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Palazzo delle Morte
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Re: Palazzo delle Morte
En un punto Adreanna se equivocaba. El Loto Negro no defendía a los vampiros, aunque tampoco los perseguía. Se toleraban mutuamente, sin importunarse. El interés que Cain tenía por comprender cómo funcionaba la vida en aquellos seres, comoe ran capaces de moevrse cuando realmente eran poco más que cadáveres, pensar, actuar... era algo ancido de su propia y malsana curiosidad que el resto de la orden vería con un encogimiento de hombros, pues no eran pocos los que lo daban por imposible. El joven era consciente de que se libraba de que se volvieran contra él compañeros como Thomas porque tenía habilidades y la magia negra era un don para él.
Pero él no sabía que aquel pensamiento había cruzado la mente de la joven. Podría intentar espiar su mente, tenía conocimientos suficientes de la magia de mente, pero le parecía poco respetuoso y no había motivos de peso para ello. Sería poco caballeroso. Y él era un caballero. O al menos lo aparentaba. De modo que había que reprimir la curiosidad. Por no decir que a menudo no era necesario: el rostro de la joven daba a entender bastante de lo que debía estar pensando, quisieralo ella o no.
Y en aquel preciso instante su rostro, sus gestos, detonaba su emoción e ilusióbn. Cualqueira lo diría, si que debía estar ansisa de acabar con aquel vampiro. Cain se rió un poco al verla. Parecía una niña pequeña a la que su madre le hubiera comprado un dulce especialmente sabroso, o una situación similar.
Aunque ella parece darse cuenta de la imagen que da y se contiene, recatada, lo cual no hace si no intensificar la sonrisa de su interlocutor, que disfrutaba de lo lindo al ver tales reacciones en la joven. Por desgracia era algo frecuente reprimir lo que se siente y piensa; un error en su opinión.
-No hace falta que me llaméis señor -dijo de pronto-. Lo cierto es que me suena extraño y antinatural. Con Cain basta -al fin y al cabo Cain no era su apellido, y el señor se anteponía a los patronimios como era decir señorita Esposito. Señora Adreanna le sonaba, a sus oidos, horriblemente mal-. Viendo que tanta ilusión os hace intentaré encontrar algo pronto.
Escucha entonces la oferta de la chica y la mira, sin poder reprimir un brillo incosciente que afloró a sus ojos negros, muy similar al que había brillado en los de ellas apenas unos segundos antes. Ah... sería una gran oportunidad, sin duda. Lo ideal sería un ejemplar vivo, o no-muerto-no-vivo mejor dicho, pero era muy improvable que aquello ocurriese. Sin duda Adreanna podía retirar la oferta, pero esperaba que no. Lo que implicaba... suspiró.
-Entonces intentaré que esa información os sea útil -aseguró guiñándole un ojo, antes de oir su siguiente comentario. Esperable. De hecho no se esperaba que fuera tan jocoso, así que rió la broma sinceramente-. Le daban miedo las esfinges y no quiso venir, al igual que los de la limpieza... Los encontraré y me ocuparé de que regresen. No sabeis lo divertido que es ver que tienes un libro y descubrir que esta lleno de polvo tanto que ni lees las letras porque te lo dejaste abierto -y no era una exageración-. Y porque no has visto el almacen... -eso no era polvo, tenía que haber vida. Por fuerza. Tendrían que dejar de buscar al Durmiente en el mar y buscarlo en ese almacén. A saber qué se habría criado ahí abajo.
Pero él no sabía que aquel pensamiento había cruzado la mente de la joven. Podría intentar espiar su mente, tenía conocimientos suficientes de la magia de mente, pero le parecía poco respetuoso y no había motivos de peso para ello. Sería poco caballeroso. Y él era un caballero. O al menos lo aparentaba. De modo que había que reprimir la curiosidad. Por no decir que a menudo no era necesario: el rostro de la joven daba a entender bastante de lo que debía estar pensando, quisieralo ella o no.
Y en aquel preciso instante su rostro, sus gestos, detonaba su emoción e ilusióbn. Cualqueira lo diría, si que debía estar ansisa de acabar con aquel vampiro. Cain se rió un poco al verla. Parecía una niña pequeña a la que su madre le hubiera comprado un dulce especialmente sabroso, o una situación similar.
Aunque ella parece darse cuenta de la imagen que da y se contiene, recatada, lo cual no hace si no intensificar la sonrisa de su interlocutor, que disfrutaba de lo lindo al ver tales reacciones en la joven. Por desgracia era algo frecuente reprimir lo que se siente y piensa; un error en su opinión.
-No hace falta que me llaméis señor -dijo de pronto-. Lo cierto es que me suena extraño y antinatural. Con Cain basta -al fin y al cabo Cain no era su apellido, y el señor se anteponía a los patronimios como era decir señorita Esposito. Señora Adreanna le sonaba, a sus oidos, horriblemente mal-. Viendo que tanta ilusión os hace intentaré encontrar algo pronto.
Escucha entonces la oferta de la chica y la mira, sin poder reprimir un brillo incosciente que afloró a sus ojos negros, muy similar al que había brillado en los de ellas apenas unos segundos antes. Ah... sería una gran oportunidad, sin duda. Lo ideal sería un ejemplar vivo, o no-muerto-no-vivo mejor dicho, pero era muy improvable que aquello ocurriese. Sin duda Adreanna podía retirar la oferta, pero esperaba que no. Lo que implicaba... suspiró.
-Entonces intentaré que esa información os sea útil -aseguró guiñándole un ojo, antes de oir su siguiente comentario. Esperable. De hecho no se esperaba que fuera tan jocoso, así que rió la broma sinceramente-. Le daban miedo las esfinges y no quiso venir, al igual que los de la limpieza... Los encontraré y me ocuparé de que regresen. No sabeis lo divertido que es ver que tienes un libro y descubrir que esta lleno de polvo tanto que ni lees las letras porque te lo dejaste abierto -y no era una exageración-. Y porque no has visto el almacen... -eso no era polvo, tenía que haber vida. Por fuerza. Tendrían que dejar de buscar al Durmiente en el mar y buscarlo en ese almacén. A saber qué se habría criado ahí abajo.
Cain- Mundano
- Cantidad de envíos : 370
Fecha de inscripción : 07/10/2009
Localización : En el cementerio con una pala cantando bajo la luna.
Re: Palazzo delle Morte
-Lamento comunicaros que me costara acostumbrarme a solo llamaros por vuestro nombre, señor Cain, pero supongo que con la practica se consigue el exito
*Luzco una sonrisa que contrasta con el lugar donde nos encontramos, porque me siento tan feliz y liberada como si me hubiesen asegurado que tengo el cielo ganado haga lo que haga. En estos momentos el hecho de que este rodeada de paganismo y oscuridad palidece con saber que eliminare una de las peores amenazas con las que me he cruzado en todos mis años de vida, pudiendo liberar a ese vampiro pecador de su estancia en la tierra, demasiado larga ya.
Se que la informacion no lo es todo, pero me permitira mucho mas de lo que Cain puede esperar. Saber como piensa un vampiro es esencial, sobretodo cuando son viejos, puesto que los jovenes, cegados por su sed de sangre, tienen una mentalidad mas o menos parecida.
Pero un vampiro que ha visto siglos y siglos de vida, tiene un caracter y personalidad propios, y por consiguiente, para matarle el cazador debe saber sus puntos debiles, sus preferencias, sus tretas. El cazador tiene que saber como piensa el monstruo para asi adelantarse a sus movimientos, tiene que entrar en el alma del ser sin pasar a formar parte de ella, adentrandose en el mundo de sombras que componen la mente vampirica teniendo siempre a mano una cuerda que los lleve de vuelta a la luz.
Eso era lo que decia Mateo, y se, por experiencia, que tenia toda la razon.
Me rio por lo bajo ante la descripcion de Cain del lugar donde vive, lleno de polvo. En mi caso, posiblemente en Santa Maria seria parecido si no fuera porque todos los monjes que no se dedican a la caza de vampiros son muy diligentes en el tema limpieza. Austeridad, pulcritud y orden espiritual y fisico. Como la orden manda.*
-Posiblemente si bajo al almacen algun dia tenga que llevar a cabo una caza mucho mas peligrosa que la de antes en las ruinas, se....mmmm, Cain..
*Regreso al asiento, sintiendo levemente la conocida debilidad, apenas perceptible, pero prefiero pararla antes de que sea algo importante. Al sentarme los ojos se me van encima de la mesa donde Cain ha puesto su especie de experimento, y mientras me coloco algo mejor el vestido roto por el hombro, cubriendomelo pudicamente con la capa, le miro con curiosidad*
-Decidme, porque teneis tanto interes en saber lo que me aqueja?
*Luzco una sonrisa que contrasta con el lugar donde nos encontramos, porque me siento tan feliz y liberada como si me hubiesen asegurado que tengo el cielo ganado haga lo que haga. En estos momentos el hecho de que este rodeada de paganismo y oscuridad palidece con saber que eliminare una de las peores amenazas con las que me he cruzado en todos mis años de vida, pudiendo liberar a ese vampiro pecador de su estancia en la tierra, demasiado larga ya.
Se que la informacion no lo es todo, pero me permitira mucho mas de lo que Cain puede esperar. Saber como piensa un vampiro es esencial, sobretodo cuando son viejos, puesto que los jovenes, cegados por su sed de sangre, tienen una mentalidad mas o menos parecida.
Pero un vampiro que ha visto siglos y siglos de vida, tiene un caracter y personalidad propios, y por consiguiente, para matarle el cazador debe saber sus puntos debiles, sus preferencias, sus tretas. El cazador tiene que saber como piensa el monstruo para asi adelantarse a sus movimientos, tiene que entrar en el alma del ser sin pasar a formar parte de ella, adentrandose en el mundo de sombras que componen la mente vampirica teniendo siempre a mano una cuerda que los lleve de vuelta a la luz.
Eso era lo que decia Mateo, y se, por experiencia, que tenia toda la razon.
Me rio por lo bajo ante la descripcion de Cain del lugar donde vive, lleno de polvo. En mi caso, posiblemente en Santa Maria seria parecido si no fuera porque todos los monjes que no se dedican a la caza de vampiros son muy diligentes en el tema limpieza. Austeridad, pulcritud y orden espiritual y fisico. Como la orden manda.*
-Posiblemente si bajo al almacen algun dia tenga que llevar a cabo una caza mucho mas peligrosa que la de antes en las ruinas, se....mmmm, Cain..
*Regreso al asiento, sintiendo levemente la conocida debilidad, apenas perceptible, pero prefiero pararla antes de que sea algo importante. Al sentarme los ojos se me van encima de la mesa donde Cain ha puesto su especie de experimento, y mientras me coloco algo mejor el vestido roto por el hombro, cubriendomelo pudicamente con la capa, le miro con curiosidad*
-Decidme, porque teneis tanto interes en saber lo que me aqueja?
Adreanna Esposito- Cazavampiros
- Cantidad de envíos : 175
Fecha de inscripción : 08/10/2009
Re: Palazzo delle Morte
Estaba recordando la última vez que había bajado al almacen... había sido hacía ya unos años en busca de un libro que no estaba en la biblioteca y que se daba por perdido y que su maestor dijo "mira en el alamcen". Primera y última vez que bajó. Adreanna podía considerarlo una broma o una exageración, pero dudaba que hubiera entrado allí nadie desde su visita. Y que fuera húmedo y subterráneo no ayudaba mucho a mejorar el ambiente.
La voz melódica de la chica le sacó de sus pensamientos y alzó la cabeza de nuevo hacia ella. Al oir su comentario sonrió un momento con algo parecido a la indulgencia. Lo cierto era que aunque "señor" fuera un tratamiento honroso, se le hacía muy extraño oirlo refiriendose a sí. Quizá porque nunca se había considerado caballero ni similar, él simplemente jugaba a serlo.
-La confianza se va ganando poco a poco, y una vez ganada no son necesarios los formalismos -respondió Cain.
Y hablando de confianza... Se fija de pronto en la actitud de Adreanna. Todo su cuerpo parecía más relajado, más distendido, que cuando caminaban hacia aquella sala y ella iba tras de él, agarrandole el brazo o escondiendose casi, vigilando a su alrededor por si algo fuera a atacarla de pronto o si la oscuridad del lugar fuera a comersela de un momento a otro. Ahora, en cambio, parecía haberse aclimatado al lugar, probáblemente al comprobar que no había sufrido daño alguno salvo un pinchazo en un dedo y las palabras de un idiota. Incluso sonreía y se mostraba contenta y alegre, como si estuviera en su propia cosa.
Incluso se ríe de su descripción, ante lo cual él alza la cabeza, muy digno.
-No dudéis de mi palabra. Quizá un día deba contrataros para que exterminéis a lo que quiera que haya ahí abajo -ofreció medio en broma, mirándola de reojo.
Y en mitad de aquel ambiente distendido ella dice aquello de pronto, aquella pregunta. Sus ojos estaban fijos en la sangre que seguía sometiendose al hechizo.
-Como ya debéis haberos dado cuenta soy demasiado curioso -respondió finalmente tras tomarse varios minutos para meditar la pregunta que antes se le había clavado como una aguja. ¿Tendría alguna clase de afinidad mental Adreanna para haberlo averiguado o era el simple interés normal?-. Digamos que me caéis bien, señorita Esposito. Ya os lo dije con anterioridad: os encuentro entretenida y deliciosa, una buena conversadora. Y dado que me aprovecho de vuestra conversación, dado que vos hoy me habéis salvado... ¿qué menos que compensaroslo de la mejor forma que sé que es haciendo magia? Quizá incluso logre algo, aunque tardará. Los hechizos no son siempre inmediatos y luego hay que interpretarlos, una lata. Pero tampoco tengo mucho que hacer.
La voz melódica de la chica le sacó de sus pensamientos y alzó la cabeza de nuevo hacia ella. Al oir su comentario sonrió un momento con algo parecido a la indulgencia. Lo cierto era que aunque "señor" fuera un tratamiento honroso, se le hacía muy extraño oirlo refiriendose a sí. Quizá porque nunca se había considerado caballero ni similar, él simplemente jugaba a serlo.
-La confianza se va ganando poco a poco, y una vez ganada no son necesarios los formalismos -respondió Cain.
Y hablando de confianza... Se fija de pronto en la actitud de Adreanna. Todo su cuerpo parecía más relajado, más distendido, que cuando caminaban hacia aquella sala y ella iba tras de él, agarrandole el brazo o escondiendose casi, vigilando a su alrededor por si algo fuera a atacarla de pronto o si la oscuridad del lugar fuera a comersela de un momento a otro. Ahora, en cambio, parecía haberse aclimatado al lugar, probáblemente al comprobar que no había sufrido daño alguno salvo un pinchazo en un dedo y las palabras de un idiota. Incluso sonreía y se mostraba contenta y alegre, como si estuviera en su propia cosa.
Incluso se ríe de su descripción, ante lo cual él alza la cabeza, muy digno.
-No dudéis de mi palabra. Quizá un día deba contrataros para que exterminéis a lo que quiera que haya ahí abajo -ofreció medio en broma, mirándola de reojo.
Y en mitad de aquel ambiente distendido ella dice aquello de pronto, aquella pregunta. Sus ojos estaban fijos en la sangre que seguía sometiendose al hechizo.
-Como ya debéis haberos dado cuenta soy demasiado curioso -respondió finalmente tras tomarse varios minutos para meditar la pregunta que antes se le había clavado como una aguja. ¿Tendría alguna clase de afinidad mental Adreanna para haberlo averiguado o era el simple interés normal?-. Digamos que me caéis bien, señorita Esposito. Ya os lo dije con anterioridad: os encuentro entretenida y deliciosa, una buena conversadora. Y dado que me aprovecho de vuestra conversación, dado que vos hoy me habéis salvado... ¿qué menos que compensaroslo de la mejor forma que sé que es haciendo magia? Quizá incluso logre algo, aunque tardará. Los hechizos no son siempre inmediatos y luego hay que interpretarlos, una lata. Pero tampoco tengo mucho que hacer.
Cain- Mundano
- Cantidad de envíos : 370
Fecha de inscripción : 07/10/2009
Localización : En el cementerio con una pala cantando bajo la luna.
Re: Palazzo delle Morte
-La confianza, en mi caso, debo informaros que tiende a venir de golpe. QUizas ya lo habeis notado, pero muchas veces peco de ingenua aunque no lo creais, Señor....mmm....Cain.
*Me arrebujo un poco en mi manta porque el ambiente, a pesar de ser bastante mas calido que en el resto de lugares del castillo, sigue siendo un castillo hecho de piedra al lago del agua, y por consecuencia, frio. Ademas de que yo tiendo a mantener en mi habitacion un fuego siempre encendido, con lo que la estancia se mantiene eternamente calida, y acostumbrada a ello, la frialdad en el resto de hogares se me antoja extraña, aunque facilmente habituable.
Le sonrio cuando me asegura que me bajara al sotano, aunque se perfectamente que ni el ni yo cumpliremos esa propuesta.
Primero porque yo no me atreveria a moverme mas alla de lo que ahora ya conozco, aunque siempre en la compañia de Cain, y segundo porque a saber que criaturas habra escondidas en los sotanos de este lugar tan extraño.
Criaturas o compañeros de trabajo de Cain, segun se mire.
Tras escuchar la contestacion a porque el me ha ayudado, no puede evitar mi rostro mostrar una sonrisa abierta y por supuesto sincera, que termina en una breve carcajada que dura medio minuto. No era una risa de burla, si no de diversion, como si me hubiese reido de un chiste interior*
-Entonces, Cain, parece ser que a pesar de que no creeis en Nuestro Señor, os habeis acogido a la reconocida piedad cristiana para ayudar al progimo.....Porque debeis reconocer que la compensacion a la curiosidad no es material, y por lo tanto, intangible......Pero me halaga que me considereis una interesante compañia de conversacion. Siempre es mejor que ser tomada por una simple cazadora con exceso de confianza y desconfianza a la vez
*Me arrebujo un poco en mi manta porque el ambiente, a pesar de ser bastante mas calido que en el resto de lugares del castillo, sigue siendo un castillo hecho de piedra al lago del agua, y por consecuencia, frio. Ademas de que yo tiendo a mantener en mi habitacion un fuego siempre encendido, con lo que la estancia se mantiene eternamente calida, y acostumbrada a ello, la frialdad en el resto de hogares se me antoja extraña, aunque facilmente habituable.
Le sonrio cuando me asegura que me bajara al sotano, aunque se perfectamente que ni el ni yo cumpliremos esa propuesta.
Primero porque yo no me atreveria a moverme mas alla de lo que ahora ya conozco, aunque siempre en la compañia de Cain, y segundo porque a saber que criaturas habra escondidas en los sotanos de este lugar tan extraño.
Criaturas o compañeros de trabajo de Cain, segun se mire.
Tras escuchar la contestacion a porque el me ha ayudado, no puede evitar mi rostro mostrar una sonrisa abierta y por supuesto sincera, que termina en una breve carcajada que dura medio minuto. No era una risa de burla, si no de diversion, como si me hubiese reido de un chiste interior*
-Entonces, Cain, parece ser que a pesar de que no creeis en Nuestro Señor, os habeis acogido a la reconocida piedad cristiana para ayudar al progimo.....Porque debeis reconocer que la compensacion a la curiosidad no es material, y por lo tanto, intangible......Pero me halaga que me considereis una interesante compañia de conversacion. Siempre es mejor que ser tomada por una simple cazadora con exceso de confianza y desconfianza a la vez
Adreanna Esposito- Cazavampiros
- Cantidad de envíos : 175
Fecha de inscripción : 08/10/2009
Re: Palazzo delle Morte
-Vivimos en un mundo de desconfianza, Adreanna -musita Cain al oir sus primeras palabras-. Sin duda muchos considerarán vuestra confianza una desgracia y un punto débil, pero más bien es una virtud. La virtud de creer en los demás. Un instinto -quizá está aventurando demasiado pero tras hablar con ella ya tanto, es esa la sensación que le da-. De modo que no os llaméis ingenua. No creo que os fieis de las personas inadecuadas por norma.
Añade aquello último al pensar que él no era una persona en la que confiar según muchos. Dentro de su orden sí podía ser considerado de los más leales y, en cierto modo, solo en cierto modo, en ocasiones especiales, buena persona, digno de confianza. Seguramente un entendido le diría a la joven Esposito que había caido en un engaño, en unas palabras bien tejidas y medidas. Pero no era así. Incluso los tocados por la oscuridad tienen derecho a una amistad aunque fuera tan solo una.
-¿Tenéis frío? -preguntó al ver su gesto al arrebujarse más en la manta.
Él estaba acostumbrado al ambiente reinante en el castillo, pero quizá para ella fuera más desagradable. De todos modos parece tener fuerzas para sonreir de nuevo, así que él asiente.
Escucha su respuesta ladeando la cabeza, atento. Era la misma actitud que adoptaba frente a un maestro o alguien que quisiera enseñarle algo nuevo, una postura que le hacía parecer incluso inocente con el cabello sobre un hombre y rostro atento, con los ojos negros brillando de interés. Se rió al comentario sobre su ateismo de nuevo. Allí estaban. Seguramente ella no dejaría de intentar convencerle de Dios al igual que él trataba de convencerla de lo contrario.
-Piedad no, querida. Ya os lo dije antes: puro interés para satisfacer mi egoista curiosidad, y pura recompensa por vuestra actuación en el cementerio. ¡Que dirían mis compañeros si os oyen decir de mi que soy piadoso! ¿No véis que así me conducis a la ruina? -sonrió divertido ante el comentario.
Añade aquello último al pensar que él no era una persona en la que confiar según muchos. Dentro de su orden sí podía ser considerado de los más leales y, en cierto modo, solo en cierto modo, en ocasiones especiales, buena persona, digno de confianza. Seguramente un entendido le diría a la joven Esposito que había caido en un engaño, en unas palabras bien tejidas y medidas. Pero no era así. Incluso los tocados por la oscuridad tienen derecho a una amistad aunque fuera tan solo una.
-¿Tenéis frío? -preguntó al ver su gesto al arrebujarse más en la manta.
Él estaba acostumbrado al ambiente reinante en el castillo, pero quizá para ella fuera más desagradable. De todos modos parece tener fuerzas para sonreir de nuevo, así que él asiente.
Escucha su respuesta ladeando la cabeza, atento. Era la misma actitud que adoptaba frente a un maestro o alguien que quisiera enseñarle algo nuevo, una postura que le hacía parecer incluso inocente con el cabello sobre un hombre y rostro atento, con los ojos negros brillando de interés. Se rió al comentario sobre su ateismo de nuevo. Allí estaban. Seguramente ella no dejaría de intentar convencerle de Dios al igual que él trataba de convencerla de lo contrario.
-Piedad no, querida. Ya os lo dije antes: puro interés para satisfacer mi egoista curiosidad, y pura recompensa por vuestra actuación en el cementerio. ¡Que dirían mis compañeros si os oyen decir de mi que soy piadoso! ¿No véis que así me conducis a la ruina? -sonrió divertido ante el comentario.
Cain- Mundano
- Cantidad de envíos : 370
Fecha de inscripción : 07/10/2009
Localización : En el cementerio con una pala cantando bajo la luna.
Re: Palazzo delle Morte
-Por norma? Acaso insinuais que en gloriosas exepciones confio en aquellos que no deberia? Id con cuidado, podria entender que os dais por aludido....
*Me echo hacia atras en la silla, mirandole con expresion divertida, sin saber a ciencia cierta si mis palabras son ciertas.
La verdad es que no se si fiarme tanto de Cain es una buena idea, porque, siendo desconfiados, el podria pasarme informacion erronea sobre Zeithar y entonces quizas me guiaria hacia mi perdicion. O puede que el experimento que esta realizando sea algun tipo de conjuro de magia satanica y me lance alguna maldicion, como ciertos compañeros de Santa Maria aventurarian, pero....
Pero no soy capaz de desconfiar de el, asi de simple. Para mi, es evidente que lo que hace es, simplemente, ayudarme.
Paso un dedo por encima de la llama de una de las velas, jugando y sin quemarme, escuchandole algo distraida y aun con la sonrisa en mis labios, que parece permanecer mas tiempo de lo que habitualmente esta*
-Seguid pensando que soys un ser ruin y malvado, algun dia descubrireis que tanta aparente malicia es solo fachada. *me rio por lo bajo al escuchar su ultimo comentario, pero mi sonrisa se vuelve algo tensa al recordar al hombre que le ha hablando antes, en la escalera*.....Vuestros compañeros dejan los suficiente que desear como para que no os deba importar su opinion, pero es cierto. *vuelvo a sonreirle de forma abierta* En realidad todo esto es un complot contra vuestra persona que yo he perpetrado
*Me echo hacia atras en la silla, mirandole con expresion divertida, sin saber a ciencia cierta si mis palabras son ciertas.
La verdad es que no se si fiarme tanto de Cain es una buena idea, porque, siendo desconfiados, el podria pasarme informacion erronea sobre Zeithar y entonces quizas me guiaria hacia mi perdicion. O puede que el experimento que esta realizando sea algun tipo de conjuro de magia satanica y me lance alguna maldicion, como ciertos compañeros de Santa Maria aventurarian, pero....
Pero no soy capaz de desconfiar de el, asi de simple. Para mi, es evidente que lo que hace es, simplemente, ayudarme.
Paso un dedo por encima de la llama de una de las velas, jugando y sin quemarme, escuchandole algo distraida y aun con la sonrisa en mis labios, que parece permanecer mas tiempo de lo que habitualmente esta*
-Seguid pensando que soys un ser ruin y malvado, algun dia descubrireis que tanta aparente malicia es solo fachada. *me rio por lo bajo al escuchar su ultimo comentario, pero mi sonrisa se vuelve algo tensa al recordar al hombre que le ha hablando antes, en la escalera*.....Vuestros compañeros dejan los suficiente que desear como para que no os deba importar su opinion, pero es cierto. *vuelvo a sonreirle de forma abierta* En realidad todo esto es un complot contra vuestra persona que yo he perpetrado
Adreanna Esposito- Cazavampiros
- Cantidad de envíos : 175
Fecha de inscripción : 08/10/2009
Re: Palazzo delle Morte
Como siempre la respuesta que da a los comentarios de la joven es otra de aquellas sonrisas. Se le notaba relajado, tranquilo, disfrutando de la conversacón. Estaba resultando ser una noche agradable y lejos en la memoria quedaba el encuentro con el vampiro en las ruinas a las afueras de Venecia. Resultaba extraño como jugaba a veces la mente con la percepción del tiempo, creando quimeras, haciendolo correr como un caballo desbocado o avanzar como un caracol.
La contempla jugar con una de las velas que había sobre la mesa y se le antoja como una niña pequeña, complétamente inocente. Aunque no lo era tanto: por sus manos había pasado la sangre derramada de vampiros y por su mente las enseñanzas de doctrinas que más que doctrinas eran cadenas.
Bueno, quizá con la fuerza de conversar con él una semilla de duda se plantase en su mente y la isntase a rebelarse. El mago así lo esperaba. No de forma maliciosa, solo porque consideraba que sería lo mejor para ella: ser libre como el alma debe serlo, sin tener que ser sometida a la voluntad de algo que ni se conoce, ni se ve, ni se sabe y quizá nunca se supiera.
Era parte de su esencia querer influir de tal forma en la muchacha. Incosciente. Para el Dios era buena cosa siempre que no pasase de un par de burlas, un apr de reflexiones y nada más. No había que tomárselo muy en serio y mucho menos hacer de tu vida un yugo.
Escucha el comentario que ella hace sobre su naturaleza con diversión.
-Verdaderamente sois ingenua, Adreanna. ¿No veis las pezuñas de cabra y los cuernos? Yo soy una de tantas encarnaciones de vuestro Diablo, y por tanto mi alma no podría contemplar la luz ni aunque la pusieráis debajo de mi nariz -respondió con palabras teatrales. Se incoporó, y sus manos aderezaron las palabras con gestos adecuados al papel de Diablo-. No obstante al Diablo le gustan las chanzas y aceptare que itnentáis volver a mis compañeros contra mí únicamente porque vuestro rostro es hermoso y me agrada. ¡Pero no volváis a hacerlo! O ni toda la belleza del universo os salvará -la advirtió con un guiño. Casi le faltaba el sombrero que ponerse ahora, terminado su parlamento.
La contempla jugar con una de las velas que había sobre la mesa y se le antoja como una niña pequeña, complétamente inocente. Aunque no lo era tanto: por sus manos había pasado la sangre derramada de vampiros y por su mente las enseñanzas de doctrinas que más que doctrinas eran cadenas.
Bueno, quizá con la fuerza de conversar con él una semilla de duda se plantase en su mente y la isntase a rebelarse. El mago así lo esperaba. No de forma maliciosa, solo porque consideraba que sería lo mejor para ella: ser libre como el alma debe serlo, sin tener que ser sometida a la voluntad de algo que ni se conoce, ni se ve, ni se sabe y quizá nunca se supiera.
Era parte de su esencia querer influir de tal forma en la muchacha. Incosciente. Para el Dios era buena cosa siempre que no pasase de un par de burlas, un apr de reflexiones y nada más. No había que tomárselo muy en serio y mucho menos hacer de tu vida un yugo.
Escucha el comentario que ella hace sobre su naturaleza con diversión.
-Verdaderamente sois ingenua, Adreanna. ¿No veis las pezuñas de cabra y los cuernos? Yo soy una de tantas encarnaciones de vuestro Diablo, y por tanto mi alma no podría contemplar la luz ni aunque la pusieráis debajo de mi nariz -respondió con palabras teatrales. Se incoporó, y sus manos aderezaron las palabras con gestos adecuados al papel de Diablo-. No obstante al Diablo le gustan las chanzas y aceptare que itnentáis volver a mis compañeros contra mí únicamente porque vuestro rostro es hermoso y me agrada. ¡Pero no volváis a hacerlo! O ni toda la belleza del universo os salvará -la advirtió con un guiño. Casi le faltaba el sombrero que ponerse ahora, terminado su parlamento.
Cain- Mundano
- Cantidad de envíos : 370
Fecha de inscripción : 07/10/2009
Localización : En el cementerio con una pala cantando bajo la luna.
Re: Palazzo delle Morte
*Me levanto, poniendo cara circumspecta, observando su rostro como si evaluara alguna escultura, escondiendo mi sonrisa tras mis manos, en actitud pensadora*
-Mmmm.....Ahora que lo decis....Si que veo un cuerno sobresaliendo por ahi.....
*Aparto mi mano de mi rostro mostrando de nuevo la sonrisa, pero lanzo un suspiro al cabo de poco tiempo, sintiendo como la falta de sueño afecta mas de lo esperado a mi propia salud.
Puedo sentir el ya muy conocido cansancio adueñandose de mi, y preferiria no realizar otra demostracion delante de Cain, puesto que por algun motivo que nunca me he parado a analizar, me intranquiliza que nadie pueda ver las pruebas de mi enfermerdad, salvo cuando es inevitable.
Le dedico una ultima sonrisa burlona al hombre*
-No os preocupeis, dentro de cinco o seis años, mi rostro hermoso se volvera viejo y os librare de su influencia. Pero para entonces, mi complot ya habra tenido exito mas que reconocido
*Me rio por lo bajo y me recoloco bien la capa, mirando hacia el experimento una ultima vez, pasando desde ahi mi vista por la habitacion, quedandome en silencio unos instantes.
Lo cierto era que no me habia planteado el lugar donde exactamente me encontraba. El como era posible que existiea un sitio como este.
Pero no importa, es mejor no saberlo. Quien sabe si, al descubrirlo, pudiera no volver a querer hablar con Cain, y lo cierto es que su compañia me es agradable*
-Disculpadme, Cain, si os parezco descortes, pero seria posible regresar a Venecia...?
-Mmmm.....Ahora que lo decis....Si que veo un cuerno sobresaliendo por ahi.....
*Aparto mi mano de mi rostro mostrando de nuevo la sonrisa, pero lanzo un suspiro al cabo de poco tiempo, sintiendo como la falta de sueño afecta mas de lo esperado a mi propia salud.
Puedo sentir el ya muy conocido cansancio adueñandose de mi, y preferiria no realizar otra demostracion delante de Cain, puesto que por algun motivo que nunca me he parado a analizar, me intranquiliza que nadie pueda ver las pruebas de mi enfermerdad, salvo cuando es inevitable.
Le dedico una ultima sonrisa burlona al hombre*
-No os preocupeis, dentro de cinco o seis años, mi rostro hermoso se volvera viejo y os librare de su influencia. Pero para entonces, mi complot ya habra tenido exito mas que reconocido
*Me rio por lo bajo y me recoloco bien la capa, mirando hacia el experimento una ultima vez, pasando desde ahi mi vista por la habitacion, quedandome en silencio unos instantes.
Lo cierto era que no me habia planteado el lugar donde exactamente me encontraba. El como era posible que existiea un sitio como este.
Pero no importa, es mejor no saberlo. Quien sabe si, al descubrirlo, pudiera no volver a querer hablar con Cain, y lo cierto es que su compañia me es agradable*
-Disculpadme, Cain, si os parezco descortes, pero seria posible regresar a Venecia...?
Adreanna Esposito- Cazavampiros
- Cantidad de envíos : 175
Fecha de inscripción : 08/10/2009
Re: Palazzo delle Morte
El hombre se llevó una mano a la cabeza, tanteandose entre el cabello oscuro. No había anda aunque... no, eso no sería un cuerno, ¿verdad? Puso cara de circunstancias pero al lograr el efecto deseado en la joven, volvió a adoptar una postura relajada.
Le sorprendió un momento el comentario de ella. ¿Tan presente tenía la vejez? Las jovenes solían preferir pensar en el momento, en maquillarse los rostros y probarse los más hermosos vestidos que dejasen entrever pero sin descaro sus figuras juveniles y hermosas. Sin duda Adreanna no parecía amiga de los vestidos ni de las joyas ni de los maquillajes, pero aquella frase sonaba incluso resentida. No hzio mucho caso de ello, respondiendo a su comentario con otro similar.
-Veo que pretendéis hundir mi poca fama... no me esperaba tal cosa de una persona como vos -bromeó chasqueando la lengua y lanzandole una mirada de ofensa.
Pero sus ojos se volvieron curiosos y atentos al ver que el gesto de ella, suspirando. Parecía cansada y por primera vez él se preguntó cuándo habría dormido por última vez. Él estaba acostumbrado a las noches en vela, pero parecía que la joven estaba cansada.
-Bien, así me libro de vuestro rostro y de vuestras hirientes palabras. Verguenza debería daros -contestó él. Pero, como siempre, tan pronto bromeaba como se tomaba en serio una situación y añadió un comentario conciliador-. Ha sido un descuido por mi parte teneros acaparada tanto tiempo. Mis disculpas. Si gustáis os devolveré de nuevo a vuestro hogar mediante magia y me encargaré de que tengáis con vos vuestra yegua. Permitidme, no obstante, agradeceros vuestra visita una vez más -hizo una gentil reverencia y, tomándola de la mano, la acercó al centro de la estancia para, con cuidado, entretejer el hechizo hermano del que allí los había llevado.
Le sorprendió un momento el comentario de ella. ¿Tan presente tenía la vejez? Las jovenes solían preferir pensar en el momento, en maquillarse los rostros y probarse los más hermosos vestidos que dejasen entrever pero sin descaro sus figuras juveniles y hermosas. Sin duda Adreanna no parecía amiga de los vestidos ni de las joyas ni de los maquillajes, pero aquella frase sonaba incluso resentida. No hzio mucho caso de ello, respondiendo a su comentario con otro similar.
-Veo que pretendéis hundir mi poca fama... no me esperaba tal cosa de una persona como vos -bromeó chasqueando la lengua y lanzandole una mirada de ofensa.
Pero sus ojos se volvieron curiosos y atentos al ver que el gesto de ella, suspirando. Parecía cansada y por primera vez él se preguntó cuándo habría dormido por última vez. Él estaba acostumbrado a las noches en vela, pero parecía que la joven estaba cansada.
-Bien, así me libro de vuestro rostro y de vuestras hirientes palabras. Verguenza debería daros -contestó él. Pero, como siempre, tan pronto bromeaba como se tomaba en serio una situación y añadió un comentario conciliador-. Ha sido un descuido por mi parte teneros acaparada tanto tiempo. Mis disculpas. Si gustáis os devolveré de nuevo a vuestro hogar mediante magia y me encargaré de que tengáis con vos vuestra yegua. Permitidme, no obstante, agradeceros vuestra visita una vez más -hizo una gentil reverencia y, tomándola de la mano, la acercó al centro de la estancia para, con cuidado, entretejer el hechizo hermano del que allí los había llevado.
Cain- Mundano
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Fecha de inscripción : 07/10/2009
Localización : En el cementerio con una pala cantando bajo la luna.
Re: Palazzo delle Morte
El retorno desde el cementerio no había sido excesivamente complicado. Apenas un par de hechizos bien aprendidos fueron suficientes para transportar al nigromante y su carga hasta el Palazzo delle Morte. Este se alzaba como siempre, oscuro y tenebroso, en mitad de la isla donde no parecía nunca soplar el viento ni caer la tormenta. Una extraña calma silenciosa reinaba en el lugar cuando Cain entró, pero no hizo caso de ello. De hecho sus botas al resonar en el suelo causaban bastante estruendo para romper la bella e intrigante imagen del castillo. No parecía importarle.
Llegó hasta su estudio, que estaba adjunto a su cuarto y depositó con sumo cuidado la figura de la mujer que cargaba al hombro sobre la cama. Resultaba hermosa sin duda, de rostro suave y piel pálida, de rasgos bonitos y cejas bien definidas. El cabello moreno estaba manchado de la tierra del cementerio y caía sobre sus hombros y la colcha como un río oscuro en mitad de la noche. Parecía sacada de un cuento en el cual la joven durmiera por toda la eternidad esperando el beso que la hiciera despertar. Cain la contempló un segundo antes de girar su cuerpo. Sin verguenza apartó la parte superior de su vestimenta, dejando al desnudo la espalda. La contempló en silencio unos segundos, siguiendo los trazados de los tatuajes que la joven tenía en la espalda. Sí... no los conocía, aún, pero sabía lo que implicaban. Al menos gran parte de ellos. Cadenas, cadenas de tinta marcadas sobre la piel para guardar algo más.
Cain acarició un momento los cabellos de la joven, volviendo a darle la vuelta. Había sido una casualidad encontrarla y sin embargo resultaba tan buena estrella haberlo hecho. Alanna tenía un maestro, lo había visto en su mente y lo había oido en sus palabras, pero debía ser un necio, un estúpido o estar corrompido por la envidia para no haber visto el talento de la chica y, en caso de haberlo percibido, no haberlo explotado.
-Un desperdicio, sin duda -musitó en voz alta el nigromante.
Durante el viaje ya había decidido que haría con la joven de cabellos azabaches y rostro de luna. Ahora solo quedaba aguardar a que despertara y abriera aquellos ojos suyos con confusión, buscando saber dónde se encontraba sin éxito. Hasta entonces, Cain podía aguardar: tenía cosas que hacer. De modo que se puso en pie de nuevo, apartándose de la cama. Se tomó unos segundos para cubrir a la joven. No sería agradable la sorpresa si además enfermaba durante la espera. Se rió unos segundos. Seguramente que si pasaba eso le odiaría y no era lo que quería.
Regresó al estudio y extrajo de la bolsa que llevaba el corazón conservado mágicamente. Casi parecía a punto de latir... Había sido robado la noche adecuada ahora, como la chica, quedaba aguardar a la noche adecuada en que realizar el ritual que requería el corazón de una dama de sangre noble. Aunque pudiera ponerse en duda que tal nobleza fuera bien llevada por la mujer, un corazón era un corazón. Y la sangre era la sangre. Recordó el tacto de sus labios y sonrió un segundo.
Lo guardó y se fue a dormir. Afuera amanecía.
Habían pasado ya dos días.
Cain se sentó junto a la joven, pasando los dedos por el perfil de su cara. La magia que la muchacha había llevado a cabo en el cementerio había sido poderosa y había tenido que superar una poderosa barrera, era lógico que necesitase dormir. Pero... era hora de despertar. Incluso los más bellos sueños debían acabar alguna vez.
Pasó uno de los brazos bajo la nuca de la mujer y el otro bajo sus rodillas, alzándola en volandas para sacarla del dormitorio. Salió al estudio y dejó con cuidado, como quien deposita una delicada flor o una delicada mariposa, a Alanna en el suelo. Sus dedos recorrieron su rostro, los labios algo secos y su cuello. Aún parecía reacia a despertar pero tendría que hacerlo.
Cain se separó de ella, que estaba en el centro del círculo mágido de la habitación, y regresó con el violín. Era una pieza hermosa, delicada, que nadie sabía de dónde había sacado el joven; un secreto que él no pensaba revelar. Apoyó el arco sobre las cuerdas con sumo aprecio y arrancó la primera nota. Sus dedos conocían aquel violín como conocía las almas que corrompía y como el instrumento conocía su propia alma, el alma de quién lo tocaba. Era especial, había algo en el músico o en el violín que hacía que su música, su magia, fuera más intensa, alcanzara plenamente el alma de quien escuchara, hipnotizandolos, hechizándolos en su red.
Con el tiempo y la práctica el nigromante había aprendido a hacerlo parte de sus hechizos y el primer hechizo que tejió con sus dulces notas fue el de despertar que arrancaría a Alanna de su dulces sueños. Una suave voz que la obligaría a abrir los ojos...
... pero no a la realidad.
-Despierta, dulce dama, despierta pues hay algo que debéis contemplar -la voz del nigromante, tan extraña como era, se mezclaba a la perfección con las notas del instrumento viejo.
Los pasos de Cain caminaban al rededor del círculo, rodeandolo. La oscuridad era plena aquella noche sin luna y apenas había luz en aquel cuarto más que la de una vela negra que brillaba en alto sobre el escritorio. Las notas se entretejían con las tinieblas, las arrancaban del aire, de las paredes, y las deslizaban más allá del plano intuido, al físico y al mágico.
Y las tinieblas, la oscuridad, traían consigo sueños que no eran sueños, realidades que parecían realidad y solo quien las tejía sabía que no lo eran. La música hacía real lo que no existía y cuando la joven maga abrió los ojos vio oscuridad pero no al músico, ni la vela, ni el violín. Tan solo estaba sola, abandonada, en la oscuridad, sin nadie que la esperase.
Llegó hasta su estudio, que estaba adjunto a su cuarto y depositó con sumo cuidado la figura de la mujer que cargaba al hombro sobre la cama. Resultaba hermosa sin duda, de rostro suave y piel pálida, de rasgos bonitos y cejas bien definidas. El cabello moreno estaba manchado de la tierra del cementerio y caía sobre sus hombros y la colcha como un río oscuro en mitad de la noche. Parecía sacada de un cuento en el cual la joven durmiera por toda la eternidad esperando el beso que la hiciera despertar. Cain la contempló un segundo antes de girar su cuerpo. Sin verguenza apartó la parte superior de su vestimenta, dejando al desnudo la espalda. La contempló en silencio unos segundos, siguiendo los trazados de los tatuajes que la joven tenía en la espalda. Sí... no los conocía, aún, pero sabía lo que implicaban. Al menos gran parte de ellos. Cadenas, cadenas de tinta marcadas sobre la piel para guardar algo más.
Cain acarició un momento los cabellos de la joven, volviendo a darle la vuelta. Había sido una casualidad encontrarla y sin embargo resultaba tan buena estrella haberlo hecho. Alanna tenía un maestro, lo había visto en su mente y lo había oido en sus palabras, pero debía ser un necio, un estúpido o estar corrompido por la envidia para no haber visto el talento de la chica y, en caso de haberlo percibido, no haberlo explotado.
-Un desperdicio, sin duda -musitó en voz alta el nigromante.
Durante el viaje ya había decidido que haría con la joven de cabellos azabaches y rostro de luna. Ahora solo quedaba aguardar a que despertara y abriera aquellos ojos suyos con confusión, buscando saber dónde se encontraba sin éxito. Hasta entonces, Cain podía aguardar: tenía cosas que hacer. De modo que se puso en pie de nuevo, apartándose de la cama. Se tomó unos segundos para cubrir a la joven. No sería agradable la sorpresa si además enfermaba durante la espera. Se rió unos segundos. Seguramente que si pasaba eso le odiaría y no era lo que quería.
Regresó al estudio y extrajo de la bolsa que llevaba el corazón conservado mágicamente. Casi parecía a punto de latir... Había sido robado la noche adecuada ahora, como la chica, quedaba aguardar a la noche adecuada en que realizar el ritual que requería el corazón de una dama de sangre noble. Aunque pudiera ponerse en duda que tal nobleza fuera bien llevada por la mujer, un corazón era un corazón. Y la sangre era la sangre. Recordó el tacto de sus labios y sonrió un segundo.
Lo guardó y se fue a dormir. Afuera amanecía.
Habían pasado ya dos días.
Cain se sentó junto a la joven, pasando los dedos por el perfil de su cara. La magia que la muchacha había llevado a cabo en el cementerio había sido poderosa y había tenido que superar una poderosa barrera, era lógico que necesitase dormir. Pero... era hora de despertar. Incluso los más bellos sueños debían acabar alguna vez.
Pasó uno de los brazos bajo la nuca de la mujer y el otro bajo sus rodillas, alzándola en volandas para sacarla del dormitorio. Salió al estudio y dejó con cuidado, como quien deposita una delicada flor o una delicada mariposa, a Alanna en el suelo. Sus dedos recorrieron su rostro, los labios algo secos y su cuello. Aún parecía reacia a despertar pero tendría que hacerlo.
Cain se separó de ella, que estaba en el centro del círculo mágido de la habitación, y regresó con el violín. Era una pieza hermosa, delicada, que nadie sabía de dónde había sacado el joven; un secreto que él no pensaba revelar. Apoyó el arco sobre las cuerdas con sumo aprecio y arrancó la primera nota. Sus dedos conocían aquel violín como conocía las almas que corrompía y como el instrumento conocía su propia alma, el alma de quién lo tocaba. Era especial, había algo en el músico o en el violín que hacía que su música, su magia, fuera más intensa, alcanzara plenamente el alma de quien escuchara, hipnotizandolos, hechizándolos en su red.
Con el tiempo y la práctica el nigromante había aprendido a hacerlo parte de sus hechizos y el primer hechizo que tejió con sus dulces notas fue el de despertar que arrancaría a Alanna de su dulces sueños. Una suave voz que la obligaría a abrir los ojos...
... pero no a la realidad.
-Despierta, dulce dama, despierta pues hay algo que debéis contemplar -la voz del nigromante, tan extraña como era, se mezclaba a la perfección con las notas del instrumento viejo.
Los pasos de Cain caminaban al rededor del círculo, rodeandolo. La oscuridad era plena aquella noche sin luna y apenas había luz en aquel cuarto más que la de una vela negra que brillaba en alto sobre el escritorio. Las notas se entretejían con las tinieblas, las arrancaban del aire, de las paredes, y las deslizaban más allá del plano intuido, al físico y al mágico.
Y las tinieblas, la oscuridad, traían consigo sueños que no eran sueños, realidades que parecían realidad y solo quien las tejía sabía que no lo eran. La música hacía real lo que no existía y cuando la joven maga abrió los ojos vio oscuridad pero no al músico, ni la vela, ni el violín. Tan solo estaba sola, abandonada, en la oscuridad, sin nadie que la esperase.
Cain- Mundano
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Localización : En el cementerio con una pala cantando bajo la luna.
Re: Palazzo delle Morte
Para ella no había transcurrido el tiempo desde que había cerrado los ojos y los había vuelto a abrir. Cuando aquello le ocurría, el atroz cansancio producido por haber llevado su magia al límite, solía sumirse en un sueño sereno y profundo que no duraba más de dos días a lo sumo... normal, dado que necesitaba recobrar fuerzas y energías. Realmente, los conjuros empleados contra el nigromante no habían sido especialmente poderosos; el problema era, al conjurarlos, el percibir, sentir, que sus hechizos podían dar mucho más de sí, porque el poder vibra y se camufla en su interior... sin embargo, cada vez que trataba de emplearlo al cien por cien aquellas extrañas e inexplicables cadenas actuaban, haciendo que su esfuerzo superase lo permitido. Entonces venía la oscuridad...
Ahora, en la oscuridad, por primera vez le parece percibir algo: es un sonido chirriante y melancólico, distorsionado por la inconsciencia, que al principio no reconoce... pero que, poco a poco, va cobrando forma en su mente. Un... ¿un violín? Las notas son bellas... la acunan y la hacen desear fervientemente seguir dormida, abrazada por la seguridad del sueño. Pero el despertar trata de imponerse lentamente y lo consigue, en parte debido a aquella voz ronroneante que le susurra... algo cuyas palabras no digiere bien. Pero sí entiende el concepto.
La realidad aguijonea su cuerpo como púas punzantes, haciendo que sus manos, que se abren y cierran lentamente, perciban el frío y el hormigueo del cansancio. Sus músculos poco a poco reaccionan y mueve la cabeza un tanto febril, pasándose la lengua por los labios secos. Tiene la boca pastosa y la imagen de un manantial se le dibuja con avidez en la mente. Entonces, abre los ojos.
Sombras, siluetas indefinibles, neblina negra... eso es lo que ve. Fascinada como una niña pequeña que ha descubierto la presencia del monstruo del armario, gime lánguidamente cuando se remueve para incorporarse de perfil, ayudada por los codo, llevándose una mano a la dolorida cabeza y apartándose algunos negros mechones; cierra con fuerza los ojos para espantar el malestar, que se acumula progresivamente en su estómago. Entonces da un respingo al percatarse de que... no sabe dónde está, a menos que flote en medio de un mar de nubes negras. Ancla con un grito ahogado las manos en el suelo, tras ella, y mira en torno así frenéticamente; o todo lo frenéticamente que puede permitirle su debilidad.
Entonces localiza al monstruo.
Y es un monstruo hermoso, a pesar del siniestro aire que lo rodea. Sin embargo no lo reconoce: solo ve una silueta con un violín y dos ojos dorados, hechizantes, que la atrapan sutilmente antes de desaparecer en la bruma.
- No... - susurra, o eso cree; tal vez no le haya salido la voz. Extiende hacia él una mano temblorosa y fría, sin embargo desaparece sin remisión - N... no...
No, no, no... lo murmura sin voz varias veces más, sin dejar de mirar en torno a sí, asaltada por el pánico. Tiene frío, y es entonces cuando se percata de que está completamente desnuda, y lo único que cubre su piel nívea son los suaves bucles de contrario azabache que caen sobre espalda, hombros y senos. Temblando, en parte por el frío y en parte por el miedo creciente, se abraza las rodillas y se frota torpemente los brazos, semienterrando el rostro y perdiendo la mirada en el suelo para no sentir la presencia de las brumas. Una porción de sí misma intenta rememorar los ojos azules de Fabius, su profunda voz aleccionándola, instándola a mantener el control en las situaciones de crisis... pero ahí, rodeada por el frío y las tinieblas, le resulta difícil creer que existe un mundo más allá de aquél.
Lo único real es el violín... sus notas entran en su alma, la estremecen, le otorgan calor a su alma. Tiene que seguir oyéndolo. Debe...
- Anda, abre los ojos...
¿Qué...?
- Mírame... cerrándolos la realidad no va a desaparecer. Soy yo, ¿me recuerdas? Siempre estoy a tu lado...
Las palabras pueden parecer tiernas. Pero aquella entonación, ese susurrar raspado y rugiente como el de un predador oculto, no lo es... y lo más extraño de todo: la recuerda. Alza los ojos como movida por un resorte, dejándolos vagar por la procedencia de la voz. Sus temblores aumentan y su corazón se detiene un instante.
Ojos... rojos. Los mismos ojos. Los mismos que aparecen en su memoria. Los mismos que la observan de niña junto al cadaver de su madre.
- ¿Quién... quién eres...? - murmura con suaves balbuceos, y la voz demasiado agudizada por el miedo.
Vamos... - los ojos se entornan y la carcajada rasga su alma como un cuchillo - Creo que lo sabes...
- No...
- Oh, sí... - interrumpe la voz. Los ojos desaparecen de repente para reaparecer segundos más tarde tras ella. Y luego a su izquierda. Y luego a su derecha. Y luego la velocidad aumenta hasta tal punto que los ojos parecen estar en todas partes y en ninguna - Soy tu siervo... y aún puedo servirte.
- ¿Cómo...? - hace amago de recular. Siente la cercanía opresiva, el agobio, casi la claustrofobia del terror. Y no ha terminado de musitar esa pregunta cuando de entre las sombras emerge otra figura. Una... una mujer, con el mismo cabello negro que sin duda ha heredado ella misma, pero unos ojos de un claro y cálido azul aguamarina. Ataviada con un sencillo vestido, sonríe dulce y profundamente y la mira, murmurando sin voz su nombre. "Alanna..." Aturdida ella la mira, como también mira a la silueta parpable, con sus ojos llameantes, que se sitúa sutilmente detrás de ella.
- Si quieres que mate, puedo hacerlo...
- No... - susurra con voz quebrada, negando débilmente con la cabeza al intuír lo que está a punto de ocurrir. Intenta rememorar sin éxito las palabras de un hechizo, intentando vencer a la debilidad para incorporarse - No... ¡no...! - Tarde: algo parecido a una espada, que tal vez no lo sea, atraviesa la estalda de la mujer para aparecer en su pecho, abriéndole un boquete sangrante y arrancándole un gorgoteo estertórico. La mujer, con los ojos muy abiertos y el rostro cadavérico, extiende hacia ella la mano instantes antes de que su vida se extinga - ¡¡Noooooooooooo...!!
Convulsionada de dolor, un dolor extraño, enterrado por su memoria, los ojos de Alanna se llenan de lágrimas. Baja la cabeza, oculto el rostro por el enmarañado pelo negro, y comienza a sollozar amargamente. Y es entonces, cuando los sollozos amortiguados por sus manos se alargan sin control, que una extraña aura gira en vórtice en torno a ella, encendiéndose con llamas anaranjadas, viento cortante, agua murmurante... un caos inestable de magia en el que, curiosamente, los tatuajes arcanos de su espalda se iluminan como luces intermitentes
- Es un sueño... - murmura para sí, entre susurros inconexos - Un sueño... s-solo un sueño...
Parece que, al repetírselo incesantemente, el acunante sonido del violín se debilita un tanto. Como si su mente se esforzara al límite por escapar de la ilusión.
Ahora, en la oscuridad, por primera vez le parece percibir algo: es un sonido chirriante y melancólico, distorsionado por la inconsciencia, que al principio no reconoce... pero que, poco a poco, va cobrando forma en su mente. Un... ¿un violín? Las notas son bellas... la acunan y la hacen desear fervientemente seguir dormida, abrazada por la seguridad del sueño. Pero el despertar trata de imponerse lentamente y lo consigue, en parte debido a aquella voz ronroneante que le susurra... algo cuyas palabras no digiere bien. Pero sí entiende el concepto.
La realidad aguijonea su cuerpo como púas punzantes, haciendo que sus manos, que se abren y cierran lentamente, perciban el frío y el hormigueo del cansancio. Sus músculos poco a poco reaccionan y mueve la cabeza un tanto febril, pasándose la lengua por los labios secos. Tiene la boca pastosa y la imagen de un manantial se le dibuja con avidez en la mente. Entonces, abre los ojos.
Sombras, siluetas indefinibles, neblina negra... eso es lo que ve. Fascinada como una niña pequeña que ha descubierto la presencia del monstruo del armario, gime lánguidamente cuando se remueve para incorporarse de perfil, ayudada por los codo, llevándose una mano a la dolorida cabeza y apartándose algunos negros mechones; cierra con fuerza los ojos para espantar el malestar, que se acumula progresivamente en su estómago. Entonces da un respingo al percatarse de que... no sabe dónde está, a menos que flote en medio de un mar de nubes negras. Ancla con un grito ahogado las manos en el suelo, tras ella, y mira en torno así frenéticamente; o todo lo frenéticamente que puede permitirle su debilidad.
Entonces localiza al monstruo.
Y es un monstruo hermoso, a pesar del siniestro aire que lo rodea. Sin embargo no lo reconoce: solo ve una silueta con un violín y dos ojos dorados, hechizantes, que la atrapan sutilmente antes de desaparecer en la bruma.
- No... - susurra, o eso cree; tal vez no le haya salido la voz. Extiende hacia él una mano temblorosa y fría, sin embargo desaparece sin remisión - N... no...
No, no, no... lo murmura sin voz varias veces más, sin dejar de mirar en torno a sí, asaltada por el pánico. Tiene frío, y es entonces cuando se percata de que está completamente desnuda, y lo único que cubre su piel nívea son los suaves bucles de contrario azabache que caen sobre espalda, hombros y senos. Temblando, en parte por el frío y en parte por el miedo creciente, se abraza las rodillas y se frota torpemente los brazos, semienterrando el rostro y perdiendo la mirada en el suelo para no sentir la presencia de las brumas. Una porción de sí misma intenta rememorar los ojos azules de Fabius, su profunda voz aleccionándola, instándola a mantener el control en las situaciones de crisis... pero ahí, rodeada por el frío y las tinieblas, le resulta difícil creer que existe un mundo más allá de aquél.
Lo único real es el violín... sus notas entran en su alma, la estremecen, le otorgan calor a su alma. Tiene que seguir oyéndolo. Debe...
- Anda, abre los ojos...
¿Qué...?
- Mírame... cerrándolos la realidad no va a desaparecer. Soy yo, ¿me recuerdas? Siempre estoy a tu lado...
Las palabras pueden parecer tiernas. Pero aquella entonación, ese susurrar raspado y rugiente como el de un predador oculto, no lo es... y lo más extraño de todo: la recuerda. Alza los ojos como movida por un resorte, dejándolos vagar por la procedencia de la voz. Sus temblores aumentan y su corazón se detiene un instante.
Ojos... rojos. Los mismos ojos. Los mismos que aparecen en su memoria. Los mismos que la observan de niña junto al cadaver de su madre.
- ¿Quién... quién eres...? - murmura con suaves balbuceos, y la voz demasiado agudizada por el miedo.
Vamos... - los ojos se entornan y la carcajada rasga su alma como un cuchillo - Creo que lo sabes...
- No...
- Oh, sí... - interrumpe la voz. Los ojos desaparecen de repente para reaparecer segundos más tarde tras ella. Y luego a su izquierda. Y luego a su derecha. Y luego la velocidad aumenta hasta tal punto que los ojos parecen estar en todas partes y en ninguna - Soy tu siervo... y aún puedo servirte.
- ¿Cómo...? - hace amago de recular. Siente la cercanía opresiva, el agobio, casi la claustrofobia del terror. Y no ha terminado de musitar esa pregunta cuando de entre las sombras emerge otra figura. Una... una mujer, con el mismo cabello negro que sin duda ha heredado ella misma, pero unos ojos de un claro y cálido azul aguamarina. Ataviada con un sencillo vestido, sonríe dulce y profundamente y la mira, murmurando sin voz su nombre. "Alanna..." Aturdida ella la mira, como también mira a la silueta parpable, con sus ojos llameantes, que se sitúa sutilmente detrás de ella.
- Si quieres que mate, puedo hacerlo...
- No... - susurra con voz quebrada, negando débilmente con la cabeza al intuír lo que está a punto de ocurrir. Intenta rememorar sin éxito las palabras de un hechizo, intentando vencer a la debilidad para incorporarse - No... ¡no...! - Tarde: algo parecido a una espada, que tal vez no lo sea, atraviesa la estalda de la mujer para aparecer en su pecho, abriéndole un boquete sangrante y arrancándole un gorgoteo estertórico. La mujer, con los ojos muy abiertos y el rostro cadavérico, extiende hacia ella la mano instantes antes de que su vida se extinga - ¡¡Noooooooooooo...!!
Convulsionada de dolor, un dolor extraño, enterrado por su memoria, los ojos de Alanna se llenan de lágrimas. Baja la cabeza, oculto el rostro por el enmarañado pelo negro, y comienza a sollozar amargamente. Y es entonces, cuando los sollozos amortiguados por sus manos se alargan sin control, que una extraña aura gira en vórtice en torno a ella, encendiéndose con llamas anaranjadas, viento cortante, agua murmurante... un caos inestable de magia en el que, curiosamente, los tatuajes arcanos de su espalda se iluminan como luces intermitentes
- Es un sueño... - murmura para sí, entre susurros inconexos - Un sueño... s-solo un sueño...
Parece que, al repetírselo incesantemente, el acunante sonido del violín se debilita un tanto. Como si su mente se esforzara al límite por escapar de la ilusión.
Alanna D'Ventri- Brujo
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Fecha de inscripción : 08/10/2009
Re: Palazzo delle Morte
La luz de la vela, suave y cálida como una mano acariciandole el rostro, titila un segundo. Situada encima del escritorio parece ser el Último Bastión, el último territorio que debe ser conquistado para que la oscuridad reine y gobierne en aquella sala en las profundidades de un castillo que se alza en mitad de la noche, sobre el mar que rodea Venecia.
Mas él ni se percata de aquella breve vacilación. ¿Sería las sombras que poco a poco iban ganando terreno? Pero la luz parece volver a brillar con fuerza, aunque sea pequeña y al noche este llena de monstruos y pesadillas. Los ojos del nigromante, dos ambares donde tiempo atrás quedaron atrapadas las negras pupilas a modo de insectos, siguen fijos den la muchacha. La contempla despertar, traida por su voz y su violín desde los mundos de Morfeo y le sonrie.
La contempla dudar, incorporarse lentamente, sin saber donde se encuentra. Ni siquiera puede ver el círculo arcano bajo ella, de proporciones hercúleas, ni las paredes del estudio, ni la vela que brilla en la mesa, la esperanza; pues el hechizo que mantiene el hombre sobre ella se lo impide. Para ella a su alrededor solo hay tinieblas en las que se encuentra perdida... y si quiere salir de ellas tendrá que contentar al violín. Su música es a la vez lo que mantiene a la mente de la chica en el mundo de la realidad, y lo que la hunde entre las ilusiones que el nigromante teje con sumo cuidado al rededor de ella. Mientras Alanna dormía él había visto partes de su mente y sabía cómo hacerlas aflorar gracias al don de la mente. Podía sonar cruel pero de ello renacería un fénix en todo su esplendor.
Parece por un instante apenas que ella se da cuenta de lo que ocurre. O no tanto de lo que ocurre si no de parte de la realidad. En ese momento en que el hechizo del despertar se desvanecía y comenzaba a cobrar fuerza la ilusión, llevándose lejos, muy lejos, ella giró la cabeza hacia él y sus ojos brillaron con un leve toque de entendimiento vedado. Le había visto y quizá lo recordase. Él le sonrie y hace un gesto con la cabeza, flexionando las rodillas con educación, como un artista hace a su público.
Y entonces el violín se la lleva de nuevo.
La música es poderosa, sabe Cain, es capaz de llevarnos a dónde menos lo deseamos. Es algo que comparten las notas y las palabras.
Y ahora Alanna recuerda dos ojos que vio de pequeña cuando una mujer a la que amaba y quería moría frente a ella. Una lástima de haber espiado su mente mientras dormía era que tenía escenas sueltas, imagenes y sentimientos, pero nada que pudiera unir. Una ventaja del hechizo era que se aprovechaba de los recodos de la mente que ni siquiera él habçía podido contemplar en su examen.
Alanna se acurruca en el suelo, susurrando, respondiendo a las voces de su mente. Acurrucada como estaba mostraba la espalda en todo su esplendor y las marcas sobre esta desprendían una suave luz que combatía con la de la vela, que temblaba. El ritmo del violín se incrementó, pasando de una melodía de drama y trajedía a una calma, relajada.
Entre las sombras que la rodeaban apareció una figura conocida. Quizá si se fijase Alanna vería que el hombre parecía unos años más joven de lo que era ahora y que llevaba las mismas ropas que hacía dos años. Pero en aquel momento el hechizo la dominaba por completo, acunandola como una madre oscura.
-Alanna... -susurró el maestro, acercándose a ella. Ella alzó la cabeza hacia él. Cain vio como miraba a la nada, con el cabello tapándole la espalda y parte del pecho desnudo-. Alanna... por fin te encuentro.
Aún estaba lejos. Demasiado. Pero eso no importaba. Sabía que la imagen de su maestro era algo que la relajaría, que la haría sentir segura sin saber que era un craso error.
-Hay en tu interior un gran poder, Alanna... ¿por qué no lo sacas? -preguntó el maestro con voz amable, como cuando alguien pregunta algo a un infante. Sonreía como solía hacerlo en los recuerdos de la muchacha. La apreciaba, la consideraba parte de su vida-. He hecho muchas cosas por ti, Alanna -le recordó de pronto. La voz del hombre era más seria-. Te he cuidado como si fueras mi hija... -la voz sonaba triste, contrariada y el mago se apartó-. Pero me equivoque... Puse mis esperanzas en tí, pero veo que erraba. Tan solo eres una muchacha más. Una desagradecida como tantas otras. ¡Ay que equivocado estaba! -su maestro se alejaba, perdiendose entre las sombras y no dejaba de estar a su lado-. ¡No! ¡Me mentiste! ¡No sé cómo pude confiar en tí, considerarte mi hija! ¡En realidad nunca tuviste talento! Solo eres un proyecto fracasado más, un desperdicio de mi talento, mi esfuerzo y mi tiempo.
Y el rostro del hombre en el que ella confiaba se convirtió en el rostro de un ave negra de grueso pico que le clavó en los ojos, picándoselos como un cuervo pica los ojos de un muerto, mientras los gritos de"traidora" y "desagradecida" resonaban en toda la sala, en toda su mente.
Mas él ni se percata de aquella breve vacilación. ¿Sería las sombras que poco a poco iban ganando terreno? Pero la luz parece volver a brillar con fuerza, aunque sea pequeña y al noche este llena de monstruos y pesadillas. Los ojos del nigromante, dos ambares donde tiempo atrás quedaron atrapadas las negras pupilas a modo de insectos, siguen fijos den la muchacha. La contempla despertar, traida por su voz y su violín desde los mundos de Morfeo y le sonrie.
La contempla dudar, incorporarse lentamente, sin saber donde se encuentra. Ni siquiera puede ver el círculo arcano bajo ella, de proporciones hercúleas, ni las paredes del estudio, ni la vela que brilla en la mesa, la esperanza; pues el hechizo que mantiene el hombre sobre ella se lo impide. Para ella a su alrededor solo hay tinieblas en las que se encuentra perdida... y si quiere salir de ellas tendrá que contentar al violín. Su música es a la vez lo que mantiene a la mente de la chica en el mundo de la realidad, y lo que la hunde entre las ilusiones que el nigromante teje con sumo cuidado al rededor de ella. Mientras Alanna dormía él había visto partes de su mente y sabía cómo hacerlas aflorar gracias al don de la mente. Podía sonar cruel pero de ello renacería un fénix en todo su esplendor.
Parece por un instante apenas que ella se da cuenta de lo que ocurre. O no tanto de lo que ocurre si no de parte de la realidad. En ese momento en que el hechizo del despertar se desvanecía y comenzaba a cobrar fuerza la ilusión, llevándose lejos, muy lejos, ella giró la cabeza hacia él y sus ojos brillaron con un leve toque de entendimiento vedado. Le había visto y quizá lo recordase. Él le sonrie y hace un gesto con la cabeza, flexionando las rodillas con educación, como un artista hace a su público.
Y entonces el violín se la lleva de nuevo.
La música es poderosa, sabe Cain, es capaz de llevarnos a dónde menos lo deseamos. Es algo que comparten las notas y las palabras.
Y ahora Alanna recuerda dos ojos que vio de pequeña cuando una mujer a la que amaba y quería moría frente a ella. Una lástima de haber espiado su mente mientras dormía era que tenía escenas sueltas, imagenes y sentimientos, pero nada que pudiera unir. Una ventaja del hechizo era que se aprovechaba de los recodos de la mente que ni siquiera él habçía podido contemplar en su examen.
Alanna se acurruca en el suelo, susurrando, respondiendo a las voces de su mente. Acurrucada como estaba mostraba la espalda en todo su esplendor y las marcas sobre esta desprendían una suave luz que combatía con la de la vela, que temblaba. El ritmo del violín se incrementó, pasando de una melodía de drama y trajedía a una calma, relajada.
Entre las sombras que la rodeaban apareció una figura conocida. Quizá si se fijase Alanna vería que el hombre parecía unos años más joven de lo que era ahora y que llevaba las mismas ropas que hacía dos años. Pero en aquel momento el hechizo la dominaba por completo, acunandola como una madre oscura.
-Alanna... -susurró el maestro, acercándose a ella. Ella alzó la cabeza hacia él. Cain vio como miraba a la nada, con el cabello tapándole la espalda y parte del pecho desnudo-. Alanna... por fin te encuentro.
Aún estaba lejos. Demasiado. Pero eso no importaba. Sabía que la imagen de su maestro era algo que la relajaría, que la haría sentir segura sin saber que era un craso error.
-Hay en tu interior un gran poder, Alanna... ¿por qué no lo sacas? -preguntó el maestro con voz amable, como cuando alguien pregunta algo a un infante. Sonreía como solía hacerlo en los recuerdos de la muchacha. La apreciaba, la consideraba parte de su vida-. He hecho muchas cosas por ti, Alanna -le recordó de pronto. La voz del hombre era más seria-. Te he cuidado como si fueras mi hija... -la voz sonaba triste, contrariada y el mago se apartó-. Pero me equivoque... Puse mis esperanzas en tí, pero veo que erraba. Tan solo eres una muchacha más. Una desagradecida como tantas otras. ¡Ay que equivocado estaba! -su maestro se alejaba, perdiendose entre las sombras y no dejaba de estar a su lado-. ¡No! ¡Me mentiste! ¡No sé cómo pude confiar en tí, considerarte mi hija! ¡En realidad nunca tuviste talento! Solo eres un proyecto fracasado más, un desperdicio de mi talento, mi esfuerzo y mi tiempo.
Y el rostro del hombre en el que ella confiaba se convirtió en el rostro de un ave negra de grueso pico que le clavó en los ojos, picándoselos como un cuervo pica los ojos de un muerto, mientras los gritos de"traidora" y "desagradecida" resonaban en toda la sala, en toda su mente.
Cain- Mundano
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Re: Palazzo delle Morte
Sigue sollozando, enterrado el rostro entre sus manos como si aquello pudiera constituír una coraza. Y como si, ovillada sobre sí misma, su piel desnuda no pudiera sentir el roce cortante del frío, en contraste con aquel ardor acentuado en su espalda; sin sus ropajes, sus joyas y sus saquillos y libros se siente desprotegida... una muchacha más, frágil y sin fuerza suficiente. Esclava de los recuerdos, también... su llanto ahora es silencioso, y solo sacuden su cuerpo esporádicos espasmos y gritos ahogados cargados de angustia; no comprende lo que ha visto, pero lo ha visto: la muerte de aquella mujer tan similar a ella misma excepto por sus ojos, y aquellos ojos rojos que hablan como si ella misma hubiese ordenado la matanza. Aún los siente clavados en sí misma, horadando su alma. Es... cruel...
Y es entonces cuando percibe la nueva presencia, acercándose a ella con pasos calmas y el susurro suave de una túnica. No es la primera vez que oye ese sonido, como tampoco la voz anciana y profunda ahora cargada de dolor. Al oírla siente una corriente de alivio, hasta el punto de que no entiende bien lo que él le dice al principio; solo puede alzar el rostro de ojos enrojecidos y pómulos surcados de lágrimas, temblando como un cachorro abandonado que ha encontrado al lobo protector. Se cruza de brazos con fuerzo.
- Maestro... - susurra, incapaz de expresar con su voz su alegría, el amor y el intenso respeto que le profesa. Incapaz de contenerse, se echa a sus brazos y hunde la cara en su pecho, volviendo a sollozar y amortiguando el sonido del llanto contra su pecho. Igual que tantas otras veces, cuando era niña y él la salvaba de las pesadillas de ojos rojos - Él me ha encontrado... otra vez... y-yo no no quería llamarle, pero ha venido. Y yo he vuelto a arrebatarle la vida... - Ni siquiera es consciente de lo que dice. Habla como en trance, asaltada aún por recuerdos que, aún no lo sabe, olvidaría en cuanto volviera en sí. Entonces escucha bien sus palabras, se aparta y parpadea, confusa al principio; luego baja la vista, repentinamente avergonzada sin saber por qué, y niega lentamente con la cabeza mientras abre y cierra la boca varias veces, incapaz de hallar las palabras. Ahora es incapaz de pensar, más bien... el terror la domina, y ante su segura presencia no es capaz de erguirse fuerte y orgullosa, como tantas otras veces - N... no... no lo sé... - admite con un hilo de voz, humedeciéndose los labios. Su espalda parece arder todavía más, y casi siente el impulso de afianzar el abrazo sobre sí misma para arañársela - Y... yo no he podido... nunca... es como si algo me asfixiara... me engrilletara... - le mira a los ojos - Yo... - pero enmudece, pálida como la muerte, cuando oye sus reproches. Es como si algo se desmoronase dentro de ella, obligándola a caer sin un clavo ardiente al que aferrarse. Siempre ha tenido a su maestro, a sus hermanos, pero sin ellos, ¿qué le queda? Su corazón parece detenerse gradualmente, incapaz de seguir latiendo, al leer la decepción, el desprecio y el dolor en los ojos de Fabius. Y lejos de sentir ira se siente rota, inútil por no darle lo que espera de ella - ¿Qué...? Pero... - mira a todas partes, con los ojos clavados en el suelo, buscando incesantemente algo que decir. La forma de arreglarlo - Yo... no puedo hacer nada. No puedo. N-no albergo tanto poder... - su rostro se congestiona, desencajado por la desesperación. Tiene la sensación de que todo aquello en lo que creía de repente ya no existe... solo la revelación, la triste y cierta revelación, de que aquel al que venera y ama como un madre no la ve sino como a un experimento fallido. Una... cosa - ¿Por eso... me acogisteis cuando era niña? - inquiere con voz temblorosa, quebrada - No fue por... caridad... ni siquiera por amor. Vos visteis en mí solo... magia. Si... si no la hubiese tenido... - traga saliva, notando cómo asciende la nausea por su garganta, nublando su vista - ¿qué habríais hecho...?
Como en respuesta a esa pregunta el rostro de Fabius se metamorfosea. Alanna emite un grito ahogado que queda amortiguado por el grito del ave, mientras recula sin saber bien qué hacer; cualquier conjuro, hechizo o ritual ahora es inútil: su mente navega en caos, totalmente bloqueada. Cuando se avalanza sobre ella, se cubre los ojos con los brazos y cae al suelo, ovillándose y gritando ante sus ataques. No piensa, solo siente: quiere que vuelva Fabius, su padre y mentor, con sus ojos benévolos... pero él ya no existe...
¡¡NO!! Existirá... existirá si ella le honra con lo que él desea ver. Si solo pudiera dárselo... si solo pudiera emanar su poder... si solo pudiera romper las cadenas... entonces todo volvería a ser como antes. No le importa vivir una mentira, lo único que la aterra es volver a quedarse...
"Sola...", no sabe si lo piensa ella o si lo grazna el monstruo. O la voz de ojos rojos de las tinieblas. O el cadaver de su madre reanimado como un espectro. Las lágrimas vuelven a acudir a sus ojos pero apenas las siente; con la mirada totalmente ida, abierta y clavada en la nada, sigue protegiendo sus ojos, que ahora danzan con lágrimas de sangre por efecto de los continuados picotazos, mientras su mente se evade para caer en la tierra arcana de más allá. Su conciencia trasciende... la oscuridad parece bullir para comenzar a girar, progresivamente, en torno a ella y su magia...
Su cabello empieza a bailar como asaltado por una corriente marina poderosa, comenzando a nacer en él hebras blancas en contraste al tono azabache habitual. Sus ojos también se vuelven totalmente blancos, sin pupilas, cada vez más inyectados en sangre cuando el torrente de poder que siente en su interior arremete con fuerza para romper las paredes que lo retienen, aunque ello le cueste algo más que la cordura. Podrá conseguirlo, y lo sabe. Podrá...
De improviso, la ilusión del ave negra grazna de dolor cuando una especie de bruma roja lo envuelve para desintegrarlo en un estallido de plumas, no quedando de él ni rastro...
Pero, de repente, su espalda no se limita a arder, sino que siente como si se la quemasen con ácido. Convulsionada, desorbita los ojos y emite un alarido de dolor, arqueando la espalda cuando, dicho y hecho, los tatuajes de su espalda estallan en llamaradas azules y negras. Se ovilla todavía más, tiritando y crispando sus dedos sobre el cabello blanquinegro como si quisiera arrancárselo; gimiendo de ira, dolor, tristeza y un sinfín de sentimientos más. Su piel blanca ahora parece cenicienta.
El esfuerzo realizado ha sido excesivo, y queda claro que, sea quien sea quien le grabó esos tatuajes, tenía poder. Nada ni nadie los romperá tan fácilmente.
Y es entonces cuando percibe la nueva presencia, acercándose a ella con pasos calmas y el susurro suave de una túnica. No es la primera vez que oye ese sonido, como tampoco la voz anciana y profunda ahora cargada de dolor. Al oírla siente una corriente de alivio, hasta el punto de que no entiende bien lo que él le dice al principio; solo puede alzar el rostro de ojos enrojecidos y pómulos surcados de lágrimas, temblando como un cachorro abandonado que ha encontrado al lobo protector. Se cruza de brazos con fuerzo.
- Maestro... - susurra, incapaz de expresar con su voz su alegría, el amor y el intenso respeto que le profesa. Incapaz de contenerse, se echa a sus brazos y hunde la cara en su pecho, volviendo a sollozar y amortiguando el sonido del llanto contra su pecho. Igual que tantas otras veces, cuando era niña y él la salvaba de las pesadillas de ojos rojos - Él me ha encontrado... otra vez... y-yo no no quería llamarle, pero ha venido. Y yo he vuelto a arrebatarle la vida... - Ni siquiera es consciente de lo que dice. Habla como en trance, asaltada aún por recuerdos que, aún no lo sabe, olvidaría en cuanto volviera en sí. Entonces escucha bien sus palabras, se aparta y parpadea, confusa al principio; luego baja la vista, repentinamente avergonzada sin saber por qué, y niega lentamente con la cabeza mientras abre y cierra la boca varias veces, incapaz de hallar las palabras. Ahora es incapaz de pensar, más bien... el terror la domina, y ante su segura presencia no es capaz de erguirse fuerte y orgullosa, como tantas otras veces - N... no... no lo sé... - admite con un hilo de voz, humedeciéndose los labios. Su espalda parece arder todavía más, y casi siente el impulso de afianzar el abrazo sobre sí misma para arañársela - Y... yo no he podido... nunca... es como si algo me asfixiara... me engrilletara... - le mira a los ojos - Yo... - pero enmudece, pálida como la muerte, cuando oye sus reproches. Es como si algo se desmoronase dentro de ella, obligándola a caer sin un clavo ardiente al que aferrarse. Siempre ha tenido a su maestro, a sus hermanos, pero sin ellos, ¿qué le queda? Su corazón parece detenerse gradualmente, incapaz de seguir latiendo, al leer la decepción, el desprecio y el dolor en los ojos de Fabius. Y lejos de sentir ira se siente rota, inútil por no darle lo que espera de ella - ¿Qué...? Pero... - mira a todas partes, con los ojos clavados en el suelo, buscando incesantemente algo que decir. La forma de arreglarlo - Yo... no puedo hacer nada. No puedo. N-no albergo tanto poder... - su rostro se congestiona, desencajado por la desesperación. Tiene la sensación de que todo aquello en lo que creía de repente ya no existe... solo la revelación, la triste y cierta revelación, de que aquel al que venera y ama como un madre no la ve sino como a un experimento fallido. Una... cosa - ¿Por eso... me acogisteis cuando era niña? - inquiere con voz temblorosa, quebrada - No fue por... caridad... ni siquiera por amor. Vos visteis en mí solo... magia. Si... si no la hubiese tenido... - traga saliva, notando cómo asciende la nausea por su garganta, nublando su vista - ¿qué habríais hecho...?
Como en respuesta a esa pregunta el rostro de Fabius se metamorfosea. Alanna emite un grito ahogado que queda amortiguado por el grito del ave, mientras recula sin saber bien qué hacer; cualquier conjuro, hechizo o ritual ahora es inútil: su mente navega en caos, totalmente bloqueada. Cuando se avalanza sobre ella, se cubre los ojos con los brazos y cae al suelo, ovillándose y gritando ante sus ataques. No piensa, solo siente: quiere que vuelva Fabius, su padre y mentor, con sus ojos benévolos... pero él ya no existe...
¡¡NO!! Existirá... existirá si ella le honra con lo que él desea ver. Si solo pudiera dárselo... si solo pudiera emanar su poder... si solo pudiera romper las cadenas... entonces todo volvería a ser como antes. No le importa vivir una mentira, lo único que la aterra es volver a quedarse...
"Sola...", no sabe si lo piensa ella o si lo grazna el monstruo. O la voz de ojos rojos de las tinieblas. O el cadaver de su madre reanimado como un espectro. Las lágrimas vuelven a acudir a sus ojos pero apenas las siente; con la mirada totalmente ida, abierta y clavada en la nada, sigue protegiendo sus ojos, que ahora danzan con lágrimas de sangre por efecto de los continuados picotazos, mientras su mente se evade para caer en la tierra arcana de más allá. Su conciencia trasciende... la oscuridad parece bullir para comenzar a girar, progresivamente, en torno a ella y su magia...
Su cabello empieza a bailar como asaltado por una corriente marina poderosa, comenzando a nacer en él hebras blancas en contraste al tono azabache habitual. Sus ojos también se vuelven totalmente blancos, sin pupilas, cada vez más inyectados en sangre cuando el torrente de poder que siente en su interior arremete con fuerza para romper las paredes que lo retienen, aunque ello le cueste algo más que la cordura. Podrá conseguirlo, y lo sabe. Podrá...
De improviso, la ilusión del ave negra grazna de dolor cuando una especie de bruma roja lo envuelve para desintegrarlo en un estallido de plumas, no quedando de él ni rastro...
Pero, de repente, su espalda no se limita a arder, sino que siente como si se la quemasen con ácido. Convulsionada, desorbita los ojos y emite un alarido de dolor, arqueando la espalda cuando, dicho y hecho, los tatuajes de su espalda estallan en llamaradas azules y negras. Se ovilla todavía más, tiritando y crispando sus dedos sobre el cabello blanquinegro como si quisiera arrancárselo; gimiendo de ira, dolor, tristeza y un sinfín de sentimientos más. Su piel blanca ahora parece cenicienta.
El esfuerzo realizado ha sido excesivo, y queda claro que, sea quien sea quien le grabó esos tatuajes, tenía poder. Nada ni nadie los romperá tan fácilmente.
Alanna D'Ventri- Brujo
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Re: Palazzo delle Morte
Alanna esta acurrucada en el suelo, temblando. Su cuerpo se convulsiona y sus hombros se agitan esporádicamente. Los sollozos suenan en la sala silenciosa, únicamente rotos por el sonido del violín que ahora le concede unos preciosos segundos de calma, de paz... Su sonido no es sanador, no es un bálsamo. Tan solo se aleja, hace que el dolor remita levemente y le concede un respiro mientras su melodía continua acariciando el aire, dando forma a la magia que convoca la ilsuión de su maestro.
Mientras ella está encerrada en tan cruel mundo de sueños el nigromante la contempla. Se había detenido, en el borde del círculo, frente a ella que sgeuía en el suelo, desnuda. Sus ojos de ambar contemplaban las marcas de su espalda, brillantes, iluminadas. Sin duda es un cuerpo hermoso, sin otra mancha ni cicatriz que esas cadenas de formas hermosas en su espalda de piel nívea. Alanna oculta la cabeza hacia abajo y el cabello enmarañado, enredado, le cae como un mar en el que faltaban las estrellas. Tal pueden considerarse quizá los reflejos de la vela entre sus cabellos de obsidiana fluida.
Puede considerarse cruel todo aquello. Cain es consciente de ello. Pero también tenía presente su objetivo, su curiosidad... y el final de todo aquello. Podía ser doloroso para la muchacha todo lo que veía y oía, pero más adelante no importaría.
La muchacha susurra, alza la mirada hacia donde no hay nadie. Sus ojos están vedados. El violín empieza a ascender, una espiral que la envuelve y la acaricia, conduciendola por donde el músico quiere que vaya. No era dueña de sus pasos, no era dueña de lo que ocurría junto a ella en sueños. Daban igual sus palabras, su maestro, aquel hombre al que una vez él conoció hace muchos años ya y que no reconoció ni recordó hasta que lo contempló de nuevo en aquella mente tan frágil y tan fuerte a la vez. Un duro diamante al que el sufrimiento podía hacer quebrarse tan fácilmente... Da igual lo que ella diga o haga, el maestro le susurra, el increpa y le grita aquellas palabras antes de convertirse en el ave de mal agüero que la maldice entre graznidos.
En la realidad las marcas en la espalda de la chica se iluminaban. La vela, que estaba a puntod e olvidarse, titilando, no podía competir con su luz, brillante, como un sol, que llena la habitación. Incluso el nigromante ha de alejarse pues tal luz le hacía daño en los ojos, especialmente sensibles cuando adoptaban aquel color dorado. Alanna alza la cabeza, con las lágrimas cayendo a raudales por sus mejillas, esforzándose, queriendo liberarlo. Cain lo siente, el hechizo, el violín, hace que sienta cada una de las emociones de la joven. Ese miedo atroz a esos ojos rojos, ese amor hacia el que fue su segundo padre y nuevamente el miedo... no, el terror. El puro terror animal a la soledad. Cualquier cosa, dice su mente, cualquier cosa por no quedarme sola. Aunque sea una mentira, aunque sea a cambio de nada, mienteme y dime que os hago sentir orgulloso... Las palabras iban diriguidas al fantasma, al cuervo.
Y la magia se liberó, repentina, salvaje. Sus cabellos se agitaron alrededor de sus hombros, sus ojos se iluminaron y la magia llenó todo el estudio. Cain se tapó los ojos con un brazo y cuando la luz pasó la ilusión se quebraba. En la mente de Alanna solo había oscuridad que la rodeaba como al principio.
Asombroso. Maravilloso. El nigromanete la contempla y sus ojos brillan. No se había equivocado. Oh, que poder y que alma. Dolorida y semi rota, sujeta tan solo de un único pedestal que en cualquier momento podía derribarse...
Él la contempla aún y tras unos largos minutos el violín regresa. Ahora su melodía es tranquila, un bálsamo, esta vez las notas la acunan, la acarician y lavan sus heridas. La envuelven en olores agradables. ¿Para qué sufrir más? El violín la acuna y poco a poco la saca de la ilusión, con la delicadeza propia de una madre o un amante que sonríe con dulzura a la hora de despertarla. Cain entra dentro del círculo mágico y se agacha junto a ella, de cuclillas al lado de su rostro. Sus dedos siguen pulsando las cuerdas, pero sus ojos solo se fijan en ella.
-Despierta, pequeña... -le susurra y su voz llega hasta ella más allá de sus sueños.
La magia del hombre, la magia del violín, unidas, van curando sus heridas, la hacen olvidar. Sacan de su mente al cuervo y temporalmente a los ojos rojos. Has sido muy valiente, le susurrán. Ahora es hora de despertar. Junto a tí no habrá ojos rojos ni cuervos. Ya no sufrirás.
Cuando la joven maga abre los ojos él baja el violín con lentitud, cogiendo el arco y el cuerpo del instrumento con una sola mano. La otra, los dedos, acariciaron las mejillas de la joven, borrando también sus lágrimas físicas y acariciandole el pelo, la cara...
-Despierta.
Mientras ella está encerrada en tan cruel mundo de sueños el nigromante la contempla. Se había detenido, en el borde del círculo, frente a ella que sgeuía en el suelo, desnuda. Sus ojos de ambar contemplaban las marcas de su espalda, brillantes, iluminadas. Sin duda es un cuerpo hermoso, sin otra mancha ni cicatriz que esas cadenas de formas hermosas en su espalda de piel nívea. Alanna oculta la cabeza hacia abajo y el cabello enmarañado, enredado, le cae como un mar en el que faltaban las estrellas. Tal pueden considerarse quizá los reflejos de la vela entre sus cabellos de obsidiana fluida.
Puede considerarse cruel todo aquello. Cain es consciente de ello. Pero también tenía presente su objetivo, su curiosidad... y el final de todo aquello. Podía ser doloroso para la muchacha todo lo que veía y oía, pero más adelante no importaría.
La muchacha susurra, alza la mirada hacia donde no hay nadie. Sus ojos están vedados. El violín empieza a ascender, una espiral que la envuelve y la acaricia, conduciendola por donde el músico quiere que vaya. No era dueña de sus pasos, no era dueña de lo que ocurría junto a ella en sueños. Daban igual sus palabras, su maestro, aquel hombre al que una vez él conoció hace muchos años ya y que no reconoció ni recordó hasta que lo contempló de nuevo en aquella mente tan frágil y tan fuerte a la vez. Un duro diamante al que el sufrimiento podía hacer quebrarse tan fácilmente... Da igual lo que ella diga o haga, el maestro le susurra, el increpa y le grita aquellas palabras antes de convertirse en el ave de mal agüero que la maldice entre graznidos.
En la realidad las marcas en la espalda de la chica se iluminaban. La vela, que estaba a puntod e olvidarse, titilando, no podía competir con su luz, brillante, como un sol, que llena la habitación. Incluso el nigromante ha de alejarse pues tal luz le hacía daño en los ojos, especialmente sensibles cuando adoptaban aquel color dorado. Alanna alza la cabeza, con las lágrimas cayendo a raudales por sus mejillas, esforzándose, queriendo liberarlo. Cain lo siente, el hechizo, el violín, hace que sienta cada una de las emociones de la joven. Ese miedo atroz a esos ojos rojos, ese amor hacia el que fue su segundo padre y nuevamente el miedo... no, el terror. El puro terror animal a la soledad. Cualquier cosa, dice su mente, cualquier cosa por no quedarme sola. Aunque sea una mentira, aunque sea a cambio de nada, mienteme y dime que os hago sentir orgulloso... Las palabras iban diriguidas al fantasma, al cuervo.
Y la magia se liberó, repentina, salvaje. Sus cabellos se agitaron alrededor de sus hombros, sus ojos se iluminaron y la magia llenó todo el estudio. Cain se tapó los ojos con un brazo y cuando la luz pasó la ilusión se quebraba. En la mente de Alanna solo había oscuridad que la rodeaba como al principio.
Asombroso. Maravilloso. El nigromanete la contempla y sus ojos brillan. No se había equivocado. Oh, que poder y que alma. Dolorida y semi rota, sujeta tan solo de un único pedestal que en cualquier momento podía derribarse...
Él la contempla aún y tras unos largos minutos el violín regresa. Ahora su melodía es tranquila, un bálsamo, esta vez las notas la acunan, la acarician y lavan sus heridas. La envuelven en olores agradables. ¿Para qué sufrir más? El violín la acuna y poco a poco la saca de la ilusión, con la delicadeza propia de una madre o un amante que sonríe con dulzura a la hora de despertarla. Cain entra dentro del círculo mágico y se agacha junto a ella, de cuclillas al lado de su rostro. Sus dedos siguen pulsando las cuerdas, pero sus ojos solo se fijan en ella.
-Despierta, pequeña... -le susurra y su voz llega hasta ella más allá de sus sueños.
La magia del hombre, la magia del violín, unidas, van curando sus heridas, la hacen olvidar. Sacan de su mente al cuervo y temporalmente a los ojos rojos. Has sido muy valiente, le susurrán. Ahora es hora de despertar. Junto a tí no habrá ojos rojos ni cuervos. Ya no sufrirás.
Cuando la joven maga abre los ojos él baja el violín con lentitud, cogiendo el arco y el cuerpo del instrumento con una sola mano. La otra, los dedos, acariciaron las mejillas de la joven, borrando también sus lágrimas físicas y acariciandole el pelo, la cara...
-Despierta.
Cain- Mundano
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Re: Palazzo delle Morte
El tiempo deja de transcurrir. Se siente en un extraño limbo, flotando en la oscuridad sin fuerzas, ni conciencia, ni protección. Su espalda arde; los tatuajes humean sobre su blanca piel pero ella tiene la sensación de que está en carne viva, desgarrada y sangrante; hasta el punto de que le duele el solo hecho de estar tumbada en el suelo. Pero... ¿realmente hay suelo?, ¿no flota simplemente en la nada más absoluta?, ¿no acaba de destruír a su maestro y padre, revelado como un monstruo?, ¿no vuelve a estar sola, acunada por la música de aquel violín que la sume más en las tinieblas para terminar de destruírla...?
Justo cuando lo piensa, aunque tal vez realmente solo sea una sensación, la música se torna de repente suave, cálida, arruyante... y ella ahora necesita ese calor. No quiere seguir sintiendo el frío sobre su piel desnuda, y más aún cortando su alma. Tirita y, con esfuerzo debido a sus escasas fuerzas, queda en posición fetal abrazándose con fuerza, con el cabello negro de hebras blancas desperdigado sobre la oscuridad. Cierra los ojos enrojecidos por las lágrimas, respirando con un lánguido y suave gemido. Ya no le quedan lágrimas, pero ahora, de todos modos, se siente bien...
"Despierta..." La voz, acariciante, aterciopelada, se fusiona con la melodía intensificando el hechizo. Lo que le apetece al oírla no es obedecerla, sino sumirse en un sueño profundo, en brazos de quien le susurra. No se mueve un ápice. "Despierta, pequeña..."
El roce en su mejilla la hace reaccionar como un cachorro abandonado: abre los ojos con un breve temblor convulsionado y, de forma algo frenética pero sin deshacer el abrazo sobre sí misma, mueve los ojos buscando el origen de voz y caricia. Por fin lo encuentra: aquellos ojos dorados... esos que la conectan a una repentina realidad. Como fruto de ese pensamiento las tinieblas desaparecen: ya no hay ojos rojos, cadáveres o cuervos escondidos en las esquinas, sino solo fría y dura piedra, columnas oscuras, siluetas de moviliario, aire frío y húmedo. El ambiente pesa sobre ella, el frío corta su sudorosa piel como cuchillos de acero... y, por lo tanto, es real.
Sigue temblando levemente mientras él seca sus lágrimas. Lejos de apartar el roce, huraña, lo que habría hecho en cualquier otra circunstancia, se limita a observar a su ¿salvador? mientras actúa, fascinada. Se humedece los resecos labios y traga saliva, sintiendo al hacerlo el pinchazo de una garganta seca.
- Tengo... tengo frío...
Solo eso acierta a balbucear ahora mismo.
Justo cuando lo piensa, aunque tal vez realmente solo sea una sensación, la música se torna de repente suave, cálida, arruyante... y ella ahora necesita ese calor. No quiere seguir sintiendo el frío sobre su piel desnuda, y más aún cortando su alma. Tirita y, con esfuerzo debido a sus escasas fuerzas, queda en posición fetal abrazándose con fuerza, con el cabello negro de hebras blancas desperdigado sobre la oscuridad. Cierra los ojos enrojecidos por las lágrimas, respirando con un lánguido y suave gemido. Ya no le quedan lágrimas, pero ahora, de todos modos, se siente bien...
"Despierta..." La voz, acariciante, aterciopelada, se fusiona con la melodía intensificando el hechizo. Lo que le apetece al oírla no es obedecerla, sino sumirse en un sueño profundo, en brazos de quien le susurra. No se mueve un ápice. "Despierta, pequeña..."
El roce en su mejilla la hace reaccionar como un cachorro abandonado: abre los ojos con un breve temblor convulsionado y, de forma algo frenética pero sin deshacer el abrazo sobre sí misma, mueve los ojos buscando el origen de voz y caricia. Por fin lo encuentra: aquellos ojos dorados... esos que la conectan a una repentina realidad. Como fruto de ese pensamiento las tinieblas desaparecen: ya no hay ojos rojos, cadáveres o cuervos escondidos en las esquinas, sino solo fría y dura piedra, columnas oscuras, siluetas de moviliario, aire frío y húmedo. El ambiente pesa sobre ella, el frío corta su sudorosa piel como cuchillos de acero... y, por lo tanto, es real.
Sigue temblando levemente mientras él seca sus lágrimas. Lejos de apartar el roce, huraña, lo que habría hecho en cualquier otra circunstancia, se limita a observar a su ¿salvador? mientras actúa, fascinada. Se humedece los resecos labios y traga saliva, sintiendo al hacerlo el pinchazo de una garganta seca.
- Tengo... tengo frío...
Solo eso acierta a balbucear ahora mismo.
Alanna D'Ventri- Brujo
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Re: Palazzo delle Morte
La joven tiritaba cuando la recogió del suelo. Estaba agazapada, en posición fetal, como un animalillo asustado que instintivamente se protege de todo lo malo. Pues lo malo siempre viene de fuera. O eso creemos. Cain sabía que era un error, la gente como él sabía que tal idea era equivocada pues eran expertos en despertar la oscuridad del interior de las personas. Pero, aquella noche, para Alanna no habría más oscuridad.
La rodeó los hombros con un brazo, susurrandola. El violín ya no sonaba, apoyado sobre el suelo oscuro de piedra negra. La piel de la joven estaba sudorosa y su espalda ya no brillaba, aunque intuía lo dolorosas que debían resultar ahora las heridas. Un dedo las rozo, en una etérea caricia casi inexistente. Pero pronto aparta la mano, quitándole el pelo mojado de la cara a la muchacha, viendo como comenzaba a abrir aquellos ojos suyos.
En ellos había miedo, el mismo miedo del cervatillo que despierta desorientado y no sabe si está rodeado por bestias o por amigos. Pero la joven aún parece confusa como para revolverse y busca su mirada. Al cruzarse sus ojos los de ella se desvelaron y Cain pudo percibir con completa nitidez los hilos que se habían formado en el cementerio y que ahora se fortalecían de pronto. Pero no tira de ellos, deja que Alanna descanse, recobre el aliento y la conciencia de realidad. Mientras él se limita a contemplarla en silencio, con el rostro tranquilo.
Al oir su voz, baja y seca, se desabrochó la capa negra y se la quitó, envolviendo el cuerpo desnudo de la doncella con él. La levanta en brazos, tatareando en voz baja, y la lleva hasta el dormitorio de nuevo, para tumbarla en el colchón, agradable y blando. A pesar del frío del castillo esperaba que la gruesa capa de tela negra fuera suficiente para protegerla.
-¿Cómo os encontráis, milady? -preguntó, sin alzar la voz. POr experiencia sabía que al despertar tras una pesadilla, a pesar de no recordarla, lo último que buscaba uno era oir gritos o que alguien alzara la voz en demasía.
Le acercó un vaso de agua que había en la mesilla. No llevaba nada, ni somníferos ni nada similar, pura y simple agua cristalina. Después de dos días dormida la muchacha debía estar sedienta.
La rodeó los hombros con un brazo, susurrandola. El violín ya no sonaba, apoyado sobre el suelo oscuro de piedra negra. La piel de la joven estaba sudorosa y su espalda ya no brillaba, aunque intuía lo dolorosas que debían resultar ahora las heridas. Un dedo las rozo, en una etérea caricia casi inexistente. Pero pronto aparta la mano, quitándole el pelo mojado de la cara a la muchacha, viendo como comenzaba a abrir aquellos ojos suyos.
En ellos había miedo, el mismo miedo del cervatillo que despierta desorientado y no sabe si está rodeado por bestias o por amigos. Pero la joven aún parece confusa como para revolverse y busca su mirada. Al cruzarse sus ojos los de ella se desvelaron y Cain pudo percibir con completa nitidez los hilos que se habían formado en el cementerio y que ahora se fortalecían de pronto. Pero no tira de ellos, deja que Alanna descanse, recobre el aliento y la conciencia de realidad. Mientras él se limita a contemplarla en silencio, con el rostro tranquilo.
Al oir su voz, baja y seca, se desabrochó la capa negra y se la quitó, envolviendo el cuerpo desnudo de la doncella con él. La levanta en brazos, tatareando en voz baja, y la lleva hasta el dormitorio de nuevo, para tumbarla en el colchón, agradable y blando. A pesar del frío del castillo esperaba que la gruesa capa de tela negra fuera suficiente para protegerla.
-¿Cómo os encontráis, milady? -preguntó, sin alzar la voz. POr experiencia sabía que al despertar tras una pesadilla, a pesar de no recordarla, lo último que buscaba uno era oir gritos o que alguien alzara la voz en demasía.
Le acercó un vaso de agua que había en la mesilla. No llevaba nada, ni somníferos ni nada similar, pura y simple agua cristalina. Después de dos días dormida la muchacha debía estar sedienta.
Cain- Mundano
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Re: Palazzo delle Morte
Pronunciadas esas palabras siente cómo sus fuerzas vuelven a desvanecerse; no es tanto cansancio físico como mental, anímico... su propia alma reclama un descanso, y vaga entre periodos de conciencia y confusión a otros en los que permanece al borde del abismo del sueño. Uno de esos la asalta cuando su extraño salvador, ese cuyos ojos le despiertan recientes y borrosos recuerdos pero cuyo rostro aún no consigue ubicar, la rodea con un brazo. Cierra los ojos y emite un inconsciente gemido, cerrando con relativa fuerza los ojos y aferrándose a su túnica de forma instintiva. Algo en su interior trata de alertarla de aquel aura inquietante y oscura, pero ahora el calor que emana con aroma a mezclas de hierbas y algo cercano a la putrefacción logra adormecerla y hacerla sentir segura. Extraño, pero a la vez atrayente.
Da un respingo cuando él tantea los tatuajes de su espalda. El contraste de aquella caricia tierna con el ardor que aún siente le provoca otro respingo, y con un tembloroso grito ahogado alza algo ida la vista para parpadear y clavar sus ojos oscuros en aquellos dos pozos dorados... o más bien, dejarse atrapar por ellos. Y así sigue mientras él se desabrocha la capa, la cubre con ella y la toma en brazos como a una ligera pluma para llevarla al dormitorio.
Su espalda da con el tacto suave y reconfortante del colchón, y al hacerlo siente cómo el dolor de las quemaduras invisibles se va extinguiendo. Solo entonces parece ir volviendo gradualmente en sí y, aunque débil, mira a todas partes con desconcierto hasta detener la mirada en el agua que él le ofrece. Pasándose con avidez la lengua por los labios, se avalanza sobre el vaso y bebe ansiosa, sin importarle que la capa negra resbale un poco revelando hombros y gran parte de su espalda, o que varios hilillos resbalen por la comisura de sus labios, barbilla y cuello. Saciada deja caer el vaso sin remordimientos sobre la cama y vuelve a mirar en torno a ella; digiere las palabras del mago aunque no le mira a él, sino que se entretiene tratando de enfocar la vista sobre el techo.
- Yo... - susurra, de nuevo voz temblorosa, aunque menos. Se detiene. Un impulso hace que de nuevo fije sus ojos, con lentitud, en el mago, depositando sobre él una intensa mirada... y de repente, abre los ojos de par en par incapaz de decir nada al principio. No hace falta, sin embargo, porque todo queda muy claro: le ha reconocido - Vos... - susurra casi sin voz, notando que el corazón empieza a latirle a cien por hora y que le falta el aliento - Sois vos... - con la misma rapidez su confusión pasa a convertirse en furia, aunque se mezcla demasiado con el temor - Vos... ¡el cementerio! Tú... tú me has traído aquí... me... me has capturado... - agarra con fuerza la capa negra, volviendo a cubrirse con ella movida por una necesidad repentina, y hace amago de incorporarse para echar a correr quién sabe adónde. Pero una potente punzada en la cabeza la hace gemir de nuevo y dejarse caer otra vez; cabizbaja se aferra las sienes y aprieta los dientes entre temblores. Cuando vuelve a mirarle, sus ojos parecen obnubilados de nuevo, su rostro demasiado aturdido, como drogado. Le mira a los ojos y ya no hay rastro de ira, sino el temor creciente de una niña - ¿Dónde... dónde estoy...? - susurra débilmente - Aquellas visiones... ¿qué eran...?
En su estado actual es incapaz de asociar sus pesadillas con el mago: solo sabe que él la rescató de ellas, y que sin duda tiene la respuesta.
Da un respingo cuando él tantea los tatuajes de su espalda. El contraste de aquella caricia tierna con el ardor que aún siente le provoca otro respingo, y con un tembloroso grito ahogado alza algo ida la vista para parpadear y clavar sus ojos oscuros en aquellos dos pozos dorados... o más bien, dejarse atrapar por ellos. Y así sigue mientras él se desabrocha la capa, la cubre con ella y la toma en brazos como a una ligera pluma para llevarla al dormitorio.
Su espalda da con el tacto suave y reconfortante del colchón, y al hacerlo siente cómo el dolor de las quemaduras invisibles se va extinguiendo. Solo entonces parece ir volviendo gradualmente en sí y, aunque débil, mira a todas partes con desconcierto hasta detener la mirada en el agua que él le ofrece. Pasándose con avidez la lengua por los labios, se avalanza sobre el vaso y bebe ansiosa, sin importarle que la capa negra resbale un poco revelando hombros y gran parte de su espalda, o que varios hilillos resbalen por la comisura de sus labios, barbilla y cuello. Saciada deja caer el vaso sin remordimientos sobre la cama y vuelve a mirar en torno a ella; digiere las palabras del mago aunque no le mira a él, sino que se entretiene tratando de enfocar la vista sobre el techo.
- Yo... - susurra, de nuevo voz temblorosa, aunque menos. Se detiene. Un impulso hace que de nuevo fije sus ojos, con lentitud, en el mago, depositando sobre él una intensa mirada... y de repente, abre los ojos de par en par incapaz de decir nada al principio. No hace falta, sin embargo, porque todo queda muy claro: le ha reconocido - Vos... - susurra casi sin voz, notando que el corazón empieza a latirle a cien por hora y que le falta el aliento - Sois vos... - con la misma rapidez su confusión pasa a convertirse en furia, aunque se mezcla demasiado con el temor - Vos... ¡el cementerio! Tú... tú me has traído aquí... me... me has capturado... - agarra con fuerza la capa negra, volviendo a cubrirse con ella movida por una necesidad repentina, y hace amago de incorporarse para echar a correr quién sabe adónde. Pero una potente punzada en la cabeza la hace gemir de nuevo y dejarse caer otra vez; cabizbaja se aferra las sienes y aprieta los dientes entre temblores. Cuando vuelve a mirarle, sus ojos parecen obnubilados de nuevo, su rostro demasiado aturdido, como drogado. Le mira a los ojos y ya no hay rastro de ira, sino el temor creciente de una niña - ¿Dónde... dónde estoy...? - susurra débilmente - Aquellas visiones... ¿qué eran...?
En su estado actual es incapaz de asociar sus pesadillas con el mago: solo sabe que él la rescató de ellas, y que sin duda tiene la respuesta.
Alanna D'Ventri- Brujo
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Re: Palazzo delle Morte
La joven aún se encuentraba confusa y obnubilada, luchando por salir del sueño o quizá peleando contra la realidad, ansiando dejarse caer sobre la negrura de la inconsciencia benevolente que no la haría ningún daño. Aquella idea le arrancó una sonrisa divertida al nigromante: cualqueir lo diría pues la chica había dormido durante dos días y una noche antes de despertar para sumirse en una pesadilla. Pero sin duda su cansancio estaba justificado, tanto por el tormento que suponían las visiones que había creado para ella como el esfuerzo que habría sido quebrar las cadenas. La espalda parecía arder, incluso al contacto de su piel cuando Cain apoyó los dedos sobre ella. Su mente recordó de pronto que debía haber algún bálsamo o similar en alguna estantería que podría aliviarla. Pero en aquella situación prefería no dejarla sola como ocurría en sus pesadillas. Además, el gemido que exhaló Alanna al rozar las sábanas le hizo creer que la frascura de la tela calmaba su irritada piel.
Aún le costó a la muchacha un rato más regresar a la realidad. Él se sentó en la cama, dejándola algo de espacio pero aún cerca, contemplándola mientras las gotas de agua se escapaban de sus labios. Una le recorrió la barbilla y el cuello, perdiendose más allá de los plieges de la capa, la cual ante su gesto ansioso se deslizó un poco. No pareció importarle a la joven. Él no hizo nada al respecto, ya la había visto desnuda antes, y en aquellos instantes ella necesitaba más el agua que el decoro y el recato.
Cuando ella dejó caer el vaso sin reparos él lo tomó antes de que se estrellará contra el suelo. Cuidado, pensó, pero no se lo recriminó a Alanna. En su lugar se limitó a depositar el objeto sobre la mesa de nuevo y a mirarla.
Ya saciada su sed la joven parecia dispuesta a termianr de despertar. Sus ojos se fijaron en el techo, oscuro también pues toda la piedra que componía el castillo y sus estatuas era negra y a menudo los altares para el Durmiente eran de basalto, ónica y obsidiana. Cain no sabría decir qué pensaba la joven al contemplar el techo que, por lo demás, era un techo bastante normal... Empezaba a plantearse si hacer algo (mirar tanto tiempo y tan fijamente un techo no podía ser considerado algo bueno, de eso estaba seguro) cuando ella por fin aparta la mirada de la piedra y la fija en él. Sus labios se abres un segundo. Aún mojados por el agua se aprecian dulces y femeninos. Él la observa con interes, esperando sus palabas. Y al oirlas una pequeña sonrisa se dibuja en su rostro paulativamente.
Le cuesta unos segundos apenas el reconocerle y cuando lo hace abre mucho los ojos, que en aquel momento parecían los de un animal asustado, sorprendido. Tan pronto como ella misma se da cuenta de tal reacción su expresión cambia, conforme va recordando, y se intenta levantar, furiosa, aferrando la capa como si fuera una protección contra él. ¿Se daba cuenta Alanna de que esa no era su capa si no la de él? Al menos tenía buena memoria, lo cual descartaba cualquier tipo de daño en el cerebro fruto de las visiones anteriores. El episodio del techo le había preocupado ciertamente pero parecía inócuo.
Cain se adelanta un instante, apoyando una mano sobre su hombro para impedirla levantarse, pero no es necesario casi pues ella cae de nuevo hacia atrás, agotada aún por los acontecimientos. Y la rabia pasa. Como en el cementerio Alanna parecía un rompecabezas que tan pronto mostraba el miedo de una niña, como la rabia y el orgullo de una dama. Ahora, de pronto, parece de nuevo una muchachita, pequeña, de ojos grandes y dulces, atemorizada. Las hondas de cabello oscuro le enmarcan el rostro pálido y la capa le acaricia las marcas de la espalda.
-Pesadillas, nada más -le susurró él. Se aproximó, rodeandola los hombros con un brazo para que se apoyara. Parecía necesitarlo, entre su cansancio actual y su confusión-. Capturar me parece una expresión muy fea, ¿no crees? Secuestrar queda mejor... -le nigromante suelta una pequeña risa ante la broma, antes de volver a mirarla, recobrando de nuevo la serenidad-, pero no os he secuestrado, simplemente perdistéis la conciencia y no me pareció buena idea dejaros sola en mitad de la noche en el cementerio. Al rededor de Venecia rondan lobos por la noche -musitó él. Su voz era suave, baja, para no molestarle a la cabeza-. Estáis en mi casa. No os preocupéis, no va a ocurriros nada -le aseguró.
Era curioso como entre todas sus palabras no había ninguna mentira y, sin embargo, todos los detalles desagradables estaban omitidos. ¿Pues no era cierto que aunque las pesadillas las hubeira creado él también él las había espantado y la había salvado de ellas en el último momento?
Le apartó el pelo de la cara.
Aún le costó a la muchacha un rato más regresar a la realidad. Él se sentó en la cama, dejándola algo de espacio pero aún cerca, contemplándola mientras las gotas de agua se escapaban de sus labios. Una le recorrió la barbilla y el cuello, perdiendose más allá de los plieges de la capa, la cual ante su gesto ansioso se deslizó un poco. No pareció importarle a la joven. Él no hizo nada al respecto, ya la había visto desnuda antes, y en aquellos instantes ella necesitaba más el agua que el decoro y el recato.
Cuando ella dejó caer el vaso sin reparos él lo tomó antes de que se estrellará contra el suelo. Cuidado, pensó, pero no se lo recriminó a Alanna. En su lugar se limitó a depositar el objeto sobre la mesa de nuevo y a mirarla.
Ya saciada su sed la joven parecia dispuesta a termianr de despertar. Sus ojos se fijaron en el techo, oscuro también pues toda la piedra que componía el castillo y sus estatuas era negra y a menudo los altares para el Durmiente eran de basalto, ónica y obsidiana. Cain no sabría decir qué pensaba la joven al contemplar el techo que, por lo demás, era un techo bastante normal... Empezaba a plantearse si hacer algo (mirar tanto tiempo y tan fijamente un techo no podía ser considerado algo bueno, de eso estaba seguro) cuando ella por fin aparta la mirada de la piedra y la fija en él. Sus labios se abres un segundo. Aún mojados por el agua se aprecian dulces y femeninos. Él la observa con interes, esperando sus palabas. Y al oirlas una pequeña sonrisa se dibuja en su rostro paulativamente.
Le cuesta unos segundos apenas el reconocerle y cuando lo hace abre mucho los ojos, que en aquel momento parecían los de un animal asustado, sorprendido. Tan pronto como ella misma se da cuenta de tal reacción su expresión cambia, conforme va recordando, y se intenta levantar, furiosa, aferrando la capa como si fuera una protección contra él. ¿Se daba cuenta Alanna de que esa no era su capa si no la de él? Al menos tenía buena memoria, lo cual descartaba cualquier tipo de daño en el cerebro fruto de las visiones anteriores. El episodio del techo le había preocupado ciertamente pero parecía inócuo.
Cain se adelanta un instante, apoyando una mano sobre su hombro para impedirla levantarse, pero no es necesario casi pues ella cae de nuevo hacia atrás, agotada aún por los acontecimientos. Y la rabia pasa. Como en el cementerio Alanna parecía un rompecabezas que tan pronto mostraba el miedo de una niña, como la rabia y el orgullo de una dama. Ahora, de pronto, parece de nuevo una muchachita, pequeña, de ojos grandes y dulces, atemorizada. Las hondas de cabello oscuro le enmarcan el rostro pálido y la capa le acaricia las marcas de la espalda.
-Pesadillas, nada más -le susurró él. Se aproximó, rodeandola los hombros con un brazo para que se apoyara. Parecía necesitarlo, entre su cansancio actual y su confusión-. Capturar me parece una expresión muy fea, ¿no crees? Secuestrar queda mejor... -le nigromante suelta una pequeña risa ante la broma, antes de volver a mirarla, recobrando de nuevo la serenidad-, pero no os he secuestrado, simplemente perdistéis la conciencia y no me pareció buena idea dejaros sola en mitad de la noche en el cementerio. Al rededor de Venecia rondan lobos por la noche -musitó él. Su voz era suave, baja, para no molestarle a la cabeza-. Estáis en mi casa. No os preocupéis, no va a ocurriros nada -le aseguró.
Era curioso como entre todas sus palabras no había ninguna mentira y, sin embargo, todos los detalles desagradables estaban omitidos. ¿Pues no era cierto que aunque las pesadillas las hubeira creado él también él las había espantado y la había salvado de ellas en el último momento?
Le apartó el pelo de la cara.
Cain- Mundano
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Re: Palazzo delle Morte
Las palabras del extraño mago no contribuyen a calmarla, ni a aclararle las ideas; se arrebuja mejor en su capa, ocultando que tiene los dedos entumecidos y si tirita no es solo de frío, mientras sus oscuros ojos se fijan en los suyos como tratando de desentrañar un extraño secreto. Se da cuenta de que aquel par de pupilas tienen la virtud de hechizar de forma incomprensible, como mandalas de oro en los que hay que indagar para descubrir el secreto, y asaltada por el pánico de esa observación aparta con rapidez la mirada, volviendo a fijarse en todas partes y sin ocultar la confusión y la repentina fragilidad que la embarga. Siendo sincera, si le quitan sus joyas, libros, capas y encima su poder mágico, ahogado por el cansancio del despertar, no es más que una niña con escasa fuerza fisica. Ni siquiera tiene la daga de reserva... nada.
Su salvador... Le mira de soslayo, respirando lenta y dificultosamente y entornando los ojos con recelo.
- Si... vos me habéis salvado - susurra, con un timbre un poco más seguro, más de ella. Eso la anima a proseguir: - ¿Por qué me habéis dejado completamente indefensa...? No deberíais temer - aunque algo le dice que no es temor lo que siente el mago cuyo nombre aún desconoce, precisamente. Quizá sea solo una intuición falsa, pero le ha parecido notar en su mirada un extraño brillo de... interés, uno que traspasa los límites de la obsesón. Aquello la asusta por mucho que no quiera reconocerla. Vuelve a mirar a todas partes de la sombría alcoba, tragando saliva y fijándose en los detales; como un flechazo de aviso lanzado por algún dios desconocido, de repente recuerda que aquel mago es miembro del Loto Negro. No hay que ser muy inteligente para deducir, entonces, dónde está... y sus temores se triplican con un vuelco al corazón - Est... este lugar... - balbucea sin poder evitarlo. Casi ni se atreve a pensarlo con palabras concretas, porque lo haría real: un palazzo, extraño, perdido en algún lugar... la sede del Loto... - ¿es...?
Cuando el mago le aparta el pelo de la cara reaccona por instinto, dando un respingo, reculando hasta la pared y recogiendo hombros y piernas. Le mira con un horror que ahora mismo no oculta; no sabe qué la ha asustado más: si su revelación acerca del lugar en el que está, o el hecho de que la caricia ha sido oscura... y agradable. No puede quedarse allí. Recupera en la medida de lo posible el autocontrol, arrugando la frente y aferrándose a su orgullo, y se desliza sin pedir permiso fuera de la capa, cubriéndose todo lo posible con la capa. El solo hecho de tenerla aumenta su inseguridad, su inquietud: es de mago, y huele a él. Siente como si la abrazara, por mucho que quiera alejarse de él.
- Tengo que irme - susurra, avanzando hasta el centro de la alcoba y buscando frenéticamente una salida. La encuentra y avanza hasta las puertas de la alcoba, con tal énfasis que olvida el dolor acerado del frío suelo de piedra contra sus pies desnudos. Al ir a abrir, sin embargo, descubre con otra punzada de temor que la puerta está cerrada, y lo peor: no tiene cerraduras visibles. Magia... tejida de forma poderosa... y su poder no se ha recuperado lo bastante como para quebrar ese conjuro - No podéis retenerme... - presa del miedo como una niña en la oscuridad, comete una imprudencia: vuelve a encararse con él, pegándose a la puerta como si pretendiera atravesarla, y tiembla a medias de ira mientras susurra con pasión: - Soy discípula de Lord Fabius, gran maestre de la orden Rosacruz. Él me buscará, si es que no lo está haciendo ya, y ni soñéis siquiera con enfrentaros a él si no me... - de repente tiene otra revelación y se queda lívida, continuando con un hilo de voz: - Las... las visiones - musita - Son obra vuestra... - hace una pausa, paralizada por un frío que no es físico, y frunce el ceño llena de dolor, furia... y, mal que le pese, unas dudas que no piensa mostrar - ¡Vos no conocéis a mi maestro! No tenéis derecho a jugar con lo que pueda sentir o no hacia mí. ¡Soy su hija!
Su salvador... Le mira de soslayo, respirando lenta y dificultosamente y entornando los ojos con recelo.
- Si... vos me habéis salvado - susurra, con un timbre un poco más seguro, más de ella. Eso la anima a proseguir: - ¿Por qué me habéis dejado completamente indefensa...? No deberíais temer - aunque algo le dice que no es temor lo que siente el mago cuyo nombre aún desconoce, precisamente. Quizá sea solo una intuición falsa, pero le ha parecido notar en su mirada un extraño brillo de... interés, uno que traspasa los límites de la obsesón. Aquello la asusta por mucho que no quiera reconocerla. Vuelve a mirar a todas partes de la sombría alcoba, tragando saliva y fijándose en los detales; como un flechazo de aviso lanzado por algún dios desconocido, de repente recuerda que aquel mago es miembro del Loto Negro. No hay que ser muy inteligente para deducir, entonces, dónde está... y sus temores se triplican con un vuelco al corazón - Est... este lugar... - balbucea sin poder evitarlo. Casi ni se atreve a pensarlo con palabras concretas, porque lo haría real: un palazzo, extraño, perdido en algún lugar... la sede del Loto... - ¿es...?
Cuando el mago le aparta el pelo de la cara reaccona por instinto, dando un respingo, reculando hasta la pared y recogiendo hombros y piernas. Le mira con un horror que ahora mismo no oculta; no sabe qué la ha asustado más: si su revelación acerca del lugar en el que está, o el hecho de que la caricia ha sido oscura... y agradable. No puede quedarse allí. Recupera en la medida de lo posible el autocontrol, arrugando la frente y aferrándose a su orgullo, y se desliza sin pedir permiso fuera de la capa, cubriéndose todo lo posible con la capa. El solo hecho de tenerla aumenta su inseguridad, su inquietud: es de mago, y huele a él. Siente como si la abrazara, por mucho que quiera alejarse de él.
- Tengo que irme - susurra, avanzando hasta el centro de la alcoba y buscando frenéticamente una salida. La encuentra y avanza hasta las puertas de la alcoba, con tal énfasis que olvida el dolor acerado del frío suelo de piedra contra sus pies desnudos. Al ir a abrir, sin embargo, descubre con otra punzada de temor que la puerta está cerrada, y lo peor: no tiene cerraduras visibles. Magia... tejida de forma poderosa... y su poder no se ha recuperado lo bastante como para quebrar ese conjuro - No podéis retenerme... - presa del miedo como una niña en la oscuridad, comete una imprudencia: vuelve a encararse con él, pegándose a la puerta como si pretendiera atravesarla, y tiembla a medias de ira mientras susurra con pasión: - Soy discípula de Lord Fabius, gran maestre de la orden Rosacruz. Él me buscará, si es que no lo está haciendo ya, y ni soñéis siquiera con enfrentaros a él si no me... - de repente tiene otra revelación y se queda lívida, continuando con un hilo de voz: - Las... las visiones - musita - Son obra vuestra... - hace una pausa, paralizada por un frío que no es físico, y frunce el ceño llena de dolor, furia... y, mal que le pese, unas dudas que no piensa mostrar - ¡Vos no conocéis a mi maestro! No tenéis derecho a jugar con lo que pueda sentir o no hacia mí. ¡Soy su hija!
Alanna D'Ventri- Brujo
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Re: Palazzo delle Morte
Se percata de las emociones que recorren a la joven maga, aún sentada sobre la cama, cubierta con la capa negra para protegerse de un frío que él no sentía pues no era fruto solo de la temperatura de la estancia que, realmente, era agradable. Percibe su mirada, aunque ésta es imposible de descifrar. ¿Era horror aquel brillo o fascinación, o una extraña mezcla de ambas que Alanna era incapaz de contener? Cain no se mueve, tan solo aparta la mirada para ver si así ella se sentía más cómoda: nada en sus gestos, en su actitud, lo hacía parecer amenazante, pero el nigromante es incapaz de alterar la esencia de su alma, ése aura que la magia oscura que domina crea a su alrededor.
Era como tener un animalillo pequeño, inquieto e impredecible en su habitación. No había forma de adivinar cómo reaccionaría la chica. En un momento dormía tranquila, inalterable, como en otro se mostraba nerviosa e inquieta, como en aquel preciso instante, y no parecía ahber forma de detenerla o hacerla entrar en razón.
-No tengo miedo... y tú tampoco deberías tenerlo, Alanna -le respondió con calma Cain, tratando de transmitirle un tono sereno y tranquilo, capaz de apaciguarla-. Sí, te encuentras en Il Palazzo della Morte como bien has sabido deducir y, sí, yo soy un miembro del Loto Negro. ¿Por qué te da miedo decirlo en voz alta? No temas -repitió. Cuanto antes se enfrentase Alanna a la realidad mejor. Era un buen elemento pero le habían llenado la mente con ideas equivocadas y le costaría convencerla de lo contrario-. Al fin y al cabo eres mi huesped.
Pero a pesar de todo ella se puso en pie, aún temblando y arrebujándose en la capa, sin saber qué hacer y, cuando ve la puerta, se lanza a por ella. En silencio agradeció haber cerrado la puerta. No era algo que tuviera previsto hacer, dado que lo consideraba innecesario, pero visto lo visto al menos le había servido para detener a Alanna que se disponía ya a huir como el animalillo que era. Quizá ahora, al verse sin salida, se volvería y le escucharía.
Cain se puso en pie, acercándose un par de pasos hacia ella. Se detuvo a una distancia prudencial. Tampoco quería ponerla más nerviosa. La miró ladeando la cabeza, frunciendo levemente el ceño. No parecía enfadado era más bien como si estuviera pensando qué hacer con ella.
-Conozco a Fabius -dijo por fin con lentitud, pensando las palabras. No añadió nada más Hacía muchos años que no oía tal nombre, bueno, si lo había oido, pero no le había traido recuerdos. Al oir las palabras de Alanna suspira. Era una chica dificil-. Te recomiendo que te calmes... No fue para tanto: tan sólo un pequeño experimento -la voz del hombre sonó levemente contrariada, pero nada más.
No es que le cansara, era simplemente que intuía que con palabras no lograría que la muchacha se calmase o cediera. De modo que hizo un gesto con una mano, acompañado de una palabra arcana y se oyó el sonido profundo de un cerrojo correrse dentro de la puerta. Esta se abrió con lentitud, revelando al otro lado... tan solo sombras y oscuridad. Un pasillo.
-Ya no te retengo, ya eres libre como querías Alanna. Ahora dime, ¿a dónde irás? -sostuvo la mirada de los ojos de Alanna, retándola a responderle-. ¿he de recrdarte dónde estás? Il Palazzo della Morte, el palacio de la muerte... Sí, desde luego puedes irte, o intentarlo. Eso sí, si sales por esa puerta no me hago responsable de lo que te ocurra... -mientras hablaba se había ido acercando a Alanna. Su voz sonaba oscura, susurrante, como proveniente de las mismas piedras del castillo que emanaban el mismo mal que su alma. Los dedos del nigromante rozaron las mejillas de la joven, apenas tocándola como las alas de una mariposa etérea y mágica-. Tienes un alma hermosa, joven y poderosa. No creas que soy el único capaz de verlo -los ojos del hombre brillaron en la oscuridad, reflejando un extraño hambre que solo podía sentir alguien como él, dedicado a la corrupción de las almas.
Era como tener un animalillo pequeño, inquieto e impredecible en su habitación. No había forma de adivinar cómo reaccionaría la chica. En un momento dormía tranquila, inalterable, como en otro se mostraba nerviosa e inquieta, como en aquel preciso instante, y no parecía ahber forma de detenerla o hacerla entrar en razón.
-No tengo miedo... y tú tampoco deberías tenerlo, Alanna -le respondió con calma Cain, tratando de transmitirle un tono sereno y tranquilo, capaz de apaciguarla-. Sí, te encuentras en Il Palazzo della Morte como bien has sabido deducir y, sí, yo soy un miembro del Loto Negro. ¿Por qué te da miedo decirlo en voz alta? No temas -repitió. Cuanto antes se enfrentase Alanna a la realidad mejor. Era un buen elemento pero le habían llenado la mente con ideas equivocadas y le costaría convencerla de lo contrario-. Al fin y al cabo eres mi huesped.
Pero a pesar de todo ella se puso en pie, aún temblando y arrebujándose en la capa, sin saber qué hacer y, cuando ve la puerta, se lanza a por ella. En silencio agradeció haber cerrado la puerta. No era algo que tuviera previsto hacer, dado que lo consideraba innecesario, pero visto lo visto al menos le había servido para detener a Alanna que se disponía ya a huir como el animalillo que era. Quizá ahora, al verse sin salida, se volvería y le escucharía.
Cain se puso en pie, acercándose un par de pasos hacia ella. Se detuvo a una distancia prudencial. Tampoco quería ponerla más nerviosa. La miró ladeando la cabeza, frunciendo levemente el ceño. No parecía enfadado era más bien como si estuviera pensando qué hacer con ella.
-Conozco a Fabius -dijo por fin con lentitud, pensando las palabras. No añadió nada más Hacía muchos años que no oía tal nombre, bueno, si lo había oido, pero no le había traido recuerdos. Al oir las palabras de Alanna suspira. Era una chica dificil-. Te recomiendo que te calmes... No fue para tanto: tan sólo un pequeño experimento -la voz del hombre sonó levemente contrariada, pero nada más.
No es que le cansara, era simplemente que intuía que con palabras no lograría que la muchacha se calmase o cediera. De modo que hizo un gesto con una mano, acompañado de una palabra arcana y se oyó el sonido profundo de un cerrojo correrse dentro de la puerta. Esta se abrió con lentitud, revelando al otro lado... tan solo sombras y oscuridad. Un pasillo.
-Ya no te retengo, ya eres libre como querías Alanna. Ahora dime, ¿a dónde irás? -sostuvo la mirada de los ojos de Alanna, retándola a responderle-. ¿he de recrdarte dónde estás? Il Palazzo della Morte, el palacio de la muerte... Sí, desde luego puedes irte, o intentarlo. Eso sí, si sales por esa puerta no me hago responsable de lo que te ocurra... -mientras hablaba se había ido acercando a Alanna. Su voz sonaba oscura, susurrante, como proveniente de las mismas piedras del castillo que emanaban el mismo mal que su alma. Los dedos del nigromante rozaron las mejillas de la joven, apenas tocándola como las alas de una mariposa etérea y mágica-. Tienes un alma hermosa, joven y poderosa. No creas que soy el único capaz de verlo -los ojos del hombre brillaron en la oscuridad, reflejando un extraño hambre que solo podía sentir alguien como él, dedicado a la corrupción de las almas.
Cain- Mundano
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Re: Palazzo delle Morte
No da crédito a lo que oye, y eso se refleja bien en sus ojos cuando se abren progresivamente de par en par al observarle. ¿Que no ha de tener miedo? La secuestra, la despoja de sus protecciones mágicas, libros, y ropajes, la sume en una pesadilla atroz, activa miedos que ni siquiera ella sabía que tenía...Eso último es lo que la hace estremecerse pese al seguro calor del dormitorio y la aterciopelada capa que cubre su cuerpo; dudas, temores acerca de sus hermanos y del propio Fabius, que nunca había querido, o inconscientemente jamás se había atrevido a admitir en voz alta... ¿y si no la acogió por criarla como a su hija?, ¿y si realmente solo vio en ella un potencial indómito presto a ser pulido? No sería extraño, aquel es el pensamiento genérico de la orden Rosacruz: la curiosidad y el experimento, el estudio por el placer de estudiar. ¿Ella... sería uno de esos experimentos?
La aterra eso, y también el hecho de que, por mucho que se esfuerza en intentarlo, la susurrante voz del nigromante y sus ojos dorados tienen la virtud de ir apagando su ira lentamente, de ofrecerle una sensación de seguridad, de arropo, que siente quiera o no, pese a ser consciente de que está bajo su cautiverio. Y no soporta esa idea. Se siente como... la mosca atrapada lentamente en la telaraña. Si no fuera por su orgullo, por su corazón aún salvaje y libre pese a las normas de educación que se autoimpone desde hace tiempo, cedería incluso gustosa... pero no lo hace.
- Sois nuestros enemigos... - murmura, haciendo amago de recular pero sin hacerlo. Por su tono de voz ansioso casi parece, más que una declaración de guerra, un intento de convencerle a él y tal vez a sí misma. Su frente se arruga por preocupación e inseguridad, más que por ira - Siempre lo habéis sido. Vuestros experimentos son atroces, traspasáis los límites de lo arcano sin tener en cuenta el sufrimiento ajeno, os creéis los dueños del mundo... - en su ingenuidad no reflexiona que los propios rosacruces, muchas veces, cometían los mismos pecados. De distinta manera y con una metodología distinta, tal vez, pero con el mismo fin: experimentar y analizar sea cual sea el objeto de estudio. Sin embargo, no admitirá que nadie se lo diga y reaccionará con ira en tal caso, tal es su tozudez y lo firmemente sólidos que son los pilares de su existencia: la Orden es su hogar. Traga saliva y mira a izquierda y derecha, antes de volver a mirar al mago con la respiración algo lenta y agitada. El magnetismo de Caín no ayuda a ordenar sus ideas. Parpadea aturdida - Y no... no... no soy tu huesped. ¡No he sido invitada. Me has traído a la fuerza!
Detiene cualquier palabra cuando Caín se incorpora y se acerca a ella. Es incapaz de reprimir el grito ahogado que surge de su garganta, entrecortado, cuando finalmente cae en la tentación de retroceder y apoyarse encogida en la puerta. Lo que la sorprende de sus siguientes palabras es aquella afirmación: "Conozco a Fabius". Le mira con intensidad, sin camuflar su sorpresa.
- ¿Cómo...?, ¿de qué...? - antes de que pueda formular la pregunta, las puertas tiemblan a su espalda y ella se gira con brusquedad al verlas abrirse, retrocediendo de nuevo, esta vez más fascinada y sumida en sí misma, acabando por quedar de espaldas a escasos centímetros del nigromante. Localiza el oscuro pasillo y su don para las energias reacciona cuando la fría corriente exterior penetra en la calidez del dormitorio, envolviéndola y obligándola a arrebujarse más en la capa: terror, oscuridad, caos, malicia, tinieblas... el Palazzo de la Morte le inspira todo eso con un estremecimiento convulsionado, cerrando los ojos y bajando la cabeza, cayendo por efecto el cabello sobre su rostro. Cuando los vuelve a abrir, le mira de soslayo con una nueva expresión de velado terror y alcanza a darse la vuelta con cierta torpeza, encarándose de nuevo con esas pupilas de ámbar a poca distancia de las suyas propias. Hay algo... algo que falla en sus palabras, algo inquietante, lo sabe; y aun así su voz, su cadencia tranquilizadora y acariciante, suena tan cierta... reacciona con un leve temblor cuando sus dedos rozan su mejilla, y siendo consciente de que tal sensación no se ha debido solo al miedo los contempla como las patas de una araña particularmente exótica. No es tonta y entiende bien sus palabras: no la dejará escapar... y, sin embargo, ¿lo desea? ¡Claro que sí! Su sitio está con Fabius, su maestro, padre y confidente, no con un... maldito ladrón de tumbas que la maneja como a su muñeca particular. Eso se dice, y es verdad, pero interiormente no puede librarse del sentimiento que aflora de las cavidades más impenetrables de su alma: él posee secretos... secretos que ninguno de sus hermanos se ha atrevido a sobrepasar jamás movidos por una filosofía de corrección y honor. Y siente, tanto como el agitar de las cadenas que encierran su poder, que anhela conocerlos... ese sentimiento le despierta la misma culpabilidad que a un sacerdote de Dios el tener pensamientos impuros. Al final, solo se atreve a mover apenas los labios y balbucear, atrapada repentinamente por su mirada y esta vez sin oponer resistencia alguna - ¿Por... por qué os intereso...?
Él se lo ha dicho, pero ella se niega a creer que sea solo por su... alma. O en tal caso, no comprende qué ve en ella.
La aterra eso, y también el hecho de que, por mucho que se esfuerza en intentarlo, la susurrante voz del nigromante y sus ojos dorados tienen la virtud de ir apagando su ira lentamente, de ofrecerle una sensación de seguridad, de arropo, que siente quiera o no, pese a ser consciente de que está bajo su cautiverio. Y no soporta esa idea. Se siente como... la mosca atrapada lentamente en la telaraña. Si no fuera por su orgullo, por su corazón aún salvaje y libre pese a las normas de educación que se autoimpone desde hace tiempo, cedería incluso gustosa... pero no lo hace.
- Sois nuestros enemigos... - murmura, haciendo amago de recular pero sin hacerlo. Por su tono de voz ansioso casi parece, más que una declaración de guerra, un intento de convencerle a él y tal vez a sí misma. Su frente se arruga por preocupación e inseguridad, más que por ira - Siempre lo habéis sido. Vuestros experimentos son atroces, traspasáis los límites de lo arcano sin tener en cuenta el sufrimiento ajeno, os creéis los dueños del mundo... - en su ingenuidad no reflexiona que los propios rosacruces, muchas veces, cometían los mismos pecados. De distinta manera y con una metodología distinta, tal vez, pero con el mismo fin: experimentar y analizar sea cual sea el objeto de estudio. Sin embargo, no admitirá que nadie se lo diga y reaccionará con ira en tal caso, tal es su tozudez y lo firmemente sólidos que son los pilares de su existencia: la Orden es su hogar. Traga saliva y mira a izquierda y derecha, antes de volver a mirar al mago con la respiración algo lenta y agitada. El magnetismo de Caín no ayuda a ordenar sus ideas. Parpadea aturdida - Y no... no... no soy tu huesped. ¡No he sido invitada. Me has traído a la fuerza!
Detiene cualquier palabra cuando Caín se incorpora y se acerca a ella. Es incapaz de reprimir el grito ahogado que surge de su garganta, entrecortado, cuando finalmente cae en la tentación de retroceder y apoyarse encogida en la puerta. Lo que la sorprende de sus siguientes palabras es aquella afirmación: "Conozco a Fabius". Le mira con intensidad, sin camuflar su sorpresa.
- ¿Cómo...?, ¿de qué...? - antes de que pueda formular la pregunta, las puertas tiemblan a su espalda y ella se gira con brusquedad al verlas abrirse, retrocediendo de nuevo, esta vez más fascinada y sumida en sí misma, acabando por quedar de espaldas a escasos centímetros del nigromante. Localiza el oscuro pasillo y su don para las energias reacciona cuando la fría corriente exterior penetra en la calidez del dormitorio, envolviéndola y obligándola a arrebujarse más en la capa: terror, oscuridad, caos, malicia, tinieblas... el Palazzo de la Morte le inspira todo eso con un estremecimiento convulsionado, cerrando los ojos y bajando la cabeza, cayendo por efecto el cabello sobre su rostro. Cuando los vuelve a abrir, le mira de soslayo con una nueva expresión de velado terror y alcanza a darse la vuelta con cierta torpeza, encarándose de nuevo con esas pupilas de ámbar a poca distancia de las suyas propias. Hay algo... algo que falla en sus palabras, algo inquietante, lo sabe; y aun así su voz, su cadencia tranquilizadora y acariciante, suena tan cierta... reacciona con un leve temblor cuando sus dedos rozan su mejilla, y siendo consciente de que tal sensación no se ha debido solo al miedo los contempla como las patas de una araña particularmente exótica. No es tonta y entiende bien sus palabras: no la dejará escapar... y, sin embargo, ¿lo desea? ¡Claro que sí! Su sitio está con Fabius, su maestro, padre y confidente, no con un... maldito ladrón de tumbas que la maneja como a su muñeca particular. Eso se dice, y es verdad, pero interiormente no puede librarse del sentimiento que aflora de las cavidades más impenetrables de su alma: él posee secretos... secretos que ninguno de sus hermanos se ha atrevido a sobrepasar jamás movidos por una filosofía de corrección y honor. Y siente, tanto como el agitar de las cadenas que encierran su poder, que anhela conocerlos... ese sentimiento le despierta la misma culpabilidad que a un sacerdote de Dios el tener pensamientos impuros. Al final, solo se atreve a mover apenas los labios y balbucear, atrapada repentinamente por su mirada y esta vez sin oponer resistencia alguna - ¿Por... por qué os intereso...?
Él se lo ha dicho, pero ella se niega a creer que sea solo por su... alma. O en tal caso, no comprende qué ve en ella.
Alanna D'Ventri- Brujo
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Fecha de inscripción : 08/10/2009
Re: Palazzo delle Morte
Alanna es toda ella contradicción. En parte por si misma, en parte por las visiones, pero Cain pude ver perfectamente las dudas que afloran a sus ojos cuando le miran, cuando mira la puerta. Al oir sus palabras mismamente. Estas suenan débiles, como si quisiera convencerse a si misma, no con la ferrea convicción que suelen sentir el resto de magos cuando acusan a su orden de los crímenes que cometen.
Crimenes. Que palabra más fea. Como secuestro.
-Nosotros no somos enemigos de nadie, Alanna -le explica con voz suave, como quien le explica a un niño pequeño como se escribe o se lee, con paciencia. Aunque quizá Cain no fuera un maestro tan paciente. No había froma de saberlo con cómo actuaba-. Nuestros experimentos trasgrieden únicamente las leyes que vosotros dictáis. Vuestras leyes están bien... para vosotros. Nosotros tenemos nuestra propia forma de vivir y de usar la magia. No nos metemos en los asuntos Rosacruz, como los Rosacruz no deberían meterse en nuestros asuntos. Tachar de impios y criminales a los demás es muy fácil, pero los Rosacruces tampoco están faltos de culpa a la hora de experimentar -su voz no sonaba como foensa pues sabía que no era el momento de que Alanna admitiera tal cosa. Aún no.
La miró de nuevo y le sonrió un instante. Ella seguía junto a la puerta abierta, cubriendose con la capa. Pero sabía que no iba a salir, que se quedaría. Por miedo, por curiosidad, por fascinación... eran mil motivos. Solo que era demasiado orgullosa para admitirlo. No importaba. No quería su humillación. Ella sabía la verdad, y él también la sabía. No era necesario nada más.
Cain se volvió, dándole la espalda confiado. Otro no lo habría hecho pero él no tenía de la joven, aunque fuera poderosa. ¿Sin él que haría sola en aquel castillo que le era ajeno? Sonrie al oir la referencia a Fabius pero no contesta: su sonrisa lo hace por él y le indica a Alanna que no es una pregunta que fuera a responder... ahora. Quizá después sí. Eso también lo decía su sonrisa. Al igual que sus gestos, extraños, felinos y oscuros, llenos de esencia magica, prometían secretos diferentes, secretos que a ella le estaban vedados en su orden pero que allí, en aquel palacio, estaban al alcance de quienes los quisieran.
Ofrece con el cuerpo y los ojos, pero no con los labios. Al igual que con la verdad de la orden Rosacruz, Alanna aún no está preparada para plantearle la oferta en voz alta y aceptarla. Demasiado orgullosa. Pero eso no era malo, en principio.
Los dedos de Cain toman una pequeña varilla incienso, comprado en la Mano de Oriente, y prende la punta, apoyandola sobre un incensiario con forma de calavera sujeta por un dragón de piedra oscura. Una pequeña obra de arte que destilaba la misma oscuridad y maldad que el resto del castillo. pero arte al fin y al cabo.
Se vuelve hacia Alanna, aún sonriendo. Mágicamente cierra la puerta de nuevo, sin echar el cerrojo esta vez. No lo considera necesario. En apenas unos instantes vuelve a estar junto a ella y pasa un brazo al rededor de los finos hombros de la joven, cubiertos únicamente por su capa. Mira el broche en forma de loto, la única pista, y la guia de nuevo hacia la cama, solo para instarla a sentarse más cómodamente. Era absurdo estar de pie sin más y temía que la chica aún estuviera demasiado debil, aunque la furia y confusión parecían haberle dado fuerzas. Le aparta con cuidado el pelo de la cara.
-¿Por qué podríais interesarle a un nigromante, querida? -preguntó él a su vez, pero no fue cruel y respondió a la pregunta-. Sois especial. Vuestra alma tiembla a pesar de ser fuego, de ser fuerte. Os guardáis mucho, y no solo en el terreno mágico. Sois como un cervatillo asustado, necesitabais a alguien que supiera ver vuestra alma, que supiera curarla. Llamadlo pura y mera curiosidad instruida, pero esa es la respuesta que buscáis: vuestra alma -sus labios le susurran las últimas palabras junto a su oido, como una caricia en voz baja, arrulladora, una caricia dicha.
Crimenes. Que palabra más fea. Como secuestro.
-Nosotros no somos enemigos de nadie, Alanna -le explica con voz suave, como quien le explica a un niño pequeño como se escribe o se lee, con paciencia. Aunque quizá Cain no fuera un maestro tan paciente. No había froma de saberlo con cómo actuaba-. Nuestros experimentos trasgrieden únicamente las leyes que vosotros dictáis. Vuestras leyes están bien... para vosotros. Nosotros tenemos nuestra propia forma de vivir y de usar la magia. No nos metemos en los asuntos Rosacruz, como los Rosacruz no deberían meterse en nuestros asuntos. Tachar de impios y criminales a los demás es muy fácil, pero los Rosacruces tampoco están faltos de culpa a la hora de experimentar -su voz no sonaba como foensa pues sabía que no era el momento de que Alanna admitiera tal cosa. Aún no.
La miró de nuevo y le sonrió un instante. Ella seguía junto a la puerta abierta, cubriendose con la capa. Pero sabía que no iba a salir, que se quedaría. Por miedo, por curiosidad, por fascinación... eran mil motivos. Solo que era demasiado orgullosa para admitirlo. No importaba. No quería su humillación. Ella sabía la verdad, y él también la sabía. No era necesario nada más.
Cain se volvió, dándole la espalda confiado. Otro no lo habría hecho pero él no tenía de la joven, aunque fuera poderosa. ¿Sin él que haría sola en aquel castillo que le era ajeno? Sonrie al oir la referencia a Fabius pero no contesta: su sonrisa lo hace por él y le indica a Alanna que no es una pregunta que fuera a responder... ahora. Quizá después sí. Eso también lo decía su sonrisa. Al igual que sus gestos, extraños, felinos y oscuros, llenos de esencia magica, prometían secretos diferentes, secretos que a ella le estaban vedados en su orden pero que allí, en aquel palacio, estaban al alcance de quienes los quisieran.
Ofrece con el cuerpo y los ojos, pero no con los labios. Al igual que con la verdad de la orden Rosacruz, Alanna aún no está preparada para plantearle la oferta en voz alta y aceptarla. Demasiado orgullosa. Pero eso no era malo, en principio.
Los dedos de Cain toman una pequeña varilla incienso, comprado en la Mano de Oriente, y prende la punta, apoyandola sobre un incensiario con forma de calavera sujeta por un dragón de piedra oscura. Una pequeña obra de arte que destilaba la misma oscuridad y maldad que el resto del castillo. pero arte al fin y al cabo.
Se vuelve hacia Alanna, aún sonriendo. Mágicamente cierra la puerta de nuevo, sin echar el cerrojo esta vez. No lo considera necesario. En apenas unos instantes vuelve a estar junto a ella y pasa un brazo al rededor de los finos hombros de la joven, cubiertos únicamente por su capa. Mira el broche en forma de loto, la única pista, y la guia de nuevo hacia la cama, solo para instarla a sentarse más cómodamente. Era absurdo estar de pie sin más y temía que la chica aún estuviera demasiado debil, aunque la furia y confusión parecían haberle dado fuerzas. Le aparta con cuidado el pelo de la cara.
-¿Por qué podríais interesarle a un nigromante, querida? -preguntó él a su vez, pero no fue cruel y respondió a la pregunta-. Sois especial. Vuestra alma tiembla a pesar de ser fuego, de ser fuerte. Os guardáis mucho, y no solo en el terreno mágico. Sois como un cervatillo asustado, necesitabais a alguien que supiera ver vuestra alma, que supiera curarla. Llamadlo pura y mera curiosidad instruida, pero esa es la respuesta que buscáis: vuestra alma -sus labios le susurran las últimas palabras junto a su oido, como una caricia en voz baja, arrulladora, una caricia dicha.
Cain- Mundano
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Re: Palazzo delle Morte
Alanna le escucha aturdida, fascinada sin poder evitarlo y atenazada por el miedo cuando él responde a su pregunta con aquella indescifrable sonrisa. Pero a medida que la voz del nigromante va fluyendo ella arruga con entrañeza la frente, parpadea y abre y cierra la boca varias veces. En busca de algo, una respuesta quizá, una lo bastante ingeniosa para rebatir los argumentos del mago; hay algo que no encaja en ellos, ni tampoco encajan con ella misma, pero sus palabras suenan tan... hermosas, ciertas... deposita sombría los ojos en el suelo, y cuando más concentrada está tratando de desentrañar el enigma, su interlocutor pone el dedo en la llama refiriéndose a los experimentos de la orden Roscruz. Con bendito alivio siente cómo toda su fogosa furia, su mecanismo de defensa en las peores situaciones renace como un ave fénix; y alza con brusquedad la vista, apretando los dientes y frunciendo gradualmente el ceño mientras trata de mantener una frialdad que, sencillamente, no posee.
- ¿Cómo... cómo osáis...? - comienza a hablar, la voz temblorosa por la ira - ¿Cómo os atrevéis de comparar a mis hermanos con los vuestros?, ¿quién os creéis que sois para poner en tela de juicio el honor de mi orden? Vosotros torturáis, esclavizáis... - una vocecilla interior le dice que muchos rosacruces, aun sin emplear aberrantes métodos de tortura como los del Loto Negro pero sí empleando manipulaciones tiernas, esclavizan a más de un gatto... No. Aquello no es esclavitud: se les ofrece un hogar a cambio del estudio de sus habilidades, ¿qué tiene eso de malo? Resopla por la nariz, respirando agitadamente y mirando la espalda del hechicero cuando él se da la vuelta. Eso la encoleriza aún más - Ningún imperio puede alzarse sobre hombros inocent...
La sobresalta el ruído de la puerta al cerrarse, acelerando su corazón y cortando de súbito sus palabras. Con un ligero grito ahogado, que se hace eco en el dormitorio, da un respingo y se gira para observar las puertas ahora cerradas. Sin cerrojo... lo mira con ansiedad nerviosa; podría escapar, podría hacerlo, él no se lo impediría. Pero...
Aunque intenta retenerla, la ira se esfuma dejando un amplio vacio, que no tarda en llenarse otra vez de dudas, inseguridad y temor. Sumida en su caos de pensamientos y emociones encontradas, de deseos y anhelos ocultos y no tan ocultos, es incapaz de percibir las futuras intenciones del nigromante, sus percepciones e intereses acerca de ella... solo vuelve en sí cuando escucha el chispeante sonido del incienso al ser prendido, y con gestos lánguidos se da media vuelta y aspira el agrable aroma que llega a sus fosas nasales, sintiéndose limpia y suspirando al tiempo que entorna los ojos. Sándalo, rosas, canela, hierbas y... ¿qué más? El aroma le sugiere los paisajes orientales que tanto le fascinaban de niña y le siguen fascinando, con sus nómadas, desiertos y grandes ciudades de Tierra Santa; pero también es un olor desconocido, diferente, nuevo... relajante, que como una esponja absorbe su temor. Es tal la beatífica sensación que no reacciona cuando él vuelve a acercarse, rodeándola con aquella ternura y guiándola a la cama; toma asiento sin dejar de mirarle, como una niña pequeña curiosa y sorprendida por la visión de un bello y oscuro animal, inconsciente del peligro. La caricia que le aparta el mechón de pelo ahora le resulta estremecedora y agradable, tanto que incluso cierra un instante los ojos para rendirse, solo una vez, solo un instante, a ella.
- Yo... - ¿que ella es especial? Le hubiese gustado decirle que no, que se equivoca... pero se mentiría a sí misma. Ya sea por orgullo, o porque sencillamente siente el poder que dormita encadenado en su alma, ella lo sabe. Siempre lo ha sabido... por eso el susurro que se derrama cálido en su oído le parece tan cierto y real cmo el roce del cuerpo del mago contra el suyo, de terciopelo forjado en cementerios, pócimas, pergamino y rosas. Su corazón late ahora lentamente y repentinamente vivo, transmitiéndole las sensaciones como si se intensificaran, adormeciéndoola al mismo tiempo el arruyo de su voz; comienza a sentirse mareada y febril, pero atrapada por aquella sensación de irrealidad, adornada por el aroma del incienso, no hace nada por intentar liberarse de la telaraña. Le... le gusta... - Yo... sí... tenéis razón. No soy... como los demás... Fabius no quiere creerme... - murmura, atribulada y finalizando sus palabras en un gemido casi ronroneante. Cuando Caín acaba de hablar y él se aparta lo suficiente para mirarla a los ojos, ella le corresponde, ahogándose en sus pupilas, mares de oro fundido. Se siente acalorada y su propio rostro, humedecido por el sudor y con los negros mechones pegados a su rostro, se ruboriza por efecto de la intensidad de la sensación: poderosa, y al mismo tiempo onírica. Sin ser cosciente de lo que hace, ladea la cabeza, se le acerca casi como si fuera a besarle pero, en el último instante, se queda a unos centímetros y delinea su rostro con las yemas de sus dedos, torpemente, tanteando también uno de sus largos mechones. Casi parece comprobar que su presencia es real - Sois... una criatura extraña...
Cierra los ojos con otro gemido, cayendo lentamente hacia delante y apoyando sin querer la frente en los labios del mago. Se queda así, en aquel exraño umbral en el que la ilusión y la realidad se confunden.
- ¿Cómo... cómo osáis...? - comienza a hablar, la voz temblorosa por la ira - ¿Cómo os atrevéis de comparar a mis hermanos con los vuestros?, ¿quién os creéis que sois para poner en tela de juicio el honor de mi orden? Vosotros torturáis, esclavizáis... - una vocecilla interior le dice que muchos rosacruces, aun sin emplear aberrantes métodos de tortura como los del Loto Negro pero sí empleando manipulaciones tiernas, esclavizan a más de un gatto... No. Aquello no es esclavitud: se les ofrece un hogar a cambio del estudio de sus habilidades, ¿qué tiene eso de malo? Resopla por la nariz, respirando agitadamente y mirando la espalda del hechicero cuando él se da la vuelta. Eso la encoleriza aún más - Ningún imperio puede alzarse sobre hombros inocent...
La sobresalta el ruído de la puerta al cerrarse, acelerando su corazón y cortando de súbito sus palabras. Con un ligero grito ahogado, que se hace eco en el dormitorio, da un respingo y se gira para observar las puertas ahora cerradas. Sin cerrojo... lo mira con ansiedad nerviosa; podría escapar, podría hacerlo, él no se lo impediría. Pero...
Aunque intenta retenerla, la ira se esfuma dejando un amplio vacio, que no tarda en llenarse otra vez de dudas, inseguridad y temor. Sumida en su caos de pensamientos y emociones encontradas, de deseos y anhelos ocultos y no tan ocultos, es incapaz de percibir las futuras intenciones del nigromante, sus percepciones e intereses acerca de ella... solo vuelve en sí cuando escucha el chispeante sonido del incienso al ser prendido, y con gestos lánguidos se da media vuelta y aspira el agrable aroma que llega a sus fosas nasales, sintiéndose limpia y suspirando al tiempo que entorna los ojos. Sándalo, rosas, canela, hierbas y... ¿qué más? El aroma le sugiere los paisajes orientales que tanto le fascinaban de niña y le siguen fascinando, con sus nómadas, desiertos y grandes ciudades de Tierra Santa; pero también es un olor desconocido, diferente, nuevo... relajante, que como una esponja absorbe su temor. Es tal la beatífica sensación que no reacciona cuando él vuelve a acercarse, rodeándola con aquella ternura y guiándola a la cama; toma asiento sin dejar de mirarle, como una niña pequeña curiosa y sorprendida por la visión de un bello y oscuro animal, inconsciente del peligro. La caricia que le aparta el mechón de pelo ahora le resulta estremecedora y agradable, tanto que incluso cierra un instante los ojos para rendirse, solo una vez, solo un instante, a ella.
- Yo... - ¿que ella es especial? Le hubiese gustado decirle que no, que se equivoca... pero se mentiría a sí misma. Ya sea por orgullo, o porque sencillamente siente el poder que dormita encadenado en su alma, ella lo sabe. Siempre lo ha sabido... por eso el susurro que se derrama cálido en su oído le parece tan cierto y real cmo el roce del cuerpo del mago contra el suyo, de terciopelo forjado en cementerios, pócimas, pergamino y rosas. Su corazón late ahora lentamente y repentinamente vivo, transmitiéndole las sensaciones como si se intensificaran, adormeciéndoola al mismo tiempo el arruyo de su voz; comienza a sentirse mareada y febril, pero atrapada por aquella sensación de irrealidad, adornada por el aroma del incienso, no hace nada por intentar liberarse de la telaraña. Le... le gusta... - Yo... sí... tenéis razón. No soy... como los demás... Fabius no quiere creerme... - murmura, atribulada y finalizando sus palabras en un gemido casi ronroneante. Cuando Caín acaba de hablar y él se aparta lo suficiente para mirarla a los ojos, ella le corresponde, ahogándose en sus pupilas, mares de oro fundido. Se siente acalorada y su propio rostro, humedecido por el sudor y con los negros mechones pegados a su rostro, se ruboriza por efecto de la intensidad de la sensación: poderosa, y al mismo tiempo onírica. Sin ser cosciente de lo que hace, ladea la cabeza, se le acerca casi como si fuera a besarle pero, en el último instante, se queda a unos centímetros y delinea su rostro con las yemas de sus dedos, torpemente, tanteando también uno de sus largos mechones. Casi parece comprobar que su presencia es real - Sois... una criatura extraña...
Cierra los ojos con otro gemido, cayendo lentamente hacia delante y apoyando sin querer la frente en los labios del mago. Se queda así, en aquel exraño umbral en el que la ilusión y la realidad se confunden.
Alanna D'Ventri- Brujo
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Re: Palazzo delle Morte
La reacción de Alanna no tarda en producirse, a pesar de que sus palabras habían sido desenfadadas y no buscaban la ofensa. Se trataba de una joven orgullosa, ligeramente altiva, que se defendería a sí misma, y sobre todo aquello en lo que creía, que la rodeaba, con uñas y dientes de ser necesario. Cain asintió antes su reacción respecto a su comentario, sin culparla.
Obviamente la habían enseñado a pensar así. Nadie educaba a nadie para decirle que lo que hacía estaba mal, ni el Loto Negro a sus acólitos ni los Rosacruces a sus aprendices. Cada orden mostraba a sus aprendices por qué actuaban como actuaban, los matices para que vieran que, aunque sus enemigos hicieran cosas similares, ellos no eran merecedores de censura, ya fuera por sus métodos o su filosofía, o el fin para el que se hacía. Aunque a fin de cuentas fueran cosas similares. ¿No usaban los Rosacruz gattos para sus experimentos a caso? ¿No analizaban la magia sin preocuparse a veces de las consecuencias? la única diferencia era lo que hacían luego con aquel conocimiento; cosa que en ese momento a él no le interesaba.
-Shhh -le susurró al oido con voz aterciopelada mientras la dirguía a la alcoba. Sintió los hombros de la mujer temblar de la indignación que sentía. ¿Se creerñia a si misma? ¿O en el fondo, aunque fuera solo eso, muy en el fondo, dudaría de las actividades de su orden?
Ahora no importaba.
El incienso había comenzado a quemarse. Era una mezcla de hierbas y flores de todos los puntos del mundo conocido: de Bizancio, de Arabia, de India, de China incluso... una delicada selección de aromas exóticos, lejanos, que traían ideas de los lugares de dónde provenían, de flores que contemplaban las mujeres de los jeques o los rajás, en sus harenes; de los magos de largos bigotes de las tierras del sol naciente... todo aquello entremezclado con hierbas mágicas, con hechizos, que lo que hacían era obnubilar la mente, confundir el pensamiento, no equivocándolo, únicamente relajando las alertas, dejando el corazón tranquilo y calmado para que dejaba que, una vez borrada la ira, los prejucios, esas emociones que impedían la verdad, el subconsciente se manifestase. Liberando el alma de la telaraña que era la mente y la razón siempre regente.
Saba una extraña liebrtad que solo se tiene en los sueños. Aunque era un sueño diferente al de las visiones que antes había sufrido Alanna. Era cálido, arrullante, seguro como los brazos de una madre.
Y no obligaba. Los que caían presa de su hechizo se negaban a ello, pero el incienso únicamente los liberaba, no les infundía ideas nuevas, simplemente dejaba que sus deseos aflorasen, lo que de evrdad querían, lo que de verdad sentíuan. Al descubierto. Por eso a veces daba miedo. Pero temer era un error.
Por eso sabe que es verdad lo que ella dice. No le sorprende nada de ello... salvo sus últimas palabras... "Fabius no quiere creerme". No sabía demasiado de Fabius, se habían encontrado un par de veces y conversado años atrás, y luego había investigado. Pero lo que sí sabía era que si él podía sentir el poder latente de Alanna, el anciano también. También lo había sentido en él, por eso se le había acercado. Eso había pensado siempre Cain. Quizá lo que el Rosacruz quería era que Alanna no se creyera poseedora de demasiado poder, pues el poder corrompe a veces y al orden Rosacruz lo sabía bien. ¿Cuántos les habian abandonado buscando conocimientos que les dieran aún un mayor poder? Demasiados.
Observa el rostor de Alanna, que antes de que él pudiera responder se le acerca. Sus rostros quedan a apenas unos centímetros escasos. Podía ver con claridad los labios de la joven, los ojos que parecían observarle como a una extraña criatura cuando precísamente dice eso como si leyera su rostro. Podría besarla, pensó, al igual que podía sobrepasarse y ella no pondría trabas en aquel instante. Pero a la larga aquello sería perjudicial, lo sabe.
Así que deja que ella tome entre sus dedos uno de sus mechones de cabello.
-Como tú. Por eso lo sé -dijo con sencillez, bajando la voz para acompasarla al olor del incienso. Sin cambiar de posición hace levitar un pequeño objeto que hay en la mesilla, para recogerlo entre las manos. Con cuidado pasó las manos hacia la nuca de Alanna, que aunque antes se habría resisitido, ahora no se mueve. Ata la pequeña cadena que resulta ser una hermosa gargantilla que se ajusta perfectamente al cuello de Alanna. Una pequeña y delicada pieza de plata que resulta casi una obra de arte en si misma, decorada con filigranas y sosteniendo justo en el centro del cuello, contra la piel, un topacio que se antoja del mismo color que los ojos del mago, de tonalidad cambiante. Los dedos de este se entretienen en su cuello, con una suave caricia-. Es un pequeño regalo -le aclaró mirandola con amabilidad-. Nuestro secreto, ¿te parece bien?
Obviamente la habían enseñado a pensar así. Nadie educaba a nadie para decirle que lo que hacía estaba mal, ni el Loto Negro a sus acólitos ni los Rosacruces a sus aprendices. Cada orden mostraba a sus aprendices por qué actuaban como actuaban, los matices para que vieran que, aunque sus enemigos hicieran cosas similares, ellos no eran merecedores de censura, ya fuera por sus métodos o su filosofía, o el fin para el que se hacía. Aunque a fin de cuentas fueran cosas similares. ¿No usaban los Rosacruz gattos para sus experimentos a caso? ¿No analizaban la magia sin preocuparse a veces de las consecuencias? la única diferencia era lo que hacían luego con aquel conocimiento; cosa que en ese momento a él no le interesaba.
-Shhh -le susurró al oido con voz aterciopelada mientras la dirguía a la alcoba. Sintió los hombros de la mujer temblar de la indignación que sentía. ¿Se creerñia a si misma? ¿O en el fondo, aunque fuera solo eso, muy en el fondo, dudaría de las actividades de su orden?
Ahora no importaba.
El incienso había comenzado a quemarse. Era una mezcla de hierbas y flores de todos los puntos del mundo conocido: de Bizancio, de Arabia, de India, de China incluso... una delicada selección de aromas exóticos, lejanos, que traían ideas de los lugares de dónde provenían, de flores que contemplaban las mujeres de los jeques o los rajás, en sus harenes; de los magos de largos bigotes de las tierras del sol naciente... todo aquello entremezclado con hierbas mágicas, con hechizos, que lo que hacían era obnubilar la mente, confundir el pensamiento, no equivocándolo, únicamente relajando las alertas, dejando el corazón tranquilo y calmado para que dejaba que, una vez borrada la ira, los prejucios, esas emociones que impedían la verdad, el subconsciente se manifestase. Liberando el alma de la telaraña que era la mente y la razón siempre regente.
Saba una extraña liebrtad que solo se tiene en los sueños. Aunque era un sueño diferente al de las visiones que antes había sufrido Alanna. Era cálido, arrullante, seguro como los brazos de una madre.
Y no obligaba. Los que caían presa de su hechizo se negaban a ello, pero el incienso únicamente los liberaba, no les infundía ideas nuevas, simplemente dejaba que sus deseos aflorasen, lo que de evrdad querían, lo que de verdad sentíuan. Al descubierto. Por eso a veces daba miedo. Pero temer era un error.
Por eso sabe que es verdad lo que ella dice. No le sorprende nada de ello... salvo sus últimas palabras... "Fabius no quiere creerme". No sabía demasiado de Fabius, se habían encontrado un par de veces y conversado años atrás, y luego había investigado. Pero lo que sí sabía era que si él podía sentir el poder latente de Alanna, el anciano también. También lo había sentido en él, por eso se le había acercado. Eso había pensado siempre Cain. Quizá lo que el Rosacruz quería era que Alanna no se creyera poseedora de demasiado poder, pues el poder corrompe a veces y al orden Rosacruz lo sabía bien. ¿Cuántos les habian abandonado buscando conocimientos que les dieran aún un mayor poder? Demasiados.
Observa el rostor de Alanna, que antes de que él pudiera responder se le acerca. Sus rostros quedan a apenas unos centímetros escasos. Podía ver con claridad los labios de la joven, los ojos que parecían observarle como a una extraña criatura cuando precísamente dice eso como si leyera su rostro. Podría besarla, pensó, al igual que podía sobrepasarse y ella no pondría trabas en aquel instante. Pero a la larga aquello sería perjudicial, lo sabe.
Así que deja que ella tome entre sus dedos uno de sus mechones de cabello.
-Como tú. Por eso lo sé -dijo con sencillez, bajando la voz para acompasarla al olor del incienso. Sin cambiar de posición hace levitar un pequeño objeto que hay en la mesilla, para recogerlo entre las manos. Con cuidado pasó las manos hacia la nuca de Alanna, que aunque antes se habría resisitido, ahora no se mueve. Ata la pequeña cadena que resulta ser una hermosa gargantilla que se ajusta perfectamente al cuello de Alanna. Una pequeña y delicada pieza de plata que resulta casi una obra de arte en si misma, decorada con filigranas y sosteniendo justo en el centro del cuello, contra la piel, un topacio que se antoja del mismo color que los ojos del mago, de tonalidad cambiante. Los dedos de este se entretienen en su cuello, con una suave caricia-. Es un pequeño regalo -le aclaró mirandola con amabilidad-. Nuestro secreto, ¿te parece bien?
Cain- Mundano
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Localización : En el cementerio con una pala cantando bajo la luna.
Re: Palazzo delle Morte
Caín la insta a callar derramando su save voz en su oído. Ella obedece sin rechistar. Tampoco es que le queden fuerzas para oponerse, o más bien presencia de ánimo... ahora mismo no quiere, no desea en absoluto, hacerle daño, ni invocar su poder, ni intentar huír. Se encuentra débil y al mismo tiempo segura en sus brazos, experimentando sensaciones que tiene la sensación de haber estado reprimiendo toda su vida. No abre los ojos y emite un lánguido y entrecortado suspiro, sintiendo que la capa la asfixia y que la febrildad hace de su blanca y ahora brillante piel una superficie gradualmente en llamas.
Solo los entreabre, brillantes y fulgurantes con una chispa de delirio, cuando su sensibilidad a la energía percibe la magia que emite el mago al hacer levitar aquel objeto. Estremecida y sin apartarse de él lo mira flotar hasta ella, siendo su rostro una pura e inocente expresión confusa que la hace parecer joven. Muy joven. La caricia del nigromante al apartarle el cabello y enganchar la gargantilla emite sobre ella un hechizo que la atrapa en cavidades aún más profundas. Solo es una joya que amarra en torno a su cuello, pero, será por sus gestos suaves y parsimoniosos, o por sus ojos dorados, lo percibe como una especie de ritual sagrado... y prohibido. Sabe que no debería participar en él, pero el acelerado latir de su corazón hierve su sangre, inrementa sus sentidos, quiebra cualquier posible oposición. Se siente sucia y libre a la vez... pero sobretodo libre.
- Nuestro... secreto... - musita débilmente, con un hilo de voz. Parpadea varias veces como si tratase de enfocar la vista y asiente, como si fuerzas superiores la obligaran a ello - Sí...
Sus dedos trémulos tantean la elaborada gargantilla; si estuviera en plenas facultades se daría cuenta de que en su cuello falta otra, aquella en la que pende la media luna, el recuerdo de su madre... ahora ni se acuerda de ella. Solo tiene capacidad para sentir, sucumbir a una ansiedad inexplicable, una que la inflama de vida y magia y la tienta a traspasar todo límite: los de la realidad y los de la irrealidad. Movida por algo que no es lujuria y con la respiración acelerada, sus manos se abren dejando que la capa resbale por su piel, revelando del todo su desnudez. Lo hace mientras, tras un leve instante de inseguridad, torpeza y confusión en el que intenta recular, vuelve a cerrar los ojos, mareada, y apoya la cabeza en el pecho del mago para acurrucarse en él de forma instintiva.
Acunada por el corazón de aquél cuyo nombre aún no conoce, la poderosa duermevela no tarda en transformarse en un profundo e inquieto sueño rebosante de visiones, pesadillas, recuerdos o todo a la vez.
Solo los entreabre, brillantes y fulgurantes con una chispa de delirio, cuando su sensibilidad a la energía percibe la magia que emite el mago al hacer levitar aquel objeto. Estremecida y sin apartarse de él lo mira flotar hasta ella, siendo su rostro una pura e inocente expresión confusa que la hace parecer joven. Muy joven. La caricia del nigromante al apartarle el cabello y enganchar la gargantilla emite sobre ella un hechizo que la atrapa en cavidades aún más profundas. Solo es una joya que amarra en torno a su cuello, pero, será por sus gestos suaves y parsimoniosos, o por sus ojos dorados, lo percibe como una especie de ritual sagrado... y prohibido. Sabe que no debería participar en él, pero el acelerado latir de su corazón hierve su sangre, inrementa sus sentidos, quiebra cualquier posible oposición. Se siente sucia y libre a la vez... pero sobretodo libre.
- Nuestro... secreto... - musita débilmente, con un hilo de voz. Parpadea varias veces como si tratase de enfocar la vista y asiente, como si fuerzas superiores la obligaran a ello - Sí...
Sus dedos trémulos tantean la elaborada gargantilla; si estuviera en plenas facultades se daría cuenta de que en su cuello falta otra, aquella en la que pende la media luna, el recuerdo de su madre... ahora ni se acuerda de ella. Solo tiene capacidad para sentir, sucumbir a una ansiedad inexplicable, una que la inflama de vida y magia y la tienta a traspasar todo límite: los de la realidad y los de la irrealidad. Movida por algo que no es lujuria y con la respiración acelerada, sus manos se abren dejando que la capa resbale por su piel, revelando del todo su desnudez. Lo hace mientras, tras un leve instante de inseguridad, torpeza y confusión en el que intenta recular, vuelve a cerrar los ojos, mareada, y apoya la cabeza en el pecho del mago para acurrucarse en él de forma instintiva.
Acunada por el corazón de aquél cuyo nombre aún no conoce, la poderosa duermevela no tarda en transformarse en un profundo e inquieto sueño rebosante de visiones, pesadillas, recuerdos o todo a la vez.
Alanna D'Ventri- Brujo
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Fecha de inscripción : 08/10/2009
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