm… -masculló él, aún con los ojos cerrados. Agitó la cabeza.
-Will. Will –le llamó Cassandra, tomándole la cara entre las manos con infinita delicadeza.
-¿Cassandra? –preguntó con dudas, abriendo los ojos. ¿O sería otra de sus ilusiones?
-Soy yo –ella le acaricio el rostro de nuevo-. ¿Qué te ha pasado?
Will terminó de abrir los ojos amarillentos. Al ver que era ella trató de sonreír. No tuvo mucho éxito. Todo el cuerpo le dolía, aunque no tanto como antes. Antes ni se sentía, apenas podía ver…
-Cain se ha vengado, nada más –dijo con sorna, sobreponiéndose. Pero por debajo se notaba el dolor y la tristeza. Cassandra contuvo las lágrimas como pudo.
-Lo siento, Will. No te creímos. Fuimos…
-Ey, ey, ey –la detuvo él, tranquilizándola. Apoyó un dedo sobre sus labios, haciéndola callar -. No pasa nada. Él os manipuló, es un experto. No pasa nada.
Cassandra tragó saliva.
-¿Cuál es la verdad?
-¿La verdad? –él la miró sin comprender.
-¿Lo hiciste? ¿Lo que él dijo? –lo instó a responder ella. Se mordió el labio inferior. En la oscuridad apenas podía distinguir su rostro y sus brillantes ojos.
-No, no lo hice –respondió Will por fin, tras unos angustiosos segundos de silencio-. Ellos arrasaron el pueblo donde vivíamos varios como yo. Nos necesitan, somos seres mágicos. Una magia que ellos no pueden canalizar. Nos esclavizan y nos usan para sus ritos.
La sacerdotisa bajó la mirada. Habían sido estúpidos, pensó. Era tan obvio… De pronto sintió la mano de Will acariciándole las mejillas húmedas.
-Pero no te preocupes… eso se acabó –aseguró el hombre-gato-. Creo que sé lo que quieren.
-¿Qué?
-El libro de la cueva… lo van a usar para algo. Lo oí mientras… -no terminó la frase, recordando las risas, el disfrute de aquellos que le miraban mientras le torturaban en mitad del oscuro banquete.
-¿Qué van a hacer?
Will negó con la cabeza.
-Ni idea. Pero te aseguro que no es nada bueno.
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Mensaje por Cain Vie Oct 30, 2009 10:25 am

Capítulo VIII

Todos los miembros de pleno derecho de la orden estaban allí reunidos. Los aprendices eran los únicos que no participarían en el ritual: su magia estaba poco desarrollada y no podían permitirse ningún fallo.
Todos los magos se habían reunido en círculo, situados sobre las marcas arcanas trazasen relieve sobre el suelo. En el centro del dibujo había un hombre sentado en el suelo, con el pecho descubierto y los pies descalzos. Vestía únicamente un faldón largo de color negro y tenía la piel recubierta de tatuajes recientes. Cain tenía los ojos cerrados y sus labios se movían en silencio.
El atardecer estaba próximo.

Will se puso en pie y estiró los brazos. Ya no le dolían y las heridas estaban por completo cerradas. sonrió con agradecimiento a Cassandra. Nunca se había fijado demasiado en ella, pero era una buena persona, con buen corazón, pensó el hombre-gato.
-Y ahora… salgamos de aquí –proclamó.
Sus uñas se alargaron y afilaron de forma similar a como lo hicieron en la pelea contra los sabuesos, en la cueva, hacia apenas dos noches.
Casandra asintió y se levantó también. Sus dedos empezaron a formar un hechizo, manipulando el tapiz mientras susurraba. Cuando sus ojos se abrieron en ellos brillaba una luz de magia y determinación. Libero la magia que se iba acumulando en sus manos, lanzándola contra la puerta, que tembló pero sus protecciones la mantuvieron en su sitio.
No pasa nada, pensó Will. Solo había que seguir intentándolo.

Grainne temblaba. Sola. No podía ver nada pero sabía que estaba sola en mitad de… suponía que era una celda. El aire a su alrededor era frío y viciado, húmedo, o cual le evocaba una habitación pequeña, cerrada y bajo tierra.
No estaba muy equivocada.
Se abrazó a si misma. Ojala Will estuviera allí… Había sido tan tonta por dejarse engañar, se repitió por enésima vez. Los grilletes tintinearon y ella contuvo las lágrimas.
Allí, en la oscuridad, los fantasmas de su madre y conocidos parecían completamente reales.

Se había resistido y aún así había fracasado. Hubiera sido un milagro que hubiera podido escapar, rodeado como estaba por nigromantes. De modo que, en cierto momento, decidió rendir la espalda y dejarse encarcelar.
Por fortuna ellos parecían estar pensando en otra cosa, pues se contentaron con encadenarle, sin preocuparse por registrarle. Quizá confiaban demasiado en las protecciones mágicas de la celda, o quizá le subestimasen. Igualmente Samael no iba a desaprovechar la oportunidad.
Soltó una de sus manos, por fin, de la mordedura del grillete. Tras todo el día de intentos había logrado abrirlo con la ganzúa. El guerrero movió la muñeca con libertad, confirmando que no la tenía herida.
Cogió su bolsa y empezó a buscar. Recordaba haberlo guardado.

Los preparativos terminaron.
El sol había muerto ya en poniente.
Samhain comenzaba.
Y la magia, oscura, se reunía. Convocando, invocando.
Algo en el fondo del castillo se removió y las cadenas que lo retenían se soltaron.

Will se detuvo, alzando la cabeza. Cassandra detuvo su siguiente hechizo, con un escalofrío. Miró hacia el techo, sintiendo de pronto lo fría que era aquella celda. La oscuridad parecía de pronto más densa, daba la impresión de que se cerraba a su alrededor.
-Ha empezado… -musitó.
No sabía el qué, solo que cuanto antes salieran de aquella celda, y de aquel castillo, mejor. Apresuradamente reanudó su hechizo.
-Un momento –la detuvo Will, apoyando una mano en su hombro-. Probemos otra cosa: lanza ese hechizo sobre mis garras –le propuso.
-¿Qué? –inquirió ella sin comprender lo que pretendía.
Sobre sus cabezas parecía oírse algo… ¿O eran imaginaciones suyas?
-¡Rápido! –la azuzó el joven.
Ella asintió y, tratando de controlar sus nervios, hizo lo que le decía. Las garras del hombre-gato se iluminaron con una suave luz blanquecina, rodeadas de magia. Con un grito Will cargó contra la puerta. Un chirrido sonó en la celda cuando las zarpas rasgaron el metal, con lentitud pero brutal eficacia.
La puerta cayó a un lado y el joven salió al pasillo de un salto. Echó a correr. Sabía a dónde tenía que ir.
Cassandra se apresuró a seguirle.

Grainne cerró los ojos con un gemido desmayado. Sentía la oscuridad, el mal, cómo fuerzas antiguas y prohibidas entraban en su mundo a través de una puerta que llevaba siglos cerrada y que así debería haber permanecido.
Oyó entonces una explosión que hizo temblar el suelo. ¿De dónde…? Grainne se puso en pie como pudo, haciéndose daño en el tobillo al tambalearse. Avanzó hacia la puerta antes de que esta se abriera repentinamente. La chica, confusa, se preguntó qué ocurría. Maldijo su ceguera en silencio.
Unos brazos cálidos la rodearon por los hombros.
-Por fin te encuentro –susurró una voz conocida junto a su oído. Sonaba aliviada.
-Will… -susurró la muchacha pelirroja, y le abrazó con fuerza, agradecida. Como si fuera a desaparecer entre la oscuridad de tuvo.
Los labios del joven se cerraron sobre los suyos sin previo aviso , sorprendiéndola. Pero Grainne se dejó llevar, disfrutando del sabor de aquellos labios dulces y cálidos, agradables. Cerró los ojos ciegos.
Se acabó pronto y la chica dejó escapar un sonido de queja, pero Will apoyó sobre sus labios húmedos un dedo con suavidad.
-¿Lo has sentido? –no hacía falta especificar el qué. Había sido demasiado intenso. Ella asintió-. Tenemos que irnos.
-Tenemos que detenerlos –le corrigió ella.
El hombre-gato le miró y ella sostuvo aquella mirada.
-¿Cuándo nos ha tocado el papel de salvar el mundo, pequeña cieguecita? No somos héroes –preguntó Will burlón.
La mirada de Grainne se tornó helada ante el comentario.
-Nadie va a hacerlo si no, Will. Aquí solo estamos nosotros, nadie más sabe qué está ocurriendo.
-¿Ah, lo sabemos? –una nueva mirada gélida-. A ver, ponme al corriente, ¿qué está pasando?
-Está despertando –respondió simplemente ella, con solemnidad.
-¿Quién?
Grainne negó, incapaz de pronunciar palabra alguna. Él la sintió temblar y la abrazó, consolandola. Sabía que ella decía la verdad. Suspiró y asintió. Bueno, al menos tendría la oportunidad de vengarse. Ciertamente irse sin hacerle pagar a aquel bastardo todos los años de esclavitud no era algo que entrase en sus planes, y si además salvaban el mundo tanto que mejor. Captaba con claridad el olor de su amo, entremezclado con inciensos y hechizos. Sintió como la rabia empezaba a arder en sus venas.
Will gruñó, sus garras se afilaron de nuevo y, soltando a la muchacha, salió corriendo al pasillo. Sonreía.

-¿Qué haces aquí? –preguntó cuando se topó con ella. Se obligó a sujetarla pues la chica parecía a punto de desmayarse.
-Una… gran… oscuridad… pende sobre… nosotros –logró decir en voz apenas audible Cassandra, entre los brazos de Samael, con los ojos muy abiertos.
Samael lo notaba. No necesitaba que la sacerdotisa se lo dijera. Tomando a la muchacha en brazos se dispuso a salir de allí. Cuanto antes.

Grainne perdió de vista a Will, incapaz de mantener su ritmo. Se apoyó jadeante en la pared de piedra. Era mejor dejarle la parte física al chico, pensó. Sintió como la magia acudía a ella de nuevo y tomaba forma en sus palabras, en sus gestos, de invocación. Cuando terminó, a pesar de no verlo, supo que junto a ella había un enorme dragón de plata a medio camino entre lo incorpóreo y lo material. La criatura abrió las alas que atravesaron las paredes y rugió, dejando a la joven subir en su lomo antes de dirigirse volando hacia el lugar adonde acudían todos. El centro de todo.
El dragón destrozó las puertas de doble hoja al entrar en la estancia. Grainne, montada en la base del cuello, con la túnica hondeando al viento y el pelo agitado, con sus ojos muertos y blancos, parecía una especie de aparición.
Will, Samael y Cassandra no tardaron en llegar y se detuvieron. Ante todos ellos se desarrollaba una imagen extraña y sobrenatural:
Una luz negra, oscura, llenaba toda la amplia estancia, pero se centraba en un círculo en cuyo centro se alzaba, imponente y gélida una figura sacada de una pesadilla: un semihombre de buena estatua, con el cabello negro como las mismísimas tinieblas, largo hasta la cadera, el pecho al descubierto y dos enormes alas negras emplumadas aflorando de la piel tatuada.
Cassandra se estremeció, acercándose aún más a Samael y Will retrocedió un paso. Sabía quien era, pero a la vez le resultaba desconocido. Algo había cambiado. Bufó, nervioso. Grainne no hizo nada ni dijo palabra alguna, aún sobre el dragón, mirando fijamente a la figura del círculo, aunque la oscuridad parecía presionar contra su alma, tratando de entrar en ella.
Cain les miró. Un ojo era negro obsidiana y el otro dorado como una rara piedra de ámbar donde la pupila fuera el desdichado insecto que se había ahogado en aquel mar de oro.
El Durmiente había despertado.
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Mensaje por Aradia della Mezzanotte Vie Oct 30, 2009 11:32 am

nota de master, al entrar suena esto.

https://www.youtube.com/watch?v=B_MW65XxS7s
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Mensaje por Cain Sáb Oct 31, 2009 4:45 am

¡¡Terminada la historia!! *________*
Os dejó el cap. IX y esta noche a modo de especial os cuelgo el epílogo extra xD.
Espero que os guste la batalla final épica lol.



Capítulo IX
El silencio, la calma, apenas duró antes de que se desatara la tempestad. Como si la realidad hubiera regresado a su sitio de nuevo, Grainne reaccionó. Cayó de un salto al suelo, se pie y con un gesto lanzó al dragón de plata contra la aparición que había frente a ellos. El dragón lanzó un rugido y cruzó el aire, agitando la cola argenta tras él.
Si Cain había sido un enemigo a tener en cuenta antes, ahora resultaba temible. Al ver el ataque del dragón una leve sonrisa se extendió por su rostro como si le divirtiera el gesto. Movió una mano, alzándola y la oscuridad que les rodeaba tomó forma, interponiéndose entre la mitológica criatura y él. La bestia chasqueó las mandíbulas, tratando de atravesar la pared, sin demasiado éxito.
Pero esto fue suficiente para poner en marcha a los demás. Will arrugó la nariz, inclinándose y esta vez no fueron solo sus manos las que se transformaron. El pelo, de color ocre y castaño, sedoso y suave, brotó de su piel, las orejas se agrandaron, adoptando una forma felina y se pegaron contra su cabeza cuando el chico bufó. Sacudió la cola contra el suelo y, sintiendo el aumento de la fuerza en sus piernas, cargó, tratando de, mediante la velocidad, eludir la barrera defensiva del dios oscuro.
Cassandra, en cambio, retrocedió un poco, hacia la pared, como queriendo desaparecer entre las sombras. El cazador la miró. ¿Huía? Pero no... estaba esparciendo hierbas en el suelo, trazando un círculo y susurrando de forma frenética.
Samael se volvió hacia el dragón, Will y Cain. No tenía grandes artificios mágicos como Grainne o Cassandra, ni se transformaba como Will, pero había sobrevivido muchos años con la única baza de su ingenio y su fuerza. Desenvainó la espada, de gran tamaño, y corrió hacia el núcleo de la batalla. Aunque él mismo no fuera una gran fuerza quizá combinado con sus compañeros pudieran hacer algo.
El hombre-gato esquivó la barrera, yendo a por el hombre. Sus zarpas agarraron las alas negras pero el otro se revolvió y una nueva honda de magia oscura le golpeó, lanzándolo por los aires. Su espalda emitió un desagradable sonido al chocar contra la pared y caer al suelo. Will trató de ponerse en pie. No parecía tener roto ningún hueso gracias a su nueva resistencia, pero el golpe le había desorientado. Levantó la mirada y alcanzó a ver al dragón de Grainne que exhaló una llamarada sobre la sala. Las llamas plateadas lamieron el suelo, el círculo arcano, quebrando las protecciones mágicas y azotando al semihombre que había en su centro.
¿Tan fácil había sido? Will se puso en pie. Casi podría decirse que era...
Sus pensamientos se detuvieron pues de entre las llamas surgió una nueva luz negra, extinguiéndolas como un vaso extingue una vela al colocarse sobre ella. De entre las cenizas se alzó de nuevo su enemigo, con el cabello negro bailando al rededor de su figura y aquellos ojos bicoles brillando en mitad de la noche.
Grainne no lo vio pero sintió como la magia la rodeaba, lacerando su piel, clavándose en su alma, haciéndola caer al suelo, boqueando en busca de aire. Se ahogaba y su dragón se desvanecía, al ser incapaz de canalizar bien su magia.
El cazador se percató de esto y aprovechó el momento. Alzó la espada y terminó de cruzar la sala, sobreponiéndose a aquella oscuridad creciente que les rodeaba. Cuando alcanzó a su enemigo no esperaba dañarlo, pero si distraerlo lo suficiente. Y lo logró, entre fintas y golpes que eran detenidos por magia que él apenas podía distinguir, al menos le robó la concentración suficiente como para que Grainne se pusiera en pie de nuevo, encontrando el aire que necesitaba; Will se recobrase y Cassandra saliera de la oscuridad, terminada su propia invocación.
La sacerdotisa parecía un ángel, envuelta en una luz celestial, hermosa y brillante como un sol sin maldad. La túnica flotaba a su alrededor en una especie de limbo y tras ella apareció una figura que casi la doblaba en tamaño. Se trataba de un hombre de cabellos rubios como el trigo, ataviado con una túnica blanca y dorada y con dos grandes alas resplandecientes a la espalda. Sus rasgos eran difíciles de concretar pero todos supieron que era lo que la muchacha había logrado invocar.
Un arcángel. Miguel.
Pero el momento de éxito se desvaneció como una hoja escrita se desvanece al caer al agua, pues del otro extremo de la estancia un rugido sobrehumano desvió la atención de todos hacia el imponente dragón de plata. Algo, una lanza hecha de pura oscuridad, le atravesaba de lado a lado y la bestia agitó el cuello, tratando de morder a su matador. No obstante no logró nada. Sus alas se deshicieron, al igual que las escamas etéreas, en polvo y arena blanca que se desvaneció antes de tocar el suelo. Grainne ahogó un grito, sintiendo como su invocación desaparecía de la Tierra.
La muchacha se alejó, retirándose, pero antes de que pudiera ponerse a salvo para repetir el encantamiento, una marea de magia la golpeó de nuevo, haciéndola caer al suelo.
Por fortuna Cassandra dió acción en aquel momento a su invocación y el arcángel alzó el vuelo, magestuoso como un ave del paraiso, sobrenatural como pocas cosas podían serlo en el mundo. Esto bastó para que Cain se volviera hacia él. El mago sentía en su interior el odio que tal invocación despertaba en el dios que convivía ahora en su cuerpo. Eran uno. Él y el Durmiente.
En sus manos la lanza cambió de posición, para defenderse del arcángel que... falló su golpe, siendo esquivado por la lanza. Cassandra abrió mucho los ojos, sorprendia, pero trató de reponerse de la sorpresa y trazar su siguiente movimiento.
Mientras, Will y Samael habían unido fuerzas y se aproximaban por detrás a su enemigo, apoyandose el uno en el otro.
Atacaron a la vez, esperando poder, entre ambos y contando con el elemento sorpresa, poder hacer frente a Cain. No pareció ser así. Al mago lo que le preocupaba más era el arcángel, no dos simples mortales. Y sin embargo el arcángel no lograba convocar su magia divina, algo en la invocación de Cassandra debía estar mal. El Durmiente sonrió, una sonrisa capaz de detener un corazón por completo. Parecía que la invocación de la sacerdotisa iba a resultar inútil. Mejor que mejor.
Craso error fue pensar tal cosa, pues aunque el arcángel pareciera dedicarse a peinar auras y poco más, Grainne se había vuelto a poner en pie y su nueva invocacion superaba con creces las de los demás.
Al igual que el Durmiente se había manifestado a través del cuerpo mortal del nigromante, ahora Diana, la diosa, se manifestó a través de la muchacha ciega. En su frente brilló una luz arcana, diferente a la de Miguel pero igualmente poderosa, y en sus ojos aparecieron dos iris azules como la luz de luna. Toda la figura de la joven parecía irradiar poder y magia.
Cain supo que aquella invocación tendría más éxito que Miguel. Alzó la lanza de oscuridad y aguardó el golpe mágico de la diosa, que sucidó todo el castillo con su poder. Sin embargo las fuerzas de los dioses eran similares y ambas fuerzas se anularon, golpeándolos a todos, dejandolos confusos.
Así parecía que iba a desarrollarse todo el combate cuando, de pronto, algo cambió. El de las alas negras bajó la cabeza, apoyándose en el suelo. Mucho tiempo combatiendo, más del esperado... Abrió mucho los ojos de la sorpresa al sentir como la magia oscura y divina lo abandonaba poco a poco. Unos ojos que, muy abiertos, se iban volviendo de nuevo ambos negros, poco a poco. Las alas a su espalda se deshicieron, desapareciendo en las tinieblas que los rodeaban y Cain alzó de nuevo la mirada hacia sus oponentes.
Volvía a ser humano.
Grainne no se fió tampoco. Incluso como humano era un enemigo a tener en cuenta. Con cudiado volvió a convocar la magia de la diosa pero sintió que algo la bloqueaba, algo oscuro, unas manos que la ahogaban, invisibles e incapaces de detenerlas ella, una simple mortal... pues sintió lo que su enemigo acababa de sentir y su pequeño cuerpo cayó al suelo, de nuevo completamente mortal.
Samael se detuvo, con la espada aún en alto, sorprendido por lo ocurrido. ¿Cómo? De pronto todas las invocaciones se habían deshecho, como si fueran castillos de arena. Y no había explicación aparente para ello.
Will no hizo caso de nada de esto, si no que lo aprovechó. Se levantó del suelo. La sangre le caía por la cara, brotando de la brecha que se había hecho en la ceja derecha, pero nada de esto parecía improtarle. Marchado el dios, el olor del humano al que oidaba le rodeaba y azuzaba las llamas de su ira. Sin fijarse en anda más, teniendo ojos únciamente para él, Will se lanzó a la cagra.
-¡Will! -gritó una voz tras él, femenina. ¿Grainne? ¿O Cassandra? No le importó. Solo le importaba una cosa.
La magia se intentó itnerponer entre él y su antiguo amo, pero el hombre-gato no hizo caso de ella, deshaciendola con su propia magia natural, de la vida y no de la muerte.
Sus zarpas atraparon a Cain del cuello, oprimiéndoselo. Este le dijo algo pero no lo oyó. Solo escuchaba el sonido de la carne al abrirse, solo veía sus garras atravesándole el pecho, que comenzaba a sangrar a borbotones.
El cuerpo de Cain cayó al suelo, partido en dos, y Will lo contempló. No se movió. Nadie lo hizo. Todos miraban paralizados la escena, incapaces de decir nada.
Will sentía su pecho subir y bajar, con la respiración agitada, y antes de que pudiera hacer nada oyó, como viniendo de muy lejos, a sus espaldas unos pasos que iban a la carrera.
-¡Will! -esta vez la voz sonaba aliviada.
Unos brazos le rodearon y junto a su cuello sintió una mejilla mojada por las lágrimas. Miró a sus compañeros. Samael se hacía acercado, bajando la espada, contemplando el cadáver de su enemigo y Cassandra venía corriendo hacia ellos.
No sabía qué decir, qué hacer.
Aún conmocionado, costándole reaccionar, acarició con cuidado el cabello pelirrojo de la muchacha que lloraba sobre su hombro.
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La noche de Samhain [Terminada] Empty Re: La noche de Samhain [Terminada]

Mensaje por Cain Sáb Oct 31, 2009 11:50 pm

Y... y el epílogo prometido con unas horas de atraso XD.
Si alguien queire la versión word buena, puede pedirmela por mp o msn.

Adivinan de dónde saqué la idea del epílogo XD


Epílogo

La taberna estaba llena de gente aquella noche. Edimburgo era una ciudad floreciente en aquel momento y así lo demostraba incluso por las noches, donde aunque las calles no estuvieran tan desiertas como deberían, las tabernas estaban repletas.
Una mujer flaca, de pelo rubio pajizo pasó entre las mesas dejando las jarras de cerveza a su paso. No era la típica tabernera pero aunque tuviera los dientes torcidos daba buenos precios y buena charla por lo que era bien considerada.
Sus ojos recayeron en una figura encapuchada. Se podía ver la vestimenta de cuero flexible podría de un guerrero, el pomo de la espada donde descansaba la mano y la mirada de hielo del hombre. Nada de ello pareció amedrentar a la joven de cabellos de fuego que, guiando de la mano a su acompañante, tomó asiento frente al hombre. Este le miró, sin hacer otro gesto aparte de ese.
-Bien hallado, Samael –le saludó la joven con una sonrisa. Sus ojos sostuvieron su mirada sin dificultad, pero es que sus ojos eran ciegos, blancos como si su madre se hubiera equivocado de dónde derramar la leche.
Samael hizo un gesto con la cabeza.
-Bien hallados –les devolvió el saludo. A ella y al hombre-gato que la acompañaba y que acababa de pedir una cerveza, con una sonrisa entre los labios. Su cuello lucía libre, sin ninguna decoración ni colgante. Se había negado a llevarlos desde entonces. “Por fin es libre, dejémosle serlo” dijo el joven cuando alguien le preguntó por qué no se ponía un collar o algo similar.
-Buenas noches, Samy –saludó Will volviéndose hacia él, por fin. Se relamió la espuma de la cerveza de los labios-. Veo que te ha ido bien.
-Sí…
-Hemos oído que te has hecho un mercenario de gran renombre –comentó Grainne con una sonrisa amiga.
-Así es. A vosotros tampoco os ha ido mal –Samael había viajado en aquel año desde lo ocurrido en aquel castillo, y el nombre del hombre-gato y su amante se pronunciaba con reverencia ante la fama creciente de aquellos aventureros.
-No nos quejamos.
-¿Y Cassandra?
-Dejó la Iglesia creo haber oído –Will frunció el ceño, inseguro. Aún le resultaba extraño el hecho de que hubiera una rama de la Iglesia que admitiera la magia, y a las mujeres. Claro que era un cuerpo más bien militar para luchar contra “el Mal”. Sin duda después de lo ocurrido no le pegaba que Cassandra siguiera con ellos.
-Vamos a ir a buscarla –añadió Grainne.
-¿Cómo me habéis buscado a mí? –preguntó con una sonrisa el guerrero.
-No se te escapa ni una, ¿eh? El caso es que te necesitamos. Tenemos una misión que quizá pueda interesarte.
Samuel dio un sorbo a la cerveza, contemplándolos y sopesándolos. No se habían vuelto a ver desde lo ocurrido, aunque inevitablemente unos habían seguido los pasos de los otros.
-¿Ah… sí? Contadme.




FIN
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Mensaje por Cain Lun Nov 23, 2009 9:13 am

SI, casi un mes después al revisar la historia he hecho un décimo capítulo para atar cabos sueltos.

Ahora si que queda atada ^_^

Capítulo X

Cuando volvió a abrir los ojos el mundo no había cambiado excesivamente: sobre él estaba el techo de madera llena de nudos y a su lado la mesilla donde reposaba un vaso de agua de la noche anterior. Will se incorporó, frotándose los ojos con un pronunciado bostezo.
En cambio el mundo había cambiado enormemente de esa mañana a dos días antes. El día anterior había resultado frenético, le dolían todos los músculos del cuerpo por el esfuerzo, algo que no había notado cuando la adrenalina circulaba por sus venas. Con una mueca salió de la cama y en aquel momento se oyó un sonido en la puerta, el golpe suave, muy suave de quien no quiere molestar.
-¿Estáis presentable? –preguntó una vocecita aguda desde el otro lado de la puerta.
Will se puso en pie y se ató los pantalones, pasándose en un rápido gesto la camisa por la cabeza.
-Si –respondió.
Una cabeza con una larga cabellera rubia asomó y al comprobar que era cierto, entró en la habitación.
-Cass.
-Will –ella le saludó con un gesto de cabeza-. ¿Qué tal te encuentras?
-Machacado, pero genial. Como nunca –una larga sonrisa asomó a sus labios, satisfecha. Sus ojos brillaban. Casandra sonrió al ver tal reacción pero, como si lo pensase mejor, bajó la cabeza y borró la sonrisa.
-Me alegro.
-¿Y tú, cómo estás?
-B-bastante bien –contestó cohibida la muchacha-. Me alegro de que todo haya acabado –tampoco había durado tanto, apenas tres días. ¿No habían sido más? Estaba segura de que sí: había sido como un infierno, largo y tortuoso-. Aunque me habría gustado ayudar más –se permitió una sonrisa avergonzada.
El hombre-gato se detuvo, estaba estirándose y miró a la chica.
-No digas tonterías –gruñó-. Eso es una estupidez. Ayudaste lo que pudiste. No es culpa tuya que ese arcángel no supiera hacer nada bien.
Ella se sonrojó y contuvo una nueva sonrisa. Una vez pasados los males se sentía como en una nube, como si no pudiera dejar de sonreír, aunque fuera sin motivo.
-Seguro que no tracé bien el vínculo…
La voz de Will la detuvo. Sonó tajante, cerrando la conversación, sin posibilidad a réplica.
-Deja de pensar eso. Al fin y al cabo todo ha terminado. Y fue tu orden la que nos salvó.
Cassandra asintió recordando como su orden había respondido a sus plegarias silenciosas, apareciendo justo en el último momento cuando la orden de nigromantes estaba recuperando fuerzas para atacarles después de que derrotaran a su deidad.
-Supongo que tienes razón.
-Claro que la tengo –dijo con orgullo Will. Su cuello lucía libre, sin ninguna cadena en forma de ornamente. Parecía irreal no sentir su tacto, su amenaza, tras tantos años de esclavitud-. ¿Y los demás?
-Abajo, desayunando. ¿Vienes? –le ofreció ella, yendo hacia la puerta.
Will contempló su mano extendida y, tras unos segundos, asintió, siguiéndola.
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Mensaje por Aradia della Mezzanotte Sáb Dic 12, 2009 1:04 pm

una noche inolvidable
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