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Palazzo delle Morte
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Re: Palazzo delle Morte
Una pequeña barcaza posó su casco en la fina arena de la orilla de la isla, atravesando así la densa niebla que la rodeaba. Su aspecto delataba que había hecho demasiadas travesías por mar, pero así pasaría más inadvertido aún su único ocupante cubierto por una larga y pesada capa marrón. De un pequeño saltó salió de su interior, pisando por fin tierra firme después de su pequeño viaje por el mar, y caminó unos pasos hacia delante, lentos pero seguros.
Hinca su rodilla en el suelo, desenguantando una de sus manos de la cuál podía verse que le faltaba el dedo anular, y cogiendo un poco de esa arena húmeda entre sus dedos sonríe ampliamente con la mirada fija al frente. Suelta la arena, y de un rápido y elegante movimiento lanza el pesado manto pardo que le cubría al interior de la barcaza dejando ver así sus ropas de Asesino, a la vez que incorpora su cuerpo y dirige sus pasos hacia el corazón de la isla, directo hacia el Palazzo delle Morte.
El paisaje neblinoso y con la tensa tranquilidad de la playa, no tarda mucho en convertirse poco a poco en un frondoso y silencioso bosque virgen, repleto de de altos árboles y pequeñas plantas que dificultaban alguna vez el paso al improvisado viajero que lo atravesaba, con un más que oscuro silencio, ya que en ocasiones parecía que se fundiera con la oscuridad que proyectaban los árboles para aparecer instantes después unos metros más hacia delante. No se oía ningún animal, ninguno de los pajaros nocturnos que solían ulular por los bosques, ni tan siquiera los insectos que se hacían escuchar comunmente por las noches... el bosque parecía vacío, muerto. Una sonrisa aflora en sus labios, divertida, al imaginar lo que no tardaría en tener al frente.
Después de varios minutos más, su paso para repentinamente, envuelto por la luz que proyectaba a través de un claro en las frondosas copas de los árboles la Luna, que aparecía esta noche menguante en el firmamento. Sabía que habia seguido un camino recto hasta su objetivo, pero el paisaje que le rodeaba había conseguido nublar sus sentidos unos instantes, haciendo que se desorientase momentáneamente y perdiese su dirección. Así que utilizaría uno de los objetos que le había prestado el anciano Gran Maestre y que esperaba no utilizar tan tempranamente.
Observa el anillo que portaba en su dedo corazón, un anillo de oro que una circunferencia maciza en la parte superior. Suspira, esperando impaciente que sucediera algo, e inmediatamente una diminuta luz blanquecina aparece de la circunferencia, alargándose y apuntando al frente. "Lleva contigo este anillo. Su poder te conducirá al destino que buscas ", fueron las palabras que le dedicó el Maestre antes de entregarle el anillo y que ahora se presentaban en su mente como si estuviese allí mismo con él, ayudandole así a encontrar a su ahijada.
Sonríe, casi para sí mismo, y la luz del anillo se extingue, volviendo a parecer un caro y brillante anillo de oro.
Continúa avanzando, cada vez más cauteloso, pues a pesar de que aún no lo veía notaba perfectamente el aura de maldad que le había seguido durante toda la isla hacerse más fuerte. Lleva la mano a su pecho, donde puede palpar la piedra completamente plana y negra de ónice, que le había dado el viejo como protección ante la magia que ahora se encontraría; y palpa también la pequeña figurilla de oricalco en forma de búho que prendía también de su cuello, según el hombre para evitar así que los miembros de Loto pudieran ver y sentir su aura. Realmente nunca le había gustado ni interesado demasiado el poder de las gemas y piedras, pero entre entrar "desnudo" en el castillo donde se escondía la sociedad más oscura de Venecia y hacerlo cubierto de protecciones... le encantaba el riesgo, pero no era estúpido.
Lleva su mano hacia uno de los escasos saquillos que portaba hoy en el cinto, y saca un frasco de vidrio de un tamaño más bien pequeño, en el cuál podía verse un líquido algo espeso de un color entre el verde y amarillo. Lo destapa, y llevándoselo a los labios, bebe de él tal cuál le había dicho el Gran Maestre antes de partir y darle esa pócima. Esperaba que tal y como le había dicho eso fuese suficiente para que ante la perspectiva de la lucha en terriotorio enemigo fuese de gran ayuda.
Pronto y como él había presentido, el tenebroso castillo aparece delante suya, alzándose imponente y oscuro sobre un acantilado. Enorme, con altas y retorcidas almenas. Parece que cada una de esas piedras desprenda un aura de pura maldad y oscuridad.
Sonríe ampliamente, alzando la vista para capturar esa imágen en su mente en su totalidad. No habían errado en ningún aspecto la descripción del castillo que le habían hecho antes de llegar, todas esas leyendas que lo envolvía y hacía que el vello de la nuca se erizase con tan solo escucharlo y que él estaba contemplando... Ríe en voz baja.
-Viejos locos y estúpidos cuentacuentos...-La voz que sale del interior de la capucha carece de temor a pesar de la imponente construcción que se extiendo delante de él, es más, puede leerse la impaciencia y el nerviosismo de un adolescente en su primera vez en ella.-...esto que voy a hacer va a ser recordado por el Loto Negro generaciones, y todos sabrán el nombre de aquel que se atrevió a hacerlo...
No lo había notado hasta ahora, pero desde que se había tomado ese frasco notaba como si su cuerpo rebosara de energias ansiosas por ser utilizadas y su poder estuviese ardiendo en el interior de sus sienes casi con violencia, pero debía ser paciente y controlar sus deseos, puesto que un paso mal dado en estos momentos y probablemente no podría contar esto a nadie. Sonríe, aún al cobijo de los árboles y agradece que al menos la Luna no se revele llena hoy, puesto que si asi fuese le resultaría mucho más difícil avanzar hasta el castillo siendo casi invisible.
Casi sin pensarlo avanza hacia muralla que resguardaba al castillo de los visitantes, aumentando la velocidad hasta el máximo mientras se acercaba a ella y notaba como las sombras le cubrían el cuerpo entero desapareciendo de la vista de cualquiera. Antes de llegar da un salto hacia esta, colocando sus dedos entre una fisura en la roca e impulsándose hacia arriba hasta una roca que sobresalía unos centímetros. Una vez arriba, se descuelga con agilidad y sigilo felino hasta tocar de nuevo tierra. Su mirada se clava en un par de estatuas de obsidiana con la efigie de una especie de león, que vigilaban la entrada del castillo como guardianes inertes... pero algo le decía que no estaban ahí por mera decoración.
Respira hondo, llevando su mano al pecho de nuevo y tocando los dos amuletos que si tenían alguna utilidad sería puesta a prueba en estos momentos. Asíque con paso sigiloso y seguro, avanza hacia la puerta, atravesando las dos efigies y cruzando el umbral de la enorme puerta que se extendía ante él.
Hinca su rodilla en el suelo, desenguantando una de sus manos de la cuál podía verse que le faltaba el dedo anular, y cogiendo un poco de esa arena húmeda entre sus dedos sonríe ampliamente con la mirada fija al frente. Suelta la arena, y de un rápido y elegante movimiento lanza el pesado manto pardo que le cubría al interior de la barcaza dejando ver así sus ropas de Asesino, a la vez que incorpora su cuerpo y dirige sus pasos hacia el corazón de la isla, directo hacia el Palazzo delle Morte.
El paisaje neblinoso y con la tensa tranquilidad de la playa, no tarda mucho en convertirse poco a poco en un frondoso y silencioso bosque virgen, repleto de de altos árboles y pequeñas plantas que dificultaban alguna vez el paso al improvisado viajero que lo atravesaba, con un más que oscuro silencio, ya que en ocasiones parecía que se fundiera con la oscuridad que proyectaban los árboles para aparecer instantes después unos metros más hacia delante. No se oía ningún animal, ninguno de los pajaros nocturnos que solían ulular por los bosques, ni tan siquiera los insectos que se hacían escuchar comunmente por las noches... el bosque parecía vacío, muerto. Una sonrisa aflora en sus labios, divertida, al imaginar lo que no tardaría en tener al frente.
Después de varios minutos más, su paso para repentinamente, envuelto por la luz que proyectaba a través de un claro en las frondosas copas de los árboles la Luna, que aparecía esta noche menguante en el firmamento. Sabía que habia seguido un camino recto hasta su objetivo, pero el paisaje que le rodeaba había conseguido nublar sus sentidos unos instantes, haciendo que se desorientase momentáneamente y perdiese su dirección. Así que utilizaría uno de los objetos que le había prestado el anciano Gran Maestre y que esperaba no utilizar tan tempranamente.
Observa el anillo que portaba en su dedo corazón, un anillo de oro que una circunferencia maciza en la parte superior. Suspira, esperando impaciente que sucediera algo, e inmediatamente una diminuta luz blanquecina aparece de la circunferencia, alargándose y apuntando al frente. "Lleva contigo este anillo. Su poder te conducirá al destino que buscas ", fueron las palabras que le dedicó el Maestre antes de entregarle el anillo y que ahora se presentaban en su mente como si estuviese allí mismo con él, ayudandole así a encontrar a su ahijada.
Sonríe, casi para sí mismo, y la luz del anillo se extingue, volviendo a parecer un caro y brillante anillo de oro.
Continúa avanzando, cada vez más cauteloso, pues a pesar de que aún no lo veía notaba perfectamente el aura de maldad que le había seguido durante toda la isla hacerse más fuerte. Lleva la mano a su pecho, donde puede palpar la piedra completamente plana y negra de ónice, que le había dado el viejo como protección ante la magia que ahora se encontraría; y palpa también la pequeña figurilla de oricalco en forma de búho que prendía también de su cuello, según el hombre para evitar así que los miembros de Loto pudieran ver y sentir su aura. Realmente nunca le había gustado ni interesado demasiado el poder de las gemas y piedras, pero entre entrar "desnudo" en el castillo donde se escondía la sociedad más oscura de Venecia y hacerlo cubierto de protecciones... le encantaba el riesgo, pero no era estúpido.
Lleva su mano hacia uno de los escasos saquillos que portaba hoy en el cinto, y saca un frasco de vidrio de un tamaño más bien pequeño, en el cuál podía verse un líquido algo espeso de un color entre el verde y amarillo. Lo destapa, y llevándoselo a los labios, bebe de él tal cuál le había dicho el Gran Maestre antes de partir y darle esa pócima. Esperaba que tal y como le había dicho eso fuese suficiente para que ante la perspectiva de la lucha en terriotorio enemigo fuese de gran ayuda.
Pronto y como él había presentido, el tenebroso castillo aparece delante suya, alzándose imponente y oscuro sobre un acantilado. Enorme, con altas y retorcidas almenas. Parece que cada una de esas piedras desprenda un aura de pura maldad y oscuridad.
Sonríe ampliamente, alzando la vista para capturar esa imágen en su mente en su totalidad. No habían errado en ningún aspecto la descripción del castillo que le habían hecho antes de llegar, todas esas leyendas que lo envolvía y hacía que el vello de la nuca se erizase con tan solo escucharlo y que él estaba contemplando... Ríe en voz baja.
-Viejos locos y estúpidos cuentacuentos...-La voz que sale del interior de la capucha carece de temor a pesar de la imponente construcción que se extiendo delante de él, es más, puede leerse la impaciencia y el nerviosismo de un adolescente en su primera vez en ella.-...esto que voy a hacer va a ser recordado por el Loto Negro generaciones, y todos sabrán el nombre de aquel que se atrevió a hacerlo...
No lo había notado hasta ahora, pero desde que se había tomado ese frasco notaba como si su cuerpo rebosara de energias ansiosas por ser utilizadas y su poder estuviese ardiendo en el interior de sus sienes casi con violencia, pero debía ser paciente y controlar sus deseos, puesto que un paso mal dado en estos momentos y probablemente no podría contar esto a nadie. Sonríe, aún al cobijo de los árboles y agradece que al menos la Luna no se revele llena hoy, puesto que si asi fuese le resultaría mucho más difícil avanzar hasta el castillo siendo casi invisible.
Casi sin pensarlo avanza hacia muralla que resguardaba al castillo de los visitantes, aumentando la velocidad hasta el máximo mientras se acercaba a ella y notaba como las sombras le cubrían el cuerpo entero desapareciendo de la vista de cualquiera. Antes de llegar da un salto hacia esta, colocando sus dedos entre una fisura en la roca e impulsándose hacia arriba hasta una roca que sobresalía unos centímetros. Una vez arriba, se descuelga con agilidad y sigilo felino hasta tocar de nuevo tierra. Su mirada se clava en un par de estatuas de obsidiana con la efigie de una especie de león, que vigilaban la entrada del castillo como guardianes inertes... pero algo le decía que no estaban ahí por mera decoración.
Respira hondo, llevando su mano al pecho de nuevo y tocando los dos amuletos que si tenían alguna utilidad sería puesta a prueba en estos momentos. Asíque con paso sigiloso y seguro, avanza hacia la puerta, atravesando las dos efigies y cruzando el umbral de la enorme puerta que se extendía ante él.
Fahd 'Umbra' Hasshîm- Brujo
- Cantidad de envíos : 86
Fecha de inscripción : 07/10/2009
Re: Palazzo delle Morte
El sonido de las cuerdas del arpa llenaba la estancia por completo. Resultaba hermoso, delicado, una canción capaz de conmover el alma, una preciosa melodía. Quien la tocaba era una joven de cabellos oscuros y faz pálida cuyos ojos parecían vedados. Estaba vestida con una hermosa túnica larga, cuyas mangas acampanadas caían casi hasta el mismo suelo negro de la sala. Las filigranas de colro plateado envolvían el borde del cuello, el bajo de la túnica y un pequeño y esbelto cinturón abrazaba su cintura.
La maga estaba sentada sobre las rodillas de un hombre algo más alto que ella. Vestía una capa oscura, prendida con un broche como siempre, y bajo la cama lucía una camisa oscura, pantalones y un par de cinturones con algunas dagas y saquitos de diversos contenidos. El cabello oscuro, con ciertos mechones de color rubio oscuro, le caía por los hombros y mientras una de sus manos pálidas recogía la cabellera de Alanna, la otra se dedicaba a peinarla con un peine de plata ricamente decorado con pequeños relieves. El movimiento del peine iba dictado por la melodía arrancada de las cuerdas del arpa, moviendose lento y repetitivo a través de la tupida cabellera de la doncella.
No había palabras. Pero tampoco eran necesarias. El ámbar en el cuello de Alanna brillaba con suavidad en mitad de la noche, al igual que los ojos de Cain, aunque estos aquella noche eran más negros que dorados pues el influjo de su magia era suave, como un arrullo, como la caricia del mar que se oía fuera del palacio, contra la isla.
Ni siquiera podía decirse que envenenase la mente de la joven, aunque el maestro de esta seguramente lo ahbrái afirmado. Las palabras que el hombre le susurraba cuando ella dormía, la caricia de su magia lo que hacían era correr los cerrojos que ella misma se había hechado. No los de la espalda, impuestos por otro, si no aquellos que desde pequeña ella había corrido. El rechazo a las prácticas de magia oscura, a aquel lugar, a aquella orden, a aquel hombre... todo eran puntos de vista y aquellos susurros que llenaban su mente y su corazón durante la estancia en aquel palacio le hacían ver lo insensato, lo estúpido, de aquellos pensamientos.
El incienso se quemaba con lentitud en un extremo de la estancia, llenandola de su aroma exótico y extraño, contribuyendo a aquel clima de magia y libertad para el alma.
Ninguno de los dos, ni el resto de habitantes del castillo, parecieron reparar en la sigilosa figura que salía del bosque que rodeaba el Palazzo della Morte y saltaba las murallas que lo rodeaban, apenas un mero trámite. Las verdaderas murallas del palacio estaban en la mente de la gente y en sus muros, aquel muro exterior únicamente marcaba una frontera, anunciaba donde se entraba.
El asesino traspasó las puertas del palacio. Las esfinges que al pasar él entre ellas parecían seguirle con sus ojos de basalto. No obstante no reaccionaron. Aún no. Gracias podía dar al maestre y sus artilugios. Uno de ellos tenía la habilidad de envenenar el aura del asesino a la vista de as esfinges, creadas para detener el paso a todo aquel cuya ánima no mostrara los signos de corrupción de los habitantes del castillo.
Podía seguir avanzando... por el momento. El palacio era enorme, lleno de recovecos y secretos. Las paredes parecían susurrar y tener mil ojos y mil lenguas, parecían vigilarle y sin embargo el castillo parecía desierto. De momento.
La maga estaba sentada sobre las rodillas de un hombre algo más alto que ella. Vestía una capa oscura, prendida con un broche como siempre, y bajo la cama lucía una camisa oscura, pantalones y un par de cinturones con algunas dagas y saquitos de diversos contenidos. El cabello oscuro, con ciertos mechones de color rubio oscuro, le caía por los hombros y mientras una de sus manos pálidas recogía la cabellera de Alanna, la otra se dedicaba a peinarla con un peine de plata ricamente decorado con pequeños relieves. El movimiento del peine iba dictado por la melodía arrancada de las cuerdas del arpa, moviendose lento y repetitivo a través de la tupida cabellera de la doncella.
No había palabras. Pero tampoco eran necesarias. El ámbar en el cuello de Alanna brillaba con suavidad en mitad de la noche, al igual que los ojos de Cain, aunque estos aquella noche eran más negros que dorados pues el influjo de su magia era suave, como un arrullo, como la caricia del mar que se oía fuera del palacio, contra la isla.
Ni siquiera podía decirse que envenenase la mente de la joven, aunque el maestro de esta seguramente lo ahbrái afirmado. Las palabras que el hombre le susurraba cuando ella dormía, la caricia de su magia lo que hacían era correr los cerrojos que ella misma se había hechado. No los de la espalda, impuestos por otro, si no aquellos que desde pequeña ella había corrido. El rechazo a las prácticas de magia oscura, a aquel lugar, a aquella orden, a aquel hombre... todo eran puntos de vista y aquellos susurros que llenaban su mente y su corazón durante la estancia en aquel palacio le hacían ver lo insensato, lo estúpido, de aquellos pensamientos.
El incienso se quemaba con lentitud en un extremo de la estancia, llenandola de su aroma exótico y extraño, contribuyendo a aquel clima de magia y libertad para el alma.
Ninguno de los dos, ni el resto de habitantes del castillo, parecieron reparar en la sigilosa figura que salía del bosque que rodeaba el Palazzo della Morte y saltaba las murallas que lo rodeaban, apenas un mero trámite. Las verdaderas murallas del palacio estaban en la mente de la gente y en sus muros, aquel muro exterior únicamente marcaba una frontera, anunciaba donde se entraba.
El asesino traspasó las puertas del palacio. Las esfinges que al pasar él entre ellas parecían seguirle con sus ojos de basalto. No obstante no reaccionaron. Aún no. Gracias podía dar al maestre y sus artilugios. Uno de ellos tenía la habilidad de envenenar el aura del asesino a la vista de as esfinges, creadas para detener el paso a todo aquel cuya ánima no mostrara los signos de corrupción de los habitantes del castillo.
Podía seguir avanzando... por el momento. El palacio era enorme, lleno de recovecos y secretos. Las paredes parecían susurrar y tener mil ojos y mil lenguas, parecían vigilarle y sin embargo el castillo parecía desierto. De momento.
Cain- Mundano
- Cantidad de envíos : 370
Fecha de inscripción : 07/10/2009
Localización : En el cementerio con una pala cantando bajo la luna.
Re: Palazzo delle Morte
Sueños, ilusiones, esperanzas, deseos desentrañados... sueños. En aquella espiral se había visto sumergida desde que aquel mago nacido de la oscuridad la capturase, desde que hablara con ella asentando las bases de un cautiverio más allá del físico. La estaba haciendo suya, lenta, gradual e inexorablemente... pero lejano queda ya el día en el que había intentado resistirse.
Permanece sentada sobre las piernas del mago cual muñeca de porcelana sin voluntad propia: quieta, esbelta, con los aguileños y oscuros ojos perdidos en la nada y extrañamente brillantes, igual que dos obsidianas en un juguete. El ratoncito de biblioteca de escasa femineidad había dado paso, por obra y gracia del nigromante, al de una bella y frágil hechicera; la túnica negra se amolda a su cuerpo en perfecto contraste con su blanca piel, creando una sugerente y elegante curva, que no obscena, en torno a los pechos, que junto a sus curvas acrecentadas por el cinturón de su cintura muestran unos encantos por lo genera siempre ocultos. El suave roce del peine en su cabello negro y largo, generalmente enmarañado, hace de él una cascada de ondulantes ríos nocturnos, brllantes y refulgentes gracias al brillo de la plata que en la metáfora simula una luna creciente. Desprende un suave aroma a rosas, tan intenso como el que su piel rezuma a salvia y lavanda, y sus dedos, ágiles y esbeltos, revelan su calidad de arpista al deslizarse instintivamente por el arpa, generando su mente una melancólica y enigmátia melodía. La nota de color en la dama de blanco y negro lo dan sus labios, rojos, y el destacable ámbar de su gargantilla.
En tales circunstancias es difícil decir si Alanna ve, siente, huele, piensa algo... en realidad, su olfato capta el olor dulzón del incienso que impregna la estancia, embotando sus sentidos, incrementando la fibra de sus emociones, volviéndolo todo una duermevela onírica en la que su cuerpo se siente débl y su magia se reduce a una llamita sin potencial alguno. Está cansada, muy cansada... y su nula resistencia mental, ahora mismo, recibe con agradecimiento el tacto de negro terciopelo del cuerpo del mago, acunante como el de una exótica serpiente, y tan tentador como los susurros que se apoderaban de ella en la noche. Ninguna reacción genera su cuerpo, más allá de la de cumplir la voluntad de su captor...
...no ahora. De repente algo, no sabe qué, la estremece hasta el punto de que consigue abrir una ínfima y pequeña grieta en su cárcel invisible. Es una sensación, algo que reactiva su don para las energías, lo que hace que de improviso, frugal y efímera, la asalte una oleada de la esencia del asesino. Su mente vuelve en sí solo durante un segundo en el que parpadea, confusa, y prácticamente reconoce aquella energía como la de cierta pantera de cabellos negros que una vez rondó el mercado. Tan pronto como lo piensa, sin palabras, llega a la conclusión de que es algo totalmente absurdo, irrisorio... y súbitamente la aterra el modo en que su mente parece estar rindiéndose a una locura cada vez más marcada. Sus manos tiemblan y uno de sus dedos equivoca una nota, quebrando unos instantes el sueño. Con un leve suspiro, aún ida y sumida en el ensueño, pero sin variar su expresión confusa, la joven susurra casi sin voz:
- Lo... lo siento...
Tras un instante retoma la melodía. Aspira con fuerza, el incienso hace efecto, la cercanía del mago también... vuelve a dejarse atrapar por aquel sueño en vida, pese a que la grieta sigue abierta. Probablemente el anillo del asesino ahora reluzca y, gracias a ello, él también haya percibido su presencia, ubicando certeramente su posición.
Permanece sentada sobre las piernas del mago cual muñeca de porcelana sin voluntad propia: quieta, esbelta, con los aguileños y oscuros ojos perdidos en la nada y extrañamente brillantes, igual que dos obsidianas en un juguete. El ratoncito de biblioteca de escasa femineidad había dado paso, por obra y gracia del nigromante, al de una bella y frágil hechicera; la túnica negra se amolda a su cuerpo en perfecto contraste con su blanca piel, creando una sugerente y elegante curva, que no obscena, en torno a los pechos, que junto a sus curvas acrecentadas por el cinturón de su cintura muestran unos encantos por lo genera siempre ocultos. El suave roce del peine en su cabello negro y largo, generalmente enmarañado, hace de él una cascada de ondulantes ríos nocturnos, brllantes y refulgentes gracias al brillo de la plata que en la metáfora simula una luna creciente. Desprende un suave aroma a rosas, tan intenso como el que su piel rezuma a salvia y lavanda, y sus dedos, ágiles y esbeltos, revelan su calidad de arpista al deslizarse instintivamente por el arpa, generando su mente una melancólica y enigmátia melodía. La nota de color en la dama de blanco y negro lo dan sus labios, rojos, y el destacable ámbar de su gargantilla.
En tales circunstancias es difícil decir si Alanna ve, siente, huele, piensa algo... en realidad, su olfato capta el olor dulzón del incienso que impregna la estancia, embotando sus sentidos, incrementando la fibra de sus emociones, volviéndolo todo una duermevela onírica en la que su cuerpo se siente débl y su magia se reduce a una llamita sin potencial alguno. Está cansada, muy cansada... y su nula resistencia mental, ahora mismo, recibe con agradecimiento el tacto de negro terciopelo del cuerpo del mago, acunante como el de una exótica serpiente, y tan tentador como los susurros que se apoderaban de ella en la noche. Ninguna reacción genera su cuerpo, más allá de la de cumplir la voluntad de su captor...
...no ahora. De repente algo, no sabe qué, la estremece hasta el punto de que consigue abrir una ínfima y pequeña grieta en su cárcel invisible. Es una sensación, algo que reactiva su don para las energías, lo que hace que de improviso, frugal y efímera, la asalte una oleada de la esencia del asesino. Su mente vuelve en sí solo durante un segundo en el que parpadea, confusa, y prácticamente reconoce aquella energía como la de cierta pantera de cabellos negros que una vez rondó el mercado. Tan pronto como lo piensa, sin palabras, llega a la conclusión de que es algo totalmente absurdo, irrisorio... y súbitamente la aterra el modo en que su mente parece estar rindiéndose a una locura cada vez más marcada. Sus manos tiemblan y uno de sus dedos equivoca una nota, quebrando unos instantes el sueño. Con un leve suspiro, aún ida y sumida en el ensueño, pero sin variar su expresión confusa, la joven susurra casi sin voz:
- Lo... lo siento...
Tras un instante retoma la melodía. Aspira con fuerza, el incienso hace efecto, la cercanía del mago también... vuelve a dejarse atrapar por aquel sueño en vida, pese a que la grieta sigue abierta. Probablemente el anillo del asesino ahora reluzca y, gracias a ello, él también haya percibido su presencia, ubicando certeramente su posición.
Alanna D'Ventri- Brujo
- Cantidad de envíos : 223
Fecha de inscripción : 08/10/2009
Re: Palazzo delle Morte
Todo en silencio. No escuchaba nada en el interior del castillo, tampoco esperaba el alboroto de un mercado en su interior, pero sí el ir y venir de los posibles acólitos del Loto Negro en su humilde morada. Bueno, mejor para él, menos gente habitanco el castillo era sinónimo de menos peligros para él; aunque había de reconocer una cosa, se sentía un poco defraudado al ver el interior del pallazzo tan vacío, no podría explotar sus hablidades al máximo.
Al parecer el oricalco había hecho su efecto, ya que a pesar de sentir una energía extraña que impregnaba esas efigies, estas no habían reaccionado en su presencia, ni tampoco las dos siguientes que le esperaron al avanzar. A pesar del lóbrego y tenebroso decorado que ofrecía el castillo en su interior, se sentía agusto, ya que las sombras se extendían por las magníficas estancias casi en su totalidad, y ello hacía que el paseo fuese más... seguro y aburrido. Su cuerpo se había fundido con las sombras, dejandose ver solamente cuando atravesaba obligatoriamente alguna ventana por la que entraba la luz blanquecina de la Luna, pero a pesar de ello su silueta no reflejaba sombra ninguna... un truco sencillo pero extremadamente útil.
De pronto, nota como su dedo comienza a vibrar extrañamente, y frunce el ceño observando el anillo dorado que volvía a brillar, señalándole hacia la dirección oeste del castillo. Es entonces cuando durante un brevísimo instante, la esencia de la ahijada de del Gran Maestre llega hasta él a través del anillo y casi cree reconocerla, pero tan pronto como llega se difumina, dejando solo marcada al dirección en la que se encuentra la chica y el recuerdo de la mujer del mercado flotando en su mente. Niega con la cabeza, imposible que esa chica fuese tan importante.
No había tiempo que perder, y el principal problema de encontrar a quien había venido a buscar se había solucionado en un momento al indicarle la situación de la chica. Acelera la marcha, pasando por al lado de una habitación con la puerta entornada y que salía un ténue resplandor de su interior, le tienta parar y espiar un poco qué es lo que se tramaba detrás de esa puerta, pero sigue sin aflojar ni un ápice la marcha y sigue su camino. Para al borde de unas escaleras, las cuáles subían hacia lo alto de lo que debía ser una torre y que estaba situada al lado de uan venta por la quee entraba un rayo de luz qeu impactaba directamente en él. A sus oídos lograban llegar una extraña pero bonita melodía, muy apagada por la distancia.
Su pie se adelanta, dispuesto a subir, pero nota algo detrás suya que lo coge poderosamente del cuello y que no había presentido hasta que lo había atrapado. Agarra las muñecas blanquecinas, frías y duras como la piedra de lo que le está cogiendo par así intentar zafarse, sin conseguirlo, y con sificultad gria el rostro para identificar la cosa que le estaba asfixiando. Abre los ojos asombrado al ver a la gárgola que estaba apresándolo, y sonríe para sí mismo al recordar que había comparado su piel con la roca... irónico.
Abre la boca, intentando tomar una bocanada de aire, sin conseguirlo, y sabe que no tiene mucho tiempo antes de perder el conocimiento. Nota como le alza en el aire, quedando casi a un metro del suelo, y comienza a patear el estómago de la criatura, sin resultado "Claro que sí... lo próximo que será... ¿escupir al mastodonte de piedra por si se deshace?" Piensa ante lo estúpido de intentar golpearle, pero una idea le cruza la cabeza y sonríe todo lo que puede en esa situación, rebuscando una botella en uno de sus saquillos. Saca del interior un frasco con un líquido negro y destapánolo rocio un poco por los brazos que le sujetaban y el resto lo lanza a la cabeza de la gárgola, haciendo que el frasco se rompa y el líquido recorra cabeza y torso de la estatua. Poco a poco, comienza silir un humo negruzco y con olor fuerte y corrosivo, y comienza a deshacer a la criatura, haciendo que primero le suelten los brazos y después se vaya deshaciendo hasat quedar trozos de piedra tirados por el suelo.
Besa el anilllo, con una gran sonrisa triunfal en sus labios a pesar de que aún no se había recuperado del todo de la falta de aire, agradeciendo los artilugios que le había dado el Maestre... "Igual lo necesitarás para deshacer alguna cerradura o puerta. Ten cuidado, es muy corrosivo y peligroso". Respira hondo, tomando aire, y descubre la razón de que a pesar de estar cubierto con amuletos la estatua podía haberle visto, y no era más que la luz que entraba por la ventana le iluminaba y podía vérsele desde la otra punta del pasillo. Ríe para sí mismo y suspira, subiendo a toda velocidad por las escaleras, fundido de nuevo con las sombras.
No quedaría mucho tiempo hasta que alguien descubriera los restos del vigilante en el pasillo de los pisos inferiores. Nota de nuevo el anillo vibrar, y a sus oídos llega de nuevo la melodía que no había dejado de escuchar en todo el trayecto de subida, pero ahroa más clara y nítida. Se pega a la puerta semicerrada y, con el sigilo que caracteriza a todos sus Hermanos, decide ver primero lo que le podía esperar dentro.
Al parecer el oricalco había hecho su efecto, ya que a pesar de sentir una energía extraña que impregnaba esas efigies, estas no habían reaccionado en su presencia, ni tampoco las dos siguientes que le esperaron al avanzar. A pesar del lóbrego y tenebroso decorado que ofrecía el castillo en su interior, se sentía agusto, ya que las sombras se extendían por las magníficas estancias casi en su totalidad, y ello hacía que el paseo fuese más... seguro y aburrido. Su cuerpo se había fundido con las sombras, dejandose ver solamente cuando atravesaba obligatoriamente alguna ventana por la que entraba la luz blanquecina de la Luna, pero a pesar de ello su silueta no reflejaba sombra ninguna... un truco sencillo pero extremadamente útil.
De pronto, nota como su dedo comienza a vibrar extrañamente, y frunce el ceño observando el anillo dorado que volvía a brillar, señalándole hacia la dirección oeste del castillo. Es entonces cuando durante un brevísimo instante, la esencia de la ahijada de del Gran Maestre llega hasta él a través del anillo y casi cree reconocerla, pero tan pronto como llega se difumina, dejando solo marcada al dirección en la que se encuentra la chica y el recuerdo de la mujer del mercado flotando en su mente. Niega con la cabeza, imposible que esa chica fuese tan importante.
No había tiempo que perder, y el principal problema de encontrar a quien había venido a buscar se había solucionado en un momento al indicarle la situación de la chica. Acelera la marcha, pasando por al lado de una habitación con la puerta entornada y que salía un ténue resplandor de su interior, le tienta parar y espiar un poco qué es lo que se tramaba detrás de esa puerta, pero sigue sin aflojar ni un ápice la marcha y sigue su camino. Para al borde de unas escaleras, las cuáles subían hacia lo alto de lo que debía ser una torre y que estaba situada al lado de uan venta por la quee entraba un rayo de luz qeu impactaba directamente en él. A sus oídos lograban llegar una extraña pero bonita melodía, muy apagada por la distancia.
Su pie se adelanta, dispuesto a subir, pero nota algo detrás suya que lo coge poderosamente del cuello y que no había presentido hasta que lo había atrapado. Agarra las muñecas blanquecinas, frías y duras como la piedra de lo que le está cogiendo par así intentar zafarse, sin conseguirlo, y con sificultad gria el rostro para identificar la cosa que le estaba asfixiando. Abre los ojos asombrado al ver a la gárgola que estaba apresándolo, y sonríe para sí mismo al recordar que había comparado su piel con la roca... irónico.
Abre la boca, intentando tomar una bocanada de aire, sin conseguirlo, y sabe que no tiene mucho tiempo antes de perder el conocimiento. Nota como le alza en el aire, quedando casi a un metro del suelo, y comienza a patear el estómago de la criatura, sin resultado "Claro que sí... lo próximo que será... ¿escupir al mastodonte de piedra por si se deshace?" Piensa ante lo estúpido de intentar golpearle, pero una idea le cruza la cabeza y sonríe todo lo que puede en esa situación, rebuscando una botella en uno de sus saquillos. Saca del interior un frasco con un líquido negro y destapánolo rocio un poco por los brazos que le sujetaban y el resto lo lanza a la cabeza de la gárgola, haciendo que el frasco se rompa y el líquido recorra cabeza y torso de la estatua. Poco a poco, comienza silir un humo negruzco y con olor fuerte y corrosivo, y comienza a deshacer a la criatura, haciendo que primero le suelten los brazos y después se vaya deshaciendo hasat quedar trozos de piedra tirados por el suelo.
Besa el anilllo, con una gran sonrisa triunfal en sus labios a pesar de que aún no se había recuperado del todo de la falta de aire, agradeciendo los artilugios que le había dado el Maestre... "Igual lo necesitarás para deshacer alguna cerradura o puerta. Ten cuidado, es muy corrosivo y peligroso". Respira hondo, tomando aire, y descubre la razón de que a pesar de estar cubierto con amuletos la estatua podía haberle visto, y no era más que la luz que entraba por la ventana le iluminaba y podía vérsele desde la otra punta del pasillo. Ríe para sí mismo y suspira, subiendo a toda velocidad por las escaleras, fundido de nuevo con las sombras.
No quedaría mucho tiempo hasta que alguien descubriera los restos del vigilante en el pasillo de los pisos inferiores. Nota de nuevo el anillo vibrar, y a sus oídos llega de nuevo la melodía que no había dejado de escuchar en todo el trayecto de subida, pero ahroa más clara y nítida. Se pega a la puerta semicerrada y, con el sigilo que caracteriza a todos sus Hermanos, decide ver primero lo que le podía esperar dentro.
Fahd 'Umbra' Hasshîm- Brujo
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Re: Palazzo delle Morte
Disfrutaba de la música de la doncella sentada sobre sus rodillas. Era como una pequeña muñeca adormecida por el incienso y, lo que era más importante, su propia presencia. Había dejado que le eligiera un vestido apropiado en lugar de la túnica que había destrozado en el cementerio y que él había tirado. Había tomado prestado el vestido de la habitación de una compañera de la orden, al igual que el peine, a la que seguro que no le importaría... o aunque lo hiciese sabría estarse calladita. Le estaba peinando el delicado pelo negro, volviéndolo lustroso y hermoso bajo la luz de las velas, dándole un brillo que ella habia descuidado entre libros y manuscritos. Era hermosa pero ahora además lo parecía, sus facciones, sus ojos, su cabello, todo su cuerpo parecía gritarlo cuando antes lo negaba. Era hermosa... y podía seguir siendolo sin dejar de aprender.
Aprendiendo cosas que no deberían ser aprendidas. Esa era la oferta que había depositado en su mente y en su corazón como un lento veneno, que ella aún no percibía de forma consciente pero que cuando regresara con los suyos despertaría, florecería como una flor de pétalos negros y venenosos, con el mismo olor que el nigromante: una extraña mezcla de pétalos de rosa y putrefacción. El olor de su magia más que el físico.
El nigromante percibió una leve ondulación mágica en el Tapiz, pero no reaccionó aparentemente. Notó como bajo sus manos ella se tensaba. Aquella ondulación la tenía a ella como destinataria... ¿o incosciente emisora? Ella se disculpó en voz apenas audible, con tono confuso y mirada desconcertada. Él negó con suavidad y apartó el pelo de su cuello con cuidado. Era un tacto frío pero aunque compartía algo de lo que debía ser el tacto de la Muerte, también era cálido pues el cuerpo del nigromante estaba vivo.
Y sus labios también. Él los apoyó sobre su cuello, en una suave caricia etérea que recordaba al beso de un vampiro y sin embargo era inmensamente diferente.
-No importa -le prometió él con voz suave, de terciopelo rojo, del rojo de las rosas, y un tono de oscuridad oculto tras las flores. Le promete y le consuela, lo que fuera necesario para la joven.
Separa los labios de su cuello y vuelve a peinarle el cabello como a una muñeca de porcelana pálida y perfecta. Cierra los ojos, dejandose envolver por la música de Alanna y deja también volar su mente, su percepción...
... Hasta que los ojos que son los ojos de la mente y no los del cuerpo, hallan al asesino. Este abandonaba el cuerpo muerto y pétreo, que nunca tuvo auténtica vida, de una de las gárgolas del castillo en un pasillo. Mientras el asesino continuaba su camino la gárgola se convirtió en polvo. Polvo gris que el viento se llevaría o que algún aprendiz cogería para practicar hechizos. Pero polvo al fin y al cabo, con el color, la textura y la importancia del polvo y nada más.
Decir que le sorprendía ver al asesino sería mentir y decir que no le sorprendía verlo era otra mentira del mismo tamaño. Lo esperaba, sabía que vendría él o alguien como él. Su identidad, aunque alterada por los hechizos de Fabius era algo que podía averiguar con sencillez, pero no tenía particular interes en ello. No. Él venía a por Aanna como Cain esperaba y nada más le interesaba de él. Lo que le sorprendía era que hubiera llegado tan lejos. Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de Cain. Al menos el viejo maestro había contratado a alguien decente. No le agradaba en absoluto la idea de que la fama del único capaz de colarse en Il Palazzo della Morte fuera para un inépto.
Lo dejó avanzar aún un tiempo hasta que el asesino estuvo próximo de la habitación donde ellos estaban. Mentalmente había avisado al resto de habitantes del castillo de que no se inmiscuyeran, de que era asunto suyo. Los Altos Maestres fruncieron los labios pero asintieron al final, reticentes. Dejando claro que cualquier molestia, cualquier problema, sería responsabilidad suya y únicamente suya y tendría que ocuparse de ello... y después recibir su castigo. Cain asintió sin prestar apenas atención a esos viejos. No... lo que le interesaba era el asesino.
Éste llegó a una sala circular, toda de piedra negra como el resto del castillo. Pero esta en particular parecía tan pulida la piedra que reflejaba su figura con espantosa claridad. Parecía que mil ojos lo vigilaban. Y a su alrededor... doce puertas. Doce horas, doce constelaciones del zodiaco, doce puertas. Una abierta a sus espaldas por donde había llegado y once diferentes entre las que elegir. Cain no esperaba que se demorase mucho: algún artificio mágico ligado a Alanna le indicaría el camino, estaba seguro.
Pero antes había que comprobar que mereciera el honor de penetrar en il Palazzo della Morte.
Una puerta se abrió a la siniestra del asesino. Al otro lado no había si no oscuridad. Nada más que oscuridad, en la que incluso a él le costaba ver. Se oyó el sonido de algo raspando el suelo. Parecían uñas. No... algo similar. Garras. Algo se movió en la oscuridad, abriendo unos ojos verdes como cristales.
La sombra se separó del resto de sombras. Ese sonido sobre el suelo era desagradable, chirriante, unas grandes uñas al arrastrarse por el suelo. La bestia empezó a formarse, a salir de la oscuridad... Sus patas de león se apoyaron sobre el único escalón entre la puerta y la sala y por fin se pudo ver lo que era.
Una extraña criatura de cuerpo antinatural. Dos grandes alas de murciélago, de dragón de cuento y leyendas surgían de sus costados y tenía la espina dorsal poblada de pequeños cuernos que la recorrían hasta la larga cola, tan larga como su cuerpo o sus alas, de reptil. Las patas y la cabeza principal eran las de un león rugiente y atento, vigilante, mientras que la cabeza de su izquierda era la de un macho cabrio. Era un animal ágil y poderoso, no perezoso como un dragón. Y el final de su larga cola era la cabeza de un dragón, pequeña pero poderosa, cuyos dientes rezumaban veneno. Era una quimera, una de las hijas de Tifón y Equidna, asesinada primero por Belerofonte y vuelta a crear por los nigromantes al parecer. Decían que sus cabezas expulsaban un ardiente fuego. ¿Sería verdad?
La bestia apoyó las patas en la sala circular, amplia, y contempló al asesino. La cabeza del león se relamió los labios.
Aprendiendo cosas que no deberían ser aprendidas. Esa era la oferta que había depositado en su mente y en su corazón como un lento veneno, que ella aún no percibía de forma consciente pero que cuando regresara con los suyos despertaría, florecería como una flor de pétalos negros y venenosos, con el mismo olor que el nigromante: una extraña mezcla de pétalos de rosa y putrefacción. El olor de su magia más que el físico.
El nigromante percibió una leve ondulación mágica en el Tapiz, pero no reaccionó aparentemente. Notó como bajo sus manos ella se tensaba. Aquella ondulación la tenía a ella como destinataria... ¿o incosciente emisora? Ella se disculpó en voz apenas audible, con tono confuso y mirada desconcertada. Él negó con suavidad y apartó el pelo de su cuello con cuidado. Era un tacto frío pero aunque compartía algo de lo que debía ser el tacto de la Muerte, también era cálido pues el cuerpo del nigromante estaba vivo.
Y sus labios también. Él los apoyó sobre su cuello, en una suave caricia etérea que recordaba al beso de un vampiro y sin embargo era inmensamente diferente.
-No importa -le prometió él con voz suave, de terciopelo rojo, del rojo de las rosas, y un tono de oscuridad oculto tras las flores. Le promete y le consuela, lo que fuera necesario para la joven.
Separa los labios de su cuello y vuelve a peinarle el cabello como a una muñeca de porcelana pálida y perfecta. Cierra los ojos, dejandose envolver por la música de Alanna y deja también volar su mente, su percepción...
... Hasta que los ojos que son los ojos de la mente y no los del cuerpo, hallan al asesino. Este abandonaba el cuerpo muerto y pétreo, que nunca tuvo auténtica vida, de una de las gárgolas del castillo en un pasillo. Mientras el asesino continuaba su camino la gárgola se convirtió en polvo. Polvo gris que el viento se llevaría o que algún aprendiz cogería para practicar hechizos. Pero polvo al fin y al cabo, con el color, la textura y la importancia del polvo y nada más.
Decir que le sorprendía ver al asesino sería mentir y decir que no le sorprendía verlo era otra mentira del mismo tamaño. Lo esperaba, sabía que vendría él o alguien como él. Su identidad, aunque alterada por los hechizos de Fabius era algo que podía averiguar con sencillez, pero no tenía particular interes en ello. No. Él venía a por Aanna como Cain esperaba y nada más le interesaba de él. Lo que le sorprendía era que hubiera llegado tan lejos. Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de Cain. Al menos el viejo maestro había contratado a alguien decente. No le agradaba en absoluto la idea de que la fama del único capaz de colarse en Il Palazzo della Morte fuera para un inépto.
Lo dejó avanzar aún un tiempo hasta que el asesino estuvo próximo de la habitación donde ellos estaban. Mentalmente había avisado al resto de habitantes del castillo de que no se inmiscuyeran, de que era asunto suyo. Los Altos Maestres fruncieron los labios pero asintieron al final, reticentes. Dejando claro que cualquier molestia, cualquier problema, sería responsabilidad suya y únicamente suya y tendría que ocuparse de ello... y después recibir su castigo. Cain asintió sin prestar apenas atención a esos viejos. No... lo que le interesaba era el asesino.
Éste llegó a una sala circular, toda de piedra negra como el resto del castillo. Pero esta en particular parecía tan pulida la piedra que reflejaba su figura con espantosa claridad. Parecía que mil ojos lo vigilaban. Y a su alrededor... doce puertas. Doce horas, doce constelaciones del zodiaco, doce puertas. Una abierta a sus espaldas por donde había llegado y once diferentes entre las que elegir. Cain no esperaba que se demorase mucho: algún artificio mágico ligado a Alanna le indicaría el camino, estaba seguro.
Pero antes había que comprobar que mereciera el honor de penetrar en il Palazzo della Morte.
Una puerta se abrió a la siniestra del asesino. Al otro lado no había si no oscuridad. Nada más que oscuridad, en la que incluso a él le costaba ver. Se oyó el sonido de algo raspando el suelo. Parecían uñas. No... algo similar. Garras. Algo se movió en la oscuridad, abriendo unos ojos verdes como cristales.
La sombra se separó del resto de sombras. Ese sonido sobre el suelo era desagradable, chirriante, unas grandes uñas al arrastrarse por el suelo. La bestia empezó a formarse, a salir de la oscuridad... Sus patas de león se apoyaron sobre el único escalón entre la puerta y la sala y por fin se pudo ver lo que era.
Una extraña criatura de cuerpo antinatural. Dos grandes alas de murciélago, de dragón de cuento y leyendas surgían de sus costados y tenía la espina dorsal poblada de pequeños cuernos que la recorrían hasta la larga cola, tan larga como su cuerpo o sus alas, de reptil. Las patas y la cabeza principal eran las de un león rugiente y atento, vigilante, mientras que la cabeza de su izquierda era la de un macho cabrio. Era un animal ágil y poderoso, no perezoso como un dragón. Y el final de su larga cola era la cabeza de un dragón, pequeña pero poderosa, cuyos dientes rezumaban veneno. Era una quimera, una de las hijas de Tifón y Equidna, asesinada primero por Belerofonte y vuelta a crear por los nigromantes al parecer. Decían que sus cabezas expulsaban un ardiente fuego. ¿Sería verdad?
La bestia apoyó las patas en la sala circular, amplia, y contempló al asesino. La cabeza del león se relamió los labios.
Cain- Mundano
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Localización : En el cementerio con una pala cantando bajo la luna.
Re: Palazzo delle Morte
La caricia de los labios del mago en su cuello la tensa durante una fracción de segundo, en la que cierra los ojos con una aspiración entrecortada; luego se rinde a un obvio estremecimiento, en el que la cárcel de magia hilada impuesta por el nigromante se hace más y más fuerte, sumergiéndola en aquella dulce y engañosa duermevela. Tras un instante de confusión sus dedos, trémulos, prosiguen acariciando las cuerdas del arpa con mimo, depositando sobre ellas una delicadeza jamás vista en su trato con el ser humano y arrancando bellas y evocadoras notas. La presencia que antes sintiera se ha esfumado, pero una parte de sí, la agrietada, está inquieta.
Y esa inquietud no hace más que crecer, crecer, crecer... todo a medida que el asesino se acerca. Será la cercanía del anillo. Comienza a oír también el rasgar de la piedra en el corredor, y como una esponja Alanna absorbe también la magia que desprende la quimera. Temblorosa y algo hipnotizada, deposita los ojos oscuros, excesivamente brillantes e idos, en el resquicio de la puerta, sin ver nada.
- Hay... alguien - murmura con voz débil - Ahí...
Tan pronto como lo dice ocurre algo. La mezcla de emociones, como un torrente de caos, rasgan casi del todo la hipnosis de fascinación a la que la tenía sometido el nigromante, de forma lenta y progresiva. Confusa parpadea varias veces, mirando a su alrededor, consciente por primera vez en a saber cuánto tiempo del dormitorio cálido y a la vez frío, del lugar en el que se encuentra, de las ropas que viste y que observa como si fuesen un extraño disfraz, y, sobretodo, del hombre sobre cuyos muslos descansa cual muñeca. A él le mira, jadeando, reconociéndolo al fin y observándole aturdida, aterrada... una mezcla de muchas cosas.
- V... vos.. me habéis... - intenta decir. Pero con la concepción de la realidad viene también la debilidad y el cansancio. Un cansancio atroz, fruto del incienso que envenena su cuero y enajena sus sentidos; tiene que apoyarse en sus hombros, con los músculos como mantequilla derretida al sol, la piel sudorosa y febril y la visión repentinamente oscurecida por un mareo repentino. La nausea tapona su gargante impidiéndole respirar, aunque consigue contenerla tragando saliva, y pronto desvía su atención desesperada hacia la puerta. Escucha, siente, lo percibe... hay alguien ahí. Alguien que, lo sabe, ha venido a sacarla del infierno. En otras circnstancias su orgullo, autosuficiente e independiente, reaccionaría mal ante ese hecho, pero ahora solo tiene en mente una cosa: ella es la mosca y ha de huír de la araña que la sostiene, o caería irremediablemente en el abismo - Sol... soltadme... - añade con voz áspera, entre suspiros casi moribundos. Y su estado empeora cada vez que respira, anhelando el aire, y le llega el aroma dulzón del incienso - ¡De... dejadme ir!
Se aparta de él todo lo bruscamente que puede, logrando ponerse en pie y derribando el arpa con un fuerte estruendo cuando retrocede hacia atrás. Mira el instrumento fascinada, pero después avanza tambaleante hasta la puerta. Unificando los restos de su furia aprieta los dientes, una corriente de aire sacude su cabello y, de improviso, las puertas del dormitorio se abren de par en par, chocando violentamente contra la pared. Ante ella se revela la escena de la figura encapuchada, la muerte vestida de blanco, y la criatura pétrea que junto a las escaleras se acerca a su víctima, rugiente. Durante varios segundos no puede más que observar la escena fascinada, entre temblores; pero si para algo no está preparado su cuerpo en semejante estado, y más tras el experimento de las ilusiones, era a la utilizacón violenta de poder mágico: la simple acción de abrir la puerta le pasa factura y eso se nota en la repentina palidez mortal de su rostro y en las ondulaciones de su cabello, volviéndose algunos mechones repentinamente blancos, encanecidos.
El peso del traje de terciopelo la asfixia como el más apretado de los corsés. Con un lánguido gemido se deja caer de rodillas en el suelo, apoyándose en el umbral de la puerta para, cabizbaja e impotente, no poder hacer otra cosa que aferrarse el escote de la túnica y comenzar a desgarrárselo a duras penas, quitándose también como puede el cinturón que ciñe su cintura. Se revela, bajo la tela de la cual se va deshaciendo, una túnica blanca más sencilla, vaporosa, y lucha para, una vez liberada de su cárcel de tela, tratar de invocar su poder y ayudar a su inesperado salvador, al cuál aún no reconoce tras las sombras de su capucha.
Y esa inquietud no hace más que crecer, crecer, crecer... todo a medida que el asesino se acerca. Será la cercanía del anillo. Comienza a oír también el rasgar de la piedra en el corredor, y como una esponja Alanna absorbe también la magia que desprende la quimera. Temblorosa y algo hipnotizada, deposita los ojos oscuros, excesivamente brillantes e idos, en el resquicio de la puerta, sin ver nada.
- Hay... alguien - murmura con voz débil - Ahí...
Tan pronto como lo dice ocurre algo. La mezcla de emociones, como un torrente de caos, rasgan casi del todo la hipnosis de fascinación a la que la tenía sometido el nigromante, de forma lenta y progresiva. Confusa parpadea varias veces, mirando a su alrededor, consciente por primera vez en a saber cuánto tiempo del dormitorio cálido y a la vez frío, del lugar en el que se encuentra, de las ropas que viste y que observa como si fuesen un extraño disfraz, y, sobretodo, del hombre sobre cuyos muslos descansa cual muñeca. A él le mira, jadeando, reconociéndolo al fin y observándole aturdida, aterrada... una mezcla de muchas cosas.
- V... vos.. me habéis... - intenta decir. Pero con la concepción de la realidad viene también la debilidad y el cansancio. Un cansancio atroz, fruto del incienso que envenena su cuero y enajena sus sentidos; tiene que apoyarse en sus hombros, con los músculos como mantequilla derretida al sol, la piel sudorosa y febril y la visión repentinamente oscurecida por un mareo repentino. La nausea tapona su gargante impidiéndole respirar, aunque consigue contenerla tragando saliva, y pronto desvía su atención desesperada hacia la puerta. Escucha, siente, lo percibe... hay alguien ahí. Alguien que, lo sabe, ha venido a sacarla del infierno. En otras circnstancias su orgullo, autosuficiente e independiente, reaccionaría mal ante ese hecho, pero ahora solo tiene en mente una cosa: ella es la mosca y ha de huír de la araña que la sostiene, o caería irremediablemente en el abismo - Sol... soltadme... - añade con voz áspera, entre suspiros casi moribundos. Y su estado empeora cada vez que respira, anhelando el aire, y le llega el aroma dulzón del incienso - ¡De... dejadme ir!
Se aparta de él todo lo bruscamente que puede, logrando ponerse en pie y derribando el arpa con un fuerte estruendo cuando retrocede hacia atrás. Mira el instrumento fascinada, pero después avanza tambaleante hasta la puerta. Unificando los restos de su furia aprieta los dientes, una corriente de aire sacude su cabello y, de improviso, las puertas del dormitorio se abren de par en par, chocando violentamente contra la pared. Ante ella se revela la escena de la figura encapuchada, la muerte vestida de blanco, y la criatura pétrea que junto a las escaleras se acerca a su víctima, rugiente. Durante varios segundos no puede más que observar la escena fascinada, entre temblores; pero si para algo no está preparado su cuerpo en semejante estado, y más tras el experimento de las ilusiones, era a la utilizacón violenta de poder mágico: la simple acción de abrir la puerta le pasa factura y eso se nota en la repentina palidez mortal de su rostro y en las ondulaciones de su cabello, volviéndose algunos mechones repentinamente blancos, encanecidos.
El peso del traje de terciopelo la asfixia como el más apretado de los corsés. Con un lánguido gemido se deja caer de rodillas en el suelo, apoyándose en el umbral de la puerta para, cabizbaja e impotente, no poder hacer otra cosa que aferrarse el escote de la túnica y comenzar a desgarrárselo a duras penas, quitándose también como puede el cinturón que ciñe su cintura. Se revela, bajo la tela de la cual se va deshaciendo, una túnica blanca más sencilla, vaporosa, y lucha para, una vez liberada de su cárcel de tela, tratar de invocar su poder y ayudar a su inesperado salvador, al cuál aún no reconoce tras las sombras de su capucha.
Alanna D'Ventri- Brujo
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Re: Palazzo delle Morte
Se queda inmóvil frente a la puerta, escuchando y vislumbrando por el fino hueco que dejaba la puerta la escena del interior. Puede ver a un hombre, pálido como una estatua de mármol y de aspecto casi enfermizo, y como no, a quién ha venido a rescatar. Puede presentir las energías de ambos, a sabiendas que el hombre, claramente del Loto y secuestrador, acumulaba muchísimo poder en su interior a pesar de sus apariencias, y mueve su mirada lentamente hacia la figura sentada en sus rodillas como una muñeca inerte a deseos de su creador, tocando esa hermosa melodía.
Sonríe, pensando que no había sido escubierto, y dando su gratitud hacia el hombre que habí sido artífice de este resultado... pero rápidamente pasa de la gratitud a casi la maldición, al darse cuenta que tanto la chica como el hombre que estaban dentro de esa habitación sabían de su presencia. Respira hondo, sabía que no tardaría en comenzar la acción y realmente, estaba contento y porqué no, ansioso. La pócima que había ingerido antes de entrar al castillo le daba unas energías de las que nunca había tenido a su disposición, como si su poder se hubiese visto aumentado, y estaba deseoso de gastarlas en un todo o nada. Pronto descubriría si saldría de aquí victorioso o no.
Ve y escucha a la chica, como repentinamente parece salida de su ensueño, y como avanza con dificultad hacía la puerta. Sonríe, era hora del baile...
De una potente patada, abre la puerta de la habitación de golpe, dejandola de par en par después de un estruendoso sonido. Es cuando, para su sorpresa reconoce a la jóven que con esfuerzo estaba arrancándose el vestido de terciopelo negro de su cuerpo... de haber estado en otro momento hubiese soltado una enorme carcajada y hubiese maldecido al Destino por jugar con él de esa manera; la jóven del mercado era quién había sido secuestrad, y él, ahora debía rescatarla de las manos del Loto. Daba gracias que el atuendo con el que se habían conocido no era el mismo.
Muchos años dedicándose a esto, ese escalofrío de nuevo en la nuca, sabía que detrás suya algo se movía y le acechaba, no era necesario girarse para saberlo, pero no puede evitar mirar de reojo a la bestia que ha salido por su flanco izqueirdo, con las fauces abiertas y deseosa de probar su carne. Abre los ojos de par en par al descubrir lo que era, uno de esos monstrusos que había leído de pequeño y que jamás imaginaria que se materializasen aquí como en sus pesadillas. Pero no duda, todo este cruce de sentimientos y pensamientos tan solo ha pasado en un par de segundos, y está dispuesto a rescatar a su objetivo a la mayor brevedad posible.
Mira al hombre y luego a la chica. No correría peligro, eso lo sabía, al menos de momento. Clava lo que sería su mirada a través de la capucha al hombre que estaba en esa habitación, y hace un ligera y burlona reverencia. Sus ojos ahora se desvían hacia la chica, y sin poder esconder una más que evidente sonrisa en sus labios por la coincidencia, le dedica la misma inclinación.
CIerra los ojos y respira hondo, extiende los brazos, con las palmas abiertas, y como si se tratase de una órden mental las cuchillas ocultas se extienden rápidmente, a la vez que la estancia en la que se encuentra se vuelve aún más oscura si cabe, apagando automáticamente las antorchas que iluminaban débilmente la habitación y engullendole en sombras delante de la mirada de la chica.
Casi parece teleportarse entre las sombras, moviendose rápidamente entre ellas directo hacia el monstruo creado or las artes tenebrosas. En menos de un segundo ha aparecido delante de las fauces de la cabeza del león, la quimera casi no tiene tiempo a responder antes de que su rostro sangre por los rápidos tajos que el asesino ha hecho con sus hojas, respondiéndole con un rugido e intentando golpear con sus garras. Pero Umbra ya no está ahí, las afiladas uñas de la bestia han golpeado a una figura que se ha desvanecido al solo rozarla, ahora la Muerte Blanca, como era conocida en algunas partes, casi volaba por encima de la enorme bestia. Había saltado dando una gran voltereta por el aire y había dejado a uno de las figuras de sombras que era capaz de hacer delante de la quimera, como señuelo.
Trazando un elegante arco por el aire, aterriza en el lomo de la bestia y quedando en pie sobre ella, saca de nuevo sus hojas y sin pensarlo, clava de un certerom golpe ambas armas, hundiendolas en lo que sería la nuca de la cabeza del macho cabría, haciendo que esta suelte un bramido antes de que caiga sobre el pesado cuerpo sin vida. Sonríe satisfecho, pero un helador siseo sale a sus espaldas y no le da tiempo a reaccionar, notando en su hombro como unos afilados y largos comillos se clavan en su hombro, inyectándole inmediatamente un cálido y corrosivo veneno, y quedando las fauces atrapadas en su carne. Un grito de rabia sale de los pulmones del asesino, y sin pensarlo, saca rápidamente la daga que colgaba de su zona lumbar y, cogiendola con la otra mano para evitar que la cabeza de serpiente se suelte y hundiéndola más en su propiacarne, cercena de un rápido movimiento la escamosa cabeza de la quimera.
Esta, se revuelve debidoa que ya había pedido dos de sus cabezas y al inmenso dolor que le ha provocado quedarse sin esta última, y Umbra sale despedido pro el aire aún con la cabeza de la serpiente aferrada a su hombro, aterrizando torpemente en el frío y negro suelo. Sin tiempo para entretenerse, mete la hoja de su daga en la boca sin vida de la serpiente, y corta su colmillos, tirando la cabeza a un lado pero dejando los colmillso afilados como agujas en su interior. Aferra más fuerte su daga curva, y casi en un visto y no visto, su cuerpo se ve envuelto nuevamente en una densa oscuridad desapareciendo de la vista de tanto la quimera como el hombre y la chica. Aparece nuevamente delante de la quimera, pero esta parecía estarle esperando ya, y arremete con fuerza de un mordisco, que Umbra evita por los pelos, pero luego una zarpa araña su pecho, rasgándole las ropas y ensangrentándoselas rápidamente. Pero el asesino parece estar en trance, sus ojos de un color muy oscuro que delataban la procedencia de su sangre, ahora se veían negros completamente por el influjo de ese grado de poder en las sombras, manejándolas esta vez como si fuese su titiritero, y a una orden suya, todas las sombras de la sala se reunen en torno a su cuerpo creando así delante del monstruo una masa informe.
En este momento todo sucede rapidísimo, esa masa de sombras parece desaparecer completamente, como si no hubiese existido nunca en esa sala. En una gran explosión de poder y velocidad, la figura aparece de nuevo a un flanco de la bestia, hundiendo su daga en las costillas, pero casi al mismo tiempo la misma figura aparece al otro costado, hundiendo la hoja en su estómago y arrancándole un sangrante alarido a la bestia. Aparecern por todas partes cortes profundos y heridas casi mortales, como si la figura en sombras puediese golpear a todas partes a la vez y en lugar de un solo asesino fuesen media docena hostigando a la vez al monstruo. La batalla acaba en pocos segundos cuando la figura aparece encima de la bestia, esta vez sin su cobertura oscura pero sí mostrando esos ojos sacados de lo más profundo de la noche, sobrevolando el cuerpo de la criatura casi moribunda en este momento y clavando su daga en el cráneo de león de la bestia, ensartándolle la cabeza y causándole la muerte inmediata.
Cuando la quimera se desploma, Umbra saca su daga y la limpia en el pelaje de la bestia, guardándola en su vaina. Nota el brazo ligeramente entumecido por efecto del veneno, pero no había tiempo para preocuparse por eso ahora mismo, y clava su mirada en la figura del hombre que estaba en el interior de la habitación.
-Buen aperitivo. Espero que no le tuvieseis mucha estima a ese monstruo...-Sonríe ampliamente, burlón, mirando el cuerpo inerte y ensangrentado de la quimera tirada en el suelo- Tú eres el mago, ¿no?. Te recomiendo que salgas de aquí un poco y tomes el Sol, consejo de amigo... no hace falta que lo agradezcas-Guiña un ojo y rápidamente lanza un objeto redondo al suelo, haciendo que al estallar contra el suelo una gran nube de humo denso y blanco llene ambas habitaciones en milésimas de segundo. No pierde el tiempo, saca rápidamente un par de cuchillos arrojadizos untados en veneno y los lanza a la posición en la que estaba el Loto, aprovechando esa ocasión para acercarse a la jóven y, cogiéndola en brazos salir de allí despedido escaleras abajo para deshacer el camino por el que había venido todo lo rápido que sus piernas podían moverlos a los dos.
Nota los colmillos ponzoñosos de la cabeza de la serpiente, todavía clavados en su carne, y eso hacía que no pudiese realizar el mismo esfuerzo que con el otro brazo, pero aún así, la chica no pesaba demasiado y eso facilitaría las cosas hasta que ella pudiese escapar por su propio pie.
Sonríe, pensando que no había sido escubierto, y dando su gratitud hacia el hombre que habí sido artífice de este resultado... pero rápidamente pasa de la gratitud a casi la maldición, al darse cuenta que tanto la chica como el hombre que estaban dentro de esa habitación sabían de su presencia. Respira hondo, sabía que no tardaría en comenzar la acción y realmente, estaba contento y porqué no, ansioso. La pócima que había ingerido antes de entrar al castillo le daba unas energías de las que nunca había tenido a su disposición, como si su poder se hubiese visto aumentado, y estaba deseoso de gastarlas en un todo o nada. Pronto descubriría si saldría de aquí victorioso o no.
Ve y escucha a la chica, como repentinamente parece salida de su ensueño, y como avanza con dificultad hacía la puerta. Sonríe, era hora del baile...
De una potente patada, abre la puerta de la habitación de golpe, dejandola de par en par después de un estruendoso sonido. Es cuando, para su sorpresa reconoce a la jóven que con esfuerzo estaba arrancándose el vestido de terciopelo negro de su cuerpo... de haber estado en otro momento hubiese soltado una enorme carcajada y hubiese maldecido al Destino por jugar con él de esa manera; la jóven del mercado era quién había sido secuestrad, y él, ahora debía rescatarla de las manos del Loto. Daba gracias que el atuendo con el que se habían conocido no era el mismo.
Muchos años dedicándose a esto, ese escalofrío de nuevo en la nuca, sabía que detrás suya algo se movía y le acechaba, no era necesario girarse para saberlo, pero no puede evitar mirar de reojo a la bestia que ha salido por su flanco izqueirdo, con las fauces abiertas y deseosa de probar su carne. Abre los ojos de par en par al descubrir lo que era, uno de esos monstrusos que había leído de pequeño y que jamás imaginaria que se materializasen aquí como en sus pesadillas. Pero no duda, todo este cruce de sentimientos y pensamientos tan solo ha pasado en un par de segundos, y está dispuesto a rescatar a su objetivo a la mayor brevedad posible.
Mira al hombre y luego a la chica. No correría peligro, eso lo sabía, al menos de momento. Clava lo que sería su mirada a través de la capucha al hombre que estaba en esa habitación, y hace un ligera y burlona reverencia. Sus ojos ahora se desvían hacia la chica, y sin poder esconder una más que evidente sonrisa en sus labios por la coincidencia, le dedica la misma inclinación.
CIerra los ojos y respira hondo, extiende los brazos, con las palmas abiertas, y como si se tratase de una órden mental las cuchillas ocultas se extienden rápidmente, a la vez que la estancia en la que se encuentra se vuelve aún más oscura si cabe, apagando automáticamente las antorchas que iluminaban débilmente la habitación y engullendole en sombras delante de la mirada de la chica.
Casi parece teleportarse entre las sombras, moviendose rápidamente entre ellas directo hacia el monstruo creado or las artes tenebrosas. En menos de un segundo ha aparecido delante de las fauces de la cabeza del león, la quimera casi no tiene tiempo a responder antes de que su rostro sangre por los rápidos tajos que el asesino ha hecho con sus hojas, respondiéndole con un rugido e intentando golpear con sus garras. Pero Umbra ya no está ahí, las afiladas uñas de la bestia han golpeado a una figura que se ha desvanecido al solo rozarla, ahora la Muerte Blanca, como era conocida en algunas partes, casi volaba por encima de la enorme bestia. Había saltado dando una gran voltereta por el aire y había dejado a uno de las figuras de sombras que era capaz de hacer delante de la quimera, como señuelo.
Trazando un elegante arco por el aire, aterriza en el lomo de la bestia y quedando en pie sobre ella, saca de nuevo sus hojas y sin pensarlo, clava de un certerom golpe ambas armas, hundiendolas en lo que sería la nuca de la cabeza del macho cabría, haciendo que esta suelte un bramido antes de que caiga sobre el pesado cuerpo sin vida. Sonríe satisfecho, pero un helador siseo sale a sus espaldas y no le da tiempo a reaccionar, notando en su hombro como unos afilados y largos comillos se clavan en su hombro, inyectándole inmediatamente un cálido y corrosivo veneno, y quedando las fauces atrapadas en su carne. Un grito de rabia sale de los pulmones del asesino, y sin pensarlo, saca rápidamente la daga que colgaba de su zona lumbar y, cogiendola con la otra mano para evitar que la cabeza de serpiente se suelte y hundiéndola más en su propiacarne, cercena de un rápido movimiento la escamosa cabeza de la quimera.
Esta, se revuelve debidoa que ya había pedido dos de sus cabezas y al inmenso dolor que le ha provocado quedarse sin esta última, y Umbra sale despedido pro el aire aún con la cabeza de la serpiente aferrada a su hombro, aterrizando torpemente en el frío y negro suelo. Sin tiempo para entretenerse, mete la hoja de su daga en la boca sin vida de la serpiente, y corta su colmillos, tirando la cabeza a un lado pero dejando los colmillso afilados como agujas en su interior. Aferra más fuerte su daga curva, y casi en un visto y no visto, su cuerpo se ve envuelto nuevamente en una densa oscuridad desapareciendo de la vista de tanto la quimera como el hombre y la chica. Aparece nuevamente delante de la quimera, pero esta parecía estarle esperando ya, y arremete con fuerza de un mordisco, que Umbra evita por los pelos, pero luego una zarpa araña su pecho, rasgándole las ropas y ensangrentándoselas rápidamente. Pero el asesino parece estar en trance, sus ojos de un color muy oscuro que delataban la procedencia de su sangre, ahora se veían negros completamente por el influjo de ese grado de poder en las sombras, manejándolas esta vez como si fuese su titiritero, y a una orden suya, todas las sombras de la sala se reunen en torno a su cuerpo creando así delante del monstruo una masa informe.
En este momento todo sucede rapidísimo, esa masa de sombras parece desaparecer completamente, como si no hubiese existido nunca en esa sala. En una gran explosión de poder y velocidad, la figura aparece de nuevo a un flanco de la bestia, hundiendo su daga en las costillas, pero casi al mismo tiempo la misma figura aparece al otro costado, hundiendo la hoja en su estómago y arrancándole un sangrante alarido a la bestia. Aparecern por todas partes cortes profundos y heridas casi mortales, como si la figura en sombras puediese golpear a todas partes a la vez y en lugar de un solo asesino fuesen media docena hostigando a la vez al monstruo. La batalla acaba en pocos segundos cuando la figura aparece encima de la bestia, esta vez sin su cobertura oscura pero sí mostrando esos ojos sacados de lo más profundo de la noche, sobrevolando el cuerpo de la criatura casi moribunda en este momento y clavando su daga en el cráneo de león de la bestia, ensartándolle la cabeza y causándole la muerte inmediata.
Cuando la quimera se desploma, Umbra saca su daga y la limpia en el pelaje de la bestia, guardándola en su vaina. Nota el brazo ligeramente entumecido por efecto del veneno, pero no había tiempo para preocuparse por eso ahora mismo, y clava su mirada en la figura del hombre que estaba en el interior de la habitación.
-Buen aperitivo. Espero que no le tuvieseis mucha estima a ese monstruo...-Sonríe ampliamente, burlón, mirando el cuerpo inerte y ensangrentado de la quimera tirada en el suelo- Tú eres el mago, ¿no?. Te recomiendo que salgas de aquí un poco y tomes el Sol, consejo de amigo... no hace falta que lo agradezcas-Guiña un ojo y rápidamente lanza un objeto redondo al suelo, haciendo que al estallar contra el suelo una gran nube de humo denso y blanco llene ambas habitaciones en milésimas de segundo. No pierde el tiempo, saca rápidamente un par de cuchillos arrojadizos untados en veneno y los lanza a la posición en la que estaba el Loto, aprovechando esa ocasión para acercarse a la jóven y, cogiéndola en brazos salir de allí despedido escaleras abajo para deshacer el camino por el que había venido todo lo rápido que sus piernas podían moverlos a los dos.
Nota los colmillos ponzoñosos de la cabeza de la serpiente, todavía clavados en su carne, y eso hacía que no pudiese realizar el mismo esfuerzo que con el otro brazo, pero aún así, la chica no pesaba demasiado y eso facilitaría las cosas hasta que ella pudiese escapar por su propio pie.
Fahd 'Umbra' Hasshîm- Brujo
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Re: Palazzo delle Morte
Contempló a Alanna, cuyos delicados dedos acariciaban las cuerdas del arpa. Parecía que apenas las tocase pero la música se creaba y flotaba en la habitación, hermosa, hechizante, lejana, como la propia muchacha. Él apoyó una mano sobre su hombro, contemplandola en silencio y asintió a su comentario. Ya se había dado cuenta y ella también claro.
Y de pronto ella falla otra otra cuando el hechizo se rompe. No se deshace lentamente como una tela al rasgarse, si no como una presa que intenta retener un río pero finalmente es derrotada por la Naturaleza. Aún abierto el canal entre sus mentes él nota como el torrente de caóticos pensamientos desborda la prisión exquisitamente entretejida al rededor de su mente, para que explorase su interior. En el rostro de Alanna apenas se muestra una primera reacción de confusión, mirando a su alrededor con lentitud. La nota temblar bajo sus manos como un animalillo nerviosa.
La deja hablar, con voz netrecortada, incapaz aún de pensar. Había pasado varios días bajo su hechizo, era algo normal.
-Shhhh... tranquila -le susurró al verla tartamudear aún sobre su rodillas. Veía como chocaban en su interior el cansancio agotador después de tantos días adormilada y el caos de su mente al despertar. Una mente que despertaba y un cuerpo que solo quería dormir un poco más. Sabía que Alanna no le haría caso al hablarla por lo que decidió guardar silencio desde el principio, contemplándola con ojos ambarinos, sin juzgarla. Dandola una extraña libertad que la hace ordenarle que la soltase, de modo que se aparta de ella.
Fue a decir algo cuando se apartó de él y cayó al suelo. El arpa se derribó sobre el suelo de marmol negro, y sus notas resonaron en la habitación con un sonido quebrado, roto, nada armónico. Cain se levantó en aquel instante justo cuando se abría la puerta y el asesino entraba en la habitación. No le prestó apenas caso, acercándoe a Alanna que boqueaba en el suelo, como falta de aire. Se arrodilló junto a ella y apoyó una mano sobre su pecho, sobre los pulmones, mientras le rodeaba los finos hombros con el otro brazo, susurrandole. Su magia liberó la presión de su pecho, permitiéndola volver a respirar.
Cuando volvió a levantar la cabeza el nigromante pudo ver como el asesino clavaba aquella arma en la quimera. Torció un momento el gesto. Podría no haberla matado. Ahora tendría que resucitarla y, si, aunque podía hacerlo era algo que llevaba tiempo y resultaba complicado, por no hablar de los elementos necesarios. Un desastre. Había contado con que la dejara incosciente o algo similar. Cain se levantó sujetando a Alanna en brazos, con los plieges del vestido cayéndole por los brazos y la cabellera de ella resbalándole por el pecho mientras la muchacha seguía temblando como un pajarillo.
Sin demasiados miramientos el asesino se la quitó de las manos, burlándose de él. No obstante Cain mantuvo una pequeña sonrisa entre los labios. Muy ingenioso. Más bien poco: la broma del sol estaba muy gastada, y la del vampiro, pero bueno... Al menos era eficaz. Merecía la fama que acababa de ganar al introducirse en el Palazzo della Morte para robarle.
-Dadle saludos a Fabius, Alanna... -le dijo la chica que aún seguía consciente a pesar de todo. En aquel momento los cuchillos arrojadizos del asesino le rasgaron un poco la capa en el brazo, haciendole un par de cortes no demasiado profundos pero si que escocían. Cain hizo una mueca.
Cuando vovlió a mirar ambos se habían desaparecido ya. El nigromante no dijo nada, y se acerco a su mesa en busca de algún antídoto de su colección. Pensando... en el asesino de la capucha y en Alanna y en Fabius...
-Mmmmm... -musitó, escogiendo un diminuto frasquito pulcramente etiquetado.
Y de pronto ella falla otra otra cuando el hechizo se rompe. No se deshace lentamente como una tela al rasgarse, si no como una presa que intenta retener un río pero finalmente es derrotada por la Naturaleza. Aún abierto el canal entre sus mentes él nota como el torrente de caóticos pensamientos desborda la prisión exquisitamente entretejida al rededor de su mente, para que explorase su interior. En el rostro de Alanna apenas se muestra una primera reacción de confusión, mirando a su alrededor con lentitud. La nota temblar bajo sus manos como un animalillo nerviosa.
La deja hablar, con voz netrecortada, incapaz aún de pensar. Había pasado varios días bajo su hechizo, era algo normal.
-Shhhh... tranquila -le susurró al verla tartamudear aún sobre su rodillas. Veía como chocaban en su interior el cansancio agotador después de tantos días adormilada y el caos de su mente al despertar. Una mente que despertaba y un cuerpo que solo quería dormir un poco más. Sabía que Alanna no le haría caso al hablarla por lo que decidió guardar silencio desde el principio, contemplándola con ojos ambarinos, sin juzgarla. Dandola una extraña libertad que la hace ordenarle que la soltase, de modo que se aparta de ella.
Fue a decir algo cuando se apartó de él y cayó al suelo. El arpa se derribó sobre el suelo de marmol negro, y sus notas resonaron en la habitación con un sonido quebrado, roto, nada armónico. Cain se levantó en aquel instante justo cuando se abría la puerta y el asesino entraba en la habitación. No le prestó apenas caso, acercándoe a Alanna que boqueaba en el suelo, como falta de aire. Se arrodilló junto a ella y apoyó una mano sobre su pecho, sobre los pulmones, mientras le rodeaba los finos hombros con el otro brazo, susurrandole. Su magia liberó la presión de su pecho, permitiéndola volver a respirar.
Cuando volvió a levantar la cabeza el nigromante pudo ver como el asesino clavaba aquella arma en la quimera. Torció un momento el gesto. Podría no haberla matado. Ahora tendría que resucitarla y, si, aunque podía hacerlo era algo que llevaba tiempo y resultaba complicado, por no hablar de los elementos necesarios. Un desastre. Había contado con que la dejara incosciente o algo similar. Cain se levantó sujetando a Alanna en brazos, con los plieges del vestido cayéndole por los brazos y la cabellera de ella resbalándole por el pecho mientras la muchacha seguía temblando como un pajarillo.
Sin demasiados miramientos el asesino se la quitó de las manos, burlándose de él. No obstante Cain mantuvo una pequeña sonrisa entre los labios. Muy ingenioso. Más bien poco: la broma del sol estaba muy gastada, y la del vampiro, pero bueno... Al menos era eficaz. Merecía la fama que acababa de ganar al introducirse en el Palazzo della Morte para robarle.
-Dadle saludos a Fabius, Alanna... -le dijo la chica que aún seguía consciente a pesar de todo. En aquel momento los cuchillos arrojadizos del asesino le rasgaron un poco la capa en el brazo, haciendole un par de cortes no demasiado profundos pero si que escocían. Cain hizo una mueca.
Cuando vovlió a mirar ambos se habían desaparecido ya. El nigromante no dijo nada, y se acerco a su mesa en busca de algún antídoto de su colección. Pensando... en el asesino de la capucha y en Alanna y en Fabius...
-Mmmmm... -musitó, escogiendo un diminuto frasquito pulcramente etiquetado.
Cain- Mundano
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Localización : En el cementerio con una pala cantando bajo la luna.
Re: Palazzo delle Morte
Lo que sucede a continuación le parece una especie de ensueño que transcurre a toda velocidad, y ella solo es capaz de permanecer como débil espectadora. Incapaz de levantarse, incapaz de moverse excepto para temblar por el efecto del incienso y sujetarse de rodillas al marco de la puerta. Su piel reluce por el sudor y algunos humedecidos mechones se pegan a sus pejillas, su frente y sus labios, que comienzan a cuartearse; era como si la conciencia de la realidad quebrase el influjo soñador de Caín, eliminando también poco a poco el aspecto de muñeca de porcelana que pretendía darle.
Entre débiles jadeos, en cierto instante entorna los ojos, febriles y demasiado relucientes, en los del asesino; o en la oscuridad de la capucha en la que cree que han de estar. ¿Ha sido producto de su estado mental o le ha parecido que la reconocía? Absurdo... aunque también es absurda su mera presencia. A no ser, claro, que alguien la haya enviado a buscarla. Puede que esté exhausta y no razone con claridad, pero no es estúpida, y aquellos gestos de pantera al acecho solo pueden pertenecer a un amigo de las sombras... un asesino.
La situación es demasiado irrisoria como para que su viejo rencor despierte en estos instantes. Y da paso a la fascinación, inevitable, cuando el arrastrar de la piedra, el sonido de unas patas sobre el suelo y un rugido corrosivo consiguen que desvíe la vista hacia... hacia... una quimera. Al principio solo es capaz de parpadear, tratando de desentrañar el enigma de aquella silueta, diciéndose que ha de ser producto de una alucinación y no real... pero, quizá porque sus defensas mentales están ahora derruídas, su don innato para absorber energías consiguen tragarse de una vez el aura mágica y hambrienta de la criatura, enderezándola con un grito ahogado y un violento estremecimiento. Se da cuenta con dificultad de la batalla que va a tener en breves instantes y su rostro se queda pálido, más de lo habitual; para bien o para mal aquel encapuchado ha venido a rescatarla, y lo mínimo que puede hacer es ayudar. Cierra los ojos y traga saliva, crispando las manos sobre el marco; intenta concentrarse, canalizar su magia, encauzar su poder para abrir las barreras elementales y extraer el poder de los Cuatro... da la sensación de que el nigromante ha conseguido tejer una telaraña oscura que atrapa y encadena su poder, porque por más que se esfuerza no lo consigue. Y el mero hecho de intentarlo duele; no lo ve, pero su cabello se agita derramando más hebras blancas sobre él.
Con el corazón en un puño, frustrada y herida en su orgullo, abre de nuevo los ojos para fijarlos en la batalla. Tal vez subestimaba al asesino... la danza letal de tajos y mandobles es impresionante, pero realmente consigue quedarse como una niña ante una criatura legendaria cuando el humano deja de serlo para pasar a ser sombra: un vórtice oscuro y mortífero que finalmente consigue su objetivo con elegancia y precisión: abatir al monstruo. Lo único que consigue hacerla volver en sí es la voz del encapuchado, que por fin se deja oñir. Una voz grave y burlona, teñida de la inevitable altanería de alguien desacostumbrado a perder. Una voz... que le suena... y que le recuerda a...
Qué va. Imposible. ¡Ja! Alanna, ese maldito mago ha debido hacerle algo a tus neuronas, porque ya no razonas como debes.
Ve venir la bomba de humo un segundo antes de que estalle, y de forma instintiva se acurruca sobre sí misma, cierra con fuerza los ojos y se tapa la boca y la nariz con una mano. Pronto la densa niebla blanca lo cubre todo, y tanto es así que los brazos salidos de la nada sujetándola cual muñeca de trapo la pillan desprevenida. Al principio se tensa y se resiste, apoyando las manos en el pecho de quien la sostiene para apartarlo y abriendo la boca para decir algo como "puedo yo sola, no necesito ayuda, y menos de un asesino". Muy a su pesar sus esfuerzos quedan humillantemente inútiles por culpa de su estado general, y de su garganta no escapa más que un quedo gemido. Sus ojos lagrimean cuando los abre para fijarlos en Caín, registrando sus palabras aunque ahora sea incapaz de procesarlas... más tarde lo haría. En un último esfuerzo, y empleando casi todas sus nulas fuerzas, aferra los hombros del asesino en un extraño abrazo, junta el índice y el corazón de una de sus manos y sus pupilas pasan unos segundos a brillar con un halo azul; una barrera de energía les envuelve a ambos como una esfera protectora, para su sorpresa lo bastante potente como para resistir trampas y posibles conjuros leves de cualquier mago que se aparezca hasta la salida. Su olfato detecta protecciones mágicas de alto nivel en el asesino, pero no en todo van a resultarle útiles.
Resiste lo indecible, poniendo a prueba sus defensas mentales e incluso su cordura. Lo único que sabe es que, una vez sanos y salvos fuera del castillo, perdería el conocimiento durante varias horas.
Entre débiles jadeos, en cierto instante entorna los ojos, febriles y demasiado relucientes, en los del asesino; o en la oscuridad de la capucha en la que cree que han de estar. ¿Ha sido producto de su estado mental o le ha parecido que la reconocía? Absurdo... aunque también es absurda su mera presencia. A no ser, claro, que alguien la haya enviado a buscarla. Puede que esté exhausta y no razone con claridad, pero no es estúpida, y aquellos gestos de pantera al acecho solo pueden pertenecer a un amigo de las sombras... un asesino.
La situación es demasiado irrisoria como para que su viejo rencor despierte en estos instantes. Y da paso a la fascinación, inevitable, cuando el arrastrar de la piedra, el sonido de unas patas sobre el suelo y un rugido corrosivo consiguen que desvíe la vista hacia... hacia... una quimera. Al principio solo es capaz de parpadear, tratando de desentrañar el enigma de aquella silueta, diciéndose que ha de ser producto de una alucinación y no real... pero, quizá porque sus defensas mentales están ahora derruídas, su don innato para absorber energías consiguen tragarse de una vez el aura mágica y hambrienta de la criatura, enderezándola con un grito ahogado y un violento estremecimiento. Se da cuenta con dificultad de la batalla que va a tener en breves instantes y su rostro se queda pálido, más de lo habitual; para bien o para mal aquel encapuchado ha venido a rescatarla, y lo mínimo que puede hacer es ayudar. Cierra los ojos y traga saliva, crispando las manos sobre el marco; intenta concentrarse, canalizar su magia, encauzar su poder para abrir las barreras elementales y extraer el poder de los Cuatro... da la sensación de que el nigromante ha conseguido tejer una telaraña oscura que atrapa y encadena su poder, porque por más que se esfuerza no lo consigue. Y el mero hecho de intentarlo duele; no lo ve, pero su cabello se agita derramando más hebras blancas sobre él.
Con el corazón en un puño, frustrada y herida en su orgullo, abre de nuevo los ojos para fijarlos en la batalla. Tal vez subestimaba al asesino... la danza letal de tajos y mandobles es impresionante, pero realmente consigue quedarse como una niña ante una criatura legendaria cuando el humano deja de serlo para pasar a ser sombra: un vórtice oscuro y mortífero que finalmente consigue su objetivo con elegancia y precisión: abatir al monstruo. Lo único que consigue hacerla volver en sí es la voz del encapuchado, que por fin se deja oñir. Una voz grave y burlona, teñida de la inevitable altanería de alguien desacostumbrado a perder. Una voz... que le suena... y que le recuerda a...
Qué va. Imposible. ¡Ja! Alanna, ese maldito mago ha debido hacerle algo a tus neuronas, porque ya no razonas como debes.
Ve venir la bomba de humo un segundo antes de que estalle, y de forma instintiva se acurruca sobre sí misma, cierra con fuerza los ojos y se tapa la boca y la nariz con una mano. Pronto la densa niebla blanca lo cubre todo, y tanto es así que los brazos salidos de la nada sujetándola cual muñeca de trapo la pillan desprevenida. Al principio se tensa y se resiste, apoyando las manos en el pecho de quien la sostiene para apartarlo y abriendo la boca para decir algo como "puedo yo sola, no necesito ayuda, y menos de un asesino". Muy a su pesar sus esfuerzos quedan humillantemente inútiles por culpa de su estado general, y de su garganta no escapa más que un quedo gemido. Sus ojos lagrimean cuando los abre para fijarlos en Caín, registrando sus palabras aunque ahora sea incapaz de procesarlas... más tarde lo haría. En un último esfuerzo, y empleando casi todas sus nulas fuerzas, aferra los hombros del asesino en un extraño abrazo, junta el índice y el corazón de una de sus manos y sus pupilas pasan unos segundos a brillar con un halo azul; una barrera de energía les envuelve a ambos como una esfera protectora, para su sorpresa lo bastante potente como para resistir trampas y posibles conjuros leves de cualquier mago que se aparezca hasta la salida. Su olfato detecta protecciones mágicas de alto nivel en el asesino, pero no en todo van a resultarle útiles.
Resiste lo indecible, poniendo a prueba sus defensas mentales e incluso su cordura. Lo único que sabe es que, una vez sanos y salvos fuera del castillo, perdería el conocimiento durante varias horas.
Alanna D'Ventri- Brujo
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