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Mensaje por Louis Bertrand R. Dom Oct 18, 2009 5:41 am

- No... siempre que sepas donde encontrarlas... - Ronronea llevándose la cinta celeste de Crisantemo a los labios, como queriendo aspirar su aroma, que antaño era quemado, y ahora no tenía ni esa facultad. Se mostraba que experiéncia con las mujeres no le faltaban. - Ya volverá, pero, si no quieres ir tras ella.

Entrecierra los ojos observando la mirada de Zarek cuando sus crucifijos salen a la luz, y su inesperada sonrisa, que aunque aparentara sincera, él tenia 30 años y experéncia detrás.

- Lo soy en lo más necesario y en lo no tanto. He crecido con nuestro señor. Muchos lo han hecho. Y si lo acusas, ¿sabes que puedes ir a un camino mucho más doloroso que la muerte rápida, no? - Sus ojos dejan saltar un brillo de picardía, osbervando al joven muchacho. Ahora se gira hacia la camarera y le guiña un ojo. - ¿Y mi precioso vaso limpio, querida? - Con el dedo índice dan un golpecito al vaso de cristal, que levemente se acerca al borde de la mesa donde estaban sentados los dos hombres.


Última edición por Louis Bertrand R. el Lun Oct 19, 2009 2:31 am, editado 1 vez
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Mensaje por Scorpio Cavalleri Dom Oct 18, 2009 9:37 am

Mientraas que el estremecimiento sí que lo capta, su mente no identifica que la causa es la caricia de él sobre su pelo hasta que pasan varios segundos y su mente, como si se tratase de algo que se activa a ratos, lo registra...

Pero no por ello aparta la mano, demasado embelesado como para hacerlo, contemplando como el pelo se escurre entre sus dedos, volviéndolo atrapar con una suavidad inhumana antes de que termine por tener aire entre los mismos.

Escucha la prehgunta pese a que parece que, excepto por el cabello, la ignora completamente, aunque la intensidad de la mirada cuando tras varios segundos y sin siquiera percatarse del movimiento de ella, habla por sí sola.

No capta el por qué no es un sitio adecuado para él, ni siquiera es consciente de que esos ropajes desentonan en un sitio así... Y así se lo dice:

- Me aburría... Y aquí hay espectáculos gratuitos- Comenta con naturalidad, mirando de soslayo a los dos hombres que se pelean, observando como uno le parte la nariz al otro...

Y sangra. Suerte que ha cenado y que no le interesan lo más mínimo hombres tan sucios, sumándole que está a bastante distancia y el olor de la sangre se entremezcla con otros más mundanos... Aunque se ve obligado a apartar la mirada y volver a mirarla.

De nuevo no le pregunta nada, pero en su mirada va implícita la misma cuestión que le ha lanzado ella.
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Mensaje por Grazia Manfredi Dom Oct 18, 2009 9:43 am

El chico no retiró la mano de su pelo y Grazia continuó empujando suavemente su muñeca, convirtiendo el gesto casi en una súplica. Por alguna razón no parecía tener la fuerza de voluntad suficiente como para desear realmente que él se apartara.
Obviamente el vampiro estaba usando su encanto o algún hechizo odioso para atraer de ese modo la mirada y la atención de la gatto, que se sentía rabiosa consigo misma por no poder mostrarle el desprecio que a su juicio merecían todos los hombres por el simple hecho de serlo.

- Se nota que tenéis tiempo, señor. - Replicó con cierta amargura, inducida por el estado en el que se encontraba. - Yo no puedo aburrirme porque siempre me surge algo que hacer.

Siguió la dirección de su mirada y se topó con el hombre que sangraba a raíz del golpe recibido. Sangre. Volvió a mirar al muchacho y se preguntó si se estaría conteniendo para no saltarle encima. ¿Se estaría conteniendo también para no morderla a ella? No lo parecía, pero no había forma de asegurarlo.
Grazia tuvo que tragarse su orgullo y morderse el labio inferior, tragando saliva antes de atreverse a hablar.

- Por favor... - Comenzó, empujando con más firmeza su mano.

Quería que le soltara el pelo y que se alejara de inmediato. No le gustaba perder el control de sus actos, y menos con alguien que tenía aspecto de cachorro.
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Mensaje por Scorpio Cavalleri Dom Oct 18, 2009 9:55 am

No entiende nada, ¿ por qué no le deja simplemente tocar el pelo, observar ese rojo que a él le resulta desconcertante y bello, algo que si él es hechizante, para sí mismo es su particular hechizo, junto con su hermana?

En su mente es tan simple y contundente al mismo tiempo que tiene la fiera firmeza de que si no le deja por las buenas lo seguirá tocando por las malas... En su mente surgen muchas interrogantes, a cada cual mas peligrosa, aunque él no detecte ese peligro y lo vea como un divertimento..

¿ A qué olerá, a que sabrá, será su piel tan suave como su pelo, tendrá el mismo olor...?. Su sed de conocimiento aumenta y se nota cuando toma una bocanada de aire, innecesaria, pero que es la única muestra de una ansiedad que crece en su pecho por momentos...

Y no por ello pierde la calma o los nervios, unos nervios que en él son casi inexistentes. Escucha sus palabras ahora mirándola a los ojos y sin soltarla, pese a los movimientos de ella, que se tornan más firmes, aunque su tono de voz no lo parece...

Nunca entenderá por qué si en realidad no quiere apartarlo, lo hace... Y como si le leyese el pensaiento, sea cierto o no, no aparta la mano:

- Tiempo... No entiendo mucho ese concepto, pero rondo el medio siglo, si es eso lo que preguntais-Ella no ha preguntado nada, y ni siquiera sabe si es eso lo que quiere saber, pero lo dice, le da un poco de información- Quiero olerlo... Dejadme olerlo, mi señora...- Parte de su presencia aumenta de forma inconsciente, su instinto obedece sus deseos y sus pensamientos y sus habilidades se despliegan en busca del objetivo..

Y un par de miradas ya se dirigen hacia él.
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Mensaje por Grazia Manfredi Dom Oct 18, 2009 10:05 am

Así que medio siglo. No era un pipiolo en absoluto, de hecho por comparación Grazia era una cría.

- No pienso dejar que oláis mi pelo, desde lueg...

Se proponía empujarlo, harta ya de tanto cuento, cuando la invadió una oleada de algo que no comprendió. Era como si una bocanada de aire frío hubiera impactado contra la boca de su estómago, recorriendo después todo su cuerpo y causándole un escalofrío al que siguió un picor bastante incómodo.
A su pesar dio un paso hacia adelante, muy pequeño pero perceptible. ¿Qué demonios estaba haciendo? Con un último vestigio de sentido común sacudió la cabeza con firmeza, haciendo que su mechón se escurriera de entre los dedos del vampiro.
Ya estaba. El contacto se había roto.
Le miró desafiante, clavando sus iris castaños en los del chico, y sonrió triunfal. Era todo fachada, puesto que en el fondo no quería separarse de su tacto frío e hipnótico, pero le bastaba para convencerse a sí misma de que el que tenía delante era como todos los hombres. Traicionero y mentiroso.

- Dejad de hacer eso. Vais a hacer que se os lance encima todo el local. - Le aconsejó, bajando el tono de voz.

Conocía de oídas esa habilidad de los no-muertos, pero nunca la había sufrido en sus carnes. Era como una patada donde más le dolía: Grazia se jactaba de ser fría, imperturbable y desapegada de cualquier clase de relación con otros seres, salvo contadísimas excepciones.
Sin embargo aquel desconocido hacía que las defensas que había erigido con tanto cuidado en torno a su corazón se vinieran abajo. Tenía miedo.
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Mensaje por Scorpio Cavalleri Dom Oct 18, 2009 10:22 am

Y como si de un efímero sueño se tratase, como arena entre sus dedos, el contacto se rompe y el mechón de ese pelo rojo como la sangre se escapa de los mismos....

Y no da señal alguna de ofensa, molestia o enfado, manteniendo su rostro imperturbable, calmo, como una estatua de mármol que no es capaz de mutar su expresión... Y justo cuando ella ya había dado el paso, otro más y la tenía al alcance de su nariz...

Las ganas no disminuyen, pero una pequeña parte de su cerebro sabía, intuía, que no iba a conseguirlo a la primera... Y satisfecho está de que sea así, si lo hubiese conseguido a la primera el interés habría caído estrepitosamente y se habría aburrido, marchándose del lugar...

Pero no ha sido así. Enarca una ceja finamente ante su comentario, sin comprender qué le dice, puesto que la parcial liberación de su poder ha sido accidentada y no fruto de su consciencia:

- No he hecho nada...- Suena demasiado sincero, pese a que mira a su lado y se encuentra con dos personas observándole como si viesen el cuadro más bello del mundo, antes de volver a mirarla y observar la sonrisa que lleva escrita en el rostro, regodeándole una vixctoria que él no entiende de ese modo:

- Aquí juegan con gente como vos... Apuestan en peleas... Ese espectáculo me aburre, no me gustan...- No dice que el por qué no le gustan es por qué usan especies poco apetitosas, si fuesen humanos la cosa, tal vez, cambiaría... Y es que las personas que hay aquí tienen el mismo interés para él que la jarra de cerveza que hay sobre la barra...

Excepto una persona, si es que se le puede llamar así:

-Demos un paseo... No os haré daño- Y por su mirada se denota que está siendo totalmente sincero, ni tiene la necesidad ni las ganas de hacerle algo, excepto lo que por su mente ya ha pasado antes.
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Mensaje por Grazia Manfredi Dom Oct 18, 2009 10:29 am

Tampoco eran de su gusto aquellas exhibiciones de testosterona desmesuradas. El alcohol le había embotado los sentidos, y la parte de su mente que quedaba despierta se hallaba bajo el influjo del vampiro.
Sintió que el calor del lugar y el ruido comenzaban a molestarla hasta límites intolerables, y se removió inquieta, asqueada por el humo de las pipas que fumaban muchos de los presentes.

- Sí, salgamos. - Aceptó, quizá con demasiada presteza.

Le daba igual parecer dura o no, aparentar ser fría o no. En aquel momento solo ansiaba que le diera el aire fresco y librarse de aquel ambiente que la envolvía como una cortina de un material que no lograba traspasar. Se asfixiaba.
En su camino hacia la salida dio un traspiés involuntario, pero apretó los puños dispuesta a mantener el equilibrio y enfadada consigo misma por aquella muestra de debilidad. Ni siquiera se volvió para ver si el vampiro la seguía.

- Aquí tenéis. - Dijo al tabernero, depositando un par de monedas sobre la barra.

Cuando alcanzó la puerta la traspasó con celeridad, aspirando una bocanada profunda de aire en cuanto se vio libre de aquel tugurio. Alzó la vista al cielo y observó las estrellas, satisfecha. Ahora se sentía mucho mejor, y empleó esa nueva fuerza para darse la vuelta y encarar al muchacho.

- No sé vuestro nombre. - Le hizo notar.
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Mensaje por Scorpio Cavalleri Dom Oct 18, 2009 10:47 am

No muestra sorpresa cuando ella acepta, por lo que conocía, que si bien no era mucho y era otro de los motivos por el cual le interesaba pasear con ella, la empatía con los simples humanos no era el fuerte de los suyos...

Para él eran el alimento, y para ellos los opresores. Por ello mismo no dice nada y la sigue, observando como paga y dedicándole una silenciosa mirada al tabernero que lo deja en el sitio, terminando por devolverle las dos monedas y tartamudeando que corre a cuenta de la casa.

Una vez fuera él no necesita tomar nada aire, pero se relaja de forma imperceptible al no percibir la sangre y volver a los olores propios de este tipo de calles, tan indiferentes para él como las mayores exquisiteces de Venecia.

La mira cuando ella se gira y ladea la cabeza muy suavemente, provocando que su pelo caiga de forma natural a un lado y tape un solo ojo, pese a que el brillo verdiazulado es más que visible a través de los mechones:

- Scorpio...- Extiende la mano y le devuelve las monedas, sin mutar su pose- Pagar por eso era un crimen...- No dice nada más antes de pasar por el lado de ella, rozándose de forma sutil e inconsciente, como si se deslizase por el aire antes de proseguir la marcha sin un destino fijo, sabedor de que le seguirá.
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Mensaje por Zarek Valentine Lun Oct 19, 2009 2:53 am

Louis Bertrand R. escribió:- No... siempre que sepas donde encontrarlas... - Ronronea llevándose la cinta celeste de Crisantemo a los labios, como queriendo aspirar su aroma, que antaño era quemado, y ahora no tenía ni esa facultad. Se mostraba que experiéncia con las mujeres no le faltaban. - Ya volverá, pero, si no quieres ir tras ella.

Entrecierra los ojos observando la mirada de Zarek cuando sus crucifijos salen a la luz, y su inesperada sonrisa, que aunque aparentara sincera, él tenia 30 años y experéncia detrás.

- Lo soy en lo más necesario y en lo no tanto. He crecido con nuestro señor. Muchos lo han hecho. Y si lo acusas, ¿sabes que puedes ir a un camino mucho más doloroso que la muerte rápida, no? - Sus ojos dejan saltar un brillo de picardía, osbervando al joven muchacho. Ahora se gira hacia la camarera y le guiña un ojo. - ¿Y mi precioso vaso limpio, querida? - Con el dedo índice dan un golpecito al vaso de cristal, que levemente se acerca al borde de la mesa donde estaban sentados los dos hombres.

Ni siquiera se inmuta ante su respuesta,él no temía a la muerte,y desde luego,no iba a morir antes de haber cumplida su tan ansiada venganza contra aquellos que osaron quemar a su madre.

-Cada persona tiene sus propias creencias y si está dispuesto a morir por ellas,es asunto suyo...pero...¿acaso es correcto asesinar por ellas?Es un tanto irónico hacerlo cuando su propios cánones hablan de lo contrario...

Replica con toda la calma y relajación del mundo,sabiendo que sus palabras,si fuesen escuchadas por ciertas personas,lo condenarían sin vacilar.Eso si lograban salir con vida al intentar atraparlo,al fin y al cabo,un humano vulgar sin poderes,poco podía hacer contra él.

-Los caminos de Nuestro Señor son inescrutables...

Dijo con una fe ciega,aunque claro,quizá sus señores fuesen distintos,aunque eso era algo que su compañero desconocía.Empezó a entretenerse arañando la mesa con sus afiadas garras,de forma distraida.
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Mensaje por Louis Bertrand R. Lun Oct 19, 2009 5:39 am

Abrió sus castaños y rasgados ojos a medida que el chaval de cabello oscuro iba describiendo su peculiar manera de ver la religión ohy en día. Y, sin poderlo evitar, unas carcajadas no exageradas resonaron por la zona donde ellos bebían, haciendo alguno girarse para saber el motivo de la grácia o alguna camarera mal vestida intentando fisgonear.

- Sí, eso no te lo discuto, cada persona cree lo que quiere. Pero públicamente, te aseguro que más del 99% de Venecia se considera cristiana y ferviente seguidor de Padre, nuestro señor. Luego, claro está, están los incautos e imprudente locos que se atreven a questionarlo en persona, y a alguno le ha costado la vida... a menos que ...

Pero no acaba la frase, llevándose la mano enguantada a los labios, como queriéndose callar, mirandolo aun con esa mirada divertida. No, no había sido un descuido esa entrada al tema. Era una oportunidad de saber si el chaval tenía algo que ver. Porque estaba convencido que su señor no era el mismo que el suyo priopio...
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Mensaje por Zarek Valentine Lun Oct 19, 2009 7:01 am

Había hablado quizás demasiado,pero eso no lo alteró en absoluto.Volvió a pasarse la mano por el pelo,recostándose en la silla.

-A menos que no les importe morir o decir la verdad...¿Realmente cree que todos los que se hacen llamar "cristianos" realmente lo son?Quizás lo sean de puertas afuera,pero en su intimidad,son a otros dioses a los que dedican su devoción...

Deslizó su dedo por el borde de una de las copas distraídamente,mientras que con la otra mano seguía arañando la mesa,dejando pequeños surcos rodeados de serrín...

-Pobres ilusos...no comprenden el poder de Nuestro Señor...
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Mensaje por Alexandro 'Leone' Borgia Miér Oct 28, 2009 5:55 am

Fame dil Diavolo era una de las tabernas más populares de los suburbios de Venecia, de als zonas bajas. Todas las noches se llenaba de gente que iba a jugar a las cartas y a beber. Algunos se quedaban a dormir, normalmente acompañados, pero solo si el tabernero había comprobado que tuvieran plata para pagar la mesa y la cama, o si no eran echados a la calle con una generosa patada en el trasero, sin miramientos.

Aquella noche la taberna estaba infestada de gente, de rateros y ladrones que habían salido de las catacumbas a respirar algo de air efresco. No había bonitas capas ni bonitos vestidos, únciamente gentes que hablaban a voz en grito mientras pedían otra ronda. Había risas y carcajadas ante chistes que eran pésimos e incluso un grupo de lo que parecían confabuladores, que hablaban en voz baja en una esquina, todos agrupados al rededor de una mesa comiendo un carnero.

Leone arrancó un trozo de carne de la pata de cordero que le haían servido. Estaba algo seca pero seguía resultando deliciosa para paladar hambriento como era el suyo aquella noche. Podrían haberle servido cualquier tipo de carnes de aquellas que servían en aquel lugar que se lo habría comido igual. Allí daba igual libre que gato pues solo en los barrios superiores y nobles de Venecia las gentes se podían permitir elegir o quejarse ante la calidad de la comida servida. Vida de nobles.

La noche había caido ya y no era especialmente alegre. Con cada trago de cerveza el hombre parecía sentir que la amargura crecía en su interior con el sabor de la amarga bebida. Dicen que la cerveza sirve para olvidar, pero a él no hacía más si no hundirlo en un pozo. De reojo vio a un grupo bajar a los sótanos de la taberna. Sabía las peleas que allí se organizaban y años antes habría hecho algo en contra de ellos, pero, ahora ¿para qué?

La amargura tenía su alma. Todo en lo que había creido, todo por lo que había luchado... toda su vida era una mentira alimentada por mentirosos que la cebaban. Primero los halagos. Era un brillante muchacho con un brillante futuro cuando entró en los Centinelas, y para orgullo de su padre rápidamente fue ascendiendo escalafones en la jerarquía de la orden, demostrando su devoción con rezos, severidad y sangre. Hasta que todo cayó por la borda. Tan pronto se encotnraba en lo más alto como en lo más bajo. Y como bien reza el dicho: cuanto más alta sea, más dura será la caida. Y fue dura. Sus captores se encargaron de ello. Aún por las noches despertaba entre sudores fríos y gritos al recordar lo ocurrido entre aquella oscuridad, en las celdas de Piombi. Aquel lugar al que él había mandado a tantos.

-Otra-gruñó. El tabernero le miró, ligeramente dudoso. No solía oponerse a dar de beber a los clientes cuanto quisieran mientras tuvieran oro con el que pagar, pero aquel hombre era fuerte y no le gustaba el brillo de sus ojos-. Otra -gruñó de nuevo Leone al ver sus dudas. El dueño se apresuró a servirle otra jarra de cerveza, amedrentado ante aquella voz que era como un ladido y el brillo enfermizo de aquellos ojos azules que eran como puñales.
¿Quién sabe? Quizá tenía suerte y se marchara antes de causar jaleo, o cayera redondo por efecto del alcohol.

Para desgracia de Leone, en cambio, siempre había tolerado bien el acohol. No estaba seguro de cuánto había bebido aquella noche y empezaba a sentir la mente obnubilada, perdida entre los recuerdos y la realidad, entre el dolor y aquel pozo sin forma que era ahora su alma. Bebió un trago más, apoyando la cabeza sobre una mano. Sentía como el pelo se le pegaba al cuello y a la cara, mojado por la lluvia que caía fuera cuando entró en la taberna.

¿Y todo para qué? Había actuado, había vivido, había creido conforme a unos ideales que se volvieron contra él en cuanto hubo el menor indicio de duda. Dieron igual todas sus palabras, que ella muriera, una muerte sin sentido y vana, absurda; dio igual todo salvo la confesión falsa que acabaron por arrancar de sus labios y que él apenas recordaba entre el dolor de aquellos días. Cualquier cosa por condenarle. Recordó cuando él era quien arrancaba las confesiones a los presos, sin ninguna piedad por ellos. ¿Qué significaba todo eso entonces?

Nada. Nada en absoluto. Eran cenizas en su boca como toda la comida que había tomado desde entonces y tan solo la cerveza alejaba a los fantasmas que le acechaban.
Pero aquello cambiaría. Pagarían por lo que habían hecho. Sí...

Una mano se apoyó en su hombro. Leone giró la cabeza. Los ojos azules miraron con rabia y furia, oscuros y tenebrosos, al hombre que tenía junto a él. Este dudo un momento, tragando saliva, antes de tomar valor de donde no tenía para atreverse a hablar:


-Has bebido mucho, amigo... quizá deberías irte.

El silencio cayó sobre ellos. Leone le observaba, aún callado, y el hombre era incapaz de saber qué pensaba aquel guerrero. Se retorció las manos, nervioso, mirando hacia el tabernero pero este esquivó su mirada, apartándose para alejarse de los posibles problemas.
Leone entornó los ojos.

-Ya veo... -masculló en voz baja. Se apartó de la barra, dejando la jarra de cerveza sobre la madera. Se puso en pie. Sus movimientos no eran excesivamente lúcidos y tardó un segundo de más en enfocar de nuevo aquellos dos pozos en el hombre. Pareció observarle, sopesándolo.

Entonces, repentínamente, sin que nada lo presaguiara, la espada salió de la vaina y atravesó el pecho del hombre. Este entreabrió la boca de sorpresa, abriendo mucho los ojos, fijos en su verdugo. Leone pudo ver la sangre manchando la hoja de acero plateado, llegandole a las manos, resbalando... cálida como las manos de una madre y ajena como el alma. No le produjo ninguna satisfacción y la sacó sin una sonrisa ni un cambio de expresión.

El resto de la taberna se había quedaod en silencio, incluso los confabuladore,s mirando al hombre. El tabernero tardó en reaccionar. Cuando lo hizo fue a gritar algo y más de uno se levantó de sus respectivas mesas, desenvainando dagas y espadas. Leone les miró un segundo. Quizá conocieran al otro hombre, quizá solo buscaran pelea, o quizá creyesen que corrían peligro.

Sin decir nada dió media vuelta y salió de la taberna, cerrando la puerta tras de sí.

Afuera seguía lloviendo.
Las gotas de agua, las lágrimas de la noche estrellada y de luna creciente, cayeron sobre su rostro, mojándole los labios abiertos y el pelo, entremezclándose con el sabor de la cerveza y borrando la sangre de aquel encuentro de sus manos. La sangre se fue, llevada por el agua, pero ni siquiera la lluvia podía cerrar ciertas heridas.
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Mensaje por Abigail C. Austin Mar Nov 03, 2009 11:08 pm

Apretando con fuerza el colgante que colgaba de mi cuello, aquel colgante que tanto significaba, entré el aquella taberna abriendo la puerta con golpe.
Estaba desierta, no había mas que un par de personas y algun tipo borracho que se interponía en tu camino hasta la barra.
Me senté en una de las sillas de madera y pedí un poco de ron para despejarme por la mañana.
El camarero lo sirvió con rápidez y yo me lo tomé de un trsgo pidiendo así otro mas.
Aun con el colgante entre mis finas manos, ahorcandolo por su cadena, apollé mi codo en la mesa y la cabeza en la mano. Cansada y con ojeras que se remarcaban en mi fino y blanquecino rostro.
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Mensaje por Clopin Trouillefou Miér Nov 11, 2009 3:14 am

Se abre la puerta de golpe y una rafaga de aire fresco, muy fresco, se adentra en el local, levantando murmurios de los comensales que poco gustan de la brisa otoñal.
La figura que ha abierto la puerta con un golpe de pata se trata de un hombre con mascara, sonriente, y una capa de color extravagante lila.
Frunce el ceño, mirando a ver por donde puede pasar, porque aunque es temprano, no hay manera de sortear los cuerpos que se amontonan por todas partes. Hasta que no distingue un rinconcito que se mantiene vacio en la barra, no cirra la puerta.

Para llegar hasta la barra y poder pedir algo para refrescar el gaznate, tiene dos caminos: O volando o a traves de codazos y golpes.
COmo la segunda no le apetece, opta por la primera, y subiendose a los muslos rechonchos de un borracho, se impulsa hacia la mesa que el hombre tiene delante y va saltando de mueble en mueble.
Algunos de la taverna ya lo conocen, y le hacen poco caso, pero otros se quedan extrañaos de que el desconocido enmascarado vaya haciendo equilibrismos, saltando encima de las mesas y de paso, de las espaldas de algunos hombres, hasta que, al fin, llega a la barra*

-JA, JA! LLegue. Y ahora......Oh, posadero, que tus barbas me hacen pensar en un ogro cavernario.....Ponme una cerveza prestamente. Muy agradecido
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Mensaje por Diletta L. Borghese Vie Nov 20, 2009 3:58 am

El reloj marcaba las cuatro menos cinco cuando Diletta entró en la taberna. Aquel día la chica había abandonado sus vaporosos vestidos por uno mucho más sencillo, sin encanjes, de color negro que se ceñía más a su cuerpo pero que resultaba infinitamente más cómodo. Su peinado era un discreto pero trabajado semirrecogido estilo griego que le escondía una pequeña herida que tenía detrás de la oreja y que se había hecho unas horas atrás cuando estaba jugando con su nueva mascota. El gato siamés de ojos claros también había llegado con él y se sentó entre sus pies cuando la chica tomó asiento en una de las pocas mesas apartadas del local.

Desde su posición estratégica se dedicó a observar a cada uno de los clientes del locas. Cortesanas, rateros de poca monta, algún sicario y poco más. Espera encontrar a alguien más, a aquel tipo que conocía todo lo que se tejía en la alta sociedad burguesa. Necesitaba obtener cierta información sobre la visita de uno de los herederos al ducado polaco. Era la encargada de vigilar al duquesito, como ella ya lo había apodado, y debía descubrir a qué se debían sus visitas. No obstante ella lo tenía claro, sólo hay dos cosas por las que uno va a Venecia: diversión o deber. Y si las obligaciones del duquesito no le habrían traído aquí sólo quedaba una alternativa y ella estaba dispuesto a indagar en los gustos de su presa.

Tambaleándose a causa de una temprana embriaguez llega el tabernero con una copa de vino que le deja sobre la mesa junto con una nota. Alarga sus manos para coger el trozo de pergamino y leerlo en silencio. Acto seguido alza la copa hacia un lugar alejado de la barra donde está sentada una figura de espaldas al fuego. Se lleva entonces la copa a los labios y vacía el contenido en su garganta.

Aunque su expresión de profunda calma e impasibilidad no ha cambiado se puede denotar en su mirada cierto grado de felicidad. Parece que los perdidos han regresado a la ciudad. Y que sus conocidos vuelvan a dejarse ver por la ciudad es algo que le agrada, quiere conocer los motivos pero aún no ha llegado el momento de aplacar su curiosidad.

Tras ese pequeño gesto la mujer vuelve a su estudio exhaustivo de cada uno de los rufianes allí concentrados. Más de la mitad están borrachos y otros tanto van por el mismo camino. Se fija también en todas las mujeres, muchas de ellas intentando hacer negocio con su cuerpo y alguna que otra que por su ropa y actitud no parecen propias de un lugar como este.

El siamés salta a su regazo, sentándose sobre las piernas de la chica y adoptando una posición más propia de un perro guardián que de un felino. Al igual que su dueña el pequeño Klaus está observándolo todo con minucia aunque cuando las manos de su dueña le acarician el cuello, empieza a ronronear suavemente.

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Mensaje por Damodred di Tylmarazzi Sáb Dic 05, 2009 6:25 am

La misma Muerte parece deslizarse por el entresijo de malolientes callejones; sigilosa, etérea, deslizante... y oscura: una caperuza negra y alta, con una capa de terciopelo que gira danzando junto a aquél que la porta, y una capucha que cubre casi del todo sus marmóreas facciones, detectable solo de cuando en cuando la afilada mandíbula y los labios rectos en un rictus vacío. El cuero hace notar su crujido bajo la suavidad de tal protección, y muchos transeuntes se detienen con curiosidad al verlo pasar: prostitutas y borrachos, en su mayoría, convencidos de que el alcohol les está jugando otra mala pasada.

Quizá, algunos, si conseguían llegar a una conclusión certera de su identidad, pero callarían. De nada les serviría contarlo, porque resulta irrisorio que el Capitán de la Guardia decida pasearse solo y felizmente entre la escoria veneciana. Se detiene al fin frente a un callejón bastante concurrido, a través del cual surgen risas femeninas gruñidos y risotadas y los acordes desafinados de un violín. Decelera el paso y se queda con la mirada encbierta clavada en el suelo, hasta que, por fin, observa de soslayo el chirriante cartel del diablillo travieso y rojo con cuernos y tridente. "La Fame dil Diavolo". A través de las sombras de la capucha reluce, durante un efímero instante, la figura de nacar azul de uno de sus ojos.

Se encamina hacia allí pasando olímpicamente de un desnutrido mendigo ciego que extiende su mano hacia la Muerte. Quizá pidiendo monedas; o quizá pidiendo la clemencia de la Parca en su delirio. En cierto momento una contoneante y encorsetada prostituta se le acerca con una sonrisa desigual, derramando sobre él su peste a excesivo perfume. "Los encapuchados despiertan mi hambre, guapo... te haré un buen precio". Antes siquiera de que pueda acabar esa frase, una mano negra surge de la capa empujándola con eficaz y letal violencia; la prostituta chilla cayendo sobre un montón de bolsas de inmundicia, y sus insultos se pierden entre el alboroto cuando la sombra sin identidad, al fin, cruza la destartalada puerta de la taberna.

Por suerte, ahí dentro la cantidad concentrada de testosterona, cerveza y hormonas genera un vórtice lo bastante grande como para que pueda atravesar los sudorosos cuerpos con sigilo, sin hacerse notar. Se acerca al flacucho y gruñón tabernero, que mastica una hoja de canela con saña mientras le mira de arriba abajo.


- ¿Qué quieres?, ¿Cerveza, agua, cerveza, carne dura, cerveza..? Como ves la lista es larga, aunque no tienes pinta de llevar mucha pasta...

- Busco a Karlo.

La interrupción susurrante pilla desprevenido al tabernero, que sujeta entre dos dedos la rama, observándolo con descarada curiosidad.


- Ya me dijo el muy bicho raro que esperaba visita - escupe al suelo y luego cabecea en dirección a las escaleras - Tercera puerta a la izquierda, la que está al lado de la que parece moverse sola por efecto de las termitas.

Suelta una gruesa carcajada, pero una vez el encapuchado ha obtenido lo que deseaba da media vuelta y se pierde en el gentío. No tarda en llegar junto a la puerta en cuestión, girando la esqina de un pasillo en el que solo se ha topado con una ramera quinceañera magreándose con un anciano arrugado. Se detiene para contemplar la puerta de arriba abajo y finalmente posa la mano enguantada sobre el pomo, como patas de una araña negra cercando una presa. Nadie verá ni sentirá la leve fluctuación que causa su tacto en el entorno, una señal claramente mágica; pero él, estremecido pese a que tal cosa no se note bajo el resguardo de la capa, sí lo ha notado, al igual que oye la amorgiguada y suave voz que procede del interior:

- Pasa, hermano...

La figura negra gira el pomo, entra y cierra la puerta tras de sí, con calma y fluidez. Se queda entonces un instante así, de espaldas, inspeccionándolo todo con gestos felinos; luego, por fin, da media vuelta, sujetándose la capucha y deshaciéndose de ella por fin; una mata de cabello ondulado, tan oscuro como su atuendo, cae algo despeinado hasta media espalda y sobre sus hombros, y dos ojos de hielo pulido se fijan en la figura que redacta cosas en un pergamino, sobre una mesa plagada de tinteros y libros.

Una mesa que no es la de la austera y sobria habitación de la taberna. La magia que protege la puerta es siempre la misma: un pasadizo, un traslado invisible directamente al despacho de su hermano, en algún lugar del Palazzo de la Morte y en algún lugar de Venecia... ni siquiera a él tiene el privilegio de averiguar su ubicación, de ahí tal parafernalia. Los aposentos de su hermano son redondos, de fría piedra enladrillada hasta una cupula que se pierde en las sombras; una torre, sin duda... aparte de un lecho de blancas sábanas desastradas y un armario, lo demás solo son estanterías y mesas con redomas, plantas y extraños ingredientes.

No más extraño que su hermano: encapuchado, también, aunque en su caso la capucha es totalmente blanca; sus manos, delgadas, esbeltas y frágiles, permanecen cubiertas por guantes de piel; el rasgar de la pluma es lento y acariciante, tanto como su voz o sus propios gestos. Damodred le contempla un instante antes de comenzar a andar hacia él, pero... se detiene. Algo capta su atención, comosiempre, y no por primera vez gira la cabeza para observarlo con curiosa fijeza: un enorme retrato que representa a una bella dama de piel de nieve, cabellos largos y oscuros, facciones marcadas pero suavizadas por la belleza femenina y un ramo de lirios entre sus manos. El núcleo del retrato, sin embargo, son sus impactantes ojos de azul fantasmal, iluminados por una chispa de calidez.

Un curioso espejo...

Su hermano no deja de darse cuenta y alza levemente el rostro, revelando entonces la máscara de oro y obsidiana blanca que tapa por entero su rostro; a través de las aberturas reluce el aguamarina de unos ojos algo idos e indescifrables. Su voz resuena de nuevo con una leve risa, tan susurrante como la de Damodred pero carente de la oscuridad del terciopelo que posee la suya; la del nigromante es, sin duda, del tacto de la seda.


- Siempre te ocurre igual... - murmura, dejando la pluma sobre el pergamino y limitándose a mirarle - Y siempre olvido preguntártelo - hace una pausa - ¿La echas de menos?

Aunque a Damodred le cuesta apartar la mirada del retrato, cavilando a saber qué, su rostro completamente petreo se gira de nuevo al de su hermano.

- ¿A la mujer que nos engendró...? - inquiere a su voz, torciendo los labios en una sutil sonrisa a medias, siempre gélida - Cumplió con su propósito y murió... no guardo de ella ningún recuerdo en especial.

Suena indiferente hasta la crueldad, claro que eso a su hermano no parece sorprenderle: lo que escucha parece cierto, y de hecho lo es. Junta las yemas de sus dedos y baja lánguido la cabeza. Una especie de asentimiento. Finalmente extiende una de sus manos con delicadeza y señala la silla de terciopelo rojo frente a su escritorio.


- Por favor, siéntate. No gozo a menudo del placer de tu compañía - si sonríe o no, la máscara no deja verlo. Damodred no responde de inmediato, pero pronto se acerca y se siente frente a él, desenvainando su espada bastarda en el proceso; se repantiga con las piernas abiertas, el brazo izquierdo fláccido sobre el regazo y la otra mano utilizando la hoja del arma como bastón; es una curiosa escena: destila elegancia y despreocupación a partes iguales... parece alerta y meditabundo al mismo tiempo. Solo está alerta: sus ojos helados no se apartan del rostro oculto de su hermano. Éste le contempla en silencio, hasta que retoma la conversación: - Ajá... tu espada - susurra entonces - ¿Es eso...?

- Necesita una reforma - susurra en respuesta, encogiendo muy levemente los hombros - Quizá una de tus runas, o lo que creas conveniente... ha de ser poderosa.

- Ya lo es...

- Más... - aunque aún habla en voz baja, el capitán hace especial énfasis en la palabra - ...poderosa.

- Claro... - la suave voz del mago suena con un tinte divertido - Lo mejor para el mejor caballero de la ciudad... el legendario Cuervo Negro - Damodred aparta ligeramente la vista para depositarla en el suelo, a medias forzando una ilegible mueca que muestra algo similar al fastidio, en su caso. Aquel gesto hace reír de nuevo al nigromante, aunque esta vez un largo acceso de tos estremece su frágil cuerpo y pronto se ve obligado a beber un largo sorbo de un brebaje humeante junto a él, de horrible sabor a juzgar por su olor amargo. Suspira largamente y niega con la cabeza, jadeando un poco para recuperar el resuello - Siempre has sido muy... modesto - susurra con dificultad - En eso no has cambiado.

Damodred vuelve a mirarlo, aunque sus ojos vagan también de su enmascarado rostro al desagradable brebaje. Tras un silencio, prosigue:

- ¿Cuánto tardarás?


- Apenas un día o dos gozando de los materiales necesarios... y de salud - responde, haciendo con la mano una rápida seña para que Damodred le pase su espada. Él extiende la mano y lo hace, aunque en parte lo hace con reticencia, como quien le pide a un pudoroso monje que entregue el hábito y quede desnudo y desprotegido. El nigromante la coge y la sopesa como puede, no mucho, dada su nula fuerza - ¿Y qué son un día o dos para ti, hermano...? Serías capaz de infundir temor armado solo con un bastón - deja el arma sobre la mesa - ¿Quieres perseguir grandes lobos con ella...?

- Es mi trabajo - se limita a responder Damodred, ladeando de nuevo la cabeza. Su rostro sigue imperturbable, pero algo de su aura desprende cierta burla - Como bien recordarás.

- Por supuesto... - responde Ish'mael, inclinándose sobre la espada y pasando las yemas de los dedos por la hoja - El vampiro que vaga en el limbo entre vivos y muertos, el vampiro humano... he oído tus leyendas. Yo, en cambio, siempre que te miro pienso en ti como el niño taciturno que escogía la biblioteca en lugar del patio de armas - guarda silencio entonces, uno al que Damodred corresponde. El mago no lo ha visto, pero durante una fracción de segundo un velo extraño ha oscurecido aquellos ojos helados, antes de desintegrarse. Le mira - ¿Cómo está nuestro anciano padre?

- Sano y fuerte como un viejo roble... - responde Damodred, con una nueva sonrisa sesgada y sutil - Me sorprende que tú, precisamente, no lo sepas.

El nigromante vuelve a reír, aunque la represión de un nuevo acceso de tos que amenaza con desgarrar su pecho hace que suene a estertor.


- Eso es desde que pasé de ser Ish'mael di Tylmarazzi a ser simplemente Ish'mael, el Loto Negro... o Karlo para la gran mayoría de mis contactos. Ya conoces mi sino... en eso eres como yo - susurra - Sin potestad para heredar las tierras de tu padre lo único que me queda es el... poder. Tú lo tienes, Damodred - deja de hurgar en la espada para volver a mirarle, con extraña fijeza. Sus ojos aguamarina parecen titilar un instante, mostrando un hambre voraz y delirante de... "algo" - Pero no siempre lo tuviste. Dime, ¿qué estarías dispuesto a sacrificar por conservarlo...?

Damodred no responde y entorna los ojos. Sin embargo, allí, en la soledad junto a Ish'mael, el capitán parece mostrar por primera vez una huella humana, como el niño que protege celosamente algo que es solo suyo. Y sabe que, sin ello, solo sería escoria.

- Yo sacrifiqué mi apellido... - susurra. Luego se encoge de hombros, resoplando por la nariz y volviendo a su tarea - Aunque en ocasones no resulta suficiente. En fin...

El ave negra permanece silenciosa un rato más. No hay nada que decir. Nada... como siempre; aunque con su hermano, curiosamente, no es necesario. ¿Que su mente ahora mismo es un hervidero de pensamientos fríos, vacíos, mórbidos y existenciales? Tal vez... pero son solo suyos. Quizá, por eso, no suele visitar al nigromante a menos que sea estrictamente necesario: no le gusta que escarbe más de lo debido. Echa la cabeza hacia atrás mientras suspira profundamente; bajo el cuero su pecho se hincha recibiendo aquel aire frío y cargado, que a él sin embargo le sienta bien. Luego, se incorpora.

- Debo irme - alza una ceja, echándose la capucha negra sobre la cabeza - Confío en que me avisarás cuando tengas mi espada lista.


- Dalo por hecho... - seguramente luciría una medio sonrisa en su rostro si pudiera mostrarlo. Ni siquiera le mira esta vez: su marcha no le sorprende - Hasta pronto, hermano.

Damodred se limita a asentir, espectral y distante. Luego da media vuelta y se encamina hacia la puerta. Antes de abrirla, deja la mano sobre el pomo y aguarda unos segundos más, antes de volver a hablar con su tenebrosa y acariciante voz:

- El retrato de madre...


- ¿Sí...?

- Deberías quemarlo.

Ish'mael alza con rapidez el rostro oculto hacia él, prueba inequívoca de su sorpresa. La sustituye prontamente por astucia, sin embargo.

- ¿Te perturba...?


El capitán gira el rostro de perfil, depositando sobre él un ojo de escarchado azul y ensombreciendo la comisura de su labio: otra sonrisa que no llega a serlo; otra expresión que hace completamente ilegible lo que pueda pensar o "sentir".

- Desentona con el mobiliario.

Y, sin más, abre la puerta y sale. Y una vez solo, Ish'mael simplemente sonríe.
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Mensaje por Iacovo C. Mika Sáb Jun 05, 2010 11:05 am

La ventana de la habitación de la posada está abierta. La luz de la luna se derrama sobre el suelo. Todo es quietud y paz en la pequeña estancia. Hasta que empieza a oírse un canturreo amortiguado que llega desde arriba.

- Hoy el diablo es el que mueve nuestros pies porque en este día todo esta al revés - La voz sigue acercándose y, de pronto, por la ventana asoma una cabeza al revés. El pelo de Iacovo cubre prácticamente todo su rostro mientras se cuela por la ventana. Entra en la habitación haciendo el pino y avanza hasta el centro usando los brazos. Se impulsa, salta hacia atrás y se queda de pie con una enorme sonrisa en los labios.

- Al fin, al fin - De un bolsillo oculto en la camisa se saca un enorme colgante con un rubí en una cadena que parece bastante valiosa. Lo arroja sobre la cama como si no tuviese importancia alguna y entonces saca lo que de verdad buscaba. Un vial de veneno. Uno de los venenos más difíciles de encontrar en toda Venecia. Y es suyo - Ha llegado...y es mío...
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