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Mensaje por Julien François de Jarjay Sáb Dic 25, 2010 2:45 pm

La escena que se desarolla no podría ser más típica de aquel bar: un grupo de cuatro hombres de aspecto feroz juegan a las cartas y apuestan sabiendo que todos van a realizar trampas, esperando ser lo suficientemente listos como para superarles o pillar al que cometa el error de demostrar su picardía.
Una puta barata y envejecida se acerca a uno de esos hombres y se le sienta en las huesudas piernas, susurrandole lascivos comentarios en el oscuro oído lleno de restos de algo que parece barro.
El camarero se acerca, sirviendoles a cada uno una jarra de una cerveza de color sospechoso, gruñendo al recibir las monedas a cambio y guardanoselas en el devantal que en su día fue blanco...quizás.
Un niño, un pequeño ratero, les observa a todos desde un rincón, esperando su oportunidad para robar la bolsa al que más monedas se lleve esa noche, o al que más alcohol consuma.

No hay mucha gente en el bar, salvo ese grupo de hombres, la puta, el niño, el camarero, un joven apoyado en la barra con aspecto de borracho y un misterioso personaje sentado en una mesa de un rincón, encorvado sobre su copa y con aspecto andrajoso.
Entre risas y comentarios subidos de tono, el hombre que tiene a la ramera sentada encima mira al desconocido del rincón y se ríe aún más fuerte.


-¡Rocco! - Aulla, dandole un golpe a la prostituta en el muslo, como si fuera un buen perro- ¡¿Dónde te habías metido, grandisimo hijo de tu madre?!

Al oír el comentario de su camarada, los demás compañeros de juego se giran también, observando al antes misterioso hombre del rincón, que ahora parece irritado y alarmado a la vez.
Él, a diferencia de los otros, no parece feliz con el reencuentro.


-¡Eh, mira, Dago! - grito un segundo hombre, dandole un codazo a un tercero - Es nuestro común amigo Rocco!
-¿Rocco? - contesto el tercer matón - Yo le conozco mejor por il Donnola...¿Eh que si, compañero?

Rocco, el antes misterioso hombre, parecia querer fundirse con la silla en la que estaba sentado, pero sabía muy bien que no podía hacerse el sueco. Ahora que sus "amigos" lo habían reconocido, no sería prudente por su parte ignorarles y provocar su ira. Esperaba que el hecho de que le estuvieran hablando no llamara la atención a...a quien no debía.

-Buona sera, signores....He estado ocupado estos tiempos.

Los cuatro matones se rieron a la vez, pero no eran carcajadas de diversión pura; eran un sonido oscuro, gutural y cínico, que anunciaba una alegría retorcida y malsana, un disfrutar por algo que ni la moral más retorcida agradecería.

-Ocupado...como todos. - contesto el cuarto hombre del grupo, que hasta ahora había estado callado- Ahora en la ciudad se encuentra más trabajo que nunca, ¿verdad compañeros?

El grupo volvió a reirse con aquel sonido insoportable, mirando a il Donnola y olvidándose por unos instantes del juego de cartas.
La razón por la que aparentaban tanto interes hacia su compañero era porque conocían al sujeto. El sobrenombre de "comadreja" le iba como anillo al dedo, pues Rocco siempre se metía en todos los asuntos imaginables por la mente humana. Era un maravilloso informador, pues siempre sabía de todo un poco y a veces, conseguía datos importantes.
Fuese lo que fuese en lo que Donnola se metiera, olía siempre a dinero.
Y los matones tenían un gran olfato para ese tipo de asuntos.

Rocco lo sabía, pero tenía algo de lo que sus compañeros carecían: inteligencia.
Hablar en voz alta y en público sobre sus planes era una soberana estupidez. Pero callarse solo conseguiría hacer que los tipejos se animaran más y quizás terminaban obligandole a hablar, por lo que debía decirles algo con lo que distraerles. ALgo que les hiciera tener la mente ocupada mientras él hablaba con su contacto.
Il Donnola lanzó una mirada hacia el grupo, hacia la puta, el joven de la barra, el niño y el camarero. La taberna estaba medio vacia y tanto el niño como el borracho de la barra no parecían peligrosos.
En cuanto a la puta...bueno, podría librarse de ella más tarde.


-Yo también estoy ocupado....Trabajo, ya sabeis
-Oh, si, Rocco- dijo el hombre que tenía a la furcia entre sus piernas- sabemos. Pero queremos saber más...Por los viejos tiempos.
-Si, los viejos tiempos...Tengo que reunirme con un contacto aquí, un cable que busca información...
-¿Que tipo de cable? - inquirió el segundo matón, que miraba sus cartas distraidamente
-Uno que paga bien

Los cuatro hombres lanzaron un silbido de admiración burlona, escuchando en apariencia distraidos. Pero Rocco sabía bien que estaban prestando suma atención a sus palabras, pues con el vocablo "pagar" sus cerebros escasos se habían activado.

-Vaya, vaya, sigues montándotelo bien, ¿eh?
-Deberíamos echarle una mano de vez en cuando, ¿no creéis?

Il Donnola se levantó de su sitio, dirigiéndose a la barra con el pretexto de ir en busca de una bebida, pero con el objetivo de alejarse de aquel grupo. Tenía la suerte de que hoy fuese un día en el que apenas hubiera gente, pues más oídos hubiesen implicado una complicación enorme.
Con sus palabras había aplacado la curiosidad de los hombres, ya que ahora sabían que no podían sacar mucho beneficio de aquel asunto. Como máximo, molestarían y buscarían a Rocco para que les metiera en el ajo para poder sacar beneficios, pero no mucho más.
A cambio de aquella conversación tan molesta, había conseguido recuperar la tranquilidad de antes de que fuera reconocido.
Lanzó un suspiro de resignación, esperando que su contacto llegara de una vez, y pidió al camarero una nueva cerveza.

Cuando sus labios estaban probando la espuma tibia, oyó una voz a su lado.

-Así que tu eres Il Donnola, ¿hum?

El hombre giró sutilmente la cabeza, apenas un poco, para fijar su vista en el sujeto que tenía más cerca: el joven borracho de la barra.
Visto de cerca, Rocco se dio cuenta de que debajo de una capa negra y andrajosa, el joven vestía ropas de mejor costura, más caras de las que él podría permitirse nunca. Y además, si se fijaba, la relajación y el bamboleo del cuerpo borracho era demasiado ritmico, demasiado....fingido.
El joven borracho ni estaba bebido, ni era una rata como los demás miembros de la taberna.
Rocco sonrió levemente, pues creía haber conocido al fin su contacto.


-Si, soy yo. ¿Vos me habéis citado aquí?
-Puede.- la respuesta descolocó momentáneamente a Rocco, pero dedujo al instante que el desconocido solo estaba actuando con cautela, asegurándose de que él era su informante- Recordadme el trato que os hice -Deseabais que os pasara información sobre...sobre ellos- rápidamente Il Donnola hizo un dibujo de un loto encima de la mugrienta barra
-Veo...veo que os acordáis...Y decidme, ¿es importante esta información?
-Por supuesto que si, podéis fiaros de mi palabra...Información esencial.
-¿Y que es aquello que deseáis contar con tanto fervor?
-El modo de entrar en una de sus guaridas secretas….
-Ya veo…Y la situación de dicha guarida, ¿cierto?
-Por supuesto, por supuesto, aunque el precio…
-Aumentará, obviamente.
-Obviamente, signore…
-¿Y no hay ningún nombre que podáis ofrecer? ¿Ningún rostro?
-Por supuesto que si. Mi reputación lo exige. Conozco dos identidades clave que os serán útiles
-Ya veo…Así pues, el individuo al que tenéis que pasar la información tiene una buena cantidad de oro con el que pagar tantos secretos. Eso reduce considerablemente mi lista de sospechosos, Donnola, me habéis sido de gran ayuda. Será cierto que sois un gran informador…

Las palabras no llegaron con su entero significado hasta el cerebro de Rocco hasta que fue demasiado tarde.
Había estado hablando con aquel joven pensando que era su contacto, pues las ropas ricas y la actitud de secretismo le habían indicado que quería pasar desapercibido...y había pensado que era para hablar con él.
Pero su último comentario le indicaba al chivato que aquel joven había ido allí para espiarle, para informarse sobre él y para descubrir quien era su contacto. Le había engañado y él había caido como un idiota.

Y acababa de descubrir que los errores se pagaban, pues un segundo despues el joven se movio a toda velocidad, cogiendolo de la nuca y atrayendolo hacia él, pillandolo completamente desprevenido. Medio instante despues, el frío tacto de una hoja perforaba sus mugrientos andrajos y llevaba hasta sus intestinos.
Lanzó un grito de dolor...O tuvo intención de hacerlo, porque de sus labios no salió sonido alguno. Sentía un dolor agónico en el estomago, pero no podía gritar, ni moverse...era como si el joven estuviera controlandole incluso en los últimos momentos de vida.
Sentía como toda su fuerza, como toda su vida, se desvanecía por la herida que el arma le estaba haciendo, pero en vez de sentir el habitual dolor de sangre y visceras, solo sentía frío...mucho frío....Y una fuerza que parecía tirar de él hacia el joven desconocido.

Rocco nunca llegaría a saberlo, pero el joven no tenía intención de darle exactamente muerte...Con su pequeña daga, estaba arrancándole el alma para almacenarla en el anillo que llevaba puesto en su mano izquiera, la que no sujetaba el cuchillo.
Un minuto despues, el cuerpo de Donnalo cayó al suelo en un gran estrépito, pero sin ninguna herida visible en su estomago.

Los matones giraron sus cabezas rápidamente, pero no se levantaron. No eran muy listos, pero la vida en las calles les había enseñado que un cadaver no necesita más ayuda que la del enterrador, si tiene la suerte de terminar descomponiendose entre tierra y no en el fondo del canal.
Y además, el joven se había arrodillado al lado del cuerpo, registrandolo con calma y seguridad.
No les pareció prudente, a ninguno en la taberna, molestar a dicho individuo.
Y hacían bien.

Al fin y al cabo, era una escena muy típica.
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Mensaje por Alanna D'Ventri Dom Dic 26, 2010 5:09 am

~Os EsTharÉ ESPerAMdO En lA FAam DeL DiABuuLoS aAL CaER LA noXE
NO tharDDÉIS~
R.

Alanna había recibido aquella nota de manos de un tímido acólito, justo cuando se encontraba inmersa en uno de sus experimentos de alquimia. Y al desdoblarla con manos temblorosas, segura de lo que encontraría, se había topado con... eso. Un maldito códice. Había bufado, pero en contra de todo pronóstico se lo había tomado con filosofía, e incluso había entornado interesada los ojos ante lo que estaba presenciando: carta semiprotegida con sal de ocultación, uno de los muchos ingredientes básicos de cualquier mago que se precie de serlo; y al desvelar del todo la información, se había encontrado con una citación hecha a base de recortes de pergamino, caligrafía grandilocuente y... faltas enervantes de ortografía. En aquel momento, había sonreído irónica.

Ahora ya sabe que aquel informador es listo; y que, además, el muy malnacido había tenido en el pasado tratos con el Loto Negro, ¿o cómo se explica si no lo de la sal? Evidentemente el tipejo se había molestado en saber que quien le buscaba, la caperuza que se había recorrido los callejones en busca de alguien que pudiera aportarle alguna información, era una bruja. Fascinante...

Oh, también conoce su nombre.

Rocco. Le habían dicho que se llamaba Rocco. R. Condenados mundanos y su absurda exhibición de teatralidad... la hacen perder el tiempo.

Pero ya tiene lo que necesita: lugar, hora, contacto directo. Pero... ¿en la Fame dil Diavolo? Suele evitar a conciencia los suburbios, a menos que vaya acompañada; sin embargo, su cabezonería y su tenacidad con el trabajo en general, y más aún el que le toca cumplir, la han impulsado a no pensar en ello. Y allí está: a las puertas de la taberna, observando el mugriento cartel que chirría con cada golpe de aire. Esa noche, ha agujereado la peor de sus capas grises a conciencia, rezando por ofrecer un aspecto de lo más mendigo y simplón. Alza una mano pálida hacia la puerta, un tanto tiritante y no solo por el frío; se dispone a empujarla. Se dispone a...

A... ¿escuchar gritos?, ¿gritos de terror, gorgoteos y estertores?

Su corazón se posa en su garganta y se tensa desde la raíz del cabello al escuchar aquello salir de una de las entreabiertas ventanas sucias y polvorientas. Sin más dilación abre la puerta, quizá con más ímpetu del que debería; al darse cuenta, baja la vista y se afianza la capucha, ejerciendo ya de forma inconsciente uno de sus dones mientras se adentra en el lugar: la capacidad de mover, con precisión y sutileza, los hilos de las mentes de los borrachos que la observan. Todo con el fin de crear en ellas la ilusión de su ausencia. Y funciona, por supuesto: al cabo, los borrachos vuelven a centrarse en sus jarras y en sus risotadas.

Se abre camino como una sombra en el lugar de los hechos y se detiene, fijándose en el cadáver y en su verdugo descaradamente. Odia tener razón y odia que su intuición la visite en momentos como esos... odia saber quién es antes de, humedeciéndose los labios y fijando con fingida frialdad sus ojos en aquel peculiar individuo que ahora registra sus ropas, preguntar:

- ¿Quién era?

Sus defensas se activan. Un mundano no notaría más que leves escalofríos; un dotado, un vórtice de magia naciente arropándola con fines protectores.

Y ofensivos...


* A quien le interese el mensaje, click izquierdo con el ratón, dejarlo pulsado y pasarlo por encima. Ea.
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Mensaje por Julien François de Jarjay Dom Dic 26, 2010 9:06 am

El joven no deja de registrar el cadaver al oír la puerta abrirse bruscamente, ni tampoco cuando el camarero murmura algo parecido a una maldición a sus espaldas. No obstante, es perfectamente consciente de todos esos gestos, por lo que podría decirse que el desconocido es alguien que sabe fijarse en todo lo que le rodea, para centrarse en los detalles más importantes.

Oye como unos pasos se acercan, pero en vez de perder segundos de su tiempo pensando en el recien llegado, sigue registrando el "muerto", sintiendo como su anillo se calienta un poco con la llegada de la nueva alma.
Tras unos minutos de busqueda constante, logra encontrar un saquito con unas cuantas monedas de oro, algunos cuchillos de poca calidad, una pluma manchada y desgastada, una bolsita con sales y tres pergaminos pequeños enrollados.

Se levanta, pisando al cadaver para dirigirse a la barra como si se tratara de una alfombra más, sin que a nadie en el local le parezca molestar el poco respeto que le tiene al muerto. Lanza la bolsita al aire, en dirección al camarero, que no tarda en atrapar rapidamente. Ipso facto sus maldiciones se tornan en halagos y sonrisas afiladas.
El joven escucha la pregunta del desconocido, que se ha acercado, pero por el momento no parece que le preste demasiada atención. Se limita a desenrollar los pergaminos con lentitud parsimoniosa, sin lanzar ninguna mirada de debajo la capa andrajosa a la persona que se ha atrevido a preguntarle por la identidad del informador.

El primer pergamino, son anotaciones hechas con prisa, nombres y posibles "sospechosos" del loto. El segundo, un poco sucio y chamuscado, un mapa con la situación y las entradas de uno de los puntos de reunión.
Y el tercero parece ser una descripción física, junto a un nombre. El joven intenta leer aquella caligrafía de cateto, procurando interpretar adecuadamente las letras, ignorando faltas de ortografía.

Vajita. Delgada, flachucha no tiene pecho. Pinta de novle. Vuena cintura. Muger mujer. Cuello largo, paliducha. Pinta de poca cosa. Ojos o negros o marrrones. Cabello oscuro largo.
Rosacruz. Adala. Arena. Alina.Alanna. Allanna.
Pedir 200 400 florines por pergamino.


Es entonces, y solo entonces, cuando el joven alza su mirada hacia el recien llegado. O mejor, dicho LA recien llegada.
Se guarda con mucha parsimonia los tres pergaminos en uno de los bolsillos de sus ropajes, a buen recaudo de manos diestras en el arte del robo y con un gesto que casi parece un trozo de un baile, el joven se desata el cierre de la capa andrajosa y se la quita con elegancia y gracia, tirandola al suelo, desvelando así su aspecto.

El joven asesino muestra sl fin su aspecto, desvelando unas ropas de calidad bajo aquel trapo que ahora se mantiene inmovil en el suelo; pero no es lo único que enseña.
En su cintura cuelga una espada de aspecto lo suficientemente peligroso como para alejar a todo ente molesto en la taberna, por si la mirada fría y severa no les hubiese echado suficientemente hacia atras.

-Se llamaba Rocco.

Julien no tiene necesidad de preguntar por el nombre de la desconocida, ni de quitarle la capucha para imaginarse su aspecto. Nadie en los suburbios iría a preguntarle a un asesino que acabara de finiquitar la vida de su victima por la identidad de esta, no a menos que tuviera un interés muy grande en ella.
Pero igualmente, nadie que hubiese vivido en la calle más de dos años cometería imprudencia semejante. Solo alguien más acostumbrado a la vida de los libros y las letras que a la realidad tendría un atrevimiento semejante.
Y por si esas deducciones no eran suficientes, si lo es la energía mágica que desprende la mujer.

No obstante, Julien no activa sus propias defensas. Se mantiene quieto, sin mover un músculo, mirando con la misma seriedad de siempre a la Rosacruz.
El único gesto que hace es el de una pequeña y educada reverencia a modo de saludo.

-Supongo que vos soys la mujer que buscaba, a juzgar por vuestro interes. Mis disculpas, pero no iba a permitir que hablara con vos. No os lo toméis como un insulto personal....¿Vuestro nombre es Arina, Adela o Alanna?
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Mensaje por Alanna D'Ventri Lun Dic 27, 2010 3:33 am

Aguarda, con toda la paciencia de la que es capaz (más bien poca), a que aquel sujeto se aleje y ojee como le plazca la mercancía en pergaminos que le ha robado al cadáver. Siente el tan conocido géiser de irritación ascender por su pecho y entremezclarse con su aura mágica, de modo que entornando sus ojos aguileños se aferra con cierta fuerza la apertura de la capa, tratando de reprimirlo. Aquella combinación suele ser la causante de sus estallidos flamígeros involuntarios.

Su mirada alterna, en medio del tenso silencio, de los pergaminos que escudriña a él mismo. Le gustaría saber qué está leyendo, aunque es una pregunta que no necesita siquiera ser formulada, y en el fondo ella lo sabe... sabe qué es todo eso. Y entonces él, al fin, responde. Rocco. R.

Entreabre los labios presa de la sorpresa, pero consigue recomponer su expresión "fría" con rapidez. Gira la cabeza y, sin desvelar en ese instante nada de sus emociones, se aproxima al cadáver y se acuclilla frente a él, tomándole de la barbilla con una mano enguantada en lana para girar su rostro, y fijar en los suyos sus ojos muertos.

Rocco... es Rocco, su informante; el hombre que iba a prestarle información valiosa sobre el Loto Negro. Y ahora, de repente... está muerto. Alza con disimulo los ojos y vuelve a mirar al verdugo, tragando saliva y frunciendo levemente el ceño. La lógica le dice que es un Loto Negro. Sus movimientos, el atuendo que quizá se adivina bajo la capa... no es normal, eso es evidente, y algún motivo concreto tendría para haberle dado muerte. ¿Pero y si lo es, realmente?, ¿cuántas opciones hay de entablar batalla y tal vez salir victoriosa...? Es una oportunidad única... Aunque un combate allí, en medio del tumulto de la taberna, es una auténtica locura que la Guardia y los Centinelas se molestarán en investigar. Y esas investigaciones podrían llevarla hasta ella. Hasta sus hermanos...

¿Pero y si lo fuera?

La temeridad y la prudencia luchan con crueldad en sí misma; y siguen haciéndolo cuando el asesino, por fin, se deshace de su capa y revela su aspecto. Se incorpora con premura cerrando los puños, en medio de los gritos y comentarios de sorpresa de los rufianes del lugar, y entonces lo contempla fascinada. Al principio, había creído que podía ser una mujer por su constitución esbelta y su forma graciosa de revelarse; pero luego constata que se trata de un hombre... un hombre hermoso y bello.

Demasiado hermoso y bello como para granjearse su confianza...

Consigue mantener la compostura y la mirada estática y sombría cuando él hace su reverencia. Y luego le pregunta aquello... le sorprende en un principio la pregunta; pero esta vez la prudencia, aquella que le inculcó el Gran Maestre y que la había ayudado a sobrevivir durante sus salidas nocturnas, hace acto de presencia.

- Verá, signore - susurra - Mi nombre no es algo que sea conveniente revelar... aquí. Baja la vista, confidente, y mira a izquierda y derecha, hacia cada rostro de matón; para luego, finalmente, volver a mirarle a él - Del mismo modo que considero una imprudencia mostrar vuestras ropas ricas en medio de toda esta gente. ¿No creéis que sería más conveniente continuar con nuestra charla e algún callejón?

Parece muy tranquila, muy segura de sí... pero lo cierto es que no cabe en sí de nervios y terror. Espera, por lo que más quiera, que él acepte su sugerencia; no desea que todo su arduo esfuerzo de permanecer en el anonimato durante sus investigaciones se vaya al traste en un segundo.
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Mensaje por Julien François de Jarjay Lun Dic 27, 2010 4:32 am

-¿En un callejón? O sois muy inocente, o sois lo suficientemente inteligente como para pensar que podéis engañarme. Yo personalmente y para evitar caer en la mala educación, me decantaré por la primera opción.

El tono de Julien es suave, adecuadamente modulado para que su voz parezca algo más grave de lo que en verdad es. No hay ninguna burla en sus palabras, pues mantiene la seriedad en todo momento, pero quien le conociera detectaría que en su expresión hay un sutil gesto de menosprecio hacia la desconocida que tiene delante.

Se apoya sobre sus codos encima de la barra, en un estilo despreocupado y estudiadamente masculino, mostrando una ténue sonrisa de suficiencia.

-Signorina, en este bar estaré más seguro que en cualquier otro rincón de la ciudad. -como si quisiera demostrarlo, chasquea los dedos, haciendo que el camarero se le acerque rápidamente. Le murmura algo en el oído, el hombre asiente y vuelve a desaparecer, dirigiéndose escaleras arriba.- Las gentes de este lugar no tienen la virtud de vuestra educación pero si el valor de su experiencia y por ende, saben muy bien que por mucho que lleve ropas caras, no soy un buen objetivo.

Jarjay lanza una mirada a la prostituta, que aun se encuentra sentada encima de las piernas del matón que ha empezado a hablar con Rocco. La mujer le observa con una mezcla de temor y ambición, pues tiene claro que puestos a elegir, prefiere vender su cansado cuerpo a un joven rico que a un viejo pobre.
Por ello, cuando Julien le hace un leve gesto con su cabeza, no tarda en levantarse y en colocarse rápidamente a su lado, colocando sus gastadas ropas del modo más sugerente para agradar a su nuevo comprador.

El matón, por su parte, lanza una mirada primero de enfado y después de prudente indiferencia hacia la mujer, continuando con la partida de cartas como si allí nada hubiese ocurrido.
No ocurre nada. Y Julien le sonríe a Alanna.

-Si yo fuera otro, vos, por ejemplo, me hubiesen linchado por algo como esto. Pero resulta que son menos inocentes que vuesa merced y saben cuando deben mantenerse al margen...

Julien coje la copa que tenía desde hacia rato en la barra, desde mucho antes de que Il Donnola se fijara en su persona y bebe un sorbo distinguidamente, luciendo de modales delante de individuos que serían incapaces de coger un tenedor sin sacarse un ojo en el proceso. Mientras, la prostituta se mantiene a su lado, sugerentemente apoyada contra su cuerpo,de un modo vulgar y hasta desagradable que no parece importunar al joven.

Quizás porque le divierte hacerse el noble entre los pobres, el Jarjay actua como si estuviera en uno de los grandes salones de algún rico palacio, encontrando diversión en el cinismo de la imagen. Mientras ellos no han visto agua limpia en la que lavarse en su vida, Julien presenta un aspecto inmaculado, con su cabello reluciente y recogido en una fina coleta, con sus ropas impolutas y libres de toda mancha de mugre o suciedad, con sus botas lustrosas y brillantes, casi nuevas.

Muchos, prejuzgando y sin haber sido testigos del asesinato que acababa de cometer, pensarían al verle que Julien era la persona más noble y pura del local. En comparación con esos andrajosos o con la ramera que tenía al lado, su imagen representaba el epítome de lo correcto, de lo adecuado y de lo preferible o atractivo.
Y no obstante, podría uno asegurar sin mucho margen de error que él alma del joven era la más pútrida de la sala.
Le gustaban las ironias y por ello se aseguraba de presentar buen aspecto cuando iba a los suburbios. Por el contraste.

Apenas medio minuto después de que Julien coja su copa y beba de ella, el camarero regresa y le murmura unas palabras cerca de Julien. Este, como si estuviera en su propio palacio y el lacayo le hubiera informado que la cena ya estaba lista, coge su copa y se dirige con paso firme hacia las escaleras, mientras la prostituta le sigue de cerca.
Cuando pone el pie en el primer escalon, se gira levemente, mirando con una sonrisa sugerente a la mujer.

-¿Nos acompaña, signorina?-pregunta- Arriba estaremos mucho más seguros que en uno de sus...callejones.

Lo que le hubiese recomendado la Orden posiblemente hubiese sido aceptar la idea de ir a un lugar apartado, atrapar a la mujer tras una breve batalla y llevarla alguna guarida para interrogarla intensamente durante un corto tiempo y después matarla.
Pero eso resultaba terriblemente decepcionante y además, no tenía sentido. Para Julien el asesinato no era un placer simple, ni algo que debiera hacerse con rutina, si no un arte y un trabajo en el que debían respetarse ciertas pautas, como...como una caza.
Y una de esas normas era darle la opción a la presa de acercarse a la red.

La desconocida tenía ahora la opción de darse cuenta del peligro y huir. Marcharse por esa puerta, alejarse y no volver jamás a posar los pies en un lugar como ese.
Se quedaría sin información, si, pero estaría viva y libre de perseguidores.
No obstante, si aceptaba seguirle...
...Bueno, las cosas serían distintas. Y no serían rápidas, por supuesto.
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Mensaje por Alanna D'Ventri Mar Dic 28, 2010 8:19 am

Bajo la caperuza los ojos de Alanna se desorbitan, y casi es palpable el aura fogosa que emana. Y sin embargo, sabe permanecer quieta en el sitio; aquel extraño de modales exquisitos... lo había subestimado; más aún, había calado sus intenciones como si leyese un libro abierto. ¿Cómo es eso posible? Y encima, no contento con ello, se tomaba la libertad de humillarla ante todos aquellos rufianes; burlándose de su intelecto... de su inteligencia, ni más ni menos.

Y lo peor del caso es que no puede rebatir absolutamente nada de lo que dice.

Aprieta con fuerza los labios, procurando bajar la vista al hacerlo para que ni él ni nadie se percate de su malhumor. Que va in crescendo, sobretodo cuando presencia el patético espectáculo de los cobardes matones y la prostituta, dejado atrás todo su orgullo de mujer. Bueno, orgullo inexistente en Venecia. Luego, reprimiendo su ferocidad tenaz y dolorosamente vuelve a fijar en él sus ojos e halcón. Y sonríe, irónica por supuesto.

- Sin duda sabéis más que yo. He pecado de imprudente a la hora elegir mis palabras - Y oh, cielos, CÓMO le ha costado decir eso - Disculpadme, signore.

Eso último más aún.

Se afianza la capucha los nimios instantes en los que el individuo intercambia palabras con el camarero. Piensa deprisa, y se permite un instante de miedo. ¿Qué debe hacer ahora? Solo puede decantarse por dejarse llevar por los acontecimientos, improvisando; pero la improvisación no es lo suyo: ella gusta de estrategias elaboradas con un fin útil y práctico. Sin ellas, se siente perdida.

Sin embargo alza la barbilla cuando su interlocutor vuelve a dirigirse a ella. Acentuando una sonrisa enigmática a la par que orgullosa. Pero... ¿acompañarle arriba?, ¿y con aquella... mujer, a la que ni siquiera mira temiendo que una nota de desprecio se haga visible en su expresión? Duda, pero al final llega a una conclusión muy propia de ella: al menos arriba podrá revelar su nombre sin que oídos indiscretos lo capten; y si se da el caso de batalla, confía en sus habilidades. No por nada es la discípula del Gran Maestre.

- Por supuesto... - accede con un susurro - ...siempre que me concedáis el placer de una charla privada.

Esta vez sí, le da énfasis a esa última palabra mientras mira a la prostituta, tornando sus labios en una mueca de desagrado. Ella es el elemento sobrante de aquella escena, y pretende hacérselo saber con su cortante frialdad.
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Mensaje por Julien François de Jarjay Mar Dic 28, 2010 9:39 am

Julien no puede evitar esbozar una leve sonrisa, un gesto que no puede evitar cargar con el cinismo de quien ve funcionar el mundo con una lente oscura y retorcida.
El hecho de que la mujer acepte su invitación es como si ella hubiese abierto la caja de pandora, dejando que por el mundo huyeran todos los males y las desgracias que la mente humana pudiera imaginar.
No obstante, esta vez no van a desperdigarse por el mundo, sino que van a arrastrarse alrededor de la imprudente fémina de curiosidad suicida, arropándola como serpientes que desearan asfixiarla para después degustar la carne de su alma.
Y a diferencia de la leyenda de Pandora, a Alanna no va a quedarle la esperanza oculta en un rincón de la caja abierta.

- No os preocupéis. -asegura, volviéndose y empezando a subir las escaleras, sin mirar atrás- Os aseguro que nuestra charla será completamente privada.

En su cabeza los planes y las ideas se están formando lenta y minuciosamente. Lo sencillo, lo simple, sería capturar a la ingenua caperucita gris nada más cerrarse la puerta de la habitación privada, pero esa idea indigna a Julien.
No solo es demasiado simple, si no que resulta un insulto, para él y para Alanna. La presa y el cazador se merecen algo mejor y más interesante...
...y mucho más provechoso.

Mientras sujeta a la intranquila prostituta por la cintura, termina de subir las escaleras y se dirige hasta la última habitación del pasillo, que se muestra agradablemente iluminada y extrañamente limpia.
En ella puede verse una mesa de madera, tres sillas, varios candelabros distribuidos estratégicamente y una botella de vino junto a tres copas. No hay decoración, pero el ambiente es cálido y podría decirse que uno puede llegar a sentirse cómodo.
Sabiendo que la caperucita le está siguiendo, entra en la habitación, indicando a la prostituta que se siente en una silla mientras él espera a que Alanna entre.

Retomando el hilo de sus pensamientos, vuelve a repasar sus planes.
Muchos se preguntarán por qué razón él, que tiene una mente práctica, desea entretenerse con la caperucita gris. Pero para Julien está muy claro, ya que goza de unos conocimientos de algo que la mayoría de humanos tienen la fortuna de no conocer: la noción exacta de cómo quemar lentamente un alma humana.
Sabe mejor que ningún otro de todas las reacciones que las personas pueden tener al caer en una situación límite; sabe que ninguno actúa siguiendo sus pensamientos racionales y sabe cómo aprovechar eso.

Si capturara Alanna ahora, ella reaccionaría con miedo y con orgullo a partes iguales: No le diría al Loto lo que quiere oír, o se guardaría gran parte de la información.
En el mejor de los casos sucumbiría tras días de tortura, y en el peor, daría pistas falsas o moriría entre dolores agónicos y estertores entre su propia sangre y vómito.
Y eso, debe reconocerse que no es práctico.

No obstante, siguiendo el método de Julien....
...Todo será mucho más sencillo y rápido.

En cuanto Alanna cruza el umbral de la puerta, el joven la cierra tras ella, echando el cerrojo. No es difícil de abrir y la caperucita solo tiene que mover un poco la mano para poder huir cómodamente, pero Julien sabe que el efecto psicológico va a ser el mismo.
Pueda abrir la puerta o no, va a sentirse cerrada en una pequeña habitación con una persona que acaba de robarle la vida a otra. Eso intranquiliza a cualquiera, o al menos, a gran parte de la población, incluso cuando tienen la seguridad de poder derrotar a ese asesino.

-Sentaos, por favor signorina. -Julien espera de pie a que Alanna tome asiento, junto a la prostituta. Se acerca con pasos lentos a la meretriz, colocando con suavidad su mano blanca, impoluta y cuidada encima de la mejilla sucia y cansada de la ramera, empezando unas caricias cálidas a las que la mujer no estará acostumbrada.- ¿Querida, serías tan amable de servirnos el vino a los tres?

La prostituta obedece rápidamente, contenta con el trato que se le está dando, y llena las tres copas de vino por la mitad. Sin embargo, no toca la suya, sabiendo que debe esperar el permiso de quien la ha comprado por esa noche.
Julien, por su parte, sigue acariciando cariñosamente la mejilla de la mujer, deslizando sus dedos hasta el cuello en un gesto que no tiene absolutamente nada de lujurioso; es más, casi parece hasta tierno.
Su mano izquierda, la que se encuentra libre de toda labor, desaparece tras la espalda del hombre, ocultando sus intenciones.

-Signorina, me habéis pedido que esta conversación sea privada y me siento obligado a complacer los deseos de toda dama.- El tono de voz del joven es serio y no obstante suave, como una madre severa que indica a sus hijos que deben irse a dormir- Sin embargo, debo comentaros que no deberíais pedir las cosas tan a la ligera. Cuando uno formula un deseo en voz alta, debe tener cuidado con las consecuencias de este...

Más rápido que cualquier reacción por parte de las dos mujeres, Julien mueve su mano izquierda de detrás de su espalda, mostrando que en esta se encuentra firmemente sujeta la misma daga con la que antes ha matado a Rocco. Con un gesto veloz y seguro, clava hasta la empuñadura el cuchillo en el cuello de la prostituta, la cual abre los ojos con muda sorpresa e inexpresivo terror.

Julien sigue acariciándola a pesar de que la sangre mana desde el cuello, pero no quita el puñal pues no quiere que salga a borbotones y salpique. Echa el cuello de la mujer hacia atrás, haciendo que lo mire, manteniendo las dulces y cínicas caricias que aún le sigue dedicando.
Julien sonríe, del mismo modo en que ha sonreído antes. Y la mujer muere tras convulsionarse un poco.

En cuando siente que la vida de la ramera ha abandonado el cuerpo, la empuja levemente hasta que su cara choca contra la mesa, quedándose allí inmóvil, mirando en dirección a Alanna con la misma expresión de terror y búsqueda de clemencia. Julien arranca rápidamente la daga del cuello, haciendo que la sangre que antes caía poco a poco ahora se derrame como un tonel de licor perforado por una flecha desafortunada.
Antes de que caperucita pueda reaccionar, Julien le coloca la punta de la daga cubierta de sangre en su cuello, cogiéndola por el mentón y obligándola a mirarle.
Abandonada su sonrisa, ahora su tono vuelve a ser serio, tajante, frío. Terriblemente frío.

-¿Lamentáis su muerte? ¿Sentís lástima por ella?- inquiere, apretando un poco la daga en la piel del cuello de la mujer, haciendo que sienta un poco de dolor y....y la sensación de que algo extremadamente frío se apodera de todos sus músculos, algo que le roba el dulce calor vital- ¿Desearíais que no la hubiese matado cuando vos misma la mirabais con desprecio hace apenas unos instantes? No hubierais movido un dedo para sacarla de su triste condición, la habríais echado de vuestra casa si hubiese venido pidiéndoos dinero para comer, hablaríais de ella como un ser marginal digno de toda vuestra aspereza y desprecio.

Julien aparta lentamente la hoja y con ella, desaparece la sensación de frío del cuerpo de la mujer. Deja ir su mentón con desaire, alejándose de ella hasta sentarse en la tercera silla, posándose con elegancia como si en vez de estar sentado al lado de un cadáver aún caliente estuviera en una cena de nobles y él fuera el principal invitado.

-Ya os he comentado que uno debe tener más cuidado con lo que desea. Deseabais privacidad y para ello, yo debía quitar de en medio al elemento sobrante...¿no es así? No podéis entonces culparme de algo que habéis provocado vos -Julien sonríe de manera encantadora pero fría y coge su copa, con cuidado de no mancharse de sangre- Brindemos, signorina Caperucita....la salud de los vivos y de los muertos

El joven bebe despreocupadamente, mientras la sangre de la prostituta va goteando lentamente desde la mesa hasta impactar contra el suelo en un macabro eco que parece resonar con fuerza en toda la habitación. Cuando termina de dar su trago, de Jarjay mantiene la copa en la mano y se echa hacia atrás en la silla, poniéndose cómodo.

-Bien, ahora decidme...¿Cómo decíais que os llamabais?
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